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Relato erótico: “Mi prima venía a preñarse y salió con el culo roto” (POR GOLFO)
La vida te da una campanada cuando menos te la esperas. Aunque la mayoría de las veces esas sorpresas suelen ser una putada, en otras ocasiones son experiencias inolvidables. Ese fue el caso que os voy a narrar.
Hace cinco años estaba en la clínica de fertilidad que fundé con otros socios cuando de pronto recibí una llamada de mi santa madre en la que tras las típicas preguntas de cómo estaba y si había engordado, me soltó que mi prima Luisa necesitaba de mi ayuda.
-¿Qué le pasa?- pregunté un tanto molesto porque al mencionarla recordé al estafador con el que se había casado y por eso asumí que me iba a pedir dinero.
Pero resultó que estaba equivocado. Por lo visto, no podía tener hijos y como los tratamientos de fertilidad eran caros, había pensado que al ser familia le haría un precio especial.
-No te preocupes, mamá- respondí- le haré un buen descuento.
Mi respuesta lejos de tranquilizarla, sacó de las casillas a mi progenitora que echándome una típica bronca materno-filial, me prohibió que le cobrara ni un euro.
-Es tu prima y a la familia no se la cobra- sentenció bastante de mala leche.
Por mucho que le expliqué que un tratamiento llevaba acarreado una serie de costosas pruebas, no conseguí convencerla.
-Ganas mucho dinero y ella no.
La cerrazón de mi vieja fue tal que me hizo prometerla que iba a hacerla caso.
-Tú ganas, mamá- respondí enojado pero incapaz de llevarle la contraria a la que me había dado la vida.
El resto de la tarde me la pasé refunfuñando y de mal humor. Ni siquiera el día a día consiguió sacarme de la cabeza que el siguiente lunes tendría a Luisa y a Manuel de okupas en mi consulta.
La pareja aterriza en la clínica.
Tal y como habíamos quedado, ese par llegó a la clínica a las diez de la mañana. Como deseaba terminar el asunto cuanto antes, nada más informarme mi secretaria de su presencia, les hice pasar a mi despacho. La primera en entrar fue mi prima y tras ella el imbécil de su marido.
“Sigue estando buena”, me dije al comprobar que llevaba los treinta y cinco con entereza y que los años no habían hecho mella en su estupendo trasero. En cambio, Manuel parecía un cerdo cebado. Con más de cien kilos, ese capullo estaba tan avejentado que me hizo suponer un consumo desmesurado de alcohol.
Tras los saludos habituales, entré directamente al trapo explicándoles que antes de nada debíamos averiguar el motivo por el que no podían tener descendencia y que para ello debía de hacer una serie de pruebas.
-La estéril es Luisa. Los Sánchez-Puello somos muy machos- protestó ese idiota al pensar que ponía su hombría en cuestión.
Mordiéndome un huevo, le expliqué que por estadísticas no había diferencia entre hombres y mujeres a la hora de problemas de infertilidad y que por eso tenía que obtener una muestra de su semen para ser analizados.
-Joder, haber empezado por que la prueba era en que me hiciese una paja. Había pensado que me ibas a meter un dedo por el culo.
“Más quisieras”, pensé molesto y en vez de expresarle mi disgusto, sonreí y le di un botecito para la muestra.
Para que os hagáis una idea precisa de lo gilipollas que es ese majadero, al coger el recipiente, soltó una carcajada diciendo que necesitaba al menos otros dos para recoger toda su cosecha. Haciendo como si no lo hubiese oído, me dirigí a mi prima y le expliqué que lo primero que iba a hacer era hacerle un reconocimiento físico.
-¿Vas a ser tu quien me lo haga?
-Sí, ¿Por qué lo preguntas?
Bastante avergonzada, Luisa me confesó que le daba corte quedarse en pelotas frente a mí. Por lo visto su ginecólogo era mujer y no había caído que en mi clínica, yo era el que hacía las revisiones.
“Esto es el colmo”, pensé y tratando de tranquilizarla, le dije: -Si quieres que se quede Manuel-.
Al estúpido no le hizo gracia quedarse pero aceptó cuando mi prima se lo pidió casi llorando. Siguiendo, mis instrucciones, Luisa pasó tras el biombo que había en la consulta y se desnudó para la revisión. Debió de resultarle difícil porque tardó más de lo acostumbrado en salir con la bata.
Al levantar la mirada de mis papeles, descubrí alucinado que sus pezones se marcaban bajo la tela azul.
“¡Menudos pitones!”, exclamé mentalmente aunque de mi garganta solo salió un “Siéntate aquí”.
Venciendo su timidez, se acomodó en su silla mientras su marido leía el periódico en el móvil.
-Necesito que te abras la bata para explorarte los senos- le dije profesionalmente.
El rubor que apareció en sus mejillas fue una muestra clara de su sofoco pero como no podía negarse, sin ser capaz de mirarme a los ojos, desabrochó la tela dejándome contemplar por primera vez en mi vida esos dos monumentos.
“¡Tiene unas tetas de campeonato!” sentencié en silencio mientras me ponía los guantes de látex.
Siguiendo estrictamente el protocolo, le expliqué que iba a examinar su pecho en busca de algún problema.
-¿Te parece bien Manuel?- preguntó a su marido pero este ni siquiera la contestó al estar enfrascado leyendo un diario deportivo por internet.
Al no recibir respuesta, me dijo que continuara. Lo que no me esperaba fue que al palpar sus pechos, Luisa se mordiera los labios para no gritar.
-¿Te duele?- pregunté al verle la cara.
-No- contestó ya totalmente colorada.
Extrañado pero siguiendo la rutina, incrementé la presión buscando algún tumor. Mi prima emitiendo casi inaudible gemido, respondió al toqueteo de mis dedos mientras el atontado de su esposo seguía fijamente leyendo el último traspaso del Real Madrid. Fue entonces cuando la miré y descubrí en sus ojos una mezcla de deseo y de vergüenza.
“¡Se está poniendo cachonda!”, medité al ver que involuntariamente separaba sus rodillas.
Como todavía no estaba convencido y mantenía un poco de cordura, me repetí que debía tener cuidado y no hacer ninguna tontería. El problema vino cuando dando por terminado el examen de sus pechos, debía comenzar a reconocerle la vagina pero al levantar la sabana que cubría su sexo, me encontré que lo tenía totalmente encharcado.
“¡Mierda! ¡Se va a armar!”, me dije temiendo que Manuel se diera cuenta del estado de su mujercita.
Afortunadamente el muy imbécil estaba a por uvas y por eso me atreví a explicarle que debía hacerle una ecografía pélvica. La reacción de mi prima me hizo dudar porque separó sus muslos sin dejar de sonreír.
Tratando de parecer que no me había enterado, deslicé mis manos por su vientre para intentar encontrar alguna molestia en la zona de la matriz. Desgraciadamente, Luisa al sentir que mis dedos se acercaban a su vulva, pegó un gemido.
-Lo siento- le dije tratando de enmascarar con esa disculpa el sonido que emitió -¿Quieres que pare?
Nunca escuché su respuesta porque su marido intervino diciendo:
-Tú sigue… Si le duele es que tiene algo mal.
Sin dejarme otra opción, decidí continuar con la exploración y cogiendo el ecógrafo, puse un preservativo en él. Aunque sabía que mi prima estaba suficientemente lubricada, apliqué generosamente el gel sobre su superficie tras lo cual llevando mi otra mano hasta su vulva, separé sus labios y con suavidad introduje en su interior.
-Ahhh- gimió descompuesta.
Aunque os parezca absurdo, Manuel le recriminó ser tan quejica y de muy mal tono, le ordenó que se callara.
“Será capullo” pensé y queriendo compensar de algún modo a mi prima, susurré en su oído: -Tranquila, esto queda entre nosotros.
Tras lo cual, moviendo mi silla, me coloqué de modo que mis maniobras quedaran ocultas a sus ojos y olvidándome de la función de ese instrumento, lo empecé a sacar y a meter del interior de su coño mientras con dos dedos estimulaba su clítoris también.
-Como es doloroso, no te cortes. Si te duele, chilla- comenté al percibir que Luisa estaba a punto de correrse.
Mi prima usó esa absurda excusa para enmascarar su placer y en vez de decir, “¡Como me gusta!”, berreó diciendo: ¡Me duele!
Su entrega lejos de calmarme, me excitó y sabiendo que caminaba en el filo de la navaja, decidí que esa putilla se corriera otra vez. Incrementando la velocidad con la que metía y sacaba el aparato de su coño, busqué nuevamente su placer.
-¡Arde un montón!- dijo disfrazando su gozo de dolor.
Reconozco que aunque tenía una vasta experiencia, me calentó de sobremanera reírme de ese cretino abusando de la zorra de su mujer en su presencia y forzando al límite su estupidez, le llamé a mi lado y señalando el flujo que manaba el chocho de su mujer, le solté:
-Luisa tiene una infección. Mira la cantidad de pus que sale de su vulva.
El pazguato, no reconociendo ese líquido incoloro y creyéndose a pies juntillas mi explicación, respondió:
-¡Qué barbaridad!
Al no tener límite su estupidez y aprovechando que su esposa se había corrido por segunda vez, volví con él hasta mi mesa y haciéndome su colega, le solté en voz baja:
-Eres un cabrón. Le has pegado a tu mujer una candidiasis.
Ni siquiera intentó negarlo y acojonado por las consecuencias, me preguntó que podía tomar. Sin dudarlo le prescribí un medicamento que le dejaría la verga inservible durante al menos tres meses, tras lo cual y viendo que mi prima ya se había vestido, los cité para el viernes siguiente:
-¿Tengo que volver?- preguntó Manuel con ganas de escaquearse.
-No hace falta siempre que tu mujer traiga la muestra.
En ese momento, ese malnacido me soltó:
-¿Y si me hago ahora la paja en el baño?
-Tú mismo- respondí. –Al terminar, dásela a la enfermera
La alegría que leí en los ojos de Luisa cuando comprendió que vendría ella sola, me confirmó algo que ya sabía. Aunque había prometido a mi madre que no le cobraría ni un euro, pensaba compensar la cuenta con carne y para que le quedara claro a ese pendón, al despedirme de ellos le magreé el trasero.
La muy puta dejándose hacer, me soltó mientras se marchaba:
-De saber que eras tan bueno, hubiera acudido antes a tu consulta.
La segunda vez en mi consulta.
Pasado el tiempo os reconozco que esa semana se me hizo larguísima. Contantemente llegaban a mi recuerdo, anécdotas de nuestra juventud en las que mi prima tenía el papel de protagonista así como imágenes de lo sucedido en mi consulta. Rememorando mis años mozos, recordé que toda mi panda estaba enamorada de ella. Todos mis amigos e incluso yo no podíamos dejar de babear cada vez que nos la encontrábamos en el pueblo.
-¡Que buena está!- era el comentario más oído sobre Luisa en esa época.
Si a esos retazos de mi memoria les sumaba el hecho incontestable de que sin importarle la presencia de su marido se había excitado con mi exploración, el resultado fue que durante esos cinco días, me trajera trastornado su próxima visita.
Al vivir solo, cada noche permití que su recuerdo acudiera a mi mente y olvidándome de que era de mi familia, me pajeé en su honor. Por eso al llegar el día de su cita, estaba ansioso de que apareciera por mi puerta. Para colmo la suerte me volvió a favorecer porque esa mañana mi enfermera me pidió la tarde libre. Su ausencia supondría que cuando Luisa llegara a mi consulta estuviéramos ella y yo solos.
Luisa llegó sobre las seis, como la paciente anterior ya se había marchado, tras saludarla con un beso en la mejilla, la hice pasar a mi despacho. Supe que venía preparada para la guerra porque venía vestida con un sugerente vestido de lino transparente que más que ocultar, ensalzaba sus atributos.
“Está tía quiere acción” pensé y sin más prolegómeno, la hice sentarse.
Actuando como un buen profesional, me puse a revisar su expediente y fue al leer los resultados del análisis del semen de su pareja cuando comprendí cual era el problema. Manuel sufría de azoospermia, es decir, la muestra que nos entregó carecía de espermatozoides.
“Es un eunuco”, me dije descojonado.
Conteniendo las ganas de soltarle a bocajarro la noticia de que ese cretino era estéril de nacimiento, le pregunté:
-Luisa, antes de seguir con las pruebas, ¿Quién de los dos desea un hijo?
Mi pregunta la destanteó y tras pensárselo durante unos segundos, respondió:
-Manuel no quería hijos pero le he convencido de tenerlos.
Al saber que era ella quien realmente lo deseaba, con una sonrisa, le solté:
-Aunque tenemos que esperar el resto de las pruebas, te puedo adelantar que creo que he descubierto el por qué no te has quedado embarazada – y haciendo un inciso, esperé unos segundos para continuar- Tu marido es incapaz de procrear por lo que si los demás análisis me dan la razón, mediante inseminación en menos de un mes puedes quedarte preñada.
Luisa tardó unos momentos en reaccionar. Minusvalorada por su esposo, siempre había creído que la culpa era de ella y por eso le costó asimilar que era de Manuel. Cuando lo hizo el que se quedó sorprendido fui yo puesto que sin decir nada, se levantó y dejando caer su vestido al suelo, me soltó mientras apoyaba sus codos en la camilla:
-¿A qué esperas para inseminarme?
Verla totalmente desnuda y con el culo en pompa, fue el acicate que necesitaba para olvidarme de que además de su primo, era su ginecólogo y con prisas, me desnudé mientras me acercaba a donde ella me esperaba. Al llegar a su lado, separé con mis manos sus dos estupendas nalgas y descubrí un ojete bastante dilatado. El descubrimiento de que Luisa estaba habituada a hacerlo por detrás despertó mi lado perverso y embadurnando mis dedos con el flujo que ya encharcaba su coño, me puse a juguetear con él.
-¡Eres malo!- berreó satisfecha de lo fácil que le había resultado convencerme y moviendo sus caderas buscó que me la follara.
Su calentura era tal que al sentir mis dedos jugueteando con su esfínter, empezó a gemir sin cortarse pidiéndome que la hiciera suya pero obviando sus deseos, decidí que ese trasero iba a ser mío antes. Por eso le introduje uno de mis dedos en su entrada trasera mientras le decía:
-Si quieres que te preñe, primero me tienes que dar tu culo.
-¡Es todo tuyo!- respondió pegando un grito.
Os reconozco que tuve que usar toda mi fuerza de voluntad para no rompérselo a lo bestia . Aunque mi prima se merecía eso y más, decidí hacerlo con cuidado. Usando mis yemas no tardé en relajarlo y entonces decidí embadurnar mi pene con su flujo. Para ello, de un solo golpe la penetré hasta en fondo de su vagina. Luisa al sentirse llena, comenzó a moverse buscando su placer pero dándole un azote le dije que se quedara quieta.
-Perdón pero es que hace mucho que no follo- dijo tratando de disculpar su excitación.
Su confesión hizo que me apiadara de ella y mientras untaba de flujo su ojete, permití que disfrutara con mi verga en su interior. Mi prima al sentirse llena, no dejaba de buscar que acelerara mi paso. Pero cuando sentí su flujo discurriendo entre mis piernas, se la saqué diciendo:
-Me encanta tu culo.
Luisa comprendió mis intenciones y usando sus manos para separar sus nalgas, respondió:
-Úsalo.
Ni siquiera esperé a que terminara de hablar, llevando su cuerpo hacia atrás lentamente fui metiéndoselo lentamente, permitiéndome sentir cada rugosidad de su ano apartándose ante el avance de mi miembro.
-Ahh- gimió al notar mi estoque acuchillando sus intestinos.
Venciendo las ganas que tenía de empezar a disfrutar de semejante culo, esperé que fuera que se acostumbrara a tenerlo en su interior. No llevaba ni diez segundos dentro de su trasero cuando girándose, me miró y me rogó que comenzara a cabalgarla.
La expresión de deseo de su rostro me terminó de convencer y con ritmo tranquilo, fui extrayendo mi sexo de su interior mientras mi prima no dejaba de berrear que me diese prisa. Su calentura le llevó a volvérselo a meter hasta el fondo con un movimiento de caderas.
-Fóllame, ¡Lo necesito!- bramó con desesperación.
La urgencia que escuché en su tono me hizo reaccionar y comencé a galopar sobre ella con un ritmo alocado en el que sus pechos se bamboleaban hacia adelante y hacia atrás al compás con el que yo forzaba su ojete.
-No pares cabrón- gritó al sentir que disminuía la velocidad de mis acometidas-
-¡Eres una puta calentorra!- le solté a la vez que le daba un fuerte azote en su culo.
Mi ruda caricia lejos de molestarla, la excitó mas y comportándose como una perra en celo, contestó:
-Lo soy y mi marido no lo aprovecha.
Sus palabras azuzaron el morbo que sentía por estar dando por culo a esa infiel mujer y alternando de una nalga a otra, le fui propinando sonoras palmadas en su trasero cada vez que sacaba mi pene de su interior. Para entonces, mi prima ya tenía el culo completamente rojo y dejándose caer sobre la camilla, empezó a estremecerse al sentir los síntomas de un orgasmo.
-¡No dejes de follarme!- aulló al sentir que el placer asolaba su interior.
Su actitud sumisa fue el acicate que me faltaba y cogiendo sus pezones entre mis dedos, los pellizqué con dureza mientras usaba su precioso culo como frontón. Al gritar de dolor, perdió el control y agitando sus caderas se corrió.
Los alaridos que sirvieron de música de fondo a su orgasmo, me hicieron concentrarme en mí y forzando su esfínter al máximo, seguí violando su intestino mientras Luisa no dejaba de gemir. Fue entonces cuando no pude más y compartí con ella su placer, vertiendo la semilla que había venido a buscar en el interior de sus intestinos.
Agotado y exhausto, la hice a un lado y me senté sobre la camilla para descansar. A los cinco minutos, mi prima se sentó en mis rodillas y luciendo la mejor de sus sonrisas, me preguntó:
-¿Tienes algo que hacer este fin de semana?
-¿Por qué lo preguntas?- contesté.
Soltando una carcajada, respondió:
-Cómo no va a estar mi marido, he pensado que me podrías repetir este tratamiento… ¡En mi cama!
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Relato erótico: “Mi prima venía a preñarse y la cedí a otra mujer” (POR GOLFO)
Como os narré en el capítulo anterior, Isabel, mi prima vino a verme para someterse a un tratamiento de fertilidad. Aunque en un principio me negué porque no la soportaba ni a ella ni al imbécil de su marido, al examinarla esa rubia resultó más puta que las gallinas y me entregó su culo. En este capítulo os voy a narrar mi visita a su casa y como mi parienta me demostró ser una máquina sexual sin parangón.
Había quedado con ella ese mismo viernes al salir del hospital, aprovechando que el inútil de Manuel iba a pasar el fin de semana con unos “inversores”. Reconozco que cuanto me invitó y me dio esa escusa peregrina, pensé sin temor a equivocarme que su marido se la había vuelto a dar con queso y que en realidad serían unas putas, las personas con las que iba a pasar esos días. Como estaba seguro que su mujercita iba a darme otra vez sus nalgas, no la saqué de su error y me preparé para disfrutar de ella sin la presencia de ese corneador cornudo.
Haciendo honor a mi fama de hombre puntual, estaba llamando a su puerta a las ocho de la noche. En mis manos llevaba un ramo de flores para agradecer sus “atenciones” pero ocultos en el interior de mi mochila cargaba un arsenal de instrumentos sexuales que pensaba usar durante mi estancia allí.
Tal y como había previsto, la zorra de mi prima me recibió vestida para matar. Obviando que éramos familia, se había puesto un vestido casi transparente que realzaba la rotundidad de sus curvas. Isabel tras saludarme con un beso en la mejilla, cerró la puerta y llevándome al salón, me pidió que me acomodara mientras ella iba a terminar de hacer la cena.
“¡Menudo culo tiene la condenada!”, me dije al observar mientras se iba a la cocina sus impresionantes nalgas.
Su evidente coqueteo quedó confirmado por el vaivén que imprimió a su trasero y por eso, babeando, descubrí a través de la tela que esa putilla solo llevaba un escueto tanga bajo su ropa. En ese momento, dudé si seguirla y follármela contra la encimera o esperar y seguir con mi plan. Al ver un mueble bar repleto de buen whisky, decidí aprovechar la “gentileza” de Manuel y darme un homenaje con su bodega.
Acababa de servirme un Chivas con hielo cuando la oí que me decía:
-Pon algo de música para crear ambiente.
Aceptando su sugerencia, busqué entre sus cd que poner y os confieso que se me iluminó la cara cuando entre centenares de discos horteras, hallé medio escondido la banda sonora de 7 semanas y media. Reservando mi descubrimiento para el momento oportuno, inserté en el aparato de música un disco de baladas.
-¡Qué romanticón!- gritó la guarra de ella cuando escuchó los primeros acordes.
Dando un sorbo a mi bebida, me reí pensando:
“Te vas a llevar una sorpresa, ¡So puta!”
Mi plan era enseñar a esa rubia que mis servicios eran caros y ya que no podría cobrarle mis honorarios de la forma habitual, iba a resarcirme con su cuerpo. Haciendo cálculos, mi querida primita tendría que entregarse a mí durante años para saldar esa deuda y por eso, para mí, ese fin de semana solo sería el anticipo.
Ajena a todo ello, Isabel volvió trayendo la cena. La sensualidad con la que se comportó al percatarse de la forma que la miraba, me indujo a suponer que la mujer no pondría demasiados reparos a lo que le tenía preparado. Su disposición quedó de manifiesto cuando acercándose a mi lado, me rogó que le pusiera una copa.
-¿Qué te apetece?- pregunté poniendo hielos en un vaso.
Mi prima sin cortarse en absoluto, contestó mientras me acariciaba el trasero:
-Algo muy frio para calmar mi calentura.
Haciendo caso omiso a sus manoseos, terminé de servirle el copazo y solo cuando le dio el primer trago, cambié de música y puse la canción de Joe Cocker: “YOU CA LEAVE YOUR HAT ON”. Isabel al reconocer esa melodía y saber que era la de la famosa escena del striptease de Kim Basinguer, me miró muerta de risa y preguntó:
-¿Y eso?
Lanzando un órdago a la grande, contesté:
-Quiero que te desnudes lentamente para que pueda valorar mi mercancía-.
-¿Por dónde empiezo?-, me dijo melosamente mientras se desprendía del primer botón.
Ni siquiera me digne en contestarla, fueron mis manos desgarrando su vestido las que respondieron su pregunta. Mi prima no se lo esperaba y tras unos momentos de incredulidad, sonrió diciendo:
-Me encanta que seas rudo- tras lo cual y siguiendo el ritmo de la música, se fue quitando el sujetador sin dejarme de mirar a los ojos.
El erotismo y la entrega con la que me obedeció, me reveló que esa zorra deseaba que la hiciera mía y por eso, trataba de descubrir por mis gestos, si me gustaba cómo se estaba desnudando. Confieso que me satisfizo ver que obedecía pero aún más observar que sus pezones lucían inhiestos, producto de la excitación que la embargaba. Decidido a incrementar su ardor, me acerqué a ella y con una mano levanté su barbilla. Luisa creyó que quería besarla pero entonces como si estuviera tasando un animal en una subasta, le di la vuelta y comencé a estimar en voz alta su valor.
-No creo que pudieras conseguir más de cien euros por polvo en la calle- comenté hiriendo su autoestima.
Mi prima lejos de escandalizarse, se dio la vuelta y mostrándose en su plenitud, me respondió:
-Te equivocas. Hay mucha gente con buen gusto que pagaría una fortuna por mi culo. ¡Tú entre ellos!
Me cabreó darme cuenta que desde su punto de vista era verdad. Esa cabrona había conseguido que todo el tratamiento le saliera gratis. Por eso y sacándola de su error, cogí entre mis manos una de las negras areolas que adornaban su pecho y regalándola un duro pellizco, respondí:
-Estás hablando antes de tiempo. Todavía no sabes lo que tendrás que hacer para que considere saldada tu deuda.
Fue entonces cuando Inés, recreándose en su supuesta superioridad, me contestó:
-¿Ser tu amante? – y recalcando sus palabras con hechos, comenzó a desabrochar mi cinturón.
Tras lo cual dando un sonoro cachete en su culo, solté una carcajada. Isabel debió pensar que era un juego porque arrodillándose frente a mis pies e imprimiendo un tono sumiso a su voz, me dijo:
-Si ese es el precio, úsame…
Ni siquiera le di tiempo a terminar y retorciéndola el brazo, la llevé hasta su cama. Tirándola sobre el colchón y mientras ella no paraba de reír, le solté:
-¡Zorra! Si gritas tus vecinos sabrán que le pones los cuernos a tu marido.
Mi prima todavía en la inopia del destino que le tenía reservado, me gritó:
-¡No me violes! ¡Por favor!-
Disgustado porque no se tomara en serio mi actuación, decidí darle un escarmiento y soltándole un tortazo, le grité:
-No se viola a una puta, se le paga y como yo ya lo he hecho solo voy a tomar lo que es mío- y sin esperar su reacción, le di la vuelta y cogiendo la cuerda la até.
-¡Me haces daño!- se quejó cuando apretando los nudos, la inmovilicé con los brazos atados a los barrotes de la cama.
Sin compadecerme de ella, le tocó el turno a sus tobillos y con ella ya maniatada, la cogí del pelo y pregunté:
-¿Cuántos consoladores crees que eres capaz de albergar?-
La rubia me miró asustada por primera vez e intentando comprender lo que ocurría me dijo casi llorando:
-Libérame, ¡No me está gustando!
Aproveché su desconcierto para darle otro guantazo mientras me reía. Isabel ya histérica me ordenó que parara pero entonces sacando u bozal de mi mochila se lo coloqué en la boca, teniendo únicamente cuidado de no asfixiarla. Incapaz de asimilar lo que le estaba ocurriendo, se retorció sobre las sábanas intentando zafarse pero tras unos minutos de vanos esfuerzos, se quedó quieta mientras sus ojos brillaban de ira.
Disfrutando de mi dominio, saqué unos dildos de diferentes tamaños y sin importarme que pensara, los fui introduciendo uno a uno dentro de su sexo como decidiendo cual era el mejor. A esas alturas, la rubia ya estaba convencida de que la iba a violar y por eso, empezó a derramar lágrimas mientras trataba de evitarlo.
Al verla al borde de la desesperación, decidí que era la hora de incrementársela y extrayendo un enorme falo de plástico del interior de la bolsa, se lo mostré diciendo:
-Mira lo que tengo aquí- tras lo cual embadurnándolo de glicerina, se lo incrusté hasta el fondo de su coño.
La expresión de dolor con la que me regaló, me reveló su angustia y que había obtenido mi propósito. Satisfecho y no queriéndola forzar más de lo necesario, le metí otro más pequeño en su ano. Ya ensartada por sus dos agujeros, puse los aparatos a la máxima potencia y la dejé sola. Acto seguido me puse a cenar.

Con la tranquilidad que da el saber que cuanto más tardara, más tiempo tendrían esos artefactos para sacarla de las casillas, me lo tomé con tranquilidad y habiendo acabado, me preparé un café. Con la taza entre mis manos, volví a su habitación. Allí descubrí que el sudor cubría su cuerpo y que mi “querida” parienta estaba a punto de caramelo.
“Está buena” me dije valorando positivamente el estupendo cuerpo que se podía retorcía sobre el colchón.
Pequeña de estatura, mi prima era dueña de un par de peras dignas de un banquete. Si sus pechos eran cojonudos, el resto no tenía desperdicio. Dotada por la naturaleza de una exquisita anatomía, comprendí que la mujer había dedicado muchas horas de su vida a mantener en un estado perfecto. Por eso y descubriendo mi presencia, empecé a acariciarla mientras le decía:
-Esta noche vas a experimentar nuevas sensaciones.
Inconscientemente, mi prima se relajó al sentir mis manos en su piel y antes de que se diera cuenta el cumulo de excitación que llevaba sufriendo, desencadenó un tremendo orgasmo que la asoló por completo. Al percibir que su chocho rebosaba de flujo, le solté:
-Ves perrita como te gustará lo que te tiene reservado tu amo.
Fue entonces cuando de improviso sonó el timbre de su casa. Mi prima fue la primera sorprendida y más cuando sonriendo le informé:
-Acaba de llegar tu visita.
Su rostro reflejó incredulidad y miedo. Sin darle a conocer a quien había citado fui a abrir la puerta. La tortura de verse atada en una habitación, al alcance de la persona que había entrado en supuso, le aterrorizó y por eso cuando volví acompañado, Isabel llevaba el rímel corrido producto de un padecimiento espantoso.
-¿Es esta tu perra?-, me preguntó mi acompañante al ver a mi victima postrada en la cama.
-Sí- respondí.
Admirando la belleza de la mujer, mi visita se relamió los labios y me pidió permiso para irse a cambiar. Descojonado señalé el baño de la habitación y aprovechando su marcha, me acerqué a Isabel y quitándole la mordaza, le pregunté si le gustaba mi primera sorpresa:
-¿Quién es esa zorra?- contestó con su voz cargada de ira.
-Tu primera experiencia lésbica- respondí mientras volvía a colocarle el bozal.
Sacando fuerzas de su desesperación, intentó nuevamente zafarse de sus ataduras y solo se quedó quieta cuando al abrirse la puerta del baño, vio que la morena que la había estado observando venía totalmente desnuda. Alicia, así se llamaba mi invitada, era un portento de mujer de raza negra. Dotada con una belleza casi masculina, tenía a gala ser una domina bisexual y por eso cuando le expliqué que le daría una sumisa que jamás había estado con una mujer, no se pudo negar y se mostró ansiosa de ser ella quien la estrenara.

-Gracias, es preciosa- la morena me soltó justo antes de dedicarse por completo a la mujer postrada.
Esta creyó estar en el paraíso cuando sintió que los labios de mi amiga acercándose a su sexo. Os tengo que reconocer que me excitó ver que la rubia había cedido y que esperaba ansiosa descubrir esa nueva experiencia. Estaba tan fascinada con la negrita que sus ojos brillaron de felicidad al sentir que la recién llegada, sacaba el consolador de su coño y lo sustituía con su lengua.
-Tu perrita está cachonda- me señaló mi conocida al saborear el flujo que desbordaba el sexo de mi prima.
-Lo sé- respondí mientras me sentaba tranquilo en una silla a observar la escena, no en vano la había elegido porque además de ser una experta tenía esa rara cualidad de dar confianza a los novatos.
Tras varios minutos de continuos toqueteos y acercamientos, mi amiga decidió que Isabel estaba ya preparada toqueteos y desatando la correa que sostenía la mordaza, la besó en los labios. Fue un beso posesivo al que mi prima inducida por una pasión desconocida respondió con ardor. Se notaba a la legua que a Isabel le había encantado Alicia.
“No tiene mal gusto”, me dije.
Era alta, negra clara, de un tono que contrastaba con la blanquísima piel de mi mi prima.; cabello negro rizado y largo; con unos rasgos finos y unos ojos felinos, mi amiga era bellísima. Su cuerpo no se quedaba atrás. Tenía unos perfectos pechos redondos y un abdomen plano era el anticipo de una cintura de avispa y de un culo impresionante. En ese momento, os tengo que reconocer que viéndola me dieron ganas de ser yo quien estuviera atado.
La negra controlando la situación, desató a mi prima. Ya libre, lejos de huir, se entregó totalmente de forma que los besos continuaron por un buen rato. Después de un tiempo, mi amiga bajó poco a poco por el cuello de esa rubia hasta sus pechos. Los besó, los lamió, los succionó y los mordió haciendo que su dueña perdiera la razón gimiendo como una loca.
Desde mi asiento me estaba perdiéndome gran parte de la escena.
“¡Mierda!” exclamé mentalmente y para solucionarlo cambié la silla de lugar para observarlas en todo su esplendor sin perder detalle de los acontecimientos.
No tardé en ver como Alicia llevaba sus dedos hacia la entrepierna húmeda de la otra. La agitada respiración de mi prima era muestra elocuente del terremoto que estaba asolando su mente. Isabel al sentir esos intrusos hurgando en su intimidad, abrió los ojos como platos.
-Disfruta putita- le dijo al oído mientras la besaba, tras lo cual reanudó los lentos movimientos dentro de la inundada cueva en que se había convertido el sexo de la rubia.
Los gemidos de ambas llenaron la habitación cuando la boca de la negra se adueñó del hinchado clítoris de mi prima. Esta la miró alucinada al comprobar que lejos de asquearla, le encantaba que esa mujer la estuviera devorando y ya sin poder aguantar más, gritó mientras se corría.
-¡Dios! ¡Qué gozada!
Al oírlo, Alicia introdujo dos dedos dentro del coño de mi parienta y muy lentamente comenzó el mete y saca. Esa excitante escena se prolongó durante unos minutos hasta que viendo la morena que su “victima” se había visto liberada por segunda vez por el placer decidió dar el siguiente paso.
-Pásame mi bolsa- me ordenó.
Parcialmente molesto por su autoritario tono, me levanté y se la di. Con una sonrisa en el rostro, metió su mano en el bolso y sacó una caja de cera para depilar mientras le decía:

-Arggg, Me hiciste daño- la rubia se quejó.
-Tienes prohibido hablar, perra- le recriminó mi amiga y brocha en mano empezó a extender la crema de afeitar alrededor de su pubis. Isabel, más tranquila, empezó a disfrutar del leve toqueteo de la brocha sobre sus labios. El frescor de la misma se enfrentaba con el calor que ella estaba sintiendo en su interior. Yo, mientras tanto, convidado de piedra, seguía absorto todos sus movimientos.
Con mucho cuidado y con una cuchilla, Alicia afeitó ese monte y dando el último retoque me preguntó mientras con movimientos circulares jugaba con su clítoris, dándole suaves golpecitos con el dedo:
-¿Te gusta?
Reconozco que se veía hermoso y apetecible pero lo que realmente me encantó fue pensar en qué le diría a su marido cuando descubriera el cambio. Una vez acabó, se agachó y mordisqueando el interior de sus muslos, se fue acercando poco a poco a su objeto de deseo, Al llegar, sacó la lengua recorriendo su raja, y se concentró en el bultito erecto. Primero con pequeñas aproximaciones, luego con una lamida profunda que tumbó nuevamente las defensas de mi prima.
-Sigue- gimió ya descompuesta al sentir que su enésimo orgasmo se acercaba.
Al escucharla, Alicia que estaba disfrutando de la indefensión de la rubia, le dijo mientras sacaba un enorme arnés de su bolsa:
-Ahora te voy a echar un polvazo.
Isabel miró extrañada el instrumento al no haber nunca visto uno parecido y asustada por su tamaño, gritó:
-Me vas a destrozar.
La negra poniendo cara de sádica, le respondió:
-Es lo que quiero. Tu dueño me ha pedido que te enseñe como folla una mujer y eso es lo que voy a hacer- tras lo cual lo encendió y de un solo movimiento se lo insertó en su coño.
La penetración fue brutal. De los ojos de la rubia brotaron unas lágrimas de dolor pero eso no detuvo a Alicia que, viéndola indefensa, aceleró su ritmo moviendo sus caderas en un movimiento frenético. Esa escena donde dos mujeres amándose formaban un mecanismo perfecto terminó por decidirme y acercándome a ellas, use mis manos para abrir las nalgas a la mulata. Su gemido me confirmó que era bienvenido y por eso ya sin reparo alguno, introduje mi lengua en su ojete. Alicia, encantada con la caricia que estaba recibiendo su ano, me dijo:
-Ya era hora.
Su sabor agridulce me enardeció y con un dedo fui relajando el esfínter, el cual rápidamente reaccionó, ablandando su tensión. Al comprobar que estaba lista, introduje mi pene lentamente mientras ella no dejaba de bramar de gusto. Ya con todo la extensión de mi miembro en su ano, sintiéndose llena prosiguió con sus penetraciones. A cada embiste mío, respondía Alicia con uno suyo sobre su hermosa montura. Esa doble estimulación al sentirse poseída y posesora, hizo que en pocos segundos, el placer la dominara y pegando un chillido, se corrió. Su cuerpo al desplomarse insertó cruelmente el arnés en la vagina de Isabel, la cual sobreexcitada, pedía más como si le fuera la vida en ello.
Fue entonces cuando nuevamente la zorra de mi prima me sorprendió porque pegando un alarido, me gritó:
– ¡Dale duro!
Su palabras fueron el empujón que necesitaba y explotando dentro del trasero de la negra, llené con mi semen sus intestinos. Ya exhausto dejé caer mi cuerpo sobre el de ellas mientras Isabel se retorcía buscando que el pene de plástico la llevara nuevamente al orgasmo.
Quizás fue entonces cuando se dio cuenta que acostumbrada a un matrimonio fallido, el entregarse a mí la iba a descubrir nuevos horizontes y por eso buscando mis labios, me besó diciendo:
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Relato erótico: “Hermana… mia ” (POR ALEX BLAME)

Siempre habían hecho una pareja chocante, parecían las dos caras de una estatua de Juno, ella siempre contenida, paciente y reflexiva mientras que Maya que siempre se autoproclamaba, medio en broma, medio en serio, como la gemela mala, era impulsiva y extrovertida. Aún recordaba el día que le dijo que había sentido la vocación. La muerte de sus padres en un plazo de seis meses, en vez de alejarla, le acercó aún más a Dios y a su misericordia, pero Maya no lo entendió así y estalló como una erupción volcánica, le llamo idiota santurrona y dejo de hablarla durante meses, pero finalmente lo aceptó y estuvo presente el día que tomó los votos. Desde ese momento, aunque apenas se veían, mantenían contacto diario por email. Así se enteró de su primer novio, el aviador, de su segundo novio el submarinista, de su tercer novio el geo… Ella le felicitaba cuando se enamoraba y le consolaba y daba gracias a Dios porque su querida hermana se hubiese librado del patán de turno. Hasta que una vez perdida la cuenta y la esperanza, apareció Salva. En un principio le pareció otro zumbado más. Piloto profesional, corría en carreras de resistencia y conducía un corvette en las 24 horas de Le Mans. Pero a pesar de la velocidad y el riesgo, el primer día que lo conoció en un pequeño restaurante cerca del convento, resulto ser sorprendentemente equilibrado, inteligente y sensible. Además era un hombre extremadamente atractivo, incluso ella sintió una ligera sensación de apremio en las ingles cuando lo vio por primera vez. Dieciocho meses después estaban casados; aquel día, Dios le perdone, se emborrachó con el vino blanco y lloró como una magdalena. Fueron años felices, la carrera de Salva iba viento en popa, en el campeonato del mundo de resistencia conducía un Ferrari oficial y había logrado ganar dos veces Le Mans en la categoría LMP-2. Maya, mostrando un fino olfato para los negocios, se había convertido en su representante y hacía poco le había conseguido una plaza en el segundo equipo de Le Mans de Audi mientras escurría el bulto cada vez que la hermana le preguntaba cuando iba a ser tía. La entrada de Salva en el tanatorio interrumpió el hilo de sus pensamientos. Su robusto cuerpo se apoyaba en una muleta y su rostro magullado reflejaba un profundo dolor, tanto físico como espiritual. Todos los presentes se callaron y le miraron fijamente, unos con compasión, otros acusadoramente. Antes de que la situación se volviese incomoda de verdad, ella se adelantó y le abrazo con fuerza. Aquel cuerpo fuerte y decidido intento resistir pero enseguida se puso a temblar y le devolvió el abrazo en medio de profundos sollozos. -Lo siento Mía… perdón… hermana Teresa, -dijo sin soltarla –es mi culpa, yo conducía, no sé cómo pudo pasar, yo, yo…la niebla… debí ir más despacio… La inconexa explicación se vio interrumpida por un nuevo acceso de llanto, ella no pudo contenerse y ambos lloraron abrazados ante los ojos tristes y anegados en lágrimas de los presentes. Podían haber pasado unos segundos o mil años. El tiempo permanecía suspendido mientras los brazos magullados la rodeaban con tenaz desconsuelo. Finalmente se dio cuenta de la situación y le separó suavemente mientras Salva se disculpaba con torpeza. -No tienes que pedirme perdón Salva, un accidente es un accidente. –dijo la monja sin soltarle las manos para no perder el contacto –y no debes torturarte pensando en lo que podrías haber o no haber hecho. El pasado no se puede cambiar y es la voluntad de Dios que ahora mi hermana este junto a él en el cielo. –continuó intentando que no le temblara demasiado la voz. –Conozco… conocía a Maya tan bien como a mí misma y sé que lo que desearía es que la recordases pero también que continuases con tu vida y con tu carrera. Tienes que ser fuerte, tienes que amarla y recordarla, pero la mejor forma de honrarla es rehacerte y no dejarte caer en la depresión. La vida también es una carrera de resistencia y debes rezar y confiar en que Dios te ayudará. Él siempre tiene un plan para todo, aunque lo parezca, la muerte de Maya no es una muerte sin sentido. -Quizás tengas razón pero ahora mismo no puedo pensar en nada y cada vez que cierro los ojos sólo veo su rostro ensangrentado e inerte… ¿Por qué no fui yo? ¿Por qué no se llevó a mí? –dijo Salva comenzando a sollozar de nuevo. –Soy yo el que se juega la vida todos los días a trescientos kilómetros por hora… -Ya sé que es una perogrullada, pero los caminos del Señor son insondables… -replicó la monja volviendo a darle un corto abrazo. La conversación entre los cuñados contribuyo a rebajar la tensión y la incomodidad entre los presentes que se acercaron a ambos ya sin ánimo de juzgar nada ni a nadie. El resto del velatorio, la ceremonia y la cremación transcurrieron en un ambiente de dolor y recogimiento. Salva se mantuvo en pie, estoico, aguantando el dolor apoyado en su muleta y ayudado por Sor Teresa en los momentos en que tenía dificultades para desplazarse. Finalmente dieron sepultura a sus cenizas y la gente fue despidiéndose y alejándose discretamente hasta que quedaron ellos dos solos frente a la tumba cubierta de flores. La niebla, la misma niebla que había contribuido al accidente se movía por efecto del viento creando sombras y difuminando el paisaje en la creciente oscuridad. -¿Te vas esta tarde? –Pregunto Salva rompiendo el silencio. -No, tengo un billete de tren para mañana por la noche. Tengo una habitación reservada en el centro… -Oh, no, de eso nada, quiero que vengas a casa, aún sigo considerándote de la familia. Además querría pedirte un último favor. No sé muy bien qué hacer con la ropa de Maya. Me preguntaba si podrías ayudarme a empaquetarla y supongo que tú sabrás como darle buen uso. -De acuerdo, que haríais los hombres sin nosotras –dijo Sor Teresa mientras comenzaban a caminar lentamente en dirección al coche abrazados por una densa niebla que lo cubría todo. La casa de Salva era una pequeña edificación sin pretensiones en las afueras de la ciudad. Constaba un edificio principal de una planta y cien metros cuadrados con enormes ventanales y un garaje casi tan grande como la casa con espacio para tres o cuatro coches. Al entrar en el jardín Ras salió a recibirles moviendo la cola alegremente ajeno al drama que le rodeaba. Olisqueó a Sor Teresa con curiosidad y tras informarse detenidamente se dirigió al coche y dio varias vueltas alrededor como esperando que saliese alguien más. Salva le llamó y después de recibir unas caricias, el joven labrador se alejó de ellos sin dejar de mover el rabo. Sor Teresa nunca había estado allí y cuando entró en la casa, le maravilló la luminosidad de su interior que contrastaba con la frialdad de la piedra y la oscuridad del convento. El pequeño hall daba paso a un enorme salón dominado por un ventanal y una enorme chimenea. A la derecha se abrían dos puertas, que, por lo que le había contado Maya en sus correos, debían ser la cocina y el baño, quedando la única habitación de la casa tras la última puerta al fondo del salón. -Dormirás en la habitación, ya he cambiado las sabanas –dijo Salva indicándole la puerta del fondo –yo dormiré en el sofá. -No te preocupes por mí, yo dormiré en el sofá. -De eso nada, eres mi huésped, además ahí está la ropa de Maya. Así podrás empaquetarla sin que te moleste. –replicó Salva cogiendo el ligero equipaje de la monja con la mano libre e hincando la muleta en la moqueta mientras se dirigía al dormitorio. El dormitorio era amplio y luminoso con una enorme cama, una mesita y un sofá de lectura de cuero donde descansaba su bolso y una novela de un escritor alemán que no conocía. A la derecha, un vestidor daba paso a un baño moderno y de colores discretos. La monja entro en la habitación y sin darse cuenta de lo que hacía se sentó en la cama. Inmediatamente sintió que la calidez y comodidad del colchón le envolvían y le invitaban a tumbarse y descansar tras aquel día tan duro. A la vez, saber que era allí donde su hermana muerta dormía, reía, lloraba y hacía el amor, le producía una intensa tristeza. Entendía por qué Salva le había cedido la habitación. Finalmente tras unas cortas explicaciones Salva le dejó allí mientras iba a cocinar algo para cenar. Cuarenta minutos después Salva le despertó. Se había quedado dormida sin darse cuenta. El largo viaje desde el convento y las emociones del día le habían dejado exhausta. Con un pelín de desconcierto se levantó del edredón y siguió el renqueante cuerpo del hombre hasta la cocina. El color blanco de los muebles salpicado con toques de colores vivos en los tiradores y encimera le daban a la cocina un aire alegre y desenfadado. Se sentó a la mesa en la que Salva había dispuesto dos servicios separados por una ensalada de aguacate de un aspecto delicioso. -Como ya es algo tarde supuse que te apetecería algo ligero –dijo salva sirviéndole ensalada –espero que te guste. -Muchas gracias me encantan las verduras, las comemos en el convento casi constantemente, estas también son caseras como las nuestras. ¿También tenéis un huerto? -En realidad viajamos tanto que, aunque nos lo planteamos, no podíamos atenderlo adecuadamente así que se las compramos a unos vecinos. Son un matrimonio de ancianos que consiguen un pequeño sobresueldo para complementar su pensión vendiendo huevos y hortalizas. Todo delicioso y superfresco. Creo que somos sus mejores clientes, nunca regateo los precios con ellos y ellos siempre apartan para mí los mejores productos. Lo único que hay de supermercado es la ensalada es el aguacate. -Por cierto, ahora que estamos solos ¿Cómo debo llamarte? Teresa, Sor Teresa, hermana Teresa… -Basta con que me llames hermana. –replicó ella mirándole a los ojos.
-Es curioso ella ponía exactamente la misma cara cuando comía algo sabroso. –dijo Salva con la mirada perdida. -A pesar de esto –replicó Sor Teresa cogiéndose el hábito –seguíamos siendo hermanas gemelas, teníamos multitud de gestos y manías comunes. No sé si te has fijado alguna vez la peculiar manera que teníamos de lavarnos las manos, levantándolas hacia arriba como cirujanos antes de coger la toalla, el ser diestras para todo menos para hablar por teléfono… en fin siempre creímos parecernos tanto que cuando empezamos a pensar en chicos temíamos enamorarnos del mismo tipo… y ya ves, al final no fue así y yo me quede con el mejor -dijo tocándose la sencilla alianza que le habían dado al tomar los votos. Salva no contesto y se quedó mirándola, a pesar del hábito podía ver en aquella mujer los ojos oscuros, la fina línea de la mandíbula, los dientes blancos y regulares, los labios rojos y gruesos que tantas veces había besado… Tuvo que hacer un gran esfuerzo para no alargar la mano y acariciar la cara de la monja… la cara de Maya. Consciente de repente de la incomodidad de la hermana se levantó y se apresuró a recoger la mesa. Ella también se levantó y le ayudó a meter los platos en el lavavajillas. Trabajaron en silencio y terminaron rápidamente. -Bueno, creo que me voy a retirar. –Dijo ella mientras se secaba las manos –mañana me espera un día muy agitado si quiero tenerlo todo listo antes de coger el tren. -¡Oh! Por supuesto, tu como si estuvieras en tu casa. Y una vez más gracias por todo. No sé cómo hubiese podido sobrellevar todo esto sin ti. –dijo Salva dándole un corto abrazo – Que descanses. -Si Dios quiere. –dijo la monja mientras se dirigía a la habitación. Cuando entró finalmente en la habitación se sentía emocionalmente exhausta, afortunadamente cuarenta y cinco minutos de oraciones y meditación le ayudaron a relajarse y seguramente el mullido colchón haría el resto. La ensalada estaba rica pero como en el convento no usaban sal sentía la boca seca así que fue hacia la cocina para tomar un vaso de agua fresca. La casa estaba oscura y en silencio así que se desplazó a tientas suponiendo que Salva ya estaría durmiendo, pero al llegar al salón le vio a través de los ventanales sentado en las sillas del porche acariciando al perro y con una botella de glenfiddich mediada y un vaso con hielo al lado. Se quedó parada mirando a su espalda, estuvo a punto de acercarse y soltarle un sermón sobre el alcohol y sus peligros, pero decidió que no era el momento y se retiró a su habitación con su vaso de agua en silencio. Se desnudó, se puso el tosco camisón que usaba a diario y se acostó. Después de una hora de dar vueltas en la cama se dio cuenta de que aquella noche no iba a dormir mucho, así que decidió levantarse y ganar tiempo empezando a empaquetar la ropa de su hermana. No sabiendo por dónde empezar abrió el primer armario de la derecha y comenzó a sacar ropa de invierno. La clasificaba en montones listos para empaquetar la mañana siguiente cuando Salva le diese las cajas. Cuando llegó al zapatero no pudo dejar de preguntarse cómo sería su hermana capaz de pasar un día entero encaramada en aquellos tacones. Picada por la curiosidad cogió unos zapatos negros con unos tacones particularmente altos y se los puso. Cuando se puso en pie, casi perdió el equilibrio. Instintivamente enderezo la espalda y tenso sus glúteos para adaptarse al cambio del centro de gravedad. Dio dos pasos cortos y quedo frente al espejo, de repente su culo y su busto destacaban a pesar del informe camisón. Ruborizada aparto la mirada y continuó con el trabajo. Siguió sacando prendas. Maya siempre había tenido un gusto exquisito para la ropa, todo lo que sacaba de los cajones era precioso y de excelente calidad. De vez en cuando cogía un vestido o un jersey y lo apoyaba contra su cuerpo mirándose al espejo e imaginándose con ella puesto. Cuando abrió el cajón de la lencería se quedó parada meditando. Finalmente pensó que sería la última vez en su vida que podría sucumbir a la vanidad y se quitó el camisón y la sencilla ropa interior que llevaba puesta. Sin dejar de pensar en cómo se lo iba a explicar al cura que la confesaba desde hacía casi diez años escogió un sencillo conjunto de corpiño y tanga de raso negro. El conjunto le apretaba un poco. A pesar de ser prácticamente iguales, la relativa inactividad del convento hacía que sintiera los pechos un poco aprisionados en el conjunto que, por lo demás, era increíblemente cómodo y suave. Recordó el bolso y revolviendo en su interior encontró rimmel y pintalabios. Se volvió hacia el espejo y se pintó los ojos y los labios. Estaba ensimismada observando como el conjunto y su pelo negro, largo y encrespado contrastaba con su piel extremadamente pálida y sus labios gruesos y rojos cuando oyó un fuerte golpe proveniente del salón. Sin pensarlo se puso una bata de seda que colgaba del armario y anudándola descuidadamente en torno a su cintura salió tan rápido como los tacones se lo permitían en dirección al salón. En el suelo del salón Salva se debatía intentando levantarse sin dejar de agarrar la botella de whisky casi vacía en su mano izquierda. La monja se apresuró en la oscuridad a echarle una mano a Salva. Estaba acostumbrada a lidiar con personas enfermas y disminuidas físicamente así que la mayor dificultad consistía en mantener el equilibrio con los tacones mientras tiraba de un poco cooperativo Salva. En cuanto lo puso en pie se dio cuenta del problema; Salva estaba bastante borracho. Antes de que volviese a caer se hecho un brazo de Salva sobre sus hombros, mientras le quitaba con habilidad la botella de la mano. En tres rápidos pasos acabaron cayendo blandamente sobre el sofá. El cuerpo de salva cayó encima del suyo inmovilizándola. Al intentar moverse para salir de debajo de aquel cuerpo, la ligera bata de seda resbalo abriéndose y dejando la parte inferior de su cuerpo a la vista. Salva se quedó mirando sus piernas largas y esbeltas y cuando sus ojos subieron hasta su entrepierna la monja se sintió tremendamente vulnerable, primero porque por primera vez en su vida un hombre le observaba con lascivia y después porque fue consciente de como los pelos rizados, largos y negros de su pubis superaban incontenibles la escueta capacidad del tanga. Antes de que pudiese taparse, Salva ya tenía su mano entre sus piernas. Su primer instinto fue sacudirle un bofetón, pero en vez de eso soltó un gemido y se puso rígida cuando las manos de él avanzaron y le rozaron el tanga con suavidad. -¡Oh, Dios! –Exclamó Salva súbitamente consciente -¿Qué estoy haciendo? Lo siento tanto… Yo no… -dijo intentando retirar las manos. Pero algo en el cuerpo de Teresa había despertado finalmente y relámpagos de placer irradiaban de entre sus piernas hacia todos los puntos de su cuerpo electrizándolo. La monja cerró sus piernas para impedir que él retirase sus manos y mirándole a los ojos deshizo el nudo del cinturón abriendo poco a poco el resto de la bata. -No, no puedo. –Dijo Salva sin retirar la mano del cálido sexo de la mujer –eres la hermana teresa… -Hoy no soy sor Teresa, hoy soy Mía. –se oyó decir la monja a si misma mientras le besaba. Fue como si las compuertas de un embalse cedieran ante una tormenta. La lengua de Salva se introdujo en su boca abrumándola por un momento con el fuerte aroma a roble y vainilla del whisky pero el deseo volvió abrirse paso y le devolvió el beso con violencia mientras con su mano le acariciaba la mejilla magullada. Sin dejar de besarle se sentó a horcajadas. Salva metió sus manos por debajo de la bata para abrazarla y apretar su cuerpo contra él. Era como si estuviese en terreno conocido, era el cuerpo de Maya pero no lo era. Era más pálido, más generoso, más blando. Sus pechos pálidos y grandes surcados por finas venas pujaban por escapar del corpiño. Atraído por ellos, bajo un tirante y tirando de la copa hacia abajo dejo uno de ellos al descubierto para acariciarlo. Los pezones se erizaron inmediatamente arrancando a Mía un gritito de sorpresa. Salva le estrujo el pecho con la mano y se metió el pezón en la boca chupando con fuerza. Mía grito de nuevo y arqueó la espalda retrasando las manos para desabrocharse el bustier. Con un gesto de impaciencia se quitó la bata y el corpiño, quedándose totalmente desnuda salvo por el minúsculo tanga. Salva se paró y se quedó mirando. La luz de la luna atravesaba el ventanal y le daba al cuerpo pálido y sinuoso de Mía una textura casi fantasmal. Salva acercó sus manos al cuerpo de Mía recorriendo las marcas que había dejado la ropa interior en su piel. Consciente del deseo de Salva, se levantó y dejó que él la observase a placer. Mía siempre había sido consciente de la belleza de su cuerpo, así que después de lustros intentando disimular sus curvas, se sentía un poco rara exhibiéndolo de esa manera. Por otra parte, por primera vez veía en los ojos de un hombre un deseo salvaje por poseerla que le excitaba tremendamente. Con todo su cuerpo palpitando, sus pechos ardiendo por los chupetones de Salva y el tanga húmedo por su apremio, se inclinó y le quitó los pantalones dejando a la vista, lo que a ella le pareció una erección enorme. Intentando no parecer intimidada, Mía aparto el calzoncillo y cogió el pene entre sus manos. Estaba húmedo y caliente como su sexo pero duro como una estaca. Las manos de Mía acariciando su polla sacaron a Salva de su ensimismamiento y con un movimiento brusco la cogió entre sus brazos y la deposito en el sofá bajo él. Mía le recibió separando sus piernas para acogerle, besándole de nuevo y desabotonándole la camisa. Salva se quitó la camisa con un leve gesto de dolor mostrándole a Mía un aparatoso vendaje en torno a las costillas. Mía no pudo evitar recorrer con sus manos las vendas y el oscuro verdugón que le había hecho el cinturón de seguridad en el amplio pecho. -Debe de doler –dijo Mía notando la cálida presión del pene de Salva sobre su tanga. -La vida es dolor –replico Salva apartando el tanga y aprovechando el despiste de ella para romper su virgo. –pero también es placer. Mía apenas noto el ligero tirón y el escozor. Solo sentía el miembro de Salva deliciosamente duro y caliente moviéndose en su interior. Nunca había sentido nada parecido. El peso del cuerpo desnudo de Salva sobre ella cada vez que se dejaba caer para penetrarla. Su pene abriéndose paso en su interior, hasta el fondo de su vagina, provocándole un placer tan intenso que no era capaz de reprimir los gemidos. Dándose un respiro Salva se apartó un poco y con dos fuertes tirones le quitó el tanga a Mía. Aparto con las manos el abundante vello púbico y acarició su sexo con los labios. Mía, grito y alzó su pubis deseando aquellas húmedas caricias. Entre jadeos no paraba de pedir más a lo que Salva respondió introduciéndole los dedos en su coño y masturbándola hasta que llego al orgasmo. La descarga del orgasmo cortó los jadeos de Mía hasta dejarla sin respiración, todo su cuerpo se crispo y tembló durante unos segundos mientras una intensa descarga de placer lo recorría. Toda su piel ardía y se contraía mientras Salva seguía masturbándola haciendo que el efecto se prolongase. Finalmente los relámpagos del orgasmo pasaron aunque aún seguía excitada. Salva no necesitaba preguntárselo, sabía perfectamente que ella seguía excitada y agarrándola por la cintura le dio la vuelta de un tirón y le separo las piernas. Cogiendo la polla con la mano empezó a acariciar su sexo con la punta del glande. Con suavidad recorría la abertura de su sexo rebosante de los jugos del orgasmo y continuaba hacía delante presionando su clítoris haciéndola estremecer. Mía separo aún más sus piernas y se agacho un poco más intentando atraerle de nuevo a su interior. Salva reacciono retrasando su pene y acariciándole el ano con él. Mía se asustó un poco, aunque la caricia era placentera no estaba segura de querer hacerlo, pero confiaba totalmente en Salva así que cerro los ojos le dejo hacer. Salva con una sonrisa notó el placer y la incomodidad de la mujer así que se demoró un poco más en sus caricias antes de volver a penetrar su coño con un golpe seco. Al notar el pene en su vagina Mía gimió y se relajó acompañando los embates de Salva con el movimiento de sus caderas. No sabía si estaba en el cielo o en el infierno. En esos momentos sólo sentía como Salva le penetraba cada vez más rápido y con más fuerza mientras sus manos parecían multiplicarse acariciando sus pechos y sus caderas hasta llevarle de nuevo al éxtasis. Segura de que Salva estaba a punto de correrse también, se separó y se arrodilló ante el tirando de su pene. Con timidez empezó a acariciarlo con sus manos y sus pechos arrancando roncos gemidos de la garganta de Salva. Torpemente se metió la punta de la polla en la boca y la chupó hasta que Salva la apartó en el momento en que notaba como un jugo caliente y espeso salpicaba sus pechos y escurría entre ellos hasta quedar atrapado por la maraña de su pubis. Satisfechos se tumbaron abrazados y desnudos en el sofá. Cuando Mía se durmió aún sentía el calor de la semilla de Salva sobre su vientre. Por el interior sin airbag ni cachivaches electrónicos sabía que estaba en un coche antiguo aunque el salpicadero de madera y la palabra fulvia que destacaba cromada en la parte del acompañante no le decía nada. Al volante estaba Salva que conducía el coche con gesto sereno en una noche oscura y con una espesa niebla. Maya parecía dormir con la cabeza apoyada en el cristal. Salva conducía por aquella carretera estrecha y revirada con prudencia y aplomo, sin salirse de su carril ni siquiera en las curvas más cerradas. Tras unos minutos llegó a una curva especialmente cerrada y sin visibilidad y tirando del freno de mano dejo el coche cruzado en medio de la estrecha calzada. Con el brusco movimiento del coche la cabeza de Maya oscilo bruscamente y fue entonces cuando pudo ver el gran golpe que tenía en la cabeza y los ojos de su hermana que la miraban sin ver. Sus labios temblaron un poco justo antes de que Salva le pegase de nuevo la cabeza contra el cristal, pero –Mía ya sabía lo que su hermana quería decir ¡AYUDAME! Apenas repuesta de la sorpresa vio como unas luces pugnaban por rasgar la espesa cortina de niebla que cubría la carretera mientras se acercaban a la curva. El conductor del autobús, sin tiempo para reaccionar sólo pudo cruzar los brazos en una postura defensiva mientras impactaba contra el lateral del coche con un estrepito de cristales rotos. El autobús, un viejo cacharro pintado de color verde casi había partido el pequeño cochecito por la mitad pero lo peor se lo había llevado la zona del acompañante, su hermana yacía muerta atrapada entre los hierros con una mano extendida hacia ella, suplicando… Despertó bruscamente jadeando y cubierta de sudor. Salva ajeno a todo aún dormía y roncaba suavemente. Mía se levantó escalofriada y se dirigió a la ducha, confusa por la pesadilla.
Ni la ducha, ni volver a vestir el hábito, ni la hora y media de rezos y meditación lograron terminar con aquel estremecedor desasosiego. Cuando Salva despertó incómodo y resacoso la hermana Teresa le recibió en la cocina con un abundante desayuno. Él intentó disculparse por lo pasado la noche anterior pero ella le respondió que la culpa no era sólo suya y era ella la que estaba sobria y la que podía haberlo parado y no hizo nada para hacerlo. Salva más tranquilo pero aún incapaz de mirar a los ojos a la monja termino el desayuno y le dio las cajas a sor Teresa para que empaquetase la ropa. La mañana transcurrió apaciblemente, ella doblando y embalando ropa mientras él trasteaba en un jardín bastante descuidado. Cuando se sentaron a comer la monja incapaz de contener más su desasosiego le pregunto: -Sé que es muy duro para ti, pero también era mi hermana y necesito saber cómo murió. Cuéntame lo que pasó, por favor. -No hay mucho que contar en realidad. Era una noche un poco aburrida con la niebla y el frio así que decidimos ir a una fiesta que había en un pueblo a diez quilómetros, al otro lado de ese monte. –Empezó Salva con evidente desgana – Subíamos tranquilamente el pequeño puerto, ni siquiera iba deprisa por culpa de la niebla así que no puedo explicarme todavía como perdí el control. El caso es que a punto de coronar hay una curva a la izquierda, la más cerrada de todas y cuando la tomé note como la parte de atrás derrapaba y evitando todos mis intentos de enderezarlo el coche se quedaba cruzado en la carretera y se me calaba. Íbamos en un Lancia antiguo sin ayudas electrónicas y con todos los sentidos puestos en intentar arrancarlo sin ahogarlo no me di cuenta lo que se nos acercaba y … sólo me di cuenta del autobús un par de segundos antes de que impactara contra la parte derecha del coche. -A partir de ahí todo se vuelve negro y lo siguiente que recuerdo es la cara de incomodidad del médico justo antes de decirme que Maya había muerto. –termino Salva con un hilo de voz. La hermana Teresa escuchó con atención sin interrumpirle y recurriendo a toda su fuerza de voluntad para contener el escalofrío que recorría su espalda. Mientras comía los últimos bocados intentaba racionalizar inútilmente todo aquello. Tras terminar y ayudar a recoger la cocina a Salva se retiró a la habitación y se puso a rezar como nunca lo había hecho. Jamás se había sentido tan confusa y desconsolada. ¿Era el sueño un mensaje de su hermana o era sólo una casualidad? ¿Era Salva un asesino? No podía creer que ese hombre aparentemente tan dulce fuese capaz de asesinar a nadie a sangre fría. Rezó toda la tarde esperando una respuesta pero Dios no habló. Terminó de empaquetar las cosas de su hermana y llamó un taxi. A pesar de los intentos de Salva por llevarla, la hermana se negó y le recomendó que descansara. Cuando se despidieron Salva confundió con incomodidad el miedo y la confusión de la monja. -A la estación –le dijo Teresa al conductor mientras se despedía. Cuando diez minutos después llegaron a la estación de autobuses estaba tan ensimismada que casi no se dio cuenta de la confusión del chofer. -Perdone, quizás ha sido culpa mía por no especificarlo, pero me refería a la estación de trenes. -¡Oh! Disculpe madre. Yo también debí preguntar. Enseguida estamos allí, no se preocupe. –dijo el chofer engranando la primera marcha. -¡No! Espere, déjeme aquí de todas formas. –dijo la monja sintiendo que al fin Dios le había contestado. Sor Teresa se apeó del taxi y cogiendo su pequeña maleta y agradeciendo a Dios se dirigió a información. -Disculpe señorita, sé que no es frecuente pero puedo hacerle algunas preguntas sobre uno de sus choferes. -Depende de cuales sean las preguntas –respondió la azafata con un guiño cargado de rimmel. -Sólo quería hablar con un chofer que se vio envuelto en un accidente mortal hace un par de días. -¿Para qué? –pregunto la azafata frunciendo el ceño. –no parece periodista. -No, no creo que este sea su uniforme –replicó la monja intentando romper el hielo. -Desde luego –dijo la azafata con una sonrisa rojo chillón. –Manolo, andén nueve. Si se da prisa podrá pillarlo antes de que embarquen. Yo no le he dicho nada madre. Cuando llego al andén vio a un tipo gordo con un espeso mostacho al pie de un vetusto autobús pintado del mismo verde que el del sueño. Después de que pasase el escalofrío la monja se acercó al hombre que fumaba su puro abstraído. -Si va a Grajales equipaje a la izquierda, si va a Vilela por la derecha. –dijo el hombre sin apartar el puro de sus labios. -¡Oh! Perdone, pero no es eso, sólo quería hacerle un par de preguntas sobre el accidente que tuvo. -Disculpe madre pero ¿Cuál es su interés? –preguntó el chofer más afligido que mosqueado. -Soy hermana de la víctima. -¡Ah! Lo siento madre, ¿Qué es lo que quiere saber? –dijo el hombre temiéndose la respuesta. -¿Cómo ocurrió el accidente? -Fue haciendo el recorrido. -comenzó apagando el puro contra la carrocería del autobús – Era de noche y la niebla era bastante espesa. Iba puntual así que me lo estaba tomando con calma, pero me encontré el cochecito en el medio de la peor curva y aunque intente reaccionar los frenos de estos cacharros no son precisamente de última generación así que les embestí con bastante fuerza para volcarlos de lado. Salí inmediatamente del autobús e intenté ayudarlos pero estaban atrapados y no pude hacer más que llamar a emergencias. Al conductor no lo veía pero la chica murió en el acto, tenía un fuerte golpe en la cabeza y no respiraba ni tenía pulso. No sabe cuánto lo siento. Le acompaño en el sentimiento madre. -Muchas gracias. Ahora está en un lugar mejor. Una última pregunta, ¿sabe que coche conducían? -Mejor que eso, le voy a enseñar uno igual –dijo el chofer cogiendo su Smartphone y tecleando furiosamente. –Era un Lancia Fulvia de principios de los setenta. Ahí tiene –dijo alargándole el teléfono. Cuando la monja miró la pantalla vio un pequeño y bonito deportivo de dos plazas y tracción trasera. Fue pasando las fotos hasta que una foto del interior la dejo helada. El mismo salpicadero de madera y las mismas letras cromadas del sueño estaban ante ella… -Una pregunta más ¿Se fijó en los ocupantes antes del accidente? -No sé, ocurrió todo muy rápido, fue apenas un suspiro… -Cierre los ojos y vuelva a aquel momento. ¿Que vio a través de la ventanilla del Lancia? -Mmm… Sólo pude ver a la pasajera que era la que estaba de mi lado. Estaba dormida, con la cabeza apoyada contra el cristal. Ahora recuerdo que pensé que debía estar bastante incómoda con el cuello tan estirado. Es terrible, tienes un accidente mortal y lo que piensas en ese momento es en torticolis. –dijo el hombre visiblemente azorado. -Ya sé que es difícil, pero no se sienta culpable, son accidentes porque son imprevisibles e inevitables, que Dios le bendiga y no le haga pasar nunca más por un trago semejante. -Gracias madre –respondió el hombre sintiéndose extrañamente reconfortado. Cuando salió de la estación tuvo que sentarse un momento en un banco abrumada. Como era posible que todos los detalles que había comprobado del sueño coincidiesen con lo que había pasado. ¿Por extensión podía dar por hecho el resto de detalles que no podía comprobar o todo esto era una broma del diablo? Mientras más información obtenía, más confundida estaba. Pensar en Salva como en un asesino le parecía inconcebible pero mientras más datos obtenía más culpable parecía. Tenía la sensación de estar aún dormida envuelta en una terrible pesadilla. Pero ahora que había llegado hasta allí no iba a detenerse hasta conocer toda la verdad. Se levantó del banco y se puso a caminar sin rumbo fijo mientras meditaba cual debía ser su siguiente acción. Sus pasos la llevaron ante una iglesia y sin pensarlo entró. La atmosfera fresca y silenciosa enseguida le envolvió serenándola. La iglesia estaba completamente vacía salvo por la La Virgen que le miraba con el Niño en sus brazos desde lo alto de un sencillo retablo cubierto de pan de oro. Se sentó en uno de los bancos y rezó a La Virgen durante unos minutos ajena al mundo exterior. Al salir de la iglesia, una hora después, ya tenía un plan. Buscar a una persona era más difícil que antes. Cuando era adolescente sólo tenía que coger una guía telefónica y conseguía los datos sin problemas pero ahora había poca gente con línea fija y había tantas empresas proveedoras que no era práctico tener una guía por cada uno. Lo que sí seguía siendo igual es que nadie se atreve a negarle una respuesta a una mujer con hábito. Afortunadamente sus padres aún vivían en el mismo sitio que cuando eran amigas y le proporcionaron la dirección de Vanesa aunque ya no se acordaban de ella. Recordaban las dos simpáticas gemelas que eran las mejores amigas de su hija, pero después de tanto tiempo no recordaban sus caras. Vanesa era una adolescente alta, desgarbada y extremadamente inteligente. Durante aquellos años las tres habían sido inseparables y por las cartas de Maya la monja, sabía que seguían siendo intimas amigas y mantenían una estrecha relación. Con la esperanza de que Maya le hubiese contado algo a Vanesa que le ayudara a comprender un poco mejor aquella situación se plantó ante la puerta de la vieja amiga. Cuando Vanesa abrió la puerta le costó reconocer a su vieja amiga. La chica alta y desgarbada se había convertido en una mujer elegante y atractiva ayudada por unos pequeños retoques quirúrgicos aquí y allá. Vanesa en cambio la reconoció al instante y le dio un fuerte abrazo mientras rompía a llorar incapaz de contener sus emociones. Una vez hubo pasado el acceso de llanto Vanesa le invitó a pasar y se sentaron en la cocina delante de sendos vasos de té verde. -Siento mucho lo que le ocurrió a tu hermana –comenzó Vanesa –desde que éramos niñas era mi mejor amiga. Era un gran apoyo y con su eterno optimismo me ayudaba siempre en los peores momentos. -Sé que manteníais una relación muy estrecha y que es una gran pérdida para ti –replicó sor Teresa –pero quiero que sepas que a pesar de la distancia que imponen mis obligaciones sigo considerándote mi amiga y que si me necesitas te ayudaré en todo lo que este en mis manos. -¡Uf! ¡Que tonta! Tu pierdes a tu hermana y en vez de consolarte me dedico a llorar y a contarte más penas –dijo Vanesa limpiándose con un clínex. -Ambas hemos sufrido una gran pérdida. No será fácil vivir sin Maya. Fue todo tan repentino que apenas me lo puedo creer. -Tienes toda la razón, apenas puedo creerlo, la semana pasada estábamos riendo y contándonos banalidades en esta misma cocina y ahora está… -Con Dios –terminó la monja cuando a Vanesa se le corto la voz por la emoción. -Sí, eso, con Dios. -Perdona si me meto donde no me llaman, pero no pude evitar ver que ayer en el tanatorio no te acercaste a Salva en ningún momento… -Ese tipo no me cae bien. –Le interrumpió Vanesa tajante – Al principio me pareció el marido perfecto pero luego vi que no era trigo limpio. Tiene algo que hace que cualquier mujer se sienta automáticamente atraída por él. Y él se aprovecha de ello. Incluso intentó liarse conmigo y cuando se lo conté a Maya se enfadó muchísimo y casi nos cuesta nuestra amistad. Aún a estas alturas no sé si lo hizo porque le atraía o porque quería separarnos. Afortunadamente, Maya al fin abrió los ojos y nuestra relación no se resintió. -¿Cuándo ocurrió aquello? -Fue hace ocho meses aproximadamente. –respondió Vanesa percibiendo el súbito interés de la monja. -¿Notaste algo raro en la pareja desde aquel momento? -Claro que sí. Maya no iba tan a menudo a las carreras con Salva. Hasta aquel día eran inseparables pero últimamente se quedaba los fines de semana en casa y aprovechábamos para ir juntas por ahí de compras, al cine, lo que fuese. Se la veía preocupada y por lo que me contaba los fines de semana eran un oasis de paz en medio de una tormenta de discusiones continuas. -¿Estaba muy deteriorada su relación con Salva? -Bastante, Maya sospechaba de sus constantes salidas Después de meses de continuas discusiones y gritos, hace quince días Maya me dijo que iba a divorciarse, que no aguantaba más. -¿Alguna vez mostró alguna herida o contusión? –pregunto Sor Teresa intentando parecer casual. -No, pero hubo dos ocasiones en las que dejamos de vernos durante diez días. Según ella por culpa de una gripe, pero cuando me ofrecí a visitarla y llevarla un caldo de pollo ella me rechazo nerviosa, como si tuviese algo que ocultar. -Entiendo. -¿Sabes algo que yo debería saber? -Yo… -No lo intentes las monjas no tenéis suficiente práctica en eso de mentir. -Aún no tengo ninguna prueba… -Lo sabía, quién puede creer que un tipo acostumbrado a conducir bestias de setecientos caballos no pueda controlar un cochecito que tiene desde su juventud –le interrumpió Vanesa de nuevo. –y que casualidad que ocurre en la peor curva de todo el puerto en el momento en que pasa el autobús de una línea regular. -El destino… -El destino, ¡Una polla!… Perdón madre. –exclamo Vanesa inmediatamente arrepentida. -Sea o no una casualidad, con Maya incinerada no tengo ni una prueba sólida. -De todas maneras déjaselo todo a la policía y no intentes ninguna tontería, Salva es un tipo peligroso… Tras unos momentos de silencio Sor Teresa decidió cambiar de tema y mientras apuraban el té ya casi frío recordaron viejas anécdotas de su infancia. Antes de despedirse con un fuerte abrazo Vanesa le hizo prometer que no haría ninguna tontería y la monja se lo prometió con la certeza de que era una promesa que no iba a poder mantener. Cuando salió de la casa de Vanesa sólo le quedaba una cosa que hacer. Cogió un autobús que le llevó al centro y tras preguntar a tres personas finalmente dio con la jefatura de tráfico. Las oficinas estaban situadas en el entresuelo de un edificio de los años setenta. Unas escaleras estrechas y oscuras conducían a unas oficinas enormes pero aun así atestadas de gente. Se dirigió a información y un amable funcionario le señalo la ventanilla correspondiente recordándole que debía sacar un número en una pequeña máquina dispensadora. Afortunadamente las colas más nutridas eran la de los permisos y la de las multas. Tras veinte minutos de espera le llego su turno y se acercó a la ventanilla. -Buenos días, ¿En qué puedo ayudarle hermana? –le preguntó una funcionaria de aspecto cansado. -Buenos días hija, vera uno de los ancianos de la residencia era pasajero en un autobús que se vio implicado en un accidente hace unos días. El caso es que en un primer momento estaba perfectamente pero ha empezado a quejarse del cuello y cuando hemos ido al médico nos ha dicho que todo es consecuencia del accidente. El hombre está empeñado en reclamar a la aseguradora y quiere una copia del atestado. Me da a mí que es más por aburrimiento que por otra cosa, pero me resulta tan difícil negarles nada… -Rellene esta solicitud y abone treinta euros en caja. Necesito la fecha y la vía y el punto quilométrico del accidente. –dijo la mujer interrumpiendo la bonita historia que había estado elaborando durante la travesía en autobús. Cumplimentó el formulario y tras abonar los treinta euros se puso de nuevo a la cola. Tras otros veinticinco minutos de espera la mujer sacó unos cuantos folios de la impresora los selló y se los entregó recibiendo un “Dios le bendiga” a cambio. El atestado era bastante detallado. El informe de la guardia civil no aportaba nada nuevo. Aparentemente el accidente había ocurrido tal como le habían contado y como el suelo estaba húmedo no había apenas marcas de frenazos que pudieran contradecir lo que Salva le había contado. Pero lo que realmente le interesaba era el informe judicial. Como había sido mortal, un juez se había personado en el lugar y había realizado un informe detallado. En esencia se limitaba a certificar lo que los guardias habían plasmado en su informe, pero afortunadamente aquel juez, no sé si por rutina, o llevado por una corazonada había hecho un registro del automóvil siniestrado. En la lista de objetos que habían encontrado no estaba , tal como esperaba. Para cerciorarse decidió hacer una visita al teniente de la guardia civil que firmaba el atestado. El cuartel de la guardia civil era aún más viejo. Cuando entró le informaron de que el teniente Ribas estaba de servicio y no volvería hasta la tarde. Como disponía de tiempo y se dio cuenta de que no había comido nada desde el desayuno decidió comer algo. Enfrente del cuartel había una pizzería en la que dio buena cuenta de una pizza prosciutto una ración de pan de ajo y una coca cola light. Con el estómago lleno, se dirigió a un parque cercano y sentándose en un banco se dedicó a meditar y a observar las palomas. Cuando volvió de nuevo al cuartel el teniente ya había sido avisado y estaba esperándola. El guardia la recibió vestido de calle e impecablemente afeitado. Era un tipo alto y fuerte, pelirrojo y de ojos claros fríos y duros pero la trato con una educación que hacía tiempo que no veía. -¿En qué puedo ayudarla madre? Preguntó el guardia con curiosidad. -Es por el accidente del autobús el otro día, según el atestado fue usted el que realizó la investigación. -En efecto madre, un desgraciado accidente, no pudimos hacer nada por su hermana. -¿Cómo sabe que era su hermana? –pregunto la monja. -No se los demás compañeros, pero la cara de una mujer muerta no la olvido de un día para otro y usted es su viva imagen. –respondió el guardia. -Tengo entendido que el juez realizó una investigación… -En efecto, ya había empezado cuando llegó el juez. -¿Había algo que le diese mala espina? –preguntó la hermana Teresa. -No y sí. En realidad estaba todo en orden, demasiado en orden. El coche en la peor curva en la situación perfecta, en el momento exacto… Lo hice por precaución, por instinto y finalmente no encontré nada que me hiciese sospechar que no había sido un accidente. -¿Puedo hacerle un par de preguntas? -Por supuesto hermana, dispare. -Hizo una lista de todos los objetos que había encontrado en el coche y en la cuneta. –Dijo la monja mostrándole el atestado – ¿Encontró el bolso de mi hermana? -Ahora que lo dice no lo encontré por ninguna parte. -Una última cosa; ¿Estaba mi hermana maquillada? -No la examiné a conciencia pero por lo que recuerdo ni siquiera llevaba los labios pintados. –Respondió el guardia frunciendo el ceño –Madre, ¿Hay algo que deberíamos saber? -¡Oh! No, simple curiosidad. Es sólo que no encontramos el bolso de mi hermana por ninguna parte. –replicó sor Teresa intentando ser convincente. -No le voy a robar más tiempo, muchas gracias por todo y que dios le bendiga. –dijo la monja intentando cortar la conversación ante el súbito interés del guardia. -Gracias hermana, ¿quiere que le llamemos un taxi?
No entraba en Zara desde que tenía catorce años. El aspecto de la tienda no había cambiado demasiado; las mismas paredes blancas, los mismos colgadores metálicos, la música suave, las dependientas discretamente uniformadas y las mismas colas quilométricas en las cajas. Cuando entró, empleados y clientes le dedicaron una corta mirada de curiosidad y enseguida volvieron a sus quehaceres contribuyendo a mantener la sociedad de consumo. La ropa sí que había cambiado y ahora también vendían zapatos y todo tipo de accesorios. Sin perder tiempo escogió un traje sastre de color negro y unos zapatos de tacón del mismo color y una blusa blanca semitransparente con escote en uve. Camino de los vestuarios se encontró con la sección de lencería donde cogió un sencillo conjunto lycra negro. A pesar de los años transcurridos no había perdido el ojo para la ropa y todo lo que probó le sentaba como un guante. Antes de dirigirse a la caja eligió un pequeño bolso plateado y se dispuso a hacer cola. Sobre el mostrador al lado de la caja había una serie de artículos de cosmética, estuvo a punto de pasarlos por alto pero un pintalabios de color azul petróleo oscuro llamó su atención y le dio una idea. Pagó y le pidió permiso a la cajera para cambiarse en los probadores, a lo que ésta accedió un poco alucinada. De camino paso por la sección masculina y cogió una camisa y aparentando observarla con detenimiento le quitó los clips que la mantenían sujeta y doblada en torno al cartón. Por segunda vez en veinticuatro horas estaba desnuda frente a un espejo, pero esta vez no se paró a contemplarse, se vistió rápidamente y se puso los vertiginosos tacones introduciendo el uniforme en la bolsa. Se perfiló las pestañas con rimmel y se pintó los labios. El color azul oscuro destacaba en la tez pálida y limpia de la hermana dándole un aspecto casi sobrenatural. Termino su cambio de look recogiendo su melena en un apretado y tirante moño que sujeto con los clips que había cogido de la camisa. Cuando la mujer salió del probador el único rastro que quedaba de la hermana Teresa era una bolsa llena de ropa gastada abandonada en una esquina. A pesar de estar frente a la puerta, casi se esfumo ante sus narices. De no ser por que como hombre que era, se paró a hacerle una radiografía completa, no se hubiese dado cuenta de que era ella. Mientras la seguía por el centro comercial hacía la salida se preguntó como una monja podía caminar con tanta naturalidad y estilo con aquellos tacones. A pesar de que había comprobado los datos de la hermana, le costaba pensar en ella como en una monja cada vez que su culo se meneaba y vibraba al ritmo de aquellos tacones. Mientras se acercaba a la salida, Mía no podía evitar pensar en la ropa que había dejado en el probador. Cada paso que daba y se alejaba de ella sentía que se alejaba un poco más de sor Teresa, del convento, de sus hermanas… de Dios. Dándole vueltas a la sobria alianza que le unía a Dios y a la congregación repasaba todo lo que le había ocurrido en su vida y sentía que había llegado a un punto de inflexión en su vida. Desde que se enteró de la muerte de su hermana y salió del convento, en lo más profundo de su alma sabía que que iba a ser muy difícil que volviera. No es que hubiese perdido la fe en Dios, pero la temprana muerte de su hermana a la que estaba indisolublemente unida le apremiaba a experimentar y a vivir la vida por las dos, para las dos. Hurgando en el pequeño bolso sacó la cartera y conto el dinero que le quedaba; Aún tenía para una última cena. Eligió un bar restaurante de aspecto discreto y semivacío y se sentó en una mesa dispuesta a cenar y dejar pasar el tiempo hasta que llegase el momento adecuado. Cenó una menestra de verduras bastante buena y una zarzuela de pescado bastante congelado, mientras masticaba lentamente notaba como todos los parroquianos que entraban se le quedaban mirando un par de minutos y luego se volvían hacia su plato. Tras dar cuenta de una porción de tarta de chocolate y una menta poleo de dirigió a la barra y pidió un gin-tonic. Nunca lo había probado pero el calor de la ginebra le reconforto y le tranquilizo los crispados nervios. Un tipo se le acercó y decidió charlar con él para pasar el rato, cuando le preguntó a que se dedicaba y después de pensarlo le dijo que trabajaba para una O.N.G. Por suerte llegó la hora justo antes de que se pusiese demasiado pesado, así que se despidió rápidamente y salió a la calle a buscar un taxi. La noche era clara pero muy fría, el conductor le aconsejó que cerrase las ventanillas pero después de un tercer intento infructuoso se limitó a encogerse de hombros y conectar el asiento calefactable del Mercedes. Mía se limitaba a acercar la cabeza y las manos a la corriente de aire helado que entraba por la ventanilla trasera sin decir nada. Cuando llegó a la casa de su hermana la cancela estaba abierta y sólo Ras apareció silenciosamente a saludarla. Llamó al timbre y esperó sin resultado alguno. Tuvo que volver a hacerlo tres veces para conseguir oír algún ruido en el interior. Cuando apareció Salva ante la puerta con la mente nublada por el estupor alcohólico Mía se le echo encima: -¿Por qué? –preguntó Mía entrando en la casa. -¿Maya? –dijo Salva reculando confundido sin cerrar la puerta siquiera. Salva adelantó su mano incrédulo sin poder dejar de mirar la tez pálida y los labios azules de la mujer. Cuando su mano tocó la cara helada de Mía la retiró como si quemara y ella aprovechó para cogerle la cara con sus manos heladas e imitando la voz de Maya volvió a preguntar: -¿Por qué? -Yo, no, no quería, fue un accidente… -Así que un accidente que parece un asesinato y un asesinato que parece un accidente… -No lo entiendes cuando empezamos a discutir y tú me lanzaste el florero –replico Salva con la lengua pastosa. –yo reaccione instintivamente y te lance el trofeo, con la intención de romper algo y descargar tensión pero te di con el justo en la sien. El crujido del hueso fue horrible e inequívoco. -Y en vez de llamar a emergencias lo resolviste tú sólo. -Compréndelo. –Dijo asustado –No podía permitirme un escándalo y un juicio, no ahora que estoy tan cerca de… -Que Dios se apiade de tu alma. –dijo Mía arrepintiéndose inmediatamente. -¡Mía! ¡Eres tú! ¡Puta! –dijo Salva súbitamente despejado. Con un rápido empujón la acorraló contra la pared y le agarró por el cuello. Con la mano libre metió su mano por dentro del pantalón de mía y le apretó su sexo con fuerza. Los dedos de Salva resbalaron sobre la lycra que cubría su sexo despertando en la mujer flashes de lo ocurrido la noche anterior. -Nunca había oído de un fantasma con el chocho caliente. -Entrégate Salva –dijo Mía con un hilo de voz –permite que mi hermana descanse en paz… Salva apretó un poco más el cuello de mía y la levanto a pulso contra la pared. Mía, con la punta de los zapatos apenas rozando el suelo y estrellas en el fondo de sus ojos, alargo el brazo y le dio un flojo golpe en el tórax. Salva se dobló por el dolor en las costillas rotas y dio un paso atrás permitiendo a Mía tomar una deliciosa bocanada de aire. -Zorra acabaré contigo como lo hice con tu hermana –dijo propinándole un bofetón tan fuerte que acabo con Mía por el suelo y manando sangre de sus labios. Sin darle tiempo a levantarse Salva cogió el pesado de trofeo de bronce y lo enarbolo por encima de su cabeza como un leñador, dispuesto a terminar su trabajo de un golpe… -¡Teniente Ribas de la Guardia Civil! ¡Salvador Peña queda detenido por el asesinato de Maya Vela! –Gritó el teniente sosteniendo su Beretta reglamentaria en la mano derecha –suelte eso y apártese de esa mujer o le pego un tiro. Aprovechando el desconcierto de Salva Mía se apartó a gatas para ver como este se quedaba quieto y miraba el trofeo en su mano durante unos segundos para finalmente dejarlo caer en la moqueta. Envuelta en una manta y sentada en la parte trasera de una ambulancia mientras una enfermera le curaba la herida del labio, Mía no podía dejar de pensar en cómo su vida había cambiado en cuarenta y ocho horas… para siempre. -¿Cómo se encuentra? –preguntó el joven teniente mientras se acercaba. -Algo magullada, pero gracias a usted perfectamente. Apareció en el momento justo, un segundo más y estaría muerta. -En realidad la he estado observando todo el día desde que me hizo aquellas dos preguntas. Parece mentira que no cayese en ello, pero en fin ya sabe cómo somos los hombres, a pesar de verlo continuamente, hasta ahora no había sido realmente consciente de que ninguna mujer saldría de fiesta sin su bolso y menos sin un mínimo de maquillaje. -Deberían tener más mujeres en el cuerpo. -¿Me está pidiendo trabajo? Porque por lo que veo a dejado su viejo uniforme… La conversación se vio interrumpida por el paso del coche que llevaba a Salva a comisaría. Del otro lado del cristal no vio culpabilidad, sólo ira y resentimiento. |
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Relato erótico: “Preñé a mi madrastra durante una noche de verano” (POR GOLFO).
Si habéis entrado en este relato por el título esperando un relato de infidelidad, buscando a un hijo maltratado por su padre o a una mujer parecida a la madrastra de Blanca Nieves, os habéis equivocado.
Para empezar no tengo queja de mi viejo. Viudo desde que yo era un niño, se dedicó en cuerpo y alma a cuidarme. Padre cariñoso y atento usó todo su tiempo libre para que, yo, su hijo fuera un hombre de provecho. Nada era suficiente para él; si creía que para mi futuro era necesario un verano en Inglaterra, me lo pagaba aunque eso supusiera que en su vida personal tuviese que aguantar estrecheces. Si por el contrario, veía que me estaba descarriando, no dudaba en llamarme al orden. Fue un padre con mayúsculas y un ser humano todavía mejor. Solo y sin pareja durante la mitad de su vida, esperó a que cumpliera dieciocho años para empezarla a buscar. Si ya de por sí eso es raro, ¡Primero me pidió permiso!
Creo necesario contaros la conversación que tuvimos para que os hagáis una idea del tipo de persona que fue. Recuerdo que ni siquiera fue él quien sacó el tema, sino yo…
Estábamos tirados en una playa de La Manga cuando en un momento dado me percaté que mi padre no perdía ojo a una rubia que estaba tomando el sol en topless. La mujer en cuestión estaba buenísima y encima lo sabía. Acostumbrada a las miradas de todos los hombres de su alrededor, no solo no le molestaban sino que las buscaba. Por eso, sintiéndose observada por mi viejo, con gran descaro empezó a tontear con él con las típicas sonrisitas. Fue entonces cuando viendo que progenitor reaccionaba a su ataque bajando la cabeza y poniéndose rojo, le solté:
-¿Porque no vas a hablar con ella? Se nota que le gustas.
Don Raúl, poco acostumbrado a ese tipo de conversación, contestó:
-No me parece apropiado. Soy viudo.
-Papá, ¡No jodas!- reaccioné diciendo- Mamá murió hace mucho tiempo y sigues siendo joven. Tienes que rehacer tu vida porque en pocos años ya no viviré contigo.
Durante un buen rato, se quedó callado. Comprendí que aunque sabía que llevaba toda la razón, estaba tan oxidado que no se atrevía a dar el primer paso y por eso, lo di yo. Levantándome de mi tumbona, me acerqué a ese monumento y le pregunté si quería acompañarnos a tomar el aperitivo. Contra todo pronóstico, la rubia aceptó y cogida de mi brazo, fuimos hasta mi padre, el cual viendo mi jugada solo pudo sonreír y acompañarnos hasta el chiringuito. Ya en ese local, me tomé una cerveza con ellos y viendo que sobraba, los dejé solos y me largué con mis amigos. Esa noche, mi padre triunfó y por primera vez en mi vida, llegó más tarde que yo al hotel.
A partir de ese verano, nuestra vida en común cambió para bien. Mi viejo aunque siguió siendo el padre ideal, empezó a salir con amigos y a alternar. Fui yo también el que viendo como a los dos años que derrochaba buen humor, el que directamente preguntó:
-Papa, ¿Tienes novia?
Colorado como un tomate y tartamudeando, me respondió que sí. Al oírlo, sinceramente me alegré por él y sin pensármelo dos veces, le pedí que me la presentara.
-Es demasiado pronto- contestó- solo llevo saliendo con Carmen un par de meses.
Descojonado porque lo hubiese mantenido en secreto, me cachondeé de su timidez y forzando al extremo su confianza, le espeté:
-No me la presentas porque es un cardo.
Herido en su orgullo, mi viejo respondió:
-Al contrario, es una belleza.
Su respuesta me divirtió y en plan de guasa, le dije que era imposible que siendo así se hubiera fijado en él.
-No soy tan mal partido- protestó muy enfadado y para demostrármelo, prometió que al día siguiente la conocería…
Papá me presenta a su novia.
Tal y como había prometido me la presentó ese día. Mi viejo eligió un restaurante de lujo para hacerlo. Como había quedado en pasar por ella, fui directamente desde la universidad. Al llegar antes, pregunté por la mesa y pidiendo una cerveza al camarero, me senté a esperarlos. Llevaba menos de cinco minutos en ese local cuando vi entrar a una morenaza unos cinco años mayor que yo.
Confieso que me fijé en ella pero en mi descargo, el cien por cien de los hombres presentes hicieron lo mismo, cautivados por el espectáculo que suponía verla andar. Embutida en un pegado vestido azul, los dones que la naturaleza le había otorgado se veían magnificados y por eso no pude mas que sorprenderme cuando llegando hasta mí, se sentó frente a mí.
-Perdona, estoy esperando a mi padre- solté totalmente cortado.
Ese pibón sonriendo contestó:
-Lo sé, vengo con él.
Cayendo en la cuenta que era la novia de mi viejo, tuve que pedirle perdón y metiendo la pata nuevamente, me excusé diciendo:
-Disculpa pero me esperaba otra cosa.
Soltando una carcajada, contestó:
-Te comprendo, a mi misma me sorprende haberme enamorado de un hombre veinte años mayor que yo.
Me agradó que fuera ella la que sacara el tema y medio mosqueado, le dije:
-Sinceramente, me parece imposible.
La muchacha con una naturalidad que me dejó alelado aceptó mis dudas diciendo:
-Por eso le pedí a Raúl que llegara media hora tarde. Creo que debía exponerte sola mi versión sobre lo nuestro.
Tras lo cual, me narró que le había conocido hacía más de un año en un congreso de la empresa donde ambos trabajaban. Al escucharlo, creí erróneamente que esa belleza sería una secretaria pero ella me sacó del error cuando me dijo:
-Pero fue hace seis meses cuando me nombraron directora de su departamento cuando realmente empecé a conocer a tu padre y me enamoré de él.
-¿Me estás diciendo que eres su jefa?
Muerta de risa al ver mi cara, respondió justo cuando entraba el aludido:
-Sí, ¡Tu padre tiene buen gusto! ¿O no?
Como comprenderéis no quedé satisfecho pero comportándome como persona educada nunca volví a sacar ese tema en su presencia, sobre todo porque los hechos posteriores me terminaron de convencer de la sinceridad de esa mujer.
Curiosamente mi padre que se había mantenido célibe durante dos décadas, cayó rendido ante Carmen y en menos de tres meses, le pidió que se casara con él. Esa morena le rogó que le dejara pensárselo durante unos días.
¿Os imagináis la razón?
¡A buen seguro os equivocáis!
Nada de inseguridades de última hora, ni la presencia de un tipo mas joven. Lo que retuvo a esa mujer fui yo. Pero no porque secretamente estuviera colada por mí sino porque antes de contestar quería conocer mi opinión. Ella sabía que debía contar con mi aprobación si quería que mi viejo fuera feliz y por eso quedó en secreto conmigo.
Para entonces, mi aversión a esa unión contra natura había menguado y creyendo que si me oponía eso iba a distanciarme de mi padre, accedí. Mi “permiso” aceleró las cosas y justo el día que hacían un año de novios, se casaron.
A partir de esa fecha, mi vida cambió y no porque esa muchacha se convirtiera en una arpía sino porque con el trascurso del tiempo, la madrastra mala de los cuentos nunca apareció y en cambio gracias al roce diario, la comencé a considerar una buena amiga que además hacía inmensamente feliz a mi padre.
Paralelamente, su gran sueldo sumado al de mi viejo nos permitió vivir mejor. Nos trasladamos a un chalet de las afueras, cambiamos de coche e incluso entre los dos se compraron una casita de veraneo donde años después ocurriría algo que nos uniría aún más.
Mi padre fallece.
Cinco años estuvieron juntos, cinco años durante los cuales, terminé mi carrera, conseguí trabajo y me independicé. Su idilio no parecía tener fin, enamorados uno del otro, parecían unos quinceañeros haciéndose continuas carantoñas en público y en privado.
Solo puedo manifestar que fueron felices hasta el día que desgraciadamente un ataque al corazón, separó ese matrimonio. Fue algo imprevisto, mi padre era un hombre sano que se cuidaba y aun así, sufrió un infarto masivo del que no pudo salir.
Al morir, Carmen estaba deshecha. Según ella, su vida no tenía sentido sin mi viejo y por eso se hundió en una brutal depresión. Viendo cómo se dejaba ir por la tristeza no me quedó más remedio que apoyarla y actuando más como un amigo que como un hijastro, hablaba con ella todos los días y al menos una vez a la semana, quedábamos a comer.
Poco a poco, su destino quedó en mis manos. Con treinta y tres años y siendo una ejecutiva de prestigio, mi madrastra dependía de mí para todo. Yo era quien la llevaba de compras, quien la sacaba a comer e incluso con el tiempo, dejó de frecuentar a sus conocidos y mis amigos se convirtieron en los suyos.
No pocas veces, tuve que soportar estoicamente los recochineos de mis colegas que, sin faltarles razón, se reían de nosotros diciendo que parecíamos novios. Pero os juro que aunque era consciente de su belleza, nunca se me pasó por la cabeza tener un rollo con ella.
Carmen, era mi amiga y ¡Nada más!
Confiaba en ella y ella en mí. Nuestra extraña relación cada día se hacía más fuerte. Compartía con ella el día a día, las cosas nimias y las importantes pero cuando realmente me demostraba su cariño era cuando tenía problemas. Entonces esa mujer lo dejaba todo y acudía rauda en mi ayuda. Daba igual el motivo, ante cualquier flaqueza por mi parte, Carmen se ponía al timón y me rescataba.
Reconozco que también tuvo que mucho que ver el hecho que solo nos lleváramos seis años porque al ser de la misma generación, teníamos puntos de vistas parecidos.
Todo cambió un día del mes de junio que mientras tomábamos unas copas en un bar, mi madrastra me preguntó que iba a hacer ese verano.
-No lo tengo todavía pensado- respondí.
Mi respuesta le dio la oportunidad para decirme:
-Necesito que me hagas un favor. Desde que murió Raúl, no me atrevo a ir a Marbella. ¿Te importaría acompañarme?
Me quedé alucinado al escucharlo ya que hacía dos años que mi padre había fallecido y realmente pensaba que Carmen ya lo había superado. Por eso sin pensar en las consecuencias, prometí acompañarla…
El viaje a Marbella.
Dos meses más tarde, exactamente el primero de agosto, pasé por ella a su casa. Mi madrastra me esperaba en la puerta con tres enormes maletas. Nuestra relación era tan asexual que en un primer momento no me fijé en ella sino en su equipaje.
-¡Dónde vas! ¿Te mudas?- protesté al temer que no cupieran en el maletero.
Carmen, muerta de risa, respondió a mi exabrupto con una sonrisa mientras me decía:
-Después de los años que me conoces, ¿Te sorprende que sea coqueta?- y dándose la vuelta, me modeló su vestido- ¡Es nuevo!
Fue entonces cuando al contemplarla, cuando realmente empezaron mis problemas porque por mucho que fuera la viuda de mi padre no pude dejar de admirarla. Enfundado en un vaporoso tul, su cuerpo era una tentación para cualquier hombre. Por eso aunque de reojo, me quedé maravillado con su escote. El profundo canalillo de sus pechos no dejaba lugar a dudas:
“Carmen tenía un par de tetas de ensueño”.
Para mi desgracia, cuando todavía no me había recuperado de la impresión de descubrir que mi madrastra me atraía, entramos en el coche y mientras se ponía el cinturón, observé que la falda se le había subido mostrando con descaro la casi totalidad de sus muslos.
Medio cortado, intenté retirar mi mirada pero era tanta la atracción que producía en mí que continuamente volvía una y otra vez a deleitarme con sus jamones.
-¿Qué te ocurre?- un tanto extrañada me preguntó al percatarse que estaba en silencio.
Luchando con todas mis fuerzas contra ese descubrimiento, molesto le solté:
-¡Tápate! ¡Que no soy de piedra!
La morena creyendo que era broma, sonrió y siguiendo la teórica guasa, me contestó mientras incrementaba mi turbación dejando más porción de sus piernas al aire:
-¿No fastidies que te molesta que las enseñe? ¿Acaso no las tengo bonitas?
Hoy comprendo que nunca se hubiera atrevido a tontear de esa forma si hubiera sabido lo que su acción provocaría porque al contemplar el principio de su tanga, mi pene reaccionó con una gran erección. Fue algo tan imprevisto y evidente que mi madrastra no pudo más que cubrirse. A partir de ese instante, se formó una barrera entre nosotros que unos segundos antes no existía. Sé que tanto yo como ella, fuimos por primera vez conscientes que el otro existía, cayendo el velo que nos había mantenido tan alejados como unidos.
En completo silencio, recorrimos los primeros trescientos kilómetros. Silencio que tuve que romper para recordarle que habíamos quedado en visitar a mi abuela aprovechando que pasábamos por cerca de Linares. Creo que mi madrastra agradeció esa parada porque recordando el cariño que su suegra siempre le había mostrado, me preguntó:
-¿Cómo sigue la viejita?
-Un poco ida pero bien. A veces confunde las cosas pero gracias a Dios mantiene su buen humor.
Siguiendo lo planeado, salimos de la autopista y entramos en el pueblo del que salió mi padre siendo un niño. Al llegar a la casa familiar, Doña Mercedes nos estaba esperando sentada en el salón. Nada más vernos me saludó diciendo:
-Ya te vale, ¿Hace cuánto tiempo que no vienes a ver a tu madre?
Me quedé de piedra al comprender que me había confundido con su hijo y no deseando hacer que recordara su muerte, lo dejé estar y con cariño la besé mientras le decía:
-¿Te acuerdas de Carmen?
La anciana sonriendo, respondió:
-Por supuesto que recuerdo a tu novia.
Mi madrastra haciendo caso omiso a la confusión, la abrazó como si nada sin saber que durante la comida, el principio de demencia senil que sufría la viejita nos volvería a poner en un aprieto.
Tal y como era costumbre en ella, Doña Mercedes se mostró afable y divertida durante toda nuestra visita pero cuando ya estábamos en el postre, de improviso empezó a quejarse del peso de los años y a tenor de ello, comentó:
-¿Sabes Carmen lo único que me mantiene con vida?- la aludida contestó que no, cogiendo la mano de la anciana entre las suyas. Fue entonces cuando mi abuela le soltó: -Me gustaría conocer a mi nieto antes de morir.
Interviniendo exclamé:
-¿Qué nieto?
Muerta de risa, la viejita respondió:
-¡Cual va a ser! ¡El vuestro! Estaré chocha pero no me creo que estéis tan anticuados que no os hayáis ya acostado y dirigiéndose a la viuda prosiguió diciendo: -Cariño, sé lo mucho que le quieres así que olvídate de lo que piense la gente y ten un niño.
Con una sonrisa, mi madrastra prometió pensarlo aunque interiormente estaba pasando un mal rato. Mal rato que se incrementó cuando mi abuela le pidió que le acompañara a su cuarto dejándome solo en el comedor. Aproveché la ausencia de las dos mujeres para recoger los platos y llevarlos a la cocina. Aun así tuve que esperar cinco minutos a que volvieran. Cuando lo hicieron, Carmen tenía los ojos rojos, señal de que había llorado.
-¿Qué ha pasado? – pregunté extrañado.
Aunque la pregunta iba dirigida a Carmen, fue mi abuela la que contestó:
-Se ha puesto tierna cuando le regalé el broche de mi madre.
Confieso que la creí y tratando de evitarle otro disgusto, cogí a Carmen de la cintura y nos despedimos de ella. En ese momento, me pareció natural ese gesto pero mientras nos dirigíamos hacía el coche fue cuando comprendí aterrorizado que nos estábamos comportando como si fuéramos pareja y que curiosamente, me alegraba que mi madrastra no pusiera ningún impedimento.
Tres horas más tarde, llegamos a la coqueta casa que había compartido con mi padre. Al aparcar, empezaron sus nervios y comprendiendo su angustia, no dije nada mientras bajaba las maletas. Cómo conocía el chalet, directamente llevé su equipaje hasta su habitación dejando el mío en la habitación de invitados. Al terminar, la busqué y me la encontré muy triste en el salón.
“Pobre”, pensé al comprobar su dolor y con ganas de consolarla, me senté a su lado y la abracé.
Carmen me recibió entre sus brazos y apoyando su cabeza en mi pecho, se desmoronó llorando a moco tendido. Sin moverse y entre mis brazos, esa morena se desahogó durante largo rato hasta que ya más tranquila, limpiándose las lágrimas me rogó que la sacara a cenar.
-¿Estas segura? – pregunté un tanto extrañado.
Con una determinación que no supe interpretar en ese momento, respondió:
-Tu abuela tiene razón, tengo que seguir adelante- y saliendo de la habitación, me informó que iba a cambiarse.
Os confieso que me sorprendieron sus palabras y tratando de asimilarlas, me fui a arreglar:
“¿Qué coño habrá querido decir?”, continuamente me repetí al recordar que de lo único que había sido testigo había sido de la confusión senil de la viejita y suponiendo que debía referirse a algo que le había dicho en su habitación.
El galimatías de mi mente se incrementó al verla bajar por las escaleras ya que la mujer triste había desaparecido dando paso a una versión espectacular de mi madrastra.
-¡Dios!- exclamé admirado.
Carmen sonrió al escucharme y llegando ante mí, se recreó modelando su vestido. Reconozco que babeé mientras daba un buen repaso a su anatomía.
-¡Estás preciosa!- tartamudeando mascullé al admirar el erotismo que manaba esa mujer embutida en ese negro vestido.
Prendado y confundido, me quedé mirando tanto sus pechos como su culo. Mi desconcierto no le pasó inadvertido y soltando una carcajada, me espetó mientras cogía mi mano entre las suyas:
-¡Vámonos de farra!
Su alegría contrastó con el caos de mi cerebro porque al sentir la caricia de sus dedos, mi corazón empezó a palpitar con rapidez mientras bajo mi pantalón, mi pene traicionándome se alzaba dispuesto para la acción.
“Es la viuda de mi padre”, indignado conmigo mismo porfié en un vano intento de espantar la atracción que sentía por esa morena.
Como su restaurante favorito estaba a cinco minutos, dejamos el coche en el chalet y nos fuimos caminando. Carmen comportándose como una chiquilla se pegó a mí durante ese trayecto, acrecentando mi desasosiego al llegar hasta mis papilas su aroma.
“Tío, ¡Tranquilízate!”, rumié entre dientes mientras entrabamos en el local.
Una vez allí, mi madrastra impelida por un renovado fervor no paró de bromear y beber mientras cenábamos. Sus risas consiguieron poco a poco diluir mi turbación y al terminar, nuevamente éramos los dos amigos de siempre, o eso creí, porque ya en la calle, Carmen insinuó que le apetecía ir a bailar.
Aceptando su sugerencia, la llevé a una discoteca donde sin esperar que nos dieran mesa, se puso a bailar. El camarero viendo que mi pareja estaba en la pista, nos acomodó justo al lado de forma que al sentarme, pude contemplar el baile de mi madrastra sin impedimento alguno.
La sensualidad con la que se movía reavivó los rescoldos nunca apagados de la atracción que ejercía en mí y por eso en cuanto llegó el empleado con las copas, me bebí medio whisky de golpe. Mi exceso no le pasó inadvertido a Carmen, la cual llegó a mi lado y con una enigmática sonrisa, me soltó:
-Yo también lo necesito- y ratificando lo dicho, vació su vaso sin respirar.
Tras lo cual, llamó al camarero y pidió otra ronda. Confieso que malinterpreté su deseo de emborracharse y asumiendo que quería ahogar sus penas, permití que en una hora, diera buena cuenta de otras cinco copas.
Ya evidentemente alcoholizada, me sacó a la pista y mientras ella se dedicaba a mover su trasero con desenfreno, para mi desgracia una rubia se fijó en mí y comenzó a tontear conmigo acercando su cuerpo al mío. Mi madrastra al reparar en las intenciones de la muchacha, se cabreó y pegándole un empujón, la sustituyó pasando una de sus piernas entre las mías.
-¡Qué haces!- exclamé al sentir sus pechos mientras sus pubis rozaba mi entrepierna
-No digas nada y déjate llevar- me susurró al oído sin para de moverse con descaro.
Como comprenderéis y aceptareis, mi pene reaccionó a sus caricias con una erección. Asustado por que se diera cuenta, traté zafarme pero entonces Carmen con un brillo desconocido en mis ojos, me soltó:
-Por favor, ¡Lo necesito!
Anonadado por su actitud, me quedé paralizado al comprobar que notando mi dureza, lejos de cortarla, la azuzó a seguir frotando sensualmente su sexo contra el mío. Os juro que si no llega a ser ella, la mujer que con descaro estaba calentándome de esa forma, la hubiese llevado al baño y me la hubiese tirado, pero con la poca cordura que me quedaba rechacé esa idea y sacándola de la pista, la llevé a casa.
Al llegar y al amparo de la intimidad que nos ofrecían esas paredes, mi madrastra incrementó su acoso mordiendo mi oreja mientras con voz suave me decía:
-¿Adivina que fue lo que me dijo tu abuela en la habitación?
No contesté porque era incapaz de articular palabra.
-La astuta vieja me confesó que sabía que no eras tu padre y que nos había soltado lo del nieto para obligarme a reconocer lo que para ella era evidente.
-¿El qué? – pregunté escandalizado.
Cambiando de actitud, se puso a llorar y con lágrimas en los ojos, respondió:
-¡Que estoy enamorada de mi hijastro!
Por si no fuera poca esa confesión, buscó con sus labios los míos. No sabiendo a qué atenerme, respondí con pasión a su beso y olvidando nuestro parentesco, mis manos recorrieron la tela que cubría sus pechos. Carmen al sentir mi caricia, dejó caer los tirantes de su vestido, permitiendo por primera vez que observara su torso desnudo.
La belleza de sus negros pezones me obligaron a acariciarlos, los cuales como si estuvieran asustados se contrajeron mientras su dueña emitía un dulce gemido.
-¡Hazme el amor! – me imploró levantándose del sofá y llevándome hasta su cuarto.
Aturdido por la profundidad de los sentimientos que descubrí al seguirla por el pasillo, no pude reaccionar cuando al llegar a su habitación dejó caer su vestido, dejándome contemplar por entero la belleza de mi madrastra. Tal y como me había imaginado, Carmen tenía un cuerpo espectacular. Sus pechos daban paso a una estrecha cintura, bello anticipo del maravilloso culo con forma de corazón que lucía la treintañera.
Viendo mi indecisión, tomó ella la iniciativa y arrodillándose a mis pies, comenzó a desabrochar mi cinturón. Sentir sus manos abriendo mi bragueta fue el acicate que necesitaba mi verga para conseguir su longitud máxima y por eso cuando mi madrastra la liberó, se topó con una dura erección.
-¡Que bella!- suspiró justo antes de besarla, para acto seguido, sacar su lengua y usándola como un pincel, comenzar a embadurnar mi extensión con su saliva.
El morbo que sentía en ese momento al tener a esa morena a mis pies, fue tal que no dije nada cuando observe a Carmen relamiéndose los labios antes de antes de metérsela en la boca. De rodillas y sin parar de gemir, se fue introdujo mi falo mientras sus dedos acariciaban mis huevos.
Deseando esa mamada, observé como la viuda de mi viejo abría su boca y engullía la mitad de mi rabo. No satisfecha con ello, sacó su lengua y recorriendo con ella la cabeza de mi glande, se lo volvió a enterrar en su garganta.
-Joder- gruñí de satisfacción al sentir dicha caricia y olvidando quien era, presioné su cabeza con mis manos y le ordené que se la tragara por completo.
La morena obedeció y sín ningún recato, tomó en su interior toda mi verga. Entonces mi dulce y bellísima madrastra apretó sus labios, ralentizando mi penetración hasta que sintió que la punta de mi pene en el fondo de su garganta.
-Me encanta- le dije completamente absorto
Dejándose llevar por la calentura que la domina, Carmen separó sus piernas y metiendo una mano dentro de su tanga, se empezó a masturbar mientras me confesaba:
-¡No sabía lo mucho que te necesitaba!- berreó y antes de proseguir con la mamada, me suplicó que la tomara.
Su entrega y mi calentura hicieron imposible que permaneciera ahí de pie y por eso llevándola hasta la cama, la dejé tumbada mientras terminaba de desvestirme. Desde el colchón, la morena no perdió detalle de mi rápido striptease y viendo que ya estaba desnudo, me llamó a su lado diciendo:
-Quiero ser tu mujer.
Al llegar a su lado, empezó a besarme mientras intentaba que la penetrara pero entonces, le susurré que se quedara quieta. La mujer se quejó al sentir que separaba sus manos pero al comprobar que bajando por su cuerpo iba besando cada centímetro de su piel, cumplió mi capricho. Totalmente entregada, experimentó por primera vez mis caricias mientras me acercaba lentamente hasta su sexo. El aroma de una hembra en celo inundó mis papilas al besar su ombligo y disfrutando del momento, pasé de largo descendiendo por sus piernas.
-No- refunfuño al notar que me concentraba en sus piernas y que mi lengua recorría sus muslos hasta sus pies.
Sus gemidos me confirmaron que estaba en mis manos y antes de subir por sus tobillos hacia mi verdadero objetivo, alcé la mirada para comprobar que Carmen había separado con sus dedos los labios de su sexo y sin disimulo se masturbaba presa de la pasión. Esa erótica escena había sido suficiente para que con otra mujer me hubiese lanzado contra su clítoris, pero Carmen no era cualquiera y por eso y en contra de lo que me reclamaba mi entrepierna, seguí lentamente incrementando su calentura. La que había sido durante años había sido primero la esposa de mi padre y luego mi mejor amiga no pudo aguantar más y en cuanto notó que mi lengua reiniciaba su caminar por sus piernas, se corrió sonoramente.
-Te amo- soltó gritando.
Su afirmación lejos de acelerar mis pasos, los ralentizó. Habiendo dejado mis prejuicios, todo mi ser deseaba poseerla pero comprendí que si no quería que a la mañana siguiente se arrepintiera y me echara en cara el haber abusado de su borrachera, debía esa noche usar todas mis artes.
Al aproximarme a su sexo, la excitación de Carmen era más que evidente. Desde el interior de su vulva brotaba un riachuelo mojando las sábanas mientras su dueña no dejaba de pellizcar sus pezones, implorando a base de gritos que la tomara. Haciendo caso omiso de sus ruegos, separé sus labios para descubrir su clítoris completamente erizado.
-No aguanto más- berreó en cuanto posé mi lengua en ese botón.
Sabiendo que estaba ganando la batalla pero deseando ganar la guerra, me concentré en conseguirlo y por vez primera probé con la lengua su néctar. Su sabor agridulce me cautivó y usando mi húmedo apéndice como si de un micro pene se tratara, penetré con él su interior.
-Me corro- gritó descompuesta.
Durante unos minutos, disfruté de su entrega y solo cuando mi madrastra ya había encadenado un par de orgasmos, me levanté y cogiendo mi pene, lo introduje lentamente en su sexo. La lentitud con la que lo hice, me permitió sentir como mi extensión forzaba cada uno de sus pliegues hasta que chocó contra la pared de su vagina. Carmen al sentirse llena, arañó mi espalda y me imploró que me moviera.
Obedeciendo, lentamente fui retirándome y cuando mi glande ya se vislumbraba desde fuera, volví a meterlo como con pereza, hasta el fondo de su cueva. La morena totalmente entregada, me rogaba que acelerara a base de gritos. Pero no fue hasta que noté su flujo recorriendo mis piernas cuando decidí incrementar el ritmo.
Desplomándose sobre las sábanas, mi madrastra clamó su derrota y capitulando, nuevamente obtuvo su dosis de placer. Como su entrega debía de ser total y sin apiadarme de ella, la obligué a levantarse y a colocarse dándome la espalda. Teniéndola a cuatro patas, volví a meter mi pene en su interior y y asiéndome de sus pechos, la cabalgué como a una potrilla. La nueva postura magnificó su gozo y le permitió disfrutar de sensaciones hasta entonces desconocidas.
-Soy tuya- aulló asolada por un nuevo clímax.
Sus chillidos fueron el estímulo que necesitaba y dejándome llevar, me uní a ella explotando y regando su interior con mi simiente. Carmen al sentir mi semen rellenado su cueva, buscó con sus caderas ordeñar hasta mi última gota y solo paró cuando habiéndome dejado totalmente seco, se dejó caer exhausta sobre las sábanas.
Agotado yo también, la abracé y juntos en esa posición nos quedamos dormidos…
A la mañana siguiente descubro que fui víctima de un engaño.
Aunque nos habíamos acostado tarde, acababan de dar las nueve cuando me desperté todavía abrazado a mi madrastra. Con la luz del día, lo ocurrido la noche anterior me parecía despreciable porque en cierta medida me había aprovechado de una mujer borracha. Acomplejado por mis remordimientos, no pude moverme porque temía que al despertar Carmen descubriera haber sido objeto de la lujuria de su hijastro y que por ello, me echara de su lado. El imaginar mi vida sin ella fue tan doloroso, que involuntariamente un par de lágrimas brotaron de mis ojos. Al darme cuenta de mis verdaderos sentimientos decidí que llegado el caso no dudaría en humillarme para evitar que me dejara.
Estaba todavía pensando en ella cuando de pronto, sonó su teléfono y abriendo los ojos, Carmen me miró con ternura diciendo:
-Buenos días cariño.
Tras lo cual contestó la llamada. Su interlocutor debió de preguntarle algo porque soltando una carcajada, esa morena contestó:
-No te preocupes, te hice caso y todo ha salido perfecto. Tengo a Miguel desnudo en mi cama.
Como podréis imaginar, me quedé pálido y por eso en cuanto colgó, le pregunté con quien hablaba. Muerta de risa, mi madrastra, contestó:
-¡Con tu abuela! Quería preguntarme si había seguido su consejo.
Sus palabras me dejaron alucinado y por eso tuve que preguntar cual era. Carmen poniendo cara de puta mientras aprovechaba a subirse encima de mí, respondió:
-Lo mismo que voy a hacer ahora, ¡Violarte!
Esa mañana y todos los días durante ese mes, mi madrastra me violó cuantas veces quiso. Por supuesto que no solo me dejé sino que colaboré con ella y nueve meses después, otra vez en Linares fuimos a ver a mi abuela con nuestro hijo entre los brazos.
Nada más depositar al crío en sus brazos, la que hoy es mi esposa dándole un beso, susurró en su oído:
-Gracias por todo pero ¡No hace falta que te mueras!
Para comentarios, también tenéis mi email:
golfoenmadrid@hotmail.es
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Relato erótico: “Descubro que mi madre es tan puta como yo” (POR GOLFO)
Mi historia con ese maduro comenzó de la forma más imprevista y para mi desgracia, cambió mi vida. Hasta que le conocí era una mujer preocupada solo por mi profesión y sin tiempo de buscarme una pareja. No penséis por ello que era un bicho raro, al contrario siempre me he considerado bastante normal.
Antes de nada quiero presentarme, me llamo Martha tengo 28 años y soy de la ciudad de Monterrey. Físicamente atractiva, cuando ando por la calle soy objeto de las lisonjas subida de tono de los babosos. Especialmente atraigo a los albañiles y por eso cuando paso por una obra, es raro que no escuchar una serie de piropos. Sé que mi cabello negro junto con mi apariencia elegante despierta en esa gente sus bajos instintos y por eso, llego hasta cruzarme de acera para pasar por enfrente de esos pazguatos. Nunca he comprendido porque lo hago pero reconozco que me resulta reconfortante recibir sus alabanzas quizás porque como estoy soltera y sin novio no tengo quien me las diga.
Muchas veces mis compañeras de la clínica donde trabajo como odontóloga me han recriminado este comportamiento. No les parece sensato ni moral que una bonita flaca disfrute alegrando la vista a esos trabajadores. Siempre les había contestado:
-¿Qué hay de malo?
De tanto tentar a la suerte, un día que iba a trabajar un grupo de seis tipos decidió pasar un buen rato divirtiéndose a mi costa. Totalmente despistada no los vi llegar y cuando quise darme cuenta, los tenía encima.
-¿Dónde vas con tanta prisa?- preguntó el líder de esa panda cerrándome el paso.
Por su tono comprendí que estaba en problemas e intenté huir pero sus amigotes me lo impidieron. Muertos de risa, me rodearon mientras me manoseaban de arriba abajo, de modo que en solo unos segundos mi trasero y mis pechos recibieron más “caricias” que durante un par de años.
-¡Dejadme!- lloré sabiendo que si no conseguía que se apiadaran de mí, lo menos que me podía pasar era que esos cabrones me violaran.
El que me cortó el paso me agarró de la cintura y me obligó a pegarme a su cuerpo. Os juro que no sé qué fue más desagradable si su olor fétido o sentir su pene erecto rozando contra mi entrepierna.
Cuando ya me daba por perdida, apareció un hombretón grande y maduro e interponiéndose entre ellos y yo, me protegió diciendo:
-¿Por qué no os metéis con alguien de vuestro tamaño?
La seguridad que manaba de su voz hizo que el grupo retrocediera, momento que él aprovechó para llevarme en volandas hasta su auto. La facilidad con la que cargó mis casi cincuenta kilos me hizo comprender que estaba ante un gigante y en vez de aterrarme, hundí mi cabeza en su pecho y me puse a llorar.
El moreno me acunó entre sus brazos sin importarle el hecho de no conocerme y durante unos minutos dejó que me desahogara sollozando. Poco a poco, fui tranquilizándome al saberme segura pero al mismo tiempo al oler su fragancia masculina me percaté de lo rara que era esa situación y por eso, le pedí que me dejara en el suelo.
Soltando una carcajada, obvió mis deseos y en vez de dejarme donde yo quería, me depositó en el asiento del copiloto de su carrazo. Tras lo cual cerrando la puerta, se puso en el lado del volante.
-Niña, ¿Dónde te llevo?- preguntó mientras me ayudaba a abrocharme el cinturón de seguridad.
-Tengo que ir a trabajar- respondí muerta de vergüenza al notar que los botones de mi blusa estaban sueltos y que ese hombre podía ver en su totalidad el brasier de encaje que llevaba.
Muerto de risa, comentó:
-Tapate y dime dónde vives. Así no puedes aparecer en la oficina.
Comprendí que tenía razón y por eso le di la dirección de la casa donde vivía con mis padres. El enorme y guapo sujeto asintió y sin preguntar me llevó hasta allá. Me estaba bajando cuando caí en la cuenta que no sabía nada de mi salvador y por eso dándome la vuelta, le agradecí el favor y le pregunté su nombre.
-Fernando- contestó mientras dejaba en mis manos una de sus tarjetas de visita, tras lo cual me dio un beso en la mejilla y despareció entre el tráfico.
Todavía con los nervios a flor de piel, subí en el elevador y abrí la puerta. Pensando que no habría nadie en casa, directamente me fui a mi habitación mientras no dejaba de pensar en ese hombre que me había salvado. Tuve que reconocer que la virilidad que me transmitió, me había puesto cachonda y por eso abriendo mi armario, saqué de él una minifalda y un top color melón que sabía que me sentaba de maravilla.
Satisfecha me miré en el espejo. Allí descubrí que el pensar en ese moreno me había alterado y que la muchachita delgada que devolvía ese cristal, tenía mis pechitos en punta. En ese momento decidí que iba a llamarle esa misma tarde y que intentaría quedar a cenar con él.
Fue entonces cuando de pronto un ruido me hizo comprender que no estaba sola y fui a ver quién estaba a esas horas en mi casa. Imaginaros mi sorpresa cuando al llegar a la cocina me encontré a mi madre con Mario, el hijo del portero. Si por si eso no fuera poco, me quedé lívida al comprobar que esa mujer educada a la antigua y de la que nadie nunca ha murmurado siquiera un chisme, estaba besando a ese chaval. Paralizada, me escondí y desde el quicio de la puerta, me quedé espiando la escena. Pegando mi cuerpo a la pared, saqué la cabeza para mirar sin ser vista.
En la habitación y vestida con un traje negro, mi madre llevaba su blusa medio abierta y lo sé porque pude ver como Mario metía su mano bajo la tela y cogía entre sus manos los enormes pechos con los que la naturaleza la había dotado. Dándole lo mismo, no puso reparo a sus toqueteos y con un extraño fulgor en sus negros ojos, dejó que se los sacara dejándome admirar que la edad había hecho poco daño en ellos y que venciendo la gravedad, se mantenían duros u firmes.
Justo cuando el hijo del portero se estaba metiendo un negro pezón en su boca, mi madre buscó sus besos diciendo:
-¿No prefieres que te la chupe?.
La lujuria sin límite que proyectaba mi vieja convenció al muchacho el cual bajándose los pantalones, sacó su miembro del encierro y le dijo:
-Cómetela, ¡Puta!.
Creí que mi madre iba a responder con una cachetada a semejante insulto pero completamente ruborizada, se arrodilló frente a él y obedeciendo, lentamente se la fue introduciendo en la boca hasta que sus labios tocaron su base. Satisfecho su amante le presionó la cabeza con sus manos forzándola a proseguir su mamada. No pude evitar quedarme petrificada al comprobar que ese pene se acomodaba perfectamente en la garganta de mi mamá.
-Eres una vieja mamona- alegremente Mario le gritó al sentir la humedad de su boca.
Su madura pareja incrementó la velocidad de la maniobra buscando como loca el conseguir el anhelado alimento y no contenta con ello, con sus dedos comenzó a acariciar los huevazos del muchacho. Para entonces, mi sorpresa había menguado y viendo la maestría con la que estaba mamando esa verga, me empecé a calentar.
Todavía no estoy muy orgullosa, pero la cachondez con la que mi amada madre la comía provocó que llevara una mano bajo mis propias pantaletas y sin perder ojo, me pusiera a masturbarme. Acariciando con delicadeza mi clítoris, disfruté de ese incestuoso espectáculo cada vez más alterada. Mi pubis me recibió lleno de flujo al admirar a la que siempre había considerado una mojigata mamando sin parar. Descubrir que era al menos tan caliente como yo, me excitó e introduciendo un dedo en mi coñito, gemí calladamente.
Para entonces, los mimos de esa felación había llevado a Mario al borde del orgasmo por lo que gritando le informó que se iba a correr. Mi madre sorprendiéndome nuevamente le pidió que lo hiciera en su boca y acelerara el compás de su boca hasta que el hijo del portero explotó en su interior. Ella no le hizo ascos a ese semen y prolongando su mamada, consiguió beberse toda la blanca simiente del chaval sin que por ello ni una gota manchara su inmaculado traje.
La cara de deseo que descubrí en mi madre me llevó a un nada filial clímax y con mi entrepierna empapada, hui de allí mientras Mario la colocaba a cuatro patas y cogiéndole de su cintura, le levantaba la falda aireando un culo prieto y bien puesto. Solo me dio tiempo de observar su glande recorriendo los pliegues de mi vieja antes oír que le decía:
-Fóllame, por favor.
No me podía creer que mi madre le estuviese poniendo los cuernos a mi padre.
-Dame lo que mi marido no me da- insistió olvidando que era una señora casi de cincuenta años y que al menos le llevaba treinta al crio,
Cumpliendo sus deseos, Mario cogiéndole su lisa melena negra, la usó como riendas y metiéndosela de un golpe, empezó a cabalgarla. El modo tan brutal con la que apuñaló su sexo la hizo gemir y comportándose como si estuviera en celo, le rogó que no parara.
Ya no pude oír más porque salí del apartamento, incapaz de soportar la calentura que me producía el saber que mi padre tenía una cornamenta descomunal.
Ya en la calle, agarré un taxi que me llevara hasta la clínica odontológica en la que trabajo. Durante el trayecto, la imagen de la zorra de mi madre y la de mi moreno salvador hicieron que me fuera poniendo aún más cachonda. Por eso al llegar a mi destino tras pedir perdón por mi retraso, entré directamente en el baño.
Sofocada y con mi respiración entrecortada, me senté y bajándome el tanga, llevé mi mano hasta mi sexo.
“¡Que bruta estoy!”, me dije al recorrer los pliegues de mi vulva y descubrir que estaban húmedos y calientes.
Dejándome llevar, traté de visualizar que se escondía debajo de los pantalones de Fernando y a tenor de su tamaño, me imaginé que ese hombre tenía entre las piernas una hermosa verga coronada con un enorme glande.
No sé si fueron las extrañas circunstancias que me habían pasado pero en cuanto puse forma a ese aparato deseé hundir mi cara en él y abriendo mis labios, dejar que me entrara hasta la garganta. Os reconozco que sentí como me licuaba con solo pensarlo y dando uso a mis deditos, intenté complacer mi calentura.
Muchas mujeres se niegan a mamar una buena herramienta pero a mí, os confieso que me pone burrísima. Hay pocas cosas que me gusten más que sentir una polla en mi boca mientras mi pareja me dice burradas al oído. Por eso me imaginé que al recogerme a la salida de mi trabajo, ese moreno iba conduciendo cuando sin más prolegómeno aprovechaba un semáforo para bajarle el cierre de su pantalón.
Y que al hacerlo, ese desconocido sonreía y sin dejar de conducir, me cogía de mi negra melena y llevando mi cabeza hasta su entrepierna, me decía:
-Flaca, ¿A qué estas esperando?
Su permiso me dio alas y retirando mi cabello, me permití contemplar su atrayente aparato. El aroma a macho que desprendía me hizo relamerme mis labios anticipando el banquete que me iba a dar en su honor y sacando la lengua me puse a lamer con sensual lentitud cada centímetro de su verga.
En mi imaginación, Fernando comportándose como un exigente amo, me ordenó que separara las piernas y que usara una de mis manos para masturbarme. Ni que decir tiene que fue el modo en que mi mente buscó una explicación para el par de dedos que ya tenía clavados hasta el fondo de mi sexo y por eso, todavía con más ardor, seguí pajeándome.
Cada vez más cachonda, me vi lamiendo dos sabrosos huevos antes de abriendo los labios, introducirme toda su extensión hasta el fondo de mi garganta. Ya sentía la acción de su pene contra mis mofletes cuando escuché que una compañera entraba en el baño. Con disgusto comprendí que debía dejarlo para otro momento y bastante acalorada, me vestí y salí del cubículo.
-Martha, ¿Te sientes bien?- preguntó mi amiga al ver mi cara totalmente colorada.
-¿Creo que me voy a poner enferma?- respondí buscando una exclusa creíble para el color de mis mejillas-
Lupe creyó mi versión y sin darle mayor importancia, me dijo que tenía que cuidarme y siguió maquillándose. Roja de vergüenza fui a mi despacho, deseando que con el trabajo se me pasara el sofoco.
Desgraciadamente, durante toda la mañana, dejé que mi imaginación volara con cada uno de mis clientes. Si era una mujer la paciente a la que tenía que arreglar los dientes, me inventaba que era la zorra de mi madre la mujer que se sentaba en mi consulta y que los instrumentos de dentista con los que trasteaba en su boca, eran la verga de mi salvador. Si por el contrario era un hombre, le cambiaba de cara y me imaginaba que era ese moreno, quien descansaba esperando mis caricias.
De esa forma, al llegar la hora de comer, lejos de tranquilizarme estaba dominada por una brutal lujuria y sin tomar en cuenta las consecuencias, agarré la tarjeta de visita de ese desconocido y le llamé.
Reconocí su voz en cuanto descolgó y temiendo que no se acordara de mí, le dije:
-Fernando, Soy Martha. La boba que esta mañana salvaste.
-Sé quién eres- respondió y muerto de risa, me soltó: -No todos los días están a punto de partirme la cara y menos por culpa de una preciosa flaquita de largas piernas.
El piropo me encantó y más segura de mi misma, comenté:
-Quiero agradecerte el favor y he pensado en invitarte a cenar esta noche.
Mi petición le hizo gracia pero haciéndose el caballero, me respondió:
-Acepto si me dejas elegir el restaurante y pagar la cena.
Su respuesta me satisfizo y con mi coñito rebosando de humedad, le pregunté únicamente como debía ir vestida. El maduro tonteando descaradamente conmigo, contestó:
– Quiero que esta noche te esmeres y cuando te recoja en tu casa, la mujer que entre en mi coche sea una diosa.
Como imaginareis, prometí sorprenderle y colgando el teléfono, me puse a planear la forma en que me llevaría a ese gigante a la cama….
La cena donde realmente le conozco.
Tal y como habíamos quedado, Fernando pasó a por mí, lo que nunca me esperé fue que respetando unas costumbres que creía ya anquilosadas, tocara al timbre y se plantara en mi casa. No os podéis imaginar la cara de mi madre cuando vio que esa masa de músculos de más de uno noventa era mi pareja de esa noche. Alucinada por la diferencia de edad, me fue a buscar a mi habitación diciendo:
-Hija, abajo hay un tipo que dice que viene a buscarte.
Por su tono comprendí que estaba molesta pero recordando la postura en que la había pillado esa mañana, decidí castigar su maternal preocupación diciendo:
-Verdad que es impresionante. ¡Está buenísimo!
Cabreada por mi descaro, me exigió que guardase al menos la compostura frente a él y que no notara lo mucho que me atraía. Muerta de risa por su hipocresía, seguí profundizando en una nada inocua rebelión diciendo:
-No me esperes. Si todo sale como espero, ¡Mañana despertaré en sus brazos!
Ni se dignó a contestar mi impertinencia y dejándome sola en mi cuarto, bajó a hacer compañía a Fernando. Creyendo que había ganado esa batalla, tranquilamente terminé de arreglarme. Como deseaba conquistarle, me vestí con un escueto traje de negro bastante sensual y muy escotado que dejaba también al aire la mayor parte de mis piernas. Encantada por la imagen sexi y elegante del espejo, me eché perfume y bajé a encontrarme con mi cita.
El guapetón que me esperaba recorrió con sus ojos mi cuerpo mientras me deslizaba por las escaleras meneando mi pandero. En su rostro descubrí que había acertado con la vestimenta pero cuando realmente confirmé que le atraía, fue cuando me dijo:
-Nunca creí que con mis años vería a un ángel recién caído del cielo.
Ese educado piropo tan diferente a los que estaba habituada, consiguió sonrojarme y devolviendo su lisonja, le respondí:
-Si yo soy ese ángel, tú eres mi Zeus.
Fernando soltó una carcajada y asiéndome de la cintura, me dio un suave beso en los labios mientras me decía:
-Me podías haber avisado que tu madre nos acompañaría.
La tersura de sus labios y el aroma a macho que desprendía no me dejó asimilar su queja hasta que vi en la puerta a mi vieja lista para salir. La muy pérfida con una sonrisa en su cara, comentó:
-Como tu padre está de viaje, me he auto invitado. ¿Verdad que no te importa?
“¡Será zorra!”, pensé, “¡No le basta con ponerle los cuernos a su marido que encima quiere chafarme los planes!”
Disgustada por partida doble con la mujer que me había traído al mundo, tomé mi bolso y abracé a mi pareja mientras mi madre nos seguía unos pasos atrás. Fernando debió notar mi encabronamiento porque susurrando me preguntó:
-¿Por qué estás tan enfadada con ella?
No pude confesarle la verdad y en vez de ello, pegándome a su cuerpo, respondí:
-Deseaba divertirme contigo esta noche.
Os juro que mi respuesta no tenía un sentido sexual pero mi pareja de esa noche, me malinterpretó y rozando uno de mis pechos, me dijo al oído:
-No te preocupes, tu madre no tiene por qué enterarse.
Esa robada caricia hizo que mis dos pezones se pusieran como piedras y mi coñito se empapara mientras galantemente Fernando me abría la puerta del copiloto. Rápidamente me subí, no fuera a ser que mi vieja quisiera ocupar el lugar que por derecho tenía reservado. Al ver su gesto de disgusto, comprendí que esa había sido su intención y por ello, sonreí mientras se sentaba en la parte trasera.
Ajeno a ello, el enorme maduro cogió el volante y como si fuera algo normal en él, nos informó que había reservado una mesa en el mejor restaurante de la ciudad.
-¿Cómo has conseguido mesa?- pregunté porque era famoso por estar siempre lleno y que si querías ir al él tenías que pedirlo con dos semanas de anticipación.
Muerto de risa, contestó:
-Es mío.
Fue entonces cuando caí en el apellido de su tarjeta y descubrí que estaba con un afamadísimo millonario que no solo era dueño de una cadena de restaurantes sino que era el propietario del casino de mi ciudad.
“¡Dios!, es Fernando Legorreta.
Saber que muchas mujeres hubiesen dado la mitad de su vida por disfrutar de su compañía, me dejó alelada al no comprender que había visto ese hombre en mí. Mientras mi mente rulaba a mil por hora, ese don Juan charlaba animadamente con mi madre.
Un pelín envidiosa de las atenciones con las que trataba a esa zorra, agarré una de sus manos y la puse sobre mi muslo. El maduro no se mostró sorprendido por mi acción y antes de que me diera cuenta me estaba acariciando sin importarle que la mujer que tenía detrás fuera mi madre.
Azuzada por sus caricias, separé mis piernas y levantando mi falda, le dejé clara mi disposición. Él al percatarse de mi entrega, disimulando fue subiendo por mis muslos desnudos acercándose poco a poco a mi sexo. La sensación de estar siendo acariciada con ese público tan selecto, me terminó de excitar y moviendo mis caderas hacia delante busqué el contacto con su mano.
-Señora, ¿sabía que su hija en un poco aventada?- preguntó mientras uno de sus dedos se abría camino bajo mi tanga.
-¿Por qué lo dice don Fernando? – preguntó mi vieja sin saber que en ese momento su hijita estaba siendo gratamente recompensada.
Y mientras le narraba la difícil situación en la que me había conocido, se apoderó de mi clítoris con una de sus yemas. Os reconozco que me creí morir al sentir su dedo hurgando en mi sexo y mordiéndome los labios deje que ese casi desconocido me masturbara mientras a pocos centímetros mi madre conversaba con él, cómodamente aposentada en el sillón trasero.
“¡No puedo ser tan zorra!” pensé mientras todas las células de mi cuerpo ardían por la lujuria.
Mi calentura era máxima cuando sentí que como si fuera un pene, su yema se introducía en mi interior y comenzaba un delicioso vaivén de fuera a adentro y viceversa.
“Me voy a correr”, adiviné al notar que una maravillosa corriente eléctrica asolaba mi anatomía.
Reteniendo las ganas de gritar, sufrí un gigantesco orgasmo mientras mi madre me recriminaba el haberme puesto en riesgo con esos albañiles.
Al maduro no le resultó indiferente comprobar que sus dedos se impregnaban de la pringosa prueba de mi placer e incrementando sus toqueteos, me llevó a la locura mientras su propio pene se alzaba bajo su pantalón. No os tengo que decir que si no llegamos a tener compañía me hubiera lanzado golosa contra su verga porque en ese momento, lo que me hubiese apetecido hubiera sido incrustar ese manjar entre mis mofletes.

Cinco minutos después llegamos a nuestro destino, como el caballero que es, ese maduro nos abrió la puerta y nos llevó a un elegante apartado dentro del restaurante. Al no estar habituada a tanto lujo, tanto mi vieja como yo nos quedamos impresionadas con el detalle de reservar la mejor mesa para nosotros.
Educadamente, nos hizo sentar a cada lado, de forma que yo quedé a su izquierda mientras mi madre se sentaba a su derecha. Comportándose como el perfecto anfitrión, nos preguntó que queríamos beber y en vista que tanto las dos queríamos vino, llamó a su sumiller y le pidió uno de los caldos de su bodega personal.
Al oír que su elección era un Petrus, me quedé nuevamente impresionada porque una botella de ese tinto francés bien podía costar los tres mil quinientos pesos. Al protestar porque me parecía muy caro, Fernando contestó:
-Los buenos vinos están para las grandes ocasiones y qué mejor que estar acompañado de dos bellezas.
La puta de mi vieja quedó encantada con el piropo y luciendo conocimientos, se puso a comentar con él las virtudes de los vinos de Francia contra los de origen español. No sabiendo nada sobre ese tema, me tuve que quedar en silencio y dándole vueltas al placer que ese hombre me había dado, despertó mi lado salvaje y por eso llevé mi mano bajo el mantel.
Mientras mamá y Fernando charlaban posé mis dedos sobre su musculoso muslo y viendo que no repelaba, fui recorriendo la tela de su pantalón hasta llegar a su bragueta. Al hurgar en su entrepierna, me encontré con una enorme verga que confirmó mis previsiones: ¡Fernando estaba magníficamente dotado!. Por eso importándome un carajo que mi vieja estuviera hablando con el, comencé a jalar de ese maravilloso instrumento, devolviendo parte de la vergüenza que me hizo pasar.
Mi maduro estaba aguantando estoicamente el tipo sin quejarse cuando mi madre afortunadamente preguntó dónde estaba el baño y tras recibir las indicaciones se levantó y salió del reservado. Ya solos, Fernando acomodándose en su silla, me preguntó si no prefería mamársela.
¡No me lo tuvo que pedir dos veces!
Cumpliendo mi sueño, me arrodillé bajo la mesa y al amparo del mantel, desabroché su pantalón y saqué de su encierro su aparato.
-¡Es enorme!- exclamé al coger por primera vez esa belleza entre mis dedos.
Larga, gorda y con un capuchón a modo de champiñón me dejó extasiada y disfrutando como una perra, acerqué mi lengua a esa maravilla. La fuerza de su virilidad era evidente y no solo por los más que llenos huevos que con gozo absorbí sino por el tamaño de las venas que decoraban esa extensión.
Recreándome en la mamada, embadurné con mi saliva todo su pene antes de abriendo mis labios, meterlo hasta el fondo de mi garganta. Fernando al sentirlo, presionó mi cabeza con sus manos forzando aún más esa profunda felación e increíblemente noté que no solo era capaz de absorberla por completo sino que mis labios entraban en contacto con la base de su sexo.
-Supe en cuanto te vi que eras una putita y que te tendría en esta postura- satisfecho, mi maduro me informó.
Ese insulto lejos de cortarme, me azuzó y con más ímpetu, fui metiendo y sacando su miembro de mi boca a la vez que con mis dedos acariciaba la bolsa de sus gordos testículos. Los golpes de su verga contra mis mofletes y garganta, me indujeron un trance lujurioso donde el mundo desapareció y solo existía para mí, esa polla que rellenaba todo mi ser. Necesitada de hacer la mamada de mi vida, cumplí sus deseos fielmente hasta que el placer se acumuló en sus huevos y pegando un grito, se derramó explosionando en mi boca.
Fue increíble, golpeando mi paladar ese semen se me antojó un manjar solo al alcance de los dioses y no sabiendo si tendría otra oportunidad, devoré su semen como si me fuera la vida en ello, no fuera a ser que nunca beber de ese alucinante manantial y por eso no desperdicié ni una gota. Recorriendo su piel con mi lengua limpié su falo hasta que quedó inmaculado y solo entonces, escuché que mi madre había vuelto y que preguntaba a Fernando por mí:
-Se encontró con un amigo y ahora vuelve- respondió salvaguardando mi honor pero sobretodo evitando el escándalo de que mi vieja se enterara que su hija era una zorrita mamona.
Increíblemente, la mujer que me había dado a luz aprovechando mi teórica ausencia, empezó a tontear con el maduro de una forma tal que apenas tuve tiempo de meter su verga dentro del pantalón y cerrar su bragueta antes que esa guarra pusiera su mano sobre el muslo de mi adorado mientras le decía:
– Don Fernando, ¿Qué ha visto en mi hija?, no le parece que es demasiado joven para usted.
“¡Maldita hija de perra!”, pensé al ver que con todo descaro los dedos de esa puta se acercaban a la virilidad del tipo. No me podía creer el marrón en el que estaba. Despatarrada y con mi coño encharcado bajo la mesa mientras mi madre manoseaba al hombre que me volvía loca.
Disfrutando del momento, el maduro le contestó:
-Piense que su hija es igual que usted pero con veinte años menos. Y viendo como de guapa es usted, me garantizó que con los años no pierda atractivo.
Mi vieja cogiendo ya su instrumento, contestó:
-¿Y no prefiere alguien con más experiencia?
La escena curiosamente me empezó a calentar pero temiendo que esa mujer quisiera también meterse bajo la mesa, pellizqué uno de los gemelos de Fernando para que buscara el modo de que pudiera salir de ese problemazo. Mi maduro comprendió el dilema y soltando una carcajada, le soltó:
-Me encantaría- y haciendo como si buscaba un anticipo, acarició uno de sus pechos, derramando “involuntariamente” la copa de vino sobre su vestido.
Pidiendo disculpas Fernando la ayudó a secarse. Mi madre un tanto molesta, le dijo que no importaba pero que tenía que limpiar esa mancha si no quería que le quedara un cerco y por eso, desapareció rumbo al baño.
Nada más irse, salí de debajo del mantel mientras muerto de risa, ese Don Juan se reía de mí diciendo:
-¡Menudo par de putas están hechas la madre y la hija!
Su vulgar exclamación me hizo gracia y siguiéndole la corriente, respondí:
-¿Te imaginas tirarte a la mamá mientras su hija os mira?
Mis palabras cayeron como un obús en su mente y tras pensarlo durante unos segundos, me contestó:
-Paso, tu vieja no me gusta. Pero te propongo otra cosa: ¿Qué opinas de que te encule mientras observas como otro tipo se la folla?
La idea me resultó cautivante y por eso no dudé en aceptar, diciendo:
-Me gustaría pero dudo que pueda ser. ¿Cómo vas a conseguirlo?
Descojonado, me respondió:
-Fácil, tu vieja va a creer que soy yo quien la folla cuando realmente mi verga estará incrustada en tu culo- y recalcando sus palabras, me pellizcó un pezón diciendo: -Mientras cenamos la voy a poner tan cachonda que no va a poder negarse a que me la tire con una venda en sus ojos.
De esa forma y mientras mi coñito se anegaba de flujo, anticipando el placer que ese millonario me iba a dar esa noche, esperamos a que mi madre volviera del baño.
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Relato erótico: “Sobre un pueblo 1” (POR BUENBATO)
“La primera de las alrededor de las hasta ahora siete generaciones que han habitado este poblado fueron iniciadas por cinco individuos y sus cinco esposas a mediados del siglo XIX. Los inicios, un tanto apresurados fueron ideados en su totalidad por uno de aquellos hombres, un conde europeo cuyo bajo perfil y su bien guardada riqueza le fue de utilidad para uno de sus mayores deseos: desaparecer para siempre.
El día clave comenzó en una visita a las entonces desconocidas aun costas indias e indochinas y en compañía de su fiel sirviente y algunos esclavos se encontró con una recóndita aldea que aun vivía de la misma forma en que se debió haber vivido en los inicios de la humanidad. El conde, fascinado por esta extraña aldea en la que cocer la carne aun era opcional y en la que la vergüenza por la desnudes aun no existía, no tardó en interesarse por la población al punto tal en que descubrió el secreto no tan celosamente guardado pero inquietante de aquellos pobladores.
Dicho secreto fue descubierto al quinto día de su estadía, cuando se le permitió observar un ritual del cual eran parte la totalidad de los habitantes de aquella población. El ritual consistía en la práctica del coito entre las muchachas y sus padres. Cuando el conde preguntó extrañado el porqué de aquel insólito rito se le respondió que era para confirmar los lazos de sangre pues las mujeres jamás concebían tras el coito con sus padres.
Esto desde luego confundió aun más al conde quien no solo sabía que era posible que una joven quedara preñada de su padre sino que además podía ser problemático pues las deformaciones en este tipo de embarazos eran comunes. Decidió alargar la estadía tres meses y ese tiempo le confirmó que el embarazo no se presentaba en ninguno solo de aquellos casos y descubrió que dicha tradición abarcaba siglos.”
Cuando el alcalde Gonzalo y Federico llegaron a casa de Javier este ya se encontraba con la mayor parte de sus valijas puestas para la mudanza. La mirada seria de Javier estaba seria y se mantuvo en silencio ante la presencia de su hermano y el alcalde. A Federico le preocupaba perder a su hermano y al alcalde, como al resto del pueblo, le preocupaba las consecuencias que pudiera traer el auto exilio de Javier. Finalmente, con la voz entrecortada, Javier se atrevió a pronunciar unas palabras.
– Usted ni se preocupe señor alcalde, de este pueblo nadie se va a enterar. Pero no puedo seguir exponiendo a mi familia a esto.
– Yo confió en usted – mintió el alcalde – pero debería saber que nadie quiere que se vayan, ni tampoco su familia quiere irse.
– Usted no me diga qué hacer con mi familia señor alcalde, de eso me encargo yo.
A Federico le dolía pensar que su hermano se fuera y más aun que se fuera avergonzado de su propio pueblo que le vio nacer a ambos.
– No te puedes ir Javier – dijo Federico, decidido – no te puedes ir porque aquí naciste y aquí fuiste muy feliz. No sé quién te metió esas ideas que tienes ahora pero nada más acuérdate que aquí fuiste y has sido muy feliz. Nada más acuérdate.
– Es diferente Federico, ahora ya es diferente. Tú también deberías entender que esto está mal.
– ¡No está mal Javier!, no está mal y lo sabes. Y lo que haces es nada más quitarle la oportunidad a tu familia de ser igual de felices de lo que fuiste tú.
El alcalde Gonzalo se sentía un tanto incomodo en aquella discusión pero se atrevió a seguir intentando convencer a Javier de que no se fuera.
– Mira, Javier, entendemos que el resto del mundo tenga costumbres distintas, eso lo hemos sabido desde que tenemos conciencia. Pero también deberías recordar que no somos iguales a todos. En este pueblo han trabajado nuestros abuelos y nuestros padres y nosotros también. Nadie más que la gente de fuera te juzgara, solo aquí puedes ser como realmente eres y nadie te va a juzgar, aquí somos igual que tú y aquí tu familia será igual de feliz que el resto.
Javier se quedó en silencio, en el fondo no deseaba irse pero le carcomía la idea de que el futuro de sus hijos e hijas estuviese marcado por una tradición tan distinta al resto del mundo, le dolía también saber que ni su familia ni el resto del pueblo deseaban que se fueran.
– Esta bien, señor alcalde, solo deje pensarlo.
“Tras convencerse de aquello se le ocurrió que resultaba un buen pretexto para borrarse del mapa. Pidió a su fiel sirviente que contrajera matrimonio con una de aquellas mujeres, buscó más personas y finalmente obligó a un esclavo negro y a un peón de origen chino a que desposaran también a una de aquellas mujeres. Él también contrajo nupcias con una de ellas y junto con una joven pareja que ya habitaba ahí partieron de ahí. Con el tiempo logró abandonar Europa para siempre y llego a este país; concedió libertad a los esclavos con la única petición de que jamás abandonaran el pueblo y vivieran como él les dictara. Fueron esos cinco matrimonios quienes fundaron este pueblo y concibieron hijos e hijas y fue entonces cuando el conde pudo corroborar que realmente era imposible concebir bajo el incesto.
Y así, después de más de cinco generaciones el pueblo ha crecido; apartado del resto del país y del resto del mundo trabajando las tierras que heredaron y con una población que supera los mil habitantes.”
Los tres se tranquilizaron pero Javier parecía indeciso a los ojos de su hermano. Federico, desesperado, llamó entonces a sus dos hijas. Las dos muchachas de cabello castaño oscuro habían estado esperando afuera y entraron inmediatamente al llamado de su padre. Leticia, la mayor de diecinueve años, y su hermana Alejandrina de diecisiete, eran dos hermosas mulatas como sus padres. Leticia, de cabello lacio, tenía unos pechos preciosos que no podían disimularse ni bajo el suéter que llevaba aquella tarde y su cintura y nalgas se remarcaban hermosamente en el pantalón blanco que llevaba aquella noche. Alejandrina, por su parte, era una mulatita de facciones delicadas, cabello enrizado y un cuerpo que se encaminaba a ser el de una diosa; en aquel momento vestía de pants y una blusa bajo una bata de dormir pues estaba a punto de recostarse cuando su padre se enteró de la noticia de su hermano y los tres habían salido de prisa a detenerlo.
– No te vayas, tío, no te vayas. – pidió con los ojos llorosos Alejandrina.
Javier sabía que ese debía ser el último intento de Federico para detenerlo y parecía funcionar pues la tristeza de Alejandrina le recordaba la de su propia hija y la del resto de sus hijos. Federico se acercó a sus hijas y tomándolas del brazo las guió hacia su hermano.
– Toma un momento a mis hijas Javier – dijo Federico – Tenlas un momento y piénsalo.
Pero Javier ni siquiera quería voltear a verlas, tenía por su puesto un inevitable sentimiento de lujuria que, combinado con los sentimientos encontrados del momento y su determinación de irse del pueblo, le hacían insoportable aquella situación. Federico y sus hijas estaban también muy inciertos de la decisión que fuese a tomar Javier. El hombre volteó a mirar a sus hijas y con la mirada nerviosa les señaló el sofá; las hermanas entendieron y se dirigieron al sofá. Comenzaron a desvestirse provocando que su tío, atrapado, evitara verlas. Las muchachas continuaron, Leticia comenzó despojándose del suéter y liberando sus preciosos pechos apretujados todavía en un brassiere rosado que venía en conjunto con un precioso cachetero que se iba vislumbrando conforme se desvestía el pantalón con una sensualidad inevitable. Alejandrina, por su parte, denotó la misma sensualidad más una pizca de ternura mientras dejaba caer su bata de dormir y pasaba inmediatamente a deshacerse de sus pants y después de su blusita; Alejandrina dormía sin sostén y sus pechos en desarrollo se veían irresistibles junto con sus rosados pezones; llevaba además un calzoncito infantil que acentuaba su halo de inocencia. Las vergas del alcalde y del mismo Federico se endurecieron sin mayor opción al ver a las dos preciosas chicas en lencería mientras se acomodaban en el sofá para ofrecer sus nalgas a su tío que aun se negaba a voltear a verlas.
Se esforzaba en no mirar aquellos preciosos cuerpos ofreciéndose y estaba a punto de exigirles a todos que salieran de su hogar cuando en un descuido sus ojos cayeron sobre las suaves nalgas de Alejandrina. Aquello lo atrapó y sus ojos continuaron avanzando hasta el culo perfecto de Leticia adornado por aquel sensual juego de lencería. No pudo más y comenzó a acercarse al sofá con una seriedad inquietante. Volteó a mirar su hermano quien no podía esconder su felicidad al saber que su hermano no se iría. Javier llegó por fin con sus sobrinas y su mano se posó sobre el culo ansioso ya de Leticia. Javier soltó una lágrima, apretó con suavidad aquel pedazo de carne y lo soltó para acercarse a su hermano a quien abrazó eufóricamente. Federico lo recibió con la misma emoción mientras su hermano se disculpaba con él.
– Perdóname, Federico, perdóname. – alcanzó a decir – No me iré nunca, Federico, te juro que nunca.
– Yo lo sé, Javier.
Para el alcalde Gonzalo aquella resolución final le cayó de maravilla como una tranquilidad que creía perdida. El abrazo de los hermanos terminó y, sin más, Javier se acercó de nuevo a las hermanas que sonreían conmovidas.
– Gracias por quedarse tío. – no pudo evitar decir con dulzura Alejandrina, provocando la ternura en su tío que se dirigió a ella para caer arrodillado frente a su precioso culo.
Javier, arrodillado, sentía que sus manos se deshacían en la suavidad de aquella piel que acariciaba con pasión. Dirigió sus manos a las orillas de las bragas de la chica retirándolas mientras se descubría la hermosa naturaleza de aquel culito. El ano aun virgen de la muchacha se convirtió en el primer objetivo de su tío que lanzó sus labios y le propinó un beso negro que refrescó aquel hoyito durante aquel momento. Leticia, la otra sobrina de Javier, lo esperaba con cierta impaciencia pues para entonces se encontraba totalmente mojada, pero aquel momento parecía ser solo de Javier y Alejandrina quien seguía disfrutando los labios de su tío ahora en sus labios vaginales. Tras unos momentos Javier se puso de pie y se deshizo de su camisa y su pantalón. Entonces recordó a su hermano y al alcalde quienes sin saber que hacer habían tomado asiento al otro lado del cuarto, evidentemente calientes.
– ¡Sandra! – gritó Javier.
Entonces se escucharon unos apresurados pasos descalzos en el techo de madera. Leticia, impaciente de sexo, aprovechó para dirigirse hacia su tío y, bajando su bóxer, se apropió de su erecta verga; esto sorprendió de veras a Javier quien sucumbió ante la hábil y fresca boca de su sobrina. Entonces bajo Sandra, quien a sus dieciocho años era la hija mayor de Javier.
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Relato erótico: «Mis yeguas y yo. Explorando a mamá.» (POR CABALLEROCAPAGRIS)
A Sara le dejé correr el carrete, pues aunque su cuerpo era delicioso y su juventud bella y apasionada; no quería abusar de sus dieciocho años. Debía dejarla vivir su vida y pedirle sexo solo alguna vez.
Lo cierto es que sus ojos, su pelo, sus pechos tersos y firmes, su culo de Diosa, toda ella; me hacían ir más al gimnasio a mantenerme. Siempre quise amar a las mujeres, siempre quise tener mil yeguas para mí. Manoli, su madre, era la única yegua de la que podría enamorarme. Ella me brindaba sexo cuando quería, al instante, y de una considerable calidad. Pero los nuevos objetivos me habían hecho verla cada vez menos. Me ayudó con mi madre y guarda el secreto de la cama de su hija. Es la testigo principal de mi proceso de locura. De mis discos de música clásica, el alcohol y el sexo.
No se si conté que dejé a mi mujer. Esgrimí dudas de enamoramientos, necesidad de estar solo un tiempo. Pedí a Manoli que me ayudara a guardar el secreto. Me alquilé un estudio en el centro, ello provocó que mi cuñada fuera más a buscarme. Cada vez que lo hacíamos me preguntaba sobre su hija, si me había gustado. También me bombardeaba con preguntas sobre mi madre, si ella lo hacía mejor.
Nunca renegaré de su plácida mirada, de su pelo rubio, de sus curvas, de su delgado cuerpo, de su forma de moverse en la cama, de su generosidad y dulzura. Pero le pedí vernos más espaciados en el tiempo. Ella, como siempre, aceptó; agachó la cabeza como la gran yegua que es, y se adaptó a mis exigencias como siempre hizo.
Se acercaba el fin de semana. Mi polla no me engañaba, ni mi ardor interior. Había hablado con mi madre, la cual llegaría el sábado a la ciudad, de pasar todo el fin de semana con ella. Pensé en la insistencia de Manoli respecto a ella. Y lo cierto es que los nervios que se agarran a mi estómago, y las constantes erecciones cuando pensaba en mi madre, eran significativas. Sin duda la que me parió era la yegua que mejor sexo me daba. Debo reconocer que su calidad supera el cuerpo explosivo de la joven Sara, y la voluntad y buena forma de su madre Manoli. Pero mi madre sabía conjugar el cariño que sentía hacia mí, se centraba en darme todo el amor y la dulzura, con altos picos de buen sexo; animal a veces. Su conversión paulatina de madre en hembra me atrapaba. Y realmente estaba emocionado de poder encerrarme con ella en su amplio y céntrico piso. Los dos solos, desde el sábado por la mañana hasta el domingo por la tarde. Éramos madre e hijo compartiendo el mismo techo. Pero sobre todo éramos hombre y mujer, a pesar de que con sus cincuenta y cuatro años marcaba casi quince de diferencia, que se citaban para tener sexo, disfrutar de la vida.
El sábado a las 12:30 llegué a su hogar, ella acababa de llegar, pues se disculpó para acabar de sacar el equipaje. El saludo fue puro de madre e hijo: besos en las mejillas y comentarios sobre su falsa percepción de mayor delgadez en mi cuerpo.
– Lo cierto es que estoy yendo más al gimnasio.
– Desde que no estás con tu mujer comes menos. Hoy almorzarás como Dios manda.
Sonrisas.
Me acomodé en mi habitación. Ardía en ganas de follar, desconozco si ella también. Realmente era una situación extraña, pues ambos sabíamos para qué habíamos quedado. Pero a la vez manteníamos bien la relación madre-hijo, que como si de una jerarquía se tratara, mandaba inicialmente y ante todo sobre la de hombre-mujer. O tal vez era así. Porque en realidad nos estábamos comportando como siempre hicimos. El lado vicioso, erótico, pornográfico, morboso….. surgió en una locura que planteé con Manoli, y en la que milagrosamente mi madre accedió. Desde ahí nunca hubo mención alguna a ese episodio; solo seguíamos siendo madre e hijo, que llegado el momento compartían cama y tenían buen sexo. Pero tras él de nuevo la interpretación familiar como si nada. Quizás, la interpretación era la danza macho-hembra más antigua del mundo, porque ante todo éramos lo que éramos: madre e hijo, macho y mujer.
Mi comodidad y felicidad radicaba en la naturalidad con la que ambos llevábamos esa situación. Como si fuera lo natural, como las tortugas que van al mar tras nacer. Como si lleváramos toda la vida esperándolo.
Hora de comer. Salí de mi habitación muy empalmado y nervioso. Vestía vaqueros y camisa de manga corta. La casa olía a limpia y a cocido. Ella había dedicado la mañana a adecentar la casa.
– Hola cariño, comeremos ya. Ve poniendo la mesa; aquí mismo en la cocina.
Me sonrió y se giró de nuevo. Estaba de espaldas a la altura de la vitrocerámica, apartando la comida en platos. Vestía un cómodo vestido primavera. Con falda sobre las rodillas y poco escote, aunque con sus enormes pechos, muy bien colocados por algún sujetador, sus escotes siempre resultaban sugerentes por disimulados que fuesen. El movimiento de apartar la comida la hacía mover levemente las caderas. Esas caderas, ese trasero, ummmm, ya jamás miraría a mi madre de otra forma. Necesitaba irme con ella a la cama, no tenía ganas de comer.
Durante la comida charlamos de varios asuntos. Ella no aparentaba mostrar el más mínimo interés, yo disimulaba todo lo que podía. Tal vez, pensé con temor, haya decidido no seguir con esto y quiera obligarse a volver a la más pura relación madre-hijo.
Me quité esa idea rápidamente de la cabeza. “No, no puede ser. Le propuse pasar el fin de semana juntos y accedió feliz y ansiosa”. Mi mente bullía y mi polla explotaba.
– ¿estás bien cariño?, te noto pensativo y distante. ¿Te ocurre algo?.
Puse cara de hartazgo.
– En realidad no tengo mucha hambre. Pero la comida te ha quedado muy rica.
Ella apartó su plato, a medio terminar.
– Yo tampoco quiero más. No nos conviene llenarnos. Dime, ¿vas a dormir siesta?.
Tragué saliva. En ese momento me sentía débil y manipulable, lejos del macho que usa yeguas para su instinto. Mi madre sabía como dominar la situación. Que me cortasen la polla si ella no estaba tan deseosa, o más, de follar durante toda la tarde.
– Sí. Dormiré un rato. Por cierto, ¿no funciona el aire acondicionado?. ¡Este final de primavera está siendo especialmente caluroso!.
– Pues no. Pero eres un exagerado, no hace tanto.
De repente sonó el portero automático. El eco de los timbres del resto de vecinos también se oyó. Fui a levantarme, pero me detuvo.
– Se supone que no estamos aquí. Quedamos en que estaríamos todo el fin de semana aislados. Nada de timbres ni teléfono.
Mi ardor creció.
– ¿Y los vecinos?
– En esta época se van al chalet de la playa. Todo el edificio está vacío. ¿Quieres postre?.
“Tus melones, tus besos, tus caricias, tu lengua, tu cuerpo, tu coño, tu sudor….”
– No. Bueno, voy a dormir un rato la siesta.
– Está bien, dame un beso.
Mua, mua. En las mejillas. Pero su lengua se deslizó suavemente por mi cara tras el último beso. Me quedé parado sin saber que decir.
– ¿Y bien cariño?, ¿no vas a dormir?.
– Si….. sí. ¿Tu no vienes?.
Hizo un aspaviento que abarcó toda la cocina.
– He de recoger todo esto. Tu descansa, por la tarde haré café. Aunque igual descanso un rato. Intentaré no hacer mucho ruído.
Mi habitación y la de matrimonio estaban pegadas, y se unían con una puerta interior; puerta que casi nunca habríamos.
– No te preocupes, estaré un rato con el portátil; muchas veces me duermo con los cascos puestos.
Cerré la puerta y me tumbé en la cama. Entre las cortinas se filtraba la suficiente luz del día para poder ver bien, a pesar de las penumbras de las persianas de madera echadas y luz apagada. Me desnudé por completo y me tumbé en le cama. Estaba muy excitado y erecto; pensé en masturbarme con algún video por Internet. “Dios, que desperdicio de momento. Necesito sexo, deseo follármela”. Me veía incapaz de dar paso alguno. Supe que dependía de ella.
Decidí no masturbarme, dejarla intacta para mi madre. En el fondo sabía que era cuestión de tiempo. La danza madre-hijo no podría alargarse mucho más, ambos estábamos con las mismas ganas. Intenté dormir, desnudo sobre las sábanas.
Un ruido me despertó apenas al haberme quedado dormido. Entreabrí los ojos y apenas pude ver una sombra avanzando lentamente, cuidadosa, hacia la cama. La luz del sol del caluroso mediodía se colaba entre las aberturas de la persiana de madera. En la calle no había ruidos; sin gente en la calle peatonal de comercios cerrados por la hora.
La sombra se mantenía a una distancia prudente. Me froté los ojos y empecé a ver mejor. Mi madre me observaba con una extraña media sonrisa, a penas a medio metro de mi cama. Vestía con uno de sus camisones; uno blanco que dejaba muchas de sus carnes al aire, merced del calor que marcaba el próximo verano.
Caí en la cuenta de que estaba tumbado completamente desnudo sobre las sábanas. Me incorporé un poco y miré mi polla, estaba morcillota, a medio caer; pero contenida por la presencia femenina.
– Chico, he intentado dormir un poco de siesta, pero no puedo dormir. ¿Acaso te he despertado?.
Había la suficiente luz para ver que tras la pregunta recorrió todo mi cuerpo con la mirada, deteniéndose más de la cuenta en mis partes. Mi pene reaccionó comenzando a crecer. Permanecía quieta a medio metro de mi cama, olía a perfume coco chanel, sin duda recién echado. Su voluptuoso cuerpo se dibujaba perfectamente bajo el diminuto camisón. Llevaba el pelo recogido en un moño. Sin duda estaba preparada para una tarde de acción.
– Solo estaba descansando, tampoco podía dormir.
Ella asintió. El tiempo parecía detenido; tenía la sensación de que aquella mínima e intrascendente conversación se daba mientras en el resto de la humanidad pasaban siglos a cámara rápida. Pero desde la calle solo se colaban mínimos rayos de sol, atenuados por las cortinas. Ni el fugaz canto de pájaros nos llegaba. Ante mí el más absoluto silencio y una yegua de gran casta pidiendo guerra con su amable mirada de madre.
Pero dejé de ver a mamá, ahora solo veía a la hermosa mujer de cincuenta y cuatro años que tanto me quería, y con la que tanto disfrutaba en la cama.
Mi polla ya estaba preparada.
– He pensado que podría meterme en tu cama a pasar la siesta. ¿Quieres pasar el rato con mamá?.
Me eché hacia un lado, dejándole espacio a mi izquierda. Mi respuesta fue escueta, pero mi polla y mis ojos clavados en el abultamiento de sus melones hablaron solos.
– Sí.
Ella se acercó hasta el borde de mi cama, sin prisas, y deslizó los tirantes de la bata más allá de sus hombros. Sacó los brazos y la dejó caer. Ante mí quedó completamente desnuda. Volví a tener esa extraña sensación de estar viendo a mi madre, pero de una forma diferente pues ante todo era la hembra, la yegua, que buscaba al macho; la relación social más antigua de la sociedad; sin la cual jamás se habrían forjado los cimientos de nuestra civilización. Sentía el cariño hacía mi madre, con toda la ternura y dulzura que se grabaron a fuego en mis genes durante aquellos nueve meses. Pero se imponía el morbo y el deseo hacia la mujer. Difícil de explicar, pues sentía que mi mente era un continente de emociones. Desde que sentí eso por primera vez, quedé prendado para siempre de mi madre. Jamás ninguna mujer podría hacerme sentir nada parecido a aquello, que va más allá del sexo (el cual además era de alta calidad con ella), por más guapa, atractiva, morbosa y fogosa que fuera.
De nuevo el tiempo detenido, pasarían unos pocos segundos probablemente, pero yo sentía como en la calle pasaban décadas. Como los edificios se deterioraban y las gentes cambiaban sus ropajes desde la edad media hasta la actualidad, caminando a cámara rápida.
Pero fuera todo estaba en silencio. Como si la casa flotara en el espacio y mi madre y yo fuésemos el embrión de la sociedad que sobreviene.
Pensé que se había recogido el pelo para follar mejor, pero lo hizo para dedicarme un último guiño femenino antes de meterse en mi cama. Lo habría tenido planeado, pensé, marcar claramente la frontera entre madre y hembra. Protocolo necesario para poder disfrutar tanto como disfrutábamos sin agravios de conciencia.
Dejó caer el pelo, que estalló sobre sus hombros. En el amortiguamiento de la caída, dejó mostrada la inercia de mi mirada que llegó hasta sus pechos, grandes y algo caídos; pero deliciosos de amplia aureola y pezones medianos. Su vientre y cartucheras dejaban vista libre de caderas femeninas, amplias y voluptuosas, que guardaban el abismo de su hermoso trasero de nalgas azotables y muslos brillantes, muy bien depilada. Solo un hilo de pelos, fino y sugerente, en su sexo amplio y acogedor.
Si estuviera más delgada sería menos Diosa, si estuviera más gorda sería peor Yegua. Si tuviera otro cuerpo no sería mi madre. Guapa y retentiva, a pesar de la edad, de épocas gloriosas de gran cuerpazo. Bajita y voluptuosa. Sus mechas rubias parecían iluminadas, resaltando en la tenue oscuridad. Como si todo estuviera en blanco y negro menos su cabello.
Una ráfaga de aroma a vainilla inundó mi pituitaria, el colchón cedió hacía mi derecha. Mi madre se acababa de meter en mi cama. Ambos completamente desnudos, yo muy empalmado y ella muy mujer.
Se arrimó de lado, nos medio abrazamos y ella se cercioró de que sus pechos quedaran pegados cerca de mi cuello.
– ¿Todo bien nene?. ¿Todo bien así?.
Sentía arder todo mi cuerpo.
– ¿Podría comerte los pechos?.
Ella se incorporó hasta quedar recostada de lado, con el codo apoyado tras mi cabeza. Con la otra mano acercó sus pechos hasta ponerlos en la cara.
– Claro mi amor, toma los pechos de mamá. Son todo para ti.
Comencé a lamerlos. Inicialmente los agarré por la base y pasé mi lengua por los pezones, endureciéndolos. Luego lamí haciendo círculos concéntricos alrededor de su aureola, la cual se arrugaba al tacto de mi lengua, cogiendo firmeza y dureza.
Me acomodé echándome más hacia ella. Mi polla debió quedar a su alcance pues sentí como la agarró. Seguí lamiendo sus melones, dando mordisquitos aquí y allá; mientras mi cuerpo se estremeció al notar como su mano derecha se cerraba en torno a mi polla, muy suave.
– Ufff amor, ¿Mi nene tiene pupita ahí?.
Notaba como me palpitaba bajo su mano. Ella masturbó un poco, dejando el capullo fuera. En respuesta emití un gemido de ronroneo, alargado.
Ella siguió masturbando muy lenta, y yo cada vez me llenaba más de sus pechos. Pero no podía más, su contacto en mi polla me hizo ver cuánto necesitaba una mamada.
Noté un clic en mi cerebro. Metí la segunda marcha de transformación hacia domador de yeguas. Me levanté de la cama y me puse de pié a su altura masturbándome. Las miradas que cruzamos ya no eran de madre e hijo.
– Venga mamá, aquí la tienes.
Ella se arrodilló, levantando el culo mucho tras de sí. Agarró la polla y la levanto, lamiendo los huevos. Luego se medio tumbó boca arriba, abriéndose mucho de piernas. Hizo un gesto para que se la acercara a la boca, ella esperaba en el filo de la cama sentada, con la almohada colocada en la espalda para mantenerla erguida.
Me acerqué y la agarró. La masturbó fuerte mirándome dulcemente, con reminiscencias de zorra necesitada. Dejó todo el capullo fuera y le escupió tres veces. Luego pasó la lengua, sorbiendo y saboreando.
El mundo volvió a detenerse. Su lengua recorría melosa todo mi capullo. Cerré los ojos y noté tocar el cielo. Una oleada de cómodo y casero placer recorrió mi espalda de abajo arriba, hasta contaminar mi materia gris.
Un instante después de aquella eternidad, su boca engullía mi polla entera. Arcadas lógicas llegaron a su garganta, pues la sentía muy gorda y grande en su campanilla. Superado esos fatigosos momentos inició la gran mamada. La polla la agarraba desde la mitad del tronco hasta los huevos, en movimiento de masturbación. La boca abarcaba, en cada embestida, desde el capullo ( en el que siempre dejaba deslizar la lengua) hasta poco más de la mitad. A veces paraba y la lamía entera.
Con su otra mano se acariciaba el coño. El coñito de mamá, por donde salí hace algo más de treinta años.
La alarma de primera corrida llegaron tras un largo rato de mamada.
– Ei, ei, ei. Para mamá, que te vas a llenar de leche.
Ella se la sacó de la boca, y se limpió la baba que le caía por la barbilla mientras reía por mi comentario.
– Muy buena mamada.
– Gracias.
Me incorporé un poco y la besé con lengua. Luego la azoté en las nalgas apremiándola para que me dejara acomodar entre sus piernas.
– Vamos a ver a qué sabe ese coño.
De nuevo rió. Más excitada que nerviosa.
– Ya sabes a qué sabe, granuja.
Ella se abrió y yo escupí en su coño pasando la mano por el. Gimió fuerte ante el contacto. Ya no éramos madre e hijo.
Abierto como una rosa, húmedo como la primera flor cuidada por el hombre. Sus labios carnosos eran mordidos y dejados caer, provocándole contoneos de doloroso placer. Mi lengua y mejillas entraban tras mi lengua, quedando mi cara mojada por los flujos de mamá.
Los dedos entraban con asombrosa facilidad y su clítoris se dejaba lamer dando botecitos como una bolla en mitad del oleaje. Mamá no cesaba de gemir. Con el coño al cien por cien, y mi polla muy erecta y más relajada, había llegado el momento.
Me incorporé sin previo aviso. Ella me recibió con una sonrisa. Agarré la polla y la dejé en la entrada, notando la facilidad con la que aquella húmeda cueva podría tragarla.
Coloqué un brazo a cada lado, ella acarició los músculos de gimnasio que se marcaban en ellos.
– Mi nene fuerte, mi machote.
Lo dijo excitada, apresurada, invitándome a clavarla urgentemente.
Entro como cuchillo afilado en mantequilla caliente. Noté como las cálidas carnes internas de su coño envolvían mi polla, dándole un caluroso, dulce y amable recibimiento. La penetraba lentamente, sacándola entera hasta un par de centímetros, y entrando de nuevo hasta el final. Aguantaba las ganas de follarla fuerte, primero mejor así; poco a poco, sintiendo el calor de la gran hembra.
Ella se movía cada vez más hacia arriba, buscando contacto, queriendo acelerar la follada. Gemía y movía la cabeza de lado a lado, muy necesitada, queriendo más.
– Vamos nene, ¡¡fóllame!!.
Seguía con la misma penetración.
– ¿Cómo dices mamá?
– ¡¡¡¡Fóllame!!!.
– No te escucho bien
Su respiración se agitó, su mirada era más penetrante, sin trazas de su habitual ternura. Ahora era solo una yegua que deseaba ser domada. La tenía justo donde quería.
– ¡¡¡¡¡¡¡¡¡Que me folles, joder!!!!!!!!. ¡¡¡¡¡¡Fóllate a tu madre!!!!!!!. Taládrame, desgárrame, mátame a pollazos, ¡¡pedazo de cabrón!!. ¡Hazme tuya!, úsame, sé mi macho. ¡¡¡Vamos!!.
Mantuve un poco más la situación.
– ¿Eres buena zorra?. ¿mereces la follada que reclamas?.
Ella respiraba agitada, notaba su coño más mojado.
– Soy tu zorra, lo seré hasta que desees. ¿Tu yegua?, ¿es así como me llamaste un día?.
– Mi yegua preferida. La zorra de mi madre
– ¡¡¡¡¡¡¡Folla ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
No la dejé suplicar otra vez. Comencé a follar muy fuerte, muy directo; manteniendo la compostura con la elegancia del buen jinete.
Sus gemidos aumentaron mucho el volumen. Eran alaridos de perra en celo, gritos desgarradores. Imaginaba que esos gritos retumbaban por todo el edificio, ¿vacío?, de tres plantas. Debían recorrer toda la silenciosa calle. Mi madre era la madre de la tierra; que ocupaba el aire con sus gritos desgarradores y gemidos de hembra en celo. Si alguien paseaba en ese instante sin duda debía escucharla. Seguramente estaba siendo oída en los edificios vecinos.
La danza comenzó. Ahora ella se colocó en posición de arco, con el culo muy levantado, dejándolo accesible al macho, y su torso pegado a la cama. Lamí un poco antes de meterla de nuevo. Escupí en mi mano y la pasé por su, sorprendentemente depilado y bien cuidado (¿blanqueado?), ano. Saqué la polla del coño y la metí en su culo. Ahí costó hacerla entrar, solo presioné hasta un poco más del capullo. A ella le dolía, pero aguantaba dócil, tocándose el coño para sentir placer.
Ahora ella me tumbó y se colocó a mi lado. Estábamos sudados, ella sopló en mi frente.
– Ummm, que rico está todo nene.
Lamió mis pezones mientras me masturbaba. Mi polla estaba a mil. Siguió bajando, deslizando su lengua por mi vientre. Me dio una corta mamada antes de subirse a cabalgar.
Mi madre folla muy bien, sabe lo que se hace. Me dio el respiro necesario para que mi polla recobrase fuerzas para poderme trabajar desde arriba. Se clavó se apoyó en mi torso, moviendo el culo hacia delante y hacia atrás, restregándose mi polla dentro de ella.
Su pelo caía frente abajo. La observe mientras se movía. De repente era mi madre de nuevo. Su cara, su pelo, sus gestos. Joder, es mi madre la que me está follando. Y podía agarrarle las nalgas, azotarlas, acariciar sus muslos y pechos. Ella se dejaba hacer todo, ¡mi madre me dejaba tocar su cuerpo desnudo mientras me follaba!.
Ahora era más gata que yegua, ronroneaba gimiendo queda, mientras su cuerpo bailaba sobre mi polla. Mis manos agarradas una a cada nalga. Sentí impulso, empecé a taladrar desde abajo; ello cambió la situación. Ahora la polla reclamaba entrar de abajo arriba. Ella respondió con un chillido de placer y venció su cuerpo hacia mí.
Pam, pam, pam, pam. Ahhhh. Sihhhh. Asihhhh. Fóllame. Folla a mama. Más fuerte. Más fuerte. Ummm. Ummmm. Pam. Pam. Pam. Mamaaaaa. Mamaaaaa. Mamaaaaa.
Me iba.
– Mami ya estoy, estoy a punto.
– ¡Vamos amor!. La quiero tragar, me la he ganado.
Nos levantamos y quedé de pie de nuevo junto a la cama. Ella se arrodilló en el suelo y se preparó para hacerme acabar.
La masturbaba acercándola a la boca. El cambio de postura me hizo tardar un poco más de lo previsto. Ella me miraba muy tiernamente mientras la masturbaba y lamía el capullo y daba ánimos.
– Vamos nene, venga mi machote. Dáselo todo a mamá. Ummm, sihhh, eso es.
Una gorda salpicadura la pilló desprevenida y salió disparada sobre sus ojos. Entonces se la metió en la boca donde, mamándola, tragó todo el resto del semen.
Luego rió y se limpió el semen con las manos.
– Guau, jajajaja, casi me dejas ciega.
Me quedé sentado en la cama, relajado.
– Voy a darme una ducha amor.
La luz que entraba era más pobre. Miré el reloj, las seis de la tarde.
A las siete salí de la habitación sin saber muy bien qué decir. Mi madre preparaba la cena, vestida con un cómodo pantalón de chándal y camiseta. Saludé al llegar.
– Hola nene. ¡Menuda siesta eh!. ¿Cenarás en casa?.
Me sorprendió su postura. Era de nuevo mi madre en plenitud. Actuaba como si nada hubiera pasado, a pesar de la media tarde de sexo fuerte y de alta calidad que acabábamos de tener.
Sin duda debía tener una cruel lucha interna para mantenerse como si nunca pasara nada. Separando a la perfección ambas relaciones. Era solo mi madre, era como si hubiera estado ahí toda la tarde, haciendo cosas en la casa.
– Sí. También me quedaré a dormir esta noche.
– Como quieras cielo. Ya sabes que aquí tienes tu casa.
Cenamos y vimos una película. Nos dimos las buenas noches y nos fuimos a dormir.
– Buenas noches cariño, que tengas dulces sueños. Mañana tendré churros para desayunar. ¡Me hace tan feliz tenerte en casa!. Siempre serás mi peque.
A las tres de la mañana me despertó un ruido. Encendí la luz de la mesilla y pude ver a mi madre desnuda a los pies de mi cama.
– Cariño, no puedo dormir.
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Relato erótico: «Sobre un pueblo 2 y 3» (POR BUENBATO)
Sandra, la hija de Javier, era una muchachita preciosa, alta y delgada cuyos pechos firmes y su marcado trasero le hubieran permitido desfilar en las más aclamadas pasarelas de moda. Era una mulata de piel más clara que sus primas y su cabello negro y lacio le iban bien. La chica no pudo ocultar su felicidad al ver a su padre recibiendo una mamada de su prima, pues sabía que por fin su padre había desistido de irse del pueblo. Corrió hacia su padre y sin interrumpir la acción de Leticia lo abrazó y le dio un beso en la mejilla.
– Gracias papa, gracias. Sabía que no nos iríamos.
Javier sonrió al ver la felicidad de su hija. La sensación de los experimentados labios de Leticia lo distraían constantemente pero Javier alcanzó a decirle algunas cosas a su preciosa hija.
– Te llamé para que atiendas a tu tío, ¡uh!… – la lengua de Leticia envuelta sobre su glande le quitaba las palabras de su boca – estará aquí un buen rato. Y también al alcalde, ¡ah!…por favor.
– Si papa – dijo Sandra con una felicidad inmensa – lo que tú quieras.
«El conde no solo corroboró la improbabilidad de concebir mediante el incesto de padre e hija sino que con el tiempo descubrió que aquel fenómeno alcanzaba a tres generaciones y a los lazos de sangre. Padres, tíos y abuelos; todos tenían el mismo efecto nulo sobre las féminas.
Sabia, ya con todo esto, que aquello simplemente no debía ser conocido por nadie más que no perteneciera a la descendencia de de aquellas cinco familias pioneras.»
Sandra se acercó alegre a los dos hombres. Estos no podían evitar mirar con lujuria a la preciosa criatura que se les acercaba. Sandra no estaba desacostumbrada a estas reacciones por lo que decidió charlar con buen humor.
– ¿Como esta tío? – dijo sonriente – ¿no se aburre?
– Estoy muy feliz por la decisión de tu padre – dijo Federico en tono más serio – me alegra no perderlos.
– A mi también tío – dijo mientras se desvestía – estaba realmente asustada de pensar que nos iríamos…
La chica comenzó quitándose su camisa a cuadros de hombre que le gustaba utilizar, al deshacerse de ella mostró por fin las facciones de su escultural cuerpo: un abdomen espectacular bajo un par de tetas divinas que se movían rítmicamente mientras la muchacha se retiraba sus jeans para finalmente quedar en bragas blancas y sostén negro, sin nada en común una prenda con la otra mas que el cuerpo de diosa que cubrían.
– …mi madre también estaba muy preocupada, imagínese tío, dejar toda nuestra vida – comentaba mientras se ponía de rodillas frente a su tío Federico que permanecía sentado en otro sofá de la sala.
La muchacha dejó entonces de hablar para retirar el cinturón y el pantalón de su tío, mientras este se comenzaba a desabrochar la camisa. Al sacar el pantalón descubrió la polla erecta de su tío, que se entreveía bajo el calzoncillo; la muchacha sonrió y retiró el calzoncillo para finalmente quedar frente a frente con aquella ansiosa verga.
Del otro lado, Leticia había provocado la primera eyaculación de su tío Javier que descargaba sus fluidos en la dulce boca de su sobrina. Era una cantidad considerable por lo que una línea de semen escapó por sus mejillas pero rápidamente logró contenerla utilizando la misma verga de su tío para regresarla a su boca. Sentada en el sofá era ahora Alejandrina la que debía esperar su turno pues Javier tomó asiento en el sofá para recibir a su hermosa sobrina Leticia quien se acomodó sobre él y con una habilidad surgida de la experiencia acomodó la verga de su tío para después dejarse caer, clavándose a su propio ritmo aquella polla. Javier comenzó a moverse y poco a poco se sincronizó con la muchacha para lograr un mete y saca constante que Leticia y él, por supuesto, disfrutaba.
Al otro extremo del cuarto, su bella hija Sandra le practicaba una hermosa felación a Federico, que disfrutaba al extremo con su cabeza recargada y sus manos acariciando los cabellos de la muchacha. Parecían haberse olvidado del alcalde que no sabía si seguir esperando o despedirse de una vez en medio de todo aquello que sucedía a su alrededor. Solo hasta entonces Sandra lo miró y se disculpó inmediatamente con él.
– ¡Ay, qué pena señor alcalde! – lamentó la chica – Me había olvidado completamente de usted, no se preocupe, usted también puede participar si lo desea.
Aquello descompuso completamente al hombre que, completamente ruborizado dijo que quizás era mejor que se retirara. La muchacha comprendió la preocupación del alcalde y le aclaró que todo era con la autorización y agradecimiento de su padre. Siendo así el alcalde Gonzalo no dio más resistencia y aceptó el ofrecimiento de aquella preciosa criatura. Comenzó a desvestirse mientras la muchacha se deshacía de sus bragas sin levantarse y sin dejar de chupar la verga de su tío Federico. Desnudo ya, el alcalde se arrodilló detrás de aquella preciosa chica que, con una gran habilidad, separaba sus nalgas para ofrecerle su ano al alcalde sin dejar de mamar la verga de su tío. Aquel esfínter se veía suculento y el alcalde, sin resistir más, se lanzó sobre aquel culo y comenzó a besar y lengüetear cada parte de las nalgas y el esfínter de aquella mulata.
¨Las cosas fueron variando con el tiempo. Generación tras generación se volvía evidente que la base de aquella nueva sociedad era, en todo momento, el sexo libre. Era algo más que un experimento o una población secreta; se volvió un tesoro que, se sabía, seria destruido si se descubría.¨
Javier, por su parte, seguía bombeando a su sobrina Leticia mientras chupaba los pezones de las redondas y preciosas tetas que esta le ofrecía. La muchacha ya había logrado dos orgasmos y dentro de si no tenía ganas de detenerse, le encantaba la sensación de ser penetrada mientras los labios de su tío masajeaban sus pezones. Alejandrina estaba aburridísima y, además, caliente y en su desesperación ya llevaba un par de minutos dedeándose y apretando sus pezones.
Sandra, en aquel momento, recibía poco a poco la verga del alcalde en un ano que disfrutaba ser penetrado. Ya con la verga hasta el fondo se dispuso a comenzar con el mete y saca, provocando suspiros a la muchacha que lambia de testículos a cabeza la verga de su tío. El alcalde comenzó a acelerar su ritmo y cada embestida sobre Sandra la volvían loca de placer. Se mantuvieron así un par de minutos hasta que Federico no pudo más y sus fluidos estallaron en la cara de la muchacha que quedó maquillada con la leche de su tío. Federico se dio cuenta de que del otro lado su hija Alejandrina se aburría y la llamó.
La muchachita se acercó de inmediato y Federico, sobándole ligeramente sus preciosas nalguitas, le indicó que ayudara a su prima con aquel lio. Alejandrina se arrodillo y, sin perturbar las embestidas que el alcalde propinaba a Sandra, comenzó a lamber y tragar los fluidos al tiempo que le propinaba algunos suaves besos en la boca de su primar que no dejaba de gemir a cada embestida que recibía por su culo. Aquella escena volvió a provocarle una buena erección a Federico que no paraba de desviar su mirada al hermoso cuerpo de Alejandrina. Cuando la muchacha parecía haber terminado la limpieza sintió un suave jalón de cabello por parte de su padre, quien la dirigió a que se apoyara sobre el sofá. Federico acomodó a su hija e inmediatamente dirigió su lengua al virginal ano de la chica. Era la primera vez que Federico propinaba un beso negro a Alejandrina por lo que esta supuso que aquella noche seria por fin el momento en el que le romperían el culo. Alejandrina disfrutaba la frescura y el relieve de la lengua de su padre. Tras unos momentos el hombre se puso de pie, penetró ligeramente el coño mojado de su hija para después dirigirlo a la entrada de aquel ano ansioso.
– Te va a doler un poco – murmuró Federico – quédate quieta.
– Si papi. – dijo la niña, con la voz entrecortada por la emoción y el placer de sentir la verga de su padre sobando su esfínter.
El hombre empujó, con cuidado, y no puedo evitar recordar el día en que penetró por primera vez a Leticia por el culo; aquello no solo era un sentimiento de placer sino de emoción. Ahora estaba detrás de su otra pequeña hija, Alejandrina, su dulce hija que aguardaba nerviosa el momento en que aquel pene entrara hasta su recto. Siguió empujando y la muchacha comenzó a sentir un poco de dolor pero no se quejó, deseaba pasar aquella prueba que tanto había esperado de la mejor forma. El alcalde colocó a Sandra en la misma posición sobre el sofá en que se encontraba Alejandrina quien volteó y dejo ver la emoción en sus ojos a su prima. Sandra sonrió al ver la felicidad en los ojos de su prima pero no podía concentrarse en ella porque cada embestida del alcalde parecía elevarla al cielo.
De pronto una fuerza recorrió todo el espinazo de Alejandrina y esta soltó un grito ahogado; su padre, con una gran habilidad, le introdujo su verga de golpe, como lo había hecho hacia un par de años con Leticia. El dolor en las entrañas de Alejandrina fue inesperado y sentía en todo su esplendor el pedazo de carne de su padre. Federico besó la espalda de su hija mientras el dolor en ella descendía; la piel de la muchacha se había enchinado y poco a poco comenzó a sentir el placer de una verga clavada en su culo. Una única lagrima llegó a sus labios y al poco rato comenzó a sentir movimientos en su recto; Federico había comenzado un lento bombeo, cuidando de no lastimar a su hija. A su lado, el alcalde rellenaba el precioso culo de Sandra en una abundante eyaculación que ambos disfrutaron.
En el otro sofá Javier descargaba también su leche en el coño de su sobrina. Después, un poco cansados, tomaron asiento en el sofá y miraban la escena que se les presentaba enfrente: Federico ya bombeaba con normalidad el culo recién estrenado de Alejandrina que sentía que se desmayaba en cada va y viene que su padre le proporcionaba. También Sandra y el alcalde descansaban; este sentado en el espacio libre del sofá y la preciosa chica sentada en sus piernas, con el semen fluyendo lentamente de su ano. Javier, recuperado, se puso de pie y tomando a su sobrina de la mano se dirigió hacia el resto.
Llegaron y Javier contempló aquella escena; la verga del alcalde era limpiada cuidadosamente por su querida hija Sandra mientras su sobrina Alejandrina que, por ser una novata del sexo anal, sentía que perdía la conciencia ante tanto placer que fluía por su esfínter a cada embestida de su padre. Leticia se arrodilló cerca de Alejandrina y con una sonrisa amistosa le acarició la frente de su hermana.
– Hermanita – dijo con ternura – ¿estás disfrutándolo?
Alejandrina no pudo responder pero su rostro cansado alcanzó a dibujar una sonrisa. Javier miró a su hija que lambia con dulzura la agradecida verga del alcalde, pensó de pronto en lo que aquella noche, por una absurda decisión iba a perder para siempre. Agobiado por esto se acercó por detrás de ella sin que esta lo notara, de pronto la tomó por la cintura y, sin dar importancia al semen del alcalde que aun escapaba lentamente del ano de su hija, colocó su verga en posición y le introdujo de golpe la mitad de su pene ante la sorpresa y disfrute de su hija.
– ¿Me permite, señor alcalde? – preguntó sonriente Javier
– Por supuesto Javier – respondió el alcalde mientras se ponía de pie
El alcalde se alejó y Sandra volteó sonriente hacia su padre que le respondió con un par de tiernas nalgadas.
– Hola papi – dijo con tono infantil la muchacha
Javier solo pudo sonreír y de inmediato acomodó a su linda hija sobre el sofá, sin sacar en ningún momento su verga. Acomodada ya comenzó a embestirla lentamente; los primeros bombeos provocaban que la leche del alcalde saliera salpicando del culo de Sandra pero ciertamente fungía como un buen lubricante.
Al ver al alcalde inactivo, y para no verse tacaño, Federico le autorizó pasar un momento con su hija Leticia; de la misma forma que con Sandra se negó amablemente pero no resistió mucho ante la insistencia de Federico quien en el acto se lo informó a su hija que seguía acariciando la frente de Alejandrina.
Leticia se dirigió al alcalde y este no pudo resistirse a sobar aquellos pechos tan preciosos que portaba la muchacha. Federico y Javier abrieron un espacio en medio del sofá en que se follaban a sus respectivas hijas. El alcalde dirigió a la muchacha y la acomodó de la misma forma que el resto de aquella orgia, la muchacha ofreció gustosa su ano. Antes que nada el alcalde lambió repetidas veces el esfínter de la muchacha que en lo que corría de aquella noche aun no era penetrada por el culo para después, con aquel anito un poco más lubricado, colocar la punta de su erecta verga. La morenita se concentraba en dilatar su ano y poco a poco aquella verga se abría paso hasta el recto de Leticia.
Poco a poco comenzó a bombearla hasta tomar un ritmo de embestidas que hacían jadear a la preciosa criatura. Para entonces aquella era una autentica orgia con tres mulatitas en hilera siendo taladradas por el culo en medio de un coro de gemidos, respiraciones, jadeos, suspiros y orgasmos. Alejandrina parecía haberse acostumbrado ya al bombeo de una polla en su culo pues ya abría sus nalgas con sus manos y constantemente pedía más y más.
– Más papito, por favor, no te detengas -gritaba Alejandrina como loca a lo que su padre le respondía con una sonora nalgada
Los cuerpos sudorosos de las muchachas, apretujados en aquel sofá, chocaban de vez en cuando mientras cada una recibía su verga por su respectivo culito. Leticia, recostada boca abajo sobre sus voluminosas tetas, disfrutaba cada mete y saca del alcalde mientras su prima Sandra, a su lado, gritaba descontrolada en los momentos en que su padre aumentaba las embestidas sobre su bien lubricado ano.
– Te voy a rellenar el culo – dijo Federico a su hija Alejandrina mientras apretaba excitado las suaves nalgas de la chica – Quieres tu culito relleno, ¿verdad?
La muchacha no podía ni responder pero las palabras de su padre y la idea del semen dentro de su culo la tenían más allá de los límites de la excitación.
– Te rellenare el culito, putita – repetía Federico en pleno preámbulo de su orgasmo, mientras su hija solo le podía responder con gemidos y jadeos.
Era curiosa la doble actitud que los habitantes de aquel pueblo tomaban; si bien imperaba siempre una actitud positiva y de respeto a la hora del sexo no eran extrañas las palabras altisonantes. Pero incluso aquello era tomado con normalidad y remotamente llegaba a haber desacuerdos sobre eso pues era, para casi todas las muchachas, excitante ser llamadas putas y zorras por sus propios padres, tíos o hermanos.
– Papi, relléname – alcanzó por fin a decir Alejandrina
– ¿Eso quieres putita? – respondía Federico
– ¡Sí!
La leche de Federico se descargó en el recto de su hija que por primera vez sentía la calidez del semen en sus entrañas. Comenzó a besar la espalda de su hija, paso a su cuello y a su nuca mientras el semen seguía fluyendo lentamente dentro del, hasta hacia unos minutos virgen, ano de su hija. Federico acariciaba apasionadamente los brazos y las tetitas de su hija que parecía ronronear a las caricias de su padre.
– Te quiero mucho papa – dijo dulcemente
A su lado, el alcalde Gonzalo rellenaba el culo de Leticia, la otra hija de Federico que por fin pudo dar un respiro a las embestidas sobre su culo. Jalaba suavemente el cabello de la muchacha mientras su leche se impregnaba en las paredes del recto de Leticia. Federico puso de pie a la agotada Alejandrina y llamó a Leticia. La chica esperó a que el alcalde desclavara su verga e inmediatamente se puso de pie. Federico le dio una palmadita al culo de Alejandrina y le pidió que fuera con el alcalde. Inmediatamente la preciosa mulatita se colocó de la misma forma en que hacia un momento se hallaba su hermana Leticia y al alcalde le cayó de sorpresa pensar que aquella noche iba a perforar el los culos de aquellas tres preciosas chicas. Aunque su verga estaba un poco adolorida se endureció de inmediato al ver un hilo de leche brotar del esfínter de Alejandrina, quien se ofrecía pacientemente con sus nalgas abiertas.
Justo al lado Sandra recibía los últimos azotes de su padre sobre su dilatado ano, momentos después su recto era rellenado de nuevo por un semen caliente que sentía perfectamente dentro de si. Javier, jadeante, lanzaba las ultimas embestidas sobre su hija pare después sacar su saciada verga de aquel agujero. A su lado, el alcalde cabalgaba sobre el culo abierto de Alejandrina que disfrutaba la segunda verga que le partía el culo en su joven vida. El ano de Sandra apenas comenzaba a escupir las primeras gotas del semen de su padre cuando este la volteó de frente para después lanzarse sobre sus endurecidos pezones. Sandra disfrutaba conmovida la delicadeza con la que su progenitor saboreaba y masajeaba sus pechos.
Al otro extremo del sofá, Leticia terminaba de limpiar la verga de su padre, que había quedado manchada con pedazos de mierda de Alejandrina, con un trapo húmedo. Con la verga reluciente, Federico comenzó a recibir, sin pedirlo, una suave mamada de Leticia que, sin duda, lo relajaron. Leticia lanzaba furtivamente miradas traviesas y sensuales a su padre que le respondía acariciando cariñosamente los cabellos de su hija. Mientras recibía la felación de su hija miraba a la otra recibir las embestidas del alcalde sobre su recién estrenado culo. Más allá, Javier yacía sentado y besaba apasionadamente a su hija Sandra que, sobre él, recibía suaves caricias sobre sus nalgas por parte de las cálidas manos de su padre. Federico estaba satisfecho de que todo hubiera regresado a la normalidad y seguramente su hermano jamás volvería a pensar en irse.
Tras unos cuantos minutos, la leche del alcalde corrió a través del esfínter de Alejandrina; era, para el alcalde, el aparente final de una sesión de sexo, que jamás se hubiera imaginado, con tres preciosas y jóvenes mulatas que recibieron, una por una, su semen en sus anos. Pero era tarde para el alcalde, acostumbrado a levantarse temprano y sumando todavía el agotamiento de aquella noche. Se vistió a pesar de la insistencia de los dos hermanos de que se quedara y, sin dejarse llevar de nuevo por el deseo, salió de aquella casa contento porque el problema se hubiese resuelto y satisfecho desde luego por la atención de aquellos hombres y sus preciosas hijas. Se alejó del lugar, donde seguramente continuaría aquella orgia y subió a su auto para dirigirse a su hogar. Llego a su casa donde sus dos esposas lo recibieron un tanto preocupadas por la tardanza y tras explicarles todo lo sucedido se dio una ducha, cenó y durmió como un bendito.
«El conde jamás alcanzó a vislumbrar completamente otra particularidad de aquel fenómeno genético; la tasa de natalidad femenina triplicaba a la masculina, hoy es evidente.»
Al despertar beso a sus dos esposas en la mejilla, sin despertarlas, y bajó a desayunar. Fue entonces cuando, al asomarse a la ventana vio un cuerpecillo alejarse presuroso: era una de sus hijas, Brianda.
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Relato erótico: «Mi don: ana – mi prima nos visita en navidad(7)» (POR SAULILLO)
Hola, este es mi 6º relato y como tal pido disculpas anticipadas por todos lo errores cometidos. Estos hechos son mezcla de realidad y ficción, no voy a mentir diciendo que esto es 100% real. Lo primero es contar mi historia, intentare ser lo mas breve posible.
Mi nombre es Raúl, tengo 25 años y lo ocurrido empezó en mis últimos años de Instituto, 17-18 años, considero mi infancia como algo normal en cualquier crió, familia normal con padre, chapado a la antigua y alma bohemia, madre devota y alegre, hermana mayor , mandona pero de buen corazón, todos de buen comer y algo pasados de peso, sin cosas raras, vivo a las afueras de Madrid actualmente, aunque crecí en la gran ciudad. Mi infancia fue l normal, con las connotaciones que eso lleva, sabemos de sobra lo crueles que son los críos y mientras unos son los gafotas, otros los empollones, las feas, los enanos….etc. Todos encasillados en un rol, a mi me toco ser el gordo, y la verdad lo era. Nunca me prive de nada al comer pero fue con 12 años cuando empece a coger peso, tampoco es que a la hora de hacer deporte huyera, jugaba mucho al fútbol con los amigos y estaba apuntado a muchas actividades extra escolares, ya fuera natación , esgrima, taekwondo, o karate, pero no me ayudaba con el peso. Lo bueno era que seguía creciendo y llegue muy rápido a coger gran altura y corpulencia, disimulaba algo mi barriga, todavía no lo sabia pero esto seria muy importante en adelante. Siempre me decían que era cosa de genes o familia, y así lo acepte. Como casi todo gordo en un colegio o instituto al final o lo afrontas o te hundes, y como tal siempre lo lleve bien, el estigma del gordo gracioso me ayudo ha hacer amigos y una actitud simpática y algo socarrona me llevo a tener una vida social muy buena. Eso si, con las chicas ni hablar, todas me querían como su amigo, algo que me sacaba de quicio. Pues no paraba de ver como caían una y otra vez en los brazos de amigos o compañeros y luego salían escaldadas por las tonterías de los críos, siempre pensando que yo seria mucho mejor que ellos, pero nunca atreviéndome por mi aspecto a dar ese paso que se necesitaba. Un tío que con 17 años y ya rondaba el 1,90 y los 120 kilos no atraía demasiado, cierto es que era moreno de ojos negros y buenas espaldas, pero no compensaba.
Además, tengo algo de educación clásica, por mi padre, algo mayor que mi madre y chapado a la antigua, algo que en el fondo me gustaba ya que me enseño a pensar por mi mismo y obrar con responsabilidad sin miedo a los demás, pero también a tratar con demasiado celo a las damas, y lo mezclaba con una sinceridad brutal, heredada de mi madre, «las verdades solo hacen daño a los que la temen, y hace fuerte a quien la afronta», solía decirme. Una mezcla peligrosa, no tienes miedo a la verdad ni a lo que piensen los demás. También, o en consecuencia, algo bocazas, pero sin mala intención, solo por hacer la gracia puedo ser algo cabrón. Nunca he sido un lumbreras, pero soy listo, muy vago eso si, si estudiara sacaría un 10 tras otro, pero con solo atender un poco sacabas un 6 por que molestarme, al fin y al cabo es información inútil que pasado el examen no volveré a necesitar.
Con el paso de mi infancia empece a sufrir jaquecas, achacadas a las horas de tv, ordenador o a querer faltar a al escuela, ciertamente algunas lo serian pero otras no, me diagnosticaron migrañas, pero cuando me daban ningún medicamento era capaz de calmarme, así que decidieron hacerme un escáner y salto la sorpresa, Con 17 años apunto de hacer los 18 e iniciar mi ultimo curso de instituto, un tumor benigno alojado cerca da la pituitaria, no era grande ni grave pero me provocaba los dolores de cabeza y al estar cerca del controlador de las hormonas, suponían que mi crecimiento adelantado y volumen corporal se debía a ello. Se decidió operar, no recuerdo haber pasado tanto miedo en mi vida como las horas previas a la operación, gracias a dios todo salió bien y con el apoyo de mi familia y amigos, todo salió hacia delante y es donde realmente comienza mi historia.
Después de la operación, y unos cuantos días en al UCI de los que recuerdo bien poco, me tenían sedado, con un aparatoso vendaje en la cabeza e intubado hasta poder verificar que no había daños cerebrales. Me subieron a planta y pasadas una semana empece ha hacer rehabilitación, primero ejercicios de habla, coordinación y razonamiento, y después físicamente, era un trapo, no tenia fuerzas y había mucho que mover, pero pasaron los días y casi sin esfuerzo empecé a perder kilos, cogí fuerzas, en mi casa alucinaban de como me estaba quedando y ante esa celeridad muchos médicos me pedían calma, yo no quería, me encantaba aquello, pero tenia que llegar el momento en que mi tozudez cayo ante mi físico , a pocos días del alta, en unos ejercicios de rutina decidí forzar y mi pie cedió, cisura en el empeine y otra semana de reposo total, donde cumplí los 18. Aquí ocurrió la magia, debido a mi necesidad de descansar me asignaron un cuarto y una enfermera en especial para mis cuidados, se llamaba Raquel, la llevaba viendo muchos días y había cierta amistad hasta el punto de que en situaciones en que mi familia no podía estar era ella quien me ayudaba a…..la higiene personal, solía solicitar la ayuda de algún celador pero andaban escasos de personal, y yo hinchado de orgullo trataba de hacerme el duro moviéndome con la otra pierna.
Como os conté en mi anterior relato, ella fue mi 1º relación sexual, y la que me abrió los ojos, el tumor y su extracción me provoco una serie de cambios físicos, perdida de peso y volumen, además de, sin saber muy bien como, una polla enrome entre mis piernas. Pero las situación con ella, no dio para mas, me recupere perfectamente y llego el día de irme del hospital. Después toco poner en práctica la teoría y Eli, la fisioterapeuta que me estaba ayudando con un problema en el pie, me la confirmo. Ahora era mi profesora y me enseñaba todo lo que se podría necesitar, y con unas amigas llego la magia. Después de mis 2 primeras semanas de aprendizaje y teoría, llegaba la hora del examen práctico. Ahora de mi aprendizaje, Eli me invito a una fiesta que quiso usar de examen, y se desmadro.
Mi fisico en este momento es un varón moreno de 1,90 largo, unos 85-90 kilos y cuerpo torneado, sin marcar musculo.
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Ya he leído algunos comentarios, gracias por los consejos, tratare de corregir, debido a varios comentarios paso a quitar en negrita las conversaciones
Shadow, gracias, pero la cuestión no es dejarme influenciar, hay un línea entre eso, y no reconocer algo que se esta haciendo mal por tozudez. No se como poder corregir mejor los borradores, reviso cada palabra conflictiva, y salvo errores por que se me ha ido un dedo creo, lamentablemente, que este es mi nivel mas alto jejeje.
Es cierto que quienes sigan la serie, es una lata, pero la 1º parte casi no cambia, con bajar un poco la rueda del ratón se soluciona, de ahí que ponga estas pequeñas anotaciones separadas del resto, Y así los que empiecen un relato sin seguir el orden, tener una idea general rápida.
Y si, es una deformidad de polla, pero tenia que ser así.
Pido disculpas por los “tochazos” que escribo, estas primeras experiencias llevan mucha información, y es importante a mí entender. Alguno más así y os prometo que los siguientes no serán tan grandes.
Aunque el genero en si sea amor filial, un tema que me gusta leer por el morbo y respeto, os indico desde ya que no hay sexo entre lazos de sangre reales, lo siento, pero en mi historia la familia es sagrada y ni mi madre, ni mi hermana, ni una sobrina o prima entraran en escena.
Pero la historia debe continuar.
Habían pasado un par de semanas desde que abandoné aquel gimnasio con mi amada Eli dentro, y de aquel paseo por el parque que resulto ser un momento trascendental en mi vida, se acabaron las pruebas, el aprendizaje y redes de seguridad, ya solo estabamos en la partida el mundo y yo, y me tocaba mover.
Una de esas semanas, logre convencer a un amigo de que me encubriera un fin de semana entero, con la excusa de quedarme a dormir en su casa y, siendo ya mayor de edad, ir a hacer la vasectomía sin consentimiento paterno, peor dada la orden de que si me pasaba algo les llamaran. Me estuve informado y haciende pruebas durante la semana previa, resulto que no era reversible en si, solo en algunos casos y que podía sufrir de dolor crónico de mayor o menor intensidad en un 30% de los casos. Aun así había una nuevo técnica basada en el ”pinzamiento”, y no en el corte, de los conductos, que era mucho menos invasiva, generaba menos sangrado y tenia un alto porcentaje de recuperación en la capacidad reproductora. Lo sopese unos días, pero sabiendo que aun fallando, podía donar esperma y congelar parte, como hice, o mas adelante extraer espermatozoides de mis testículos y usarlos para fecundaciones in vitro, me convencí de hacerlo. El viernes después del instituto, ya estaba liberado de obligaciones familiares y quede para la operación, a ultima hora del viernes ya me habían operado, pase el sábado en observaciones, con alguna carantoña de mas por parte de las enfermeras al revisar la zona de la operación, y el domingo por la tarde ya tenia el alta unos medicamentos contra la inflamación o infección, así como instrucciones de unos cuidados mínimos. Me sentí raro durante unos días pero a la semana siguiente estaba como si nada hubiera pasado. Ya me sentía preparado y comencé la búsqueda de mi 1º objetivo, ya era de pasármelo bien.
La historia se remonta a unos 6 años atrás en el tiempo, y se enreda un poco, en una semana santa , mi madre insistió y monto un viaje a Granada, de donde era parte de su familia, allí teníamos parientes y nos quedamos a dormir en una casa grande propiedad de una de mis tías – abuelas, con motivo de nuestra visita se organizo que todos los familiares se quedaran unos días en aquella casa y montáramos fiestas, barbacoas y los críos montamos una especie de casa del terror para los adultos, había muchos niños de todo tipo, sobrinos, nietos, primos, hijos, amigos de todos ellos…..y jugamos como críos que éramos, aun inocentes en lo sexual, dormíamos juntos en grupos en las habitaciones ya que éramos muchos, a mi, con algo de desgana ya que quería hacer travesuras con los chicos, me había tocado una de las camas grandes y compartirla con la prima Ana, lo 1º es decirnos que técnicamente no era prima mía, era la nieta de una amiga de toda la vida de mi tía- abuela, tanto que formaba parte de la familia, sin ser de lazos de sangre, era una niña normal, de unos 12-13 años, y por aquel entonces un misterio que no entendía ni me apetecía descubrir. Hicimos algo de migas por la obligación de mi madre, sabia de mi facilidad para hacer amigos, y ella era muy tímida, resulto ser medio gitana por parte de padre pero que nunca se había preocupado por ella, solo le había dejado en herencia una piel ligeramente oscurecida, con el paso de los días y establecimos una relación de cariño, y después de forma constante pero espaciada por el tiempo hasta mi época actual, viajes de ida y vuelta, vacaciones, fiestas, lo típico en familiares lejanos.
Volvemos a mi actualidad en ese momento, ya habían pasado 6-7 meses desde mi operación en la cabeza en verano, ya tenia 18 años, vasectomía hecha sin complicaciones, se acercaron ya las fiestas de Navidades, y mi madre le llegaron noticias de que parte de la familia de Granada quería acercarse a Madrid para celebrar las fiestas allí y les invito ansiosa de demostrar su hospitalidad, teniéndonos a todos por casa en modo batallón de limpieza, recogiendo y dejando la casa como si fuera a venir el Rey, preparada para recoger a todos los que vinieran. Llegaron las vacaciones por las fiestas navideñas, que nos concedía a los estudiantes unas 2-3 semanas de descanso. Mi madre me informo de los que vendrían, un par de tías, sus maridos y algunos nietos de entre 6 a 12 años, y junto con las tías, la amiga de mi tía – abuela y su nieta, Ana, eso me alegro un poco, era una de las chicas que mejor me había tratado antes de mi cambio, supongo que por que ella también se sentía algo rechazada y sola y yo fui de los pocos que la trate bien, tenia ganas de verla, y saber de su vida. Debido a que era la única de mi edad, tenia 18 recién cumplidos, me pidió que cuidara de ella y la sacara a enseñare la gran ciudad.
Cuando llegaron se produjo la presentación , mi madre nos planto de punta en blanco, casi me hizo ponerme el traje de Eric, en la entrada de la casa, de mayor a menor en edades y con instrucciones de que hacer, llamaron a la puerta y fueron entrando y nos iban saludando y presentando, con las frase típicas de esas ocasiones, y felicitándome por mi estado actual después de la operación, yo buscaba con ansia a Ana para darla un fuerte abrazo, me había ilusionado mucho su visita, pero no la veía.
-YO: ¿y Ana no venia?
-TIA 1: si, esta abajo en el coche, cogiendo las ultimas bolsas.
-MADRE: ¿sola? De eso nada – me cogió del brazo mientras me dirigía a la puerta de salida – que haces aquí parado, tira “pa´abajo” y ayúdala, vago.
Apenas me pudieron decir leves indicaciones de donde estaba el coche antes de que mi madre me sacara de mi casa a rastras. Baje a buscarla y vi un coche que encajaba con la descripción, me acerqué y vi a una señorita, bastante mona, sacando unas bolsas.
-YO: ¿hola? ¿Te ayudo?- pregunté esperando que me reconociera, sin estar seguro de si era ella.
-DESCONOCIDA: no, gracias, ya puedo sola, muchas gracias caballero. – me lo dijo con tal seguridad en que no me conocía que seguí buscando el coche con Ana.
Al no encontrarlo llame a mi madre y me volvieron a dar las mismas indicaciones, regrese y solo había aquel coche, me volví a acercar.
-YO: ¿Ana, eres tú? – se quedo pillada.
-ANA: si……soy yo, ¿quien eres? – su puta madre, era ella y ni me reconocía, pero tampoco yo a ella.
-YO: no jodas Ana, que soy yo…….., Raúl.- haciendo gestos de evidencia.
-ANA: ¡¡¡madre de amor hermoso!!! ¿pero que has hecho con tu………?
-YO: ¿barriga?, he pegado el estirón jajajajaja – ya ciamos en la cuenta y ella soltó las bolas y riéndose estiro los brazos pidiendo un abrazo, era ella sin duda, me acerque con fuerza y la di un gran abrazo de oso, de esos que la levantas del suelo y todo, dándola media vuelta en el aire mientras nos saludábamos. Al separarnos…..
-ANA: pero estas hecho un pincel, ¿como los has hecho?
-YO: ¿no sabias lo de la operación?
-ANA: si, ya los comentamos por casa, pero……….¿que tiene que ver.?
-YO: pues por lo visto mi barriga no era por las barbacoas de tu madre, si no con un tumor cabroncete. Jjajaja –
Me volvió a abrazar con cariño, y correspondí, allí no había tensión sexual, solo cariño. La ayude a coger las bolsas mientras cerraba el coche y subimos a casa mientras no parábamos de comentarnos lo bien que estábamos el uno al otro.
Ana había cambiado físicamente, ya no era aquella renacuaja de piel morena, torpe y escuálida, supongo que como toda mujer que no ves desde los 12 años y se presenta ante ti con 18.Era alta, casi rondaría el 1,77, pelo negro azabache, largo, muy largo y liso, le llegaba casi a la cintura, suelto y con un flequillo andaluz, tapándola media cara, iba vestida con un abrigo amplio, ya que era diciembre y hacia frío, pero se veían parte de sus piernas, con un pantalón negro de tela gruesa y unas botas. De momento lo mas llamativo era su rostro, lo único que había visto con claridad, era una preciosidad de cara, esculpida en un tez algo oscura, debido a su origen y el sol de Andalucía, resaltaba mucho el blanco de sus ojos, coronados por unos ojos marrones, que advertían trazas verde azuladas, una mujer guapa, solo se podría ser quisquilloso con la nariz, la tenia algo afilada.
Al subir a casa mi madre ya tenía a todos organizados en sus habitaciones y en el salón tomando un café preguntado por el viaje y las circunstancias de la vida. Pregunté donde colocábamos las cosas de Ana, ya se habían repartido y entre que querían dejar a los críos juntos y las parejas juntas, solo quedaba 1 cama libre, el sofá cama de mi cuarto.
-YO: pero mama, ese sofá es horrible, todos mis amigos que han dormido allí se han jodido la espalda, ¿como se la vamos a dar a Ana?
-MADRE: por que no es para ella, es para ti, ella duerme en tu cama, que especie de anfitriones te crees que somos, anda, tira para tu cuarto y ayúdala, melón. – saco una sonora carcajada a los presentes, mi madre y yo tenemos es tipo de relación en que en publico, nos tirábamos puyas todo el tiempo para sacar las sonrisas de los presentes, sabíamos seguirnos el juego. Pero eso no cambiaba que lo que decía era una orden directa.
-YO: así tratas a tu pobre hijo, después de lo que he sufrido, como osas profanara mi débil cuerpo.- fingía obscenamente pena
-MADRE: mira niño, no me calientes que te llevas un sopapo que te quito el sentido, ahora a joderse unas semanitas rico.- se levanto y me empujo, haciendo bromas y siguiendo el juego, yo la protestaba pero dio igual, Ana se reía mientras me seguía avergonzada.
Mi casa se puede describir como un pueblo de carretera, era un pasillo muy largo , en un extremo el salón comedor amplio, y según avanzabas por el pasillo tenias 4 habitaciones, con un baño entre medias, a mitad del pasillo la entrada, y luego mas pasillo, daba a una terraza a un lado, un cuarto de trastos y al otro extremo la cocina, por algún motivo desconocido, nuestra casa se había adueñado de una habitación extra al lado de la cocina perteneciente a otra casa en su inicio, 2º baño incluido, por motivos de mis noches de friki con el ordenador, viendo películas, series o NBA, fui desterrado a aquella habitación para no molestar al resto, era grande, tenia espacio para mi cama, un escritorio, un armario empotrado, el mueve con la tv y los videojuegos y un sofá cama enfrentado a ella, a los pies de la mía, usada en las noches de frikis con mis amigos.
La enseñe la habitación medio disculpándome por la broma con mi madre y que no se preocupara por mí, dejamos las cosas encima de la cama para volver con los familiares. Ella se quito el abrigo para dejarlo allí. Mis sospechas iniciales era correctas, aquello ya era una mujer, y que mujer, llevaba un jersey de lana blanco, grueso pero se le marcaba la figura, tenia las tetas bien colocadas, muy arriba, al quitarse el abrigo se le subió un poco y pude ver la piel de su ombligo, esa tez morena me estaba empezando a gustar, seguido de un pantalón de tela vaquera negro, grueso pero con el tiro bajo, dejando ver un pequeño tatuaje en la zona del apéndice, una media luna, al agacharse a dejar el abrigo en la cama se intuyo un trasero de nivel, pero iba muy tapada aun.
Volvimos y charlamos amistosamente hasta la hora de cenar, se iban a quedar más de 12 idas con nosotras cubriendo Navidad y fin de año, para volverse para reyes a su casa. Me sorprendí ver como Ana estaba muy curiosa por mi y mi vida, normalmente las chicas de esa edad se abstraen con el móvil a mandarse mensajitos con las amigos o chicos, pero no era el caso, conversamos ampliamente, le conté un poco mi vida y mis cambios físicos, no todos claro esta, y yo me entere de su vida también , pro lo visto estaba un poco aburrida del pueblo, y en el colegio fue una paria, los gitanos la consideraban paya, y los payos gitana, me dijo que no tenia muchos amigos y todos del instituto ya estaban todos con pareja, que estaba casi todo el día en casa con su familia. La note algo de pena al decírmelo, pero se la notaba feliz por poder comentarlo con alguien.
-YO: pues déjame decirte que esos de tu pueblo son unos retrasados de cuidado, tendrías que tener una cola de tíos babeando por ti, y las mujeres deseando ser como tu. – quise animar su animo.
-ANA: muchas gracias primo, jo, te he echado mucho de menos, todavía recuerdo aquella vez que vinisteis a Granada, me lo pase genial contigo.
-YO: y yo contigo, y ahora me toca a mi hacerte de guía en Madrid, mañana he quedado con unos amigos vamos a dar una vuelta, vente, si quieres, pero me haría mucha ilusión.- dudo un poco pero supongo que pensaba que ya que había salido de su pueblo y estaba con ella, quien mejor que yo.
-ANA: vale, pero ten cuidado conmigo, no quiero meterte en líos con tus amigos, ni estar de mas.
-YO: tú no te preocupes por ellos, si hace falta, los tiro a la basura por quedarme charlando contigo- la guiñe un ojo.
Mis palabras eran como rayos de esperanza en sus ojos, me dio otro abrazo, de nuevo de cariño, estaba encantada con estar allí conmigo. Terminamos de cenar y la lleve a mi cuarto mientras el resto se quedo charlando, vimos un rato al tele y la enseñe con orgullo mi colección de videojuegos, aunque la dije que hacia tiempo que no los tocaba y pregunto.
-YO: es verdad que desde la operación he andado…….ocupado, no se supongo que no me parecen tan importantes ahora, me gusta mas charlar con la gente.
-ANA: ya y a mi, siempre que salgo se ponen con lo móviles y es muy raro.- encima de guapa y cariñosa, la mujer pensaba como yo.
Nos sentamos en el sofá mientras veíamos alguna película estupida sobre salvar la Navidad, sacando mas risas de mis comentarios sobre lo tonta que era determinada situación, que de la propia película, yo estaba sentado recostado con una mano en posa brazos y otra en el respaldo, ella empezó igual peor se fue cambiando de posición, se había quitado las botas y estaba echa una bola. Me di cuenta, a mi no me afectaba y en verano me gustaba, pero aquella habitación estaba apartada y daba a un húmedo patio, hacia algo de frío en la habitación pese a la calefacción, que yo bajaba al mínimo, soy muy caluroso por mi grasa corporal, o lo era.
-YO: peque, ¿tiene frío? Te saco una manta, espera.- ella no contesto pero su poción y su mirada de agradecimiento era evidentes.
Saque del armario una manta, mire y decidí que no, mejor seria una funda nórdica bien gorda, me acerque y se la puse con cariño como un padre arropando a su hija, y me senté de nuevo, la echaba un ojo de vez en cuando, y se notaba tiritar bajo el funda.
-ANA: jope, ¿¿hace frío aquí, tu no lo tienes????
-YO: si que lo hace, pero me he pasado toda mi vida con una capa de calorías encima, y ya me he acostumbrado, soy una estufa andante jejeje anda ven aquí pégate a mi.- juro por dios que allí no había intención alguna.
Lo hizo, puso su cabeza en mi hombro, y la rodee con los brazos, frotando su espalda y uno de sus brazos. Pasado unos minutos.
-ANA: pues es verdad estas calentito jejejee- se colocaba para pegarse y adaptarse mejor a mi.
-YO: ya te lo he dicho, salvo las manos el resto soy una estufa.
-ANA: ¿¿las manos??
-YO: si, no se por que, será la circulación, pero es la única parte que se me quedan algo frías.
-ANA: pues eso no puede ser, como te pilles un resfriado por mi culpa no me lo perdono y tu madre me mata, toma tápate.- me ofreció el amplio excedente de funda nórdica, yo sin malicia la cogí y me la pase por encima un poco, colacionado mis manos en la misma posición previa, pero ya directamente sobre ella, no sobre la funda, al colocarme la funda por encima se abrió un hueco y dejo pasar algo de aire….
-ANA: uy ¡¡¡tapa tapa que frío!!! – y se acurruco un poco mas sobre mi, pegando uno de sus pechos en mi costado.- La situación ya me pareció algo erótica, y empece a ver a Ana como mujer y no como familiar. Mi cabeza empezó a volar, recordar a Eli y mi polla a hincharse, no podía permitir que ella se diera cuenta, aquello no estaba preparado ni planeado, la aparte con suavidad y fingí sentarme mas cómodo y me la acomode para que no hubiera accidentes. Lo pase realmente mal hasta el final de la película.
Termino y Ana se había quedado adormilada sobre mi.
YO: oye princesa, toca irse a dormir a la cama, que no soy tan blando ahora. – se desperto un poco, frotándose lo ojos.
-ANA: jo perdona, estaba tan claentita y a gusto que me dormí.
-YO: nada bonita, peor es tarde y mañana tenemos un gran día, vete a descansar, cámbiate mientras me voy al baño y luego al revés, así evitamos accidentes jejeje
Espere a que se levantara y se fuera hacia sus cosas dándome la espalda, me levante como un rayo y salí de allí para evitar que viera al tienda de campaña que portaba en mi pelvis. En el baño orine como pude, me lave los dientes, hice todo el rutina pero seguía empalmado, la solución era fácil, tocaba paja rápida, tirando de hemeroteca en mi cabeza, tarde como un cuarto de hora, para disimular me metí en la ducha y abrí el grifo mientras me duchaba. Me extraño que entre todo lo acumulado en mi mente, algunas imágenes de Ana se colaran, su trasero agachado, su ombligo o su pecho en mi costado. Me sacudía la cabeza, ella no era objetivo, ¿o si?
Aquella pregunta me rondaba por la cabeza, cuando me desahogue y se me bajo el empalme, volví a mi cuarto mas relajado, en la puerta de mi cuarto esta Ana apoyada contra al pared, llevaba un pijama, con la parte de arriba de lunares , muy amplio, y un pantalón también de gasa, que disimulaba algo su figura, pero al cruzarnos y verla de espaldas sus andares retumbaban por toda la tela, al llegar a mi cuarto casi se me había empalmado de nuevo, me cambie lo mas rápido que pude y me deje los slips ajustados, siempre dormía solo con el pantalón de pijama ya que me sentía liberado después de tener a la bestia encerrada todo el día, con miedo a que ella se despertara y me la viera tiesa de noche. Cuando ella regreso tuvo que pasar por encima de mi, que ya estaba con el sofá cama sacado, tumbado y con 4 mantas encima tapado hasta la barbilla. La visión de su trasero pasando encima mía me dejo con una erección que me duro toda la noche.
Ella sea cerco, me beso en la mejilla dándome las gracias, se acostó y me dio las buenas noches, pase la noche como un muerto, boca arriba sin atreverme a moverme, con la tienda de campaña negada por los slips pero con un mal estar constante por mi inflamación. Al despertar al día siguiente era un trapo, me dolía la espalda, no había dormido nada y me había pasado toda la noche sopesando si Ana podía o no ser un objetivo, ¿poder? De ¿debía? ¿Y si no quería y metía la pata? Pase así un par de días mas, luego durante el día, la actitud cariñosa y agradecida de Ana conmigo al enseñarla cuidad y salir a pasear con los amigos y estar de risas, no ayudaba, era un encanto de niña, y se llevo de cine con mis amigos, siempre conmigo a mi lado, no se separaba de mi, yo la trataba como a un reina, al inicio por cariño, pero luego por pensamientos impuros.
La 3º noche llegamos algo tarde de salir y fuimos directamente a mi cuarto para no despertar a nadie, ya había cierta confianza y nos cambiamos delante uno del otro, pero siempre dándonos la vuelta, ella por vergüenza y yo por miedo a no controlarme. Ella acabo antes y me vio caminar hacia la cama quejándome.
-ANA: pobre, te estas dejando la espalda ahí por mi.
-YO: no pasa nada, ya soy mayorcito.- me recosté esperando que la noche fuera mejor que las anteriores.
-ANA: me da pena, no es justo y es tu casa, anda cambiemos, déjame a mi ahí esta noche y tu descansa bien en tu cama- se puso en pie.
-YO: ni de coña, como mi madre se entere me parte la cara si te dejo aquí, además te harías daño tu y eso no puedo permitirlo.
-ANA: pues ahí no vas a seguir- sopeso opciones- venga vente y duerme conmigo en la cama.- Lo dijo decidida y con cierta inocencia en el mando, era una locura, lo estaba pasando fatal con ella en otra cama, en al misma no sabría si controlaría la situación.
-ANA: o eso me voy yo allí contigo, que encima hace mucho frío y me vendrás bien, tu decides, como en el pueblo de pequeños, venga, por fi, será divertido- se lanzo a meterse en mi cama, no había opción, y ya me había comentado que por mas mantas que se echara se helaba, incluso subí la calefacción de mi cuarto solo por ella, me levantaba empapado en sudor.
-YO: esta bien, joder, pero déjame que baña al baño primero……..- ya había ido antes necesitaba una excusa- …….a tomarme un somnífero para pasar mejor la noche.- me aprecio lo mas sencillo de creer debido a la situación y me daría margen a, que ocurriera en la cama, no era de forma consciente.
-ANA: vale aquí te espero.- sonrío orgullosa de su logro.
Fui al baño para fingir mi medicación, la idea de pasar la noche con su cuerpo a mi lado me enloquecía, tenía que calmarme, a partir de aquí, ya no era mi prima, si no una situación que controlar. Volví a mi cuarto fingiendo mal sabor de boca, la di las buenas noches y apagué la luz, me acosté al lado donde ella no estaba y me quede de nuevo, como un muerto, boca arriba sin moverme, ella se dio la vuelta, me beso la mejilla de nuevo.
-ANA: buenas noches, primo- y se volvió a su posición con el cuerpo de lado, hacia el otro lado de la cama.
-YO: buenas noches prima- lo dije resignado con una erección considerable entre mis manos que querían disimularla y temiendo la noche.
Pasaron algunas horas en que la note moverse y dormirse, y yo me apartaba lo mas que podía, casi al borde de la cama, pero al final “Morfeo” me venció, en mitad de la noche note un peso y desperté, yo estaba con la posición boca arriba algo mas relajada, y mi polla “tontorrona”, tenia a Ana recostada a mi lado, había pasado un brazo por encima de mi, pero por debajo de las mantas, supuse que, subconscientemente, buscaba calor. De inmediato me empalme duramente, ¿Qué debía hacer? Apartarla, despertarla, irme……..todo paso por mi cabeza, pero no me moví, me quede inmóvil, la sensación era excitante y cómoda. Entre en automático, con cuidado pase mi brazo por el hueco de su cabeza en la almohada, ella reacciono pegándose a mi y recostando su cabeza en mi pecho, quedamos abrazados de forma lateral, a mi en este momento me daba todo igual, me encantaba la situación, y tan feliz, que me dormí.
Me despertó mi madre de un grito, yo sobresaltado me asuste, me había pillado en mi cama, mire a mi lado y Ana no estaba, entre gritos de mi madre, apareció por la puerta con el cepillo de dientes en la boca, y cubierta por una enorme toalla.
-ANA: nop niof pro fasvor, nos sen enfasde- era gracioso, se el entendía apenas.
-YO: tu calla, no defiendas a este mendrugo.- Ana se saco el cepillo de dientes pero siguió con pasta en la boca.
-ANA: no nos, cuof, coff, me he levantado y le he dicho que se tumbe mientras iba al baño, para que descansara un rato en su cama.- a mi madre se le bajo el enfado de repente.
-MADRE: ahhh, vale – se enfado de nuevo- ¡¡¡pero levántate ya pedazo de vago, que no hace mas que dormir!!!- madres.
Se fue rumiando por el pasillo con Ana mirándome sonriendo de nervios, yo me medio levante sentado en la cama y le di las gracias con la mirada, se volvió al baño a terminar lo que hacia. Me sentía infinitamente mejor que los últimos días, había descansado bien pero, ella se había levantado antes que yo, joder, estaba como un tronco, ni me había enterado, mi polla ahora estaba normal pero cuando me dormí estaba empalmado, ¿lo estaría cuando ella se levanto? ¿se percató?, andaba yo con esas ideas en la cabeza cuando Ana volvió al habitacion.
-ANA: siento la bronca de tu madre, pero podemos decir que eso para que no nos vuelvan a reñir los próximos días.- ¿próximos días? Tenía la intención de repetir.
-YO: creo que será mejor poner alguna alarma y antes de que se despierte volveré al sofá cama.- me miro desanimada.
-ANA: jo he dormido genial contigo, no he pasado nada de frío……y – no lo dijo ni lo llego a disimular pero jure que tenia algo mas que decir, y no dijo.- bueno que si quieres podemos hacerlo mas días.
Y mientas decía eso atine a enfocar mis ojos después de dormir, allí estaba ella, con una pequeña toalla en la cabeza a modo de moño, y una enorme toalla en las manos, secando partes de su cuerpo que veía desnudas, me forte los ojos de nuevo, y me fije, no estaba desnuda si no en ropa interior, con un culotte rojo y un sujetador a juego, secándose los brazos delante de mi, me tape los ojos y me di a vuelta.
-YO: joder Ana, avisa y me salgo, perdona.- los cojones, acababa de ver a un adolescente turgente de pie tostada en ropa interior brillando por el agua, o alguna crema corporal, frotándose delante de mi.
-ANA: calla tonto, si ya hemos dormido juntos jajajajajaj- reía como un cría de 7 años, ¿había llegado a ese nivel de confianza en solo unos días?- venga ve preparándote que hoy es viernes ya y tenemos un día largo, quiero ver Madrid, vamos ve al baño que tengo que volver a secarme el pelo- y diciendo esto me tiro la toalla grande a la cara, dios, olía a humedad, cremas, limpieza y a hembra quise pensar, cuando me quite la toalla de la cara ella se había quitado la toalla del pelo y lo tenia todo echado hacia un lado, húmedo, y cepillándolo, desenredando nudos de su larga melena,
Esa imagen unida a su cuerpo semi desnudo a mi lado y su inocencia me la pusieron a reventar de nuevo.
-YO: hoss……..tias, paso yo me quedo a dormir un rato mas – me tumbe haciéndome bola para disimular- vete a secarte el pelo anda.
-ANA: vale primo pero ten cuidado con tu madre jajaja – y se fue.
Lo tenía claro, cerré el pestillo de la puerta y con la toalla empapada del agua que había recorrido su piel me hice una señora paja, si no, me reventaban los huevos allí mismo. Cuando volvió ya me lleve la toalla para el cesto de la ropa y me di una ducha relajante, tenia que calmarme, desde ese momento ya no había dudas, Ana debía ser mía, me daba igual aspectos morales o familiares, aquella niña pizpireta e inocente me la ponía dura.
Habíamos planeado un viernes de paseo, guía por Madrid, ir al museo del prado, comer por la gran vía, ir de compras por la tarde, cenar en un restaurante chino que conocía en Moncloa, seguido de un paseo por el templo de debod, nos lo pasamos genial, nos hicimos fotos y le enseñe gran parte de la ciudad.
-ANA: joder esto es enorme, esta lleno de gente y son las 12 y la ciudad sigue llena, ¿aquí no duerme nadie?
-YO: hombre, ten en cuenta que esto no es un pueblo en Granada, es una gran ciudad, de hecho muchos locales abren ahora para que la gente vaya de copas y a bailar.- se le ilumino la cara.
-ANA: ¿muchos? En el pueblo solo hay 1 a las afueras y ponen música de abuelos.- me sonó a sorna.
-YO: oye ¿me estas vacilando? Que te estas haciendo pasar por una pobre paleta y se que no lo eres.
-ANA: jajjaaj pues claro que te estoy tomando el pelo, pero quiero que me lleves a bailar pues me hacia de rogar.
-YO: que cabroncilla estas echa, no hace falta que insinúes, si quieres algo, solo has de pedirlo.
-ANA: pues quiero ir a bailar.
-YO: pues a bailar iremos, tengo un amigo que lleva un local y abren ahora a las 00:00, nos deja las copas gratis si ando por allí echándole un ojo como seguridad.
-ANA: normal, si es que vaya espaldas tienes, tu impones mucho, pero de mi no te libras, un baile conmigo te llevas.
-YO: no existe una fuerza en el universo que me lo pueda impedir.- y me lance con un besito en la mejilla.- vamos.
La chica era felicidad andante, se me pegaba por el aire que hacia, protegiéndose del viento conmigo, llegamos y le presente al dueño y a los camareros, nos sentamos en una zona un poco mas tranquila a charlar hasta que se animara la noche. Mientras entraba gente, el dueño del local se me acerco, pidiéndome que me metiera en el baño a echar un ojo pro que creía que había alguien drogándose y a el le conocían, no era raro que me pidiera esos favores. A Ana se le cambio la cara de diversión a susto.
-YO: tranquila pequeña no pasa nada- me levante y le pedí que se quedara con ella, y que no la dejara sola.
Me metí en el baño como para mear, y vi a varios haciendo el tonto en el baño, me meti en uno de los cubiculos y pegue la oreja, se oía claramente el tac tac de una tarjeta de crédito en la loza. Salí de golpe y había varios alrededor de una pila, y en la loza algo que supuse cocaína.
-YO: chavales, no es cosa mía, así que no os enfadéis, pero anda la policía secreta por ahí fuera, preguntando por el dueño.
De inmediato tiraron parte de la droga por la pila y se guardaron el resto. Salieron del local en fila india delante de mí, cogiendo los abrigos para no volver. Tengo cara de buena gente y siempre suponen de mí que soy bueno. Cuando salieron todos fui a saludar y comentar al dueño el tema y me senté junto a Ana.
-ANA: ¿que ha pasado?
-YO: nada peque, que la gente no sabe divertirse si no se descontrola, pero ya han salido todos.
-ANA: ¿y que les has dicho?
-YO: que si no se iban les partiría las piernas- aguanté unos segundos, y me eche a reír.
-ANA: jo siempre esta igual gastándome bromas.- y me dio un golpe con la mano en el hombro.
Pasadas unas hora el local ya andaba medio lleno y a petición de mi acompañante pusieron un par de sevillanas que me arrastro a bailar con ella, era una delicia verla moverse, se había puesto unos pantalones rojos, de tiro bajo, botines negros y una blusa medio transparente que trasparentaba su sujetador y no tapaba su preciosidad de ombligo, tatuaje incluido, con su melena suelta y tan larga que cada giro era para foto de portada. Yo sierpe había sido muy patoso para bailar, y el hecho de perder peso no lo cambió, seguía igual de torpe, pero existe diferencia entre ser torpe, y ser torpe y gordo, siendo obeso cualquier cosa que hagas resulta cómica y atrae miradas de sorna, siendo normal no. Los bailes fueron varios con ella rodándome y sin parar de reír y moverse, y el último que nos dimos fue uno lento y pegamos nuestros cuerpos, yo la susurraba tonterías al oído y me seguía el ritmo en la pista. Ella quiso beber alguna copa de mas y no la deje, yo no bebo, fuera por mi físico o no, emborrachare es imposible o muy caro, y no me gusta el sabor. Se enfado algo por que no la dejaba divertirse, pero la convencí de que para divertirse no era necesario, o condición indispensable, emborrachares.
Dadas las 4 de la mañana, nos volvimos al extrarradio, donde vivíamos, los autobuses nocturnos duran 45 minutos en llegar así que jugábamos a inventarnos la historia de los pasajeros, los últimos 10 minutos ella cayó rendida y se durmió sobre mi hombro. La desperté al llegar y caminamos unas calles hasta legar a casa, nos cruzamos con cierta fauna de esas horas ella se asusto un poco pero yo la tranquilizaba.
-YO: conmigo no tengas miedo, jamas te pasara nada.- pareció reconfortarla.
Llegamos sin hacer ruido, y la deje en mi cuarto desvistiéndose, yo me fui directo al baño me di una ducha rápida con paja incluida, sus bailes habían hecho mella en mi mente. Salí y toco su turno, mientras estaba en el baño yo me iba a poner el pijama, pero era el momento, me puse el pantalón sin los slips para sujetar a la fiera, y me acosté en la cama de lado, ella llego vestida con su pijama y se alegro de que estuviera en la cama y no en el sofá.
-YO: echa el pestillo o mañana será mi ultimo día en la tierra, pondré la alarma para abrir antes de que vengan.
Así lo hice y se tumbo a mi lado.
-ANA: me lo he pasado como en mi vida, te agradezco mucho que cuides de mi.
-YO: para eso esta la familia.- quiera ver si reaccionaba.
-ANA: tu y yo somos mas que familia.- se acerco y me beso la mejilla de nuevo, esta vez no fue radio e inocente, sino lento y sonoro. Al separarse me miro a los ojos- anda ven aquí y dame tu calor que ayer dormí en la gloria.- si supiera como dormí yo.
Se acurruco otra vez abrazándome y pase mi brazo de nuevo por debajo de su cabeza. No se si lo había notado antes, pero ahora en mi costado notaba claramente su dos pechos, ¡sin sujetador¡.
-YO. Pues a dormir que ya me tome el somnífero y estoy que me caigo. Buenas noche prima- tenia coartada, la bese en la frene.
-ANA: ummm buenas noches primo.
Al cabo de 1 hora la note dormirse, la moví un poco y la llamaba y no respondía, su respiración era calmada pero con cada bocanada pegaba sus pechos a mi, solo separados por la tela de su pijama y mi camiseta. Estaba que reventaba, en la 2º hora ella se giro y quedo de espaldas a mi, yo hice lo mismo, pero dejando un amplio espacio entre nosotros, mi tienda de campaña era evidente, la apuntaba como un francotirador al trasero. En un momento dado note como ella, tiritaba algo, y pasados unos minutos se dio la vuelta, yo la miraba entre pestañas fingiendo dormir.
-ANA: primo, ¿estas despierto? Hola- susurraba, se quedo pensativa unos segundos,- jo, tengo frío.- me agarró un brazo y se lo paso por encima, como un manta, y pego su cuerpo un poco hacia mi. Yo estaba muy nervioso, no tenia que estar nada lejos de tocar como la punta de mi polla en su trasero.
Fue repitiendo la operación hasta que paso lo inevitable, sus riñones tocaron con mi polla. Yo quede inmóvil, fingiendo dormir profundamente cuando estaba hecho un manojo de nervios. Ella se aparto rápidamente, pero a los pocos segundos lo volvió a intentar, lo hizo un par de veces más, y ronque un poco más fuerte, más que nada para que parara de hacerlo. La chica se enfado por no poder pegarse a mí y mi calor corporal, se dio la vuelta y levanto las sabanas un poco para ver que era lo que se lo prohibía. Su cara fue como para echar a correr, tapo de nuevo y se volvió, inmóvil, durante una hora se quedo así, tiritando.
Yo no sabia que tenia que hacer, repasaba en mi cabeza cada indicación de Eli, piensa, razona, deduce y actúa en consecuencia. Ella tenía frío, quería calor y yo era su opción, tenia que lograr que ella se pegara a mi sin que mi polla la mantuviera alejada, baje medio metro mi cuerpo de forma clamada en el tiempo para que pareciera natural, sin cambiar la postura. Ahora apuntaba entre sus muslos, no a sus riñones. Como gesto “involuntario” mi brazo la acerco como abrazando a un peluche. Ella de inicio torcía la espalda timorata, pero llego el punto en que noto mi glande en sus muslos y se relajo. Pasó otra hora y ella empezó a acomodarse hacia mí, parte de su pijama se había quedado pillado pro mi polla, había dejado de tiritar. La sorpresa llegó cuando yo creyendo estar en el máximo, ella se llevo la mano a su espalda y empezó a palpar, en búsqueda de algo, de mi miembro. Palpo hasta llegar a la base de mi polla, tocaba con cuidado de no despertarme, y su mano reconoció de arriba abajo mi polla tomando medidas mentales y en un moviendo levanto una de sus piernas, como haciendo yoga, bajo mi polla y echo su culo hacia atrás, atravesando limpiamente de lado a lado, para después bajar la pierna. ¡¡¡La tenia aprisionada entre sus muslos!!! y ya, resuelta la situación, se pego su espalda con mi pecho, arropándose con mi brazo.
Yo estaba dichoso, ella era consciente de mi polla, y lejos de asustarse o salir corriendo o esperar a mañana y pedir que volviera al sofá, hacia decidido que era mejor opción rodear mi enrome polla entre sus piernas y pubis No hubo movimientos por parte de ella ni míos, solo aguantamos la posición, basta decir que mi empalme no bajo en toda la noche y me costo dormirme, pero cai.
Sonó la alarma de mi móvil, desperté un poco, vi que seguíamos en la misma posición, ella dormida y yo seguía empalmado, no sabia si moverme y arriesgarme a que notara ese movimiento, o no hacerlo y que se despertara con mi polla sobresaliendo por su ombligo. Tenia que abrir la puerta y acostarme en el sofá si no quería levantar sospechas, así que reprograme el despertador y ronque muy fuerte, pera despertarla a ella.
Surtió efecto y se fue desperezando, miro la hora y pensaría lo mismo que yo, pero ella decidió, echo su cadera hacia delante hasta casi sacarse toda mi polla de sus muslos y al final se giro sobre si misma para sacarla del todo, yo murmure algo como a punto de despertarme, la miraba entre legañas, estaba de pie al lado de la cama, tocándose la entre pierna, viendo la marca que mi polla había hecho en su pijama después de horas allí alojada. Levanto las sabanas y me volvió a mirar ya con luz, la prominencia de mi polla, le tenía de tal forma que hasta separaba la goma del pijama de la cintura de mi unos centímetros. Ella alucina, y amago con acercar la mano, pero sonó mi despertador, joder, tenia que haber puesto 10 minutos. Ana se contrajo y bajando las sabanas me sacudió un poco.
-ANA: venga primo arriba, que si no nos matan, venga………
-YO: um 5 minutos mas mama…….- frase típica, pare unos 4 segundos y luego abrí los ojos de forma sorpresiva- hostia corre abre la puerta mientras me tumbo en el sofá.
Así lo hicimos, como un juego de niños, para cuando mi madre llego a despertarnos, ya me había quedado dormido de nuevo, la noche había sido larga.
Desayunamos con los demás y hablaron de sqlir en familia al zoo, nos aprecio buena idea y fuimos, Ana no se separaba de mi y no dejaba de comentar todo, comiendo nos pusimos en una mesa aparte. Acelere mi plan.
-YO: que tal has dormido peque, no te habré pegado sin querer o algo jajajaja- se quedo pensativa.
-ANA: no tonto, jajaja he pasado algo de frío pero luego, me he……..pegado un poco y se me paso, eres una estufa andante, sabes como calentar a un mujer en la cama. jajajajja- paro al risa de golpe dándose cuenta de lo dicho.
Yo me empece a reír por lo mismo, hasta que ella me siguió, supongo que el carbón del subconsciente nos pasa factura aveces. Por la tarde volvimos a casa, nos dimos una buena ducha y nos vestimos para volver a salir. Era la noche de Navidad, y casi ni me había dado cuenta, cenamos con la familia y nos dejaron salir a ella y a mi.
-ANA: hoy hay que arrasar primo, es Navidad y ayer no bailamos casi nada.
-YO: como quieras pero te aviso de que estoy entrenado en bailes.
-ANA: con una monitora de gym, que me lo han dicho, eso no es bailar, yo te enseño a bailar…….. de verdad.
Nos fuimos a vestir, y yo me puse el traje de Eric, estaba perfecto, y ella al verme se pico.
-ANA: quieres jugar duro ehh, pues no seré menos.- cogió una bolsa y se fue al baño.
Al volver apareció una semi diosa ante mi, peinada con el pelo totalmente liso, creo que hasta planchando, le caía hasta la cintura, unas botas negras de tacón bastante altas, medias térmicas y unos mini shorts blancos con unas cadenitas doradas, lo que me mato fue la blusa, era rosa clara, y la descripción mas acertada es que penséis en la parte de arriba de un biquini pero con un par de trozos de tela cayendo por su vientre, dejando su ombligo bien a la vista, con un par de tiras anudadas a la espalda y sin sujetador. Era una joya, no se le habían ciado ni un milímetro sin sujeción, las tenia bien arriba. Me debí de quedar echo un imbécil.
-ANA: ¿que pasa primo?, ¿que no te gusta que iguale las fuerzas?- diciéndolo se dio un vuelta sobre si mima permitiéndome ver todo su cuerpo, los shorts le hacían un culo de campeonato, rivalizando con Eli, pero mientras ella tenia ese cuerpo por el ejercicio, esa chiquilla lo tenia así por su juventud. Tarde en reaccionar
-YO: esto….¿que ha que igualar?
-ANA: ¿te crees que soy tonta?, tu te has puesto así de mono para ligar, y yo también.- era cierto, pero mi objetivo era ella, no otras.
-YO: pues tu misma, pero te tendré vigilada.
-ANA: al que inviten antes a una copa gana, ¿vale?
-YO: como quieras.
Nos pusimos los abrigos para que no le dijeran nada por al ropa al salir, la mirada de mi padre fue definitiva “como le pase algo malo a la muchacha, mueres”. Nos fuimos al local de mi amigo, un colega nos acerco en coche al bar de la noche pasada. Estaba a reventar desde el inicio de la noche, lleno de gente, dejamos los abrigos y como perros en celo, 4 tíos se fijaron en ella.
-YO: lo voy a tener difícil.
-ANA: no te creas, alguna ya te ha echado el ojo a ti y cuanto me aleje irán como lobas.
-YO: oye, ten cuidado vale, aquí no todos son buena gente, puede haber imbéciles, si pasa cualquier cosa avísame.
-ANA: anda que si tonto, que me va a pasar, lo que quieres es asustarme para ganar la apuesta.- salió directa a la pista de baile.
La seguí y desde la vitrina del DJ, charlaba y saludaba a al gente, mientras la echaba un ojo, no le faltaban pretendientes, cada poco tiempo se le acercaba uno y bailaba un par de canciones, pero ella les rechazaba, y me miraba señalándose el reloj, te queda poco tiempo quería decirme.
Pasaron las horas y uno de los chicos logro quedarse con ella más de un baile, la cosa se estaba poniendo fina y pusieron ritmos latinos para arrimar cebolleta. Me había despistado con algún conato de pelea que acabó en nada. Cuando volví, los bailes eran ya follar con ropa puesta, verla así me puso celoso, así que fiche a la chica mas guapa del local sin pareja, con su grupo de amigas, me acerque bailoteando, ya me habían visto venir, me acerque a ella y cuando estaba ya cerca de todas, pregunte.
-YO: perdona guapa – se dio la vuelta con algo de desidia
-GUAPA 1: ¿que quieres?.
-YO: esto……..me……. preguntaba……..si …….bueno si no molesta………si podrías…….o tendrías el enorme placer de……..presentare a tu amiga.- y me gira hacia una de sus amigas, menos agraciada pero que vestida de fiesta tenia su morbo.
La guapa se que do blanca, la chica en cuestión petrificada y el resto reían- “Eli: si en un grupo de muejres hay una que resalta, es la líder y la mas difícil y creída, ve a por alguna amiga, esas, solo por fijarte en ellas con la otra al lado, caerán rendidas.”
No fallo, salió encantada mientras las amigas se reían y la guapa se quedaba mustia, que se joda, pense. Nos pusimos cerca de Ana, quiera que me viera con otra, así paso, y cruzando neutras miradas mientras bailábamos con 3º personas, empezamos un pique, movimientos bruscos, un gesto lascivo, nuestras parejas alucinaban, y mas cuando mi compañera noto en su pierna mi polla en reposo. Por poco se me tira al cuello, pero yo no quería eso, estaba a otra cosa, el chico de Ana la dijo algo al oído, ella penso unos segundos mirándome, y asintió, se besaron, el chico volvió a susurrar, y Ana le decía que no, pero cedió, y cayo un segundo beso, repitió la operación un par de veces, con cada beso se quedaba mas tiempo en sus labios, pero notaba como Ana se echaba para atrás y empezó a no gustarle el juego, el chico la sujetaba con fuerza de los brazos y no la dejaba separarse, buscado con los labios, ella le hacia la cobra y en una de ellas clavo sus ojos en mi, la pregunte con la mirada y vi suplica en la suya, casi me quite de encima a aquella mujer y me lance a por mi doncella en apuros.
-YO: oye perdona, no quiero molestar pero creo que esta chica no quiere mas.
-CHICO 1: y a tu que te importa, anda y vete a restregarte con esa fea.
-YO: te repito que no quiere mas, ¿verdad?
-ANA: si si, para.
El chico se enfado, la soltó de mala manera y se fue insultando y haciéndome gestos groseros, pase de el y abrace a Ana
-YO: ey princesa, tranquilas, ya estoy aquí.
-ANA: jo soy boba. Dijo sollozando.
-YO: ey ey tranquila, aquí ya no pasara nada, ya estoy aquí, y ¿que te dije ayer?- se quedo pensando.
-ANA: que contigo no me pasaría nada.
-YO: exacto, ahora clámate y seca esos preciosos ojos.- levante su barbilla para mirarla directamente- la di un beso en la mejilla y al saque de la pista de baile, pregunte que había pasado
-ANA: ese imbécil, era mono, no se, quiera ganar la apuesta, me dijo que si le daba un beso me invitaba, y después de dárselo me dijo que no valía, que eran besos muy cortitos, que le diera otro, a empezado a meterme mano, y no paraba y se lo decía, dios, soy tonta.
-YO: no eres tonta, eres inocente, un encanto de mujer que no sabe que esto es el mar y hay tiburones que solo piensan en morder.- yo uno de ellos.
Trate de calmarla, se sentía sucia, avergonzada, tonta, y todo por aquel payaso, logre desviar sus pensamientos y la lleve a bailar conmigo un par de horas, se alegro un poco y yo con ella. Lo mejor fue a ir a cerrar, a las 6 y pico, ya con autobuses, estabamos en la salida despidiéndonos del dueño y agradeciéndole la fiesta. El guaperas de Ana paso por nuestro lado farfullando, supongo que herido en su orgullo, y susurrando algo a sus amigos. Al salir del local, con el dueño detrás, estaban allí y empezaron a llamar calienta pollas y cosas parecidas a Ana, que comenzó a venirse abajo, no aguante, localice al guaperas y sin mediar palabra le partí la cara de un puñetazo, cayo al suelo redondo, el resto se agacharon a mirarle.
“he eh tio que era broma, clámate”
Uno casi se pone en pie para encararse, pero iba demasiado pedo, me di la vuelta y pedí disculpas al dueño.
-DUEÑO: por lo que a mi respecta ese chico se ha dado con el pomo de la puerta del baño.- Le di al mano agradeciéndoselo, y pase mi chaqueta por encima de Ana, que tiritaba entre el frío y la situación, la pase el brazo por encima y nos fuimos a la parada del bus.
-ANA: muchas gracias Raul, no se que pasaría si no estuvieras aquí conmigo.
-YO: odio a esos imbéciles, tu vales mil veces mas que esa gentuza, que se mete con los demás solo por la presión de grupo, te digo una cosa, no dejes que ellos, o gente como ellos te afecten, solo tienen el poder que tu les des.- era un buena lección de vida, que aprendí de gordo, pero yo era un carbón, había montado el numerito del héroe, ¿el guaperas? un amigo mío que se ofreció a ayudarme. 2º lección de Eli.
No se hablo mas hasta llegar a casa, note en su cara confort pero estaba agotada y un poco abochornada por su comportamiento. Llegamos a casa y ya a salvo de todo le cambio un poco el humor, habíamos parado a comprar unos churros y los comimos en al cocina con alguno de los parientes que aun andaba de fiesta por casa.
Nos fuimos al cuarto con orden expresa de no levantarnos, antes de las 4-5 de la tarde, queríamos descansar, el premio fue saber que habían reservado mesa y se iban a comer todos, dejando la casa sola hasta las 5. Ana se fue a duchar, supongo que se sentía impura, yo no, la colonia me había dejado buena olor y quería que fuera un arma recordatorio. De nuevo dormí con los pantalones sin slip y una camiseta vieja, pero ella volvió a la habitación, y ya no llevaba aquel pijama desgastado si no un mino short amarillo, y una camiseta usada. Cerro el pestillo, y se tumbo en al cama, yo estaba sentado en el sofá, tenia que tener cuidado de no meter la pata esa noche, estaba sensible.
-ANA: que pasa que te tengo que obligar de nuevo, ven aquí, que hoy si que te necesito conmigo, ¡¡¡mi héroe!!! jajajajajaja – me sentí aliviado, seguía siendo ella y me quería en la cama.
Apague la luz y me metí en la cama con ella.
-ANA: ¿te has tomado el somnífero?
-YO: si, 2 además, me esta viniendo genial, duermo dulcemente- tenia curiosidad por que haría con esa información, ¿preocupada por mi estado físico, o quería saber si tenia carta blanca esa noche?
Al tumbarse directamente se recostó sobre mi, buscando mi cariño o mi calor corporal, note de nuevo sus pechos sin sujetador apretados contra mi, y la estruje contra mi, dejando que mi colonia la recordara lo pasado en esa noche, que penetrara en su mente. No paso mucho tiempo hasta que se quedo dormida, y tan profundamente y casi aprecia que no pasaría nada. Gracias a dios a las 2 horas de sentir su respiración en mi piel, son su móvil muy bajito, levanto la cabeza y me miro, yo abrí algo el ojo.
-ANA: ¿primo? ¿Estas?- se cercioro meneándome un poco, no reaccione- eres el mejor- y sin mas me planto un beso de cría en los labios, apago el movil y se volvió a acurrucar contra mi, ¿se había puesto una alarma? incluso puso su pierna encima de la mía, suerte que era la de ese lado, en la otra estaba mi polla crecido rápidamente.
Paso un buen rato en que puede notar que Ana no estaba dormida y se mordía una de las uñas de sus dedos en mi pecho, eso era deseo, con mezcla de duda, o nerviosismo, finalmente se decidió y separados con cuidado, se coloco de nuevo de espaldas a mi, cogiéndome el brazo y rodeándose con el, lo hizo de forma que pareciera natural que yo también me pusiera de lado mirando hacia su espalda, colabore, lo que no contó era con mi erección que en el giro y su peso cayo de golpe encima de su cintura, se quedo así unos segundos esperando mi reacción, al no haberla, se separo un poco de mi y llevo su mano a mi polla de nuevo, palpando y reconocido, de nuevo, se abrió de piernas se la metió entre los muslos, entendí en ese momento el cambio de vestuario, el pijama se había quedado pillado la noche anterior, un short tan corto y ajustado no daría ese problema, bajo la pierna y se pego a mi, a mi se me fue un poco la mano y la apreté demás contra mi, pero no pareció darse cuenta, o importarle.
Pasamos así un par de horas en que note que seguía despierta, y lo note básicamente por que no paro quieta, no hacia movimientos rítmicos pero aquello le incomodaba un poco entre sus piernas, bajo la mano hacia su pelvis y cogió la punta de la polla que sobresalía bastante, y moviéndola, busco una posición cómoda, hasta que la encontró, y así se quedo, la mar de feliz. Ya eran casi las 9 de la mañana y no podía mas, me dormí.
Uno de lo mejores despertares de mi vida llego, así como a las 2, no se como, cuando, ni por que, pero al despertarme, tenia a Ana de cara a mi, a escasos centímetros de mi cara, dormida, pero lo jodido era que ella estaba en mi lado de la cama y yo en el suyo, ¿como narices habíamos cambiado de posición?, me dio igual cuando note que no solo seguía empalmado si no que mi polla seguía atravesándole de lado a lado, pero en vez de entrar por su culo y sobresalir por su coño, entraba por su coño y sobresalía por su culo. Alucine con lo que debía de haber pasado, teníamos los vientres tocándose, y yo me lo había perdido. Aquella situación, y ver su rostro a escaso espacio de mi, no me frene y la plante un buen beso en los labios, no se despertó pero me dio igual, sabia a fresa y a inocencia. Tenía una de mis manos en su cintura, con la camiseta algo subida era piel con piel, y ella rodeaba mi cabeza con sus manos. Aparte un poco el pelo de su cara, se lo pase por detrás de la oreja. Fue suficiente para que abriera los ojos, me miro dulcemente.
-ANA: hola primo, buenos días.- sorprendido por su normalidad, tenía que recordarla la situación.
-YO: buenos días princesa, te juro por dios que me encantaría seguir aquí contigo en esta posición, pero necesito ir al baño.
-ANA: jajaja pues ve.
-YO: ya, veras, es que para poder orinar, necesito…………eso.- señale abajo, se le abrieron los ojos de golpe, miro, vio la situación y me miro apabullada, pero no se movía.- si no es molestia, ¿ podrías…….?
Se abrió de piernas en seguida y se sentó en el borde de la cama tapándose la cara.
-ANA: ¡¡¡¡ dios, dios, perdona, los siento, que vergüenza. !!!!
-YO: tarquina, no pasa nada, ya te he dicho que me quedaría así de por vida, pero tengo que ir al baño y desayunar- no respondía, me levante y fui hacia la puerta….
-ANA: llama antes de volver, por favor.- asentí.
El plan fue a la perfección, , mientras meaba y me echaba algo de agua en la cara y colonia de ayer para recordarla lo que ocurrió, pensaba en mi cabeza mil maneras de volver a la habitación para dejarla pillada, al descubierto y que no tuviera mas remedio que admitir su deseo. ¿Llamar antes de volver? Una mierda, lo 1º era no dejarla pensar, fui decidido, revise al casa, no había nadie, y no volverían hasta las 5, cogí el pomo de la puerta, respire y entre de golpe.
El que se quedo pillado fui yo, allí estaba ella a cuatro patas metiendo un dedo en el coño por debajo del short, de espaldas a mi, la visión era un pecado, yo comiéndome la cabeza y ella me lo ofreció en bandeja, gracias a dios la puerto no hizo ruido, y puede acercarme a ella en silencio.
-YO: esta claro que te lo pasaste bien esta noche.- pego un brinco que a la vez se dio la vuelta.
-ANA: joder te he dicho que avisaras imbécil- estaba frustrada, se pego las piernas al pecho y bajo la cabeza a las rodillas, se tapo de vergüenza pura. Tenia que sacarla de ese estado.
-YO: oye tranquila que yo te entiendo perfectamente, todos nos tenemos que desahogar de vez en cuando.
-ANA: no tu no lo entiendes……………es que ……….yo……………tu……no se que me para, me haces sentir……bien……y me gusta, y tu eres mi primo…… y no me quieres………. y yo no ………..- casi rompía a llorar.
-YO: como que no te quiero, si eres el amor de mi vida, llevas 5 días volviéndome loco.
-ANA: no juegues, vale esto es importante para mi, por favor no digas nada a la familia.
-YO: ¿te parece que estoy jugando?- la puse una mano en la pierna- ¿si te digo una cosa, no saldar de aquí? Así estaremos igualados.
-ANA: claro.
-YO: me da un poco de vergüenza así que no te rías vale.- asintió seria- no tenia que ir a mear, me he ido a masturbarme, o reventaba.
-ANA: ¿que? ¿por que?
-YO: ¿como que por que? ¿Cuantas veces crees que yo me levanto con una preciosidad andaluza como tu con la………cosa, pillada entre sus piernas?
-ANA: pues ya llevas un par de días……- se tapo la boca, reaccione “sorprendiéndome”
-YO: no jodas, y yo sin saberlo.
-ANA: dios perdona, no es aposta – empezó a ser ella y no una bola retraída- es que, joder al principio hacia frío, tu das calor, pero te pusiste de lado, no llegaba, y me la pongo así para pegarme a ti, y no se, con la fiesta, lo que ocurrió, sentir….. eso.. ..entre mis piernas, su roce sobre mi………..me…..me…………
-YO: te excitabas.- me miro como habiendo dado en el clavo, cayo de lado sollozando- mira, a nuestra edad normal, somos jóvenes inexpertos y estas cosas pasan.
-ANA: ya pero no me han pasado a mi, y quiero que pasen, pero …………
-YO: ¿pero?
-ANA: hasta ahora me daba igual, casi con quien fuera, pero ahora, ahora solo pienso en ti, por eso pasa esto, no esta bien.
-YO: me siento muy halagado, pero somos familia………..- la deje caer, dependiendo de su repuesta.
-ANA: bueno………. en realidad………. no somos primos………… de sangre. – ¡LINEA¡ ¡ BINGO! ¡LOTERIA! ¡EL GORDO!, ¡EL NIÑO! ¡EL EUROMILLON! ¡PERRITO PILOTO PARA EL CABALLERO!
-YO: eso es cierto, pero aun así existen inconvenientes.
-ANA: ya ……….es una pena.- torció el gesto.
-YO: pero en realidad, estamos solos hasta las 5, y aunque como dices no somos familia, quien mejor que nosotros, si quieres podemos jugar un rato.- se le ilumino un poco la cara.
-ANA: no se, y sin nos pillan.- perfecto su preocupación no era moral ni ética, si no que la pillaran.
-YO: hombre, hay que ser muy tonto para que te pillen, ¿y somos tontos?
-ANA: no, ……….. podemos echar el pestillo, así aunque vengan no nos verán- estaba rendida- ¿a que jugamos?
-YO: pues a lo que tu quieras, no haremos anda que no estés lista, ¿de acuerdo?- asintió segura.
-ANA: he mi instituto juegan a un juego de beber, ponen las anos unos delante de otros, como haciendo palmitas y se les vendan los ojos, luego por turnos deben tocar una partes del cuerpo del otro, si la adivinan ganan y si pierden beben, y el que se emborracha pierde.
-YO: me parece bien, pero yo no quiero beber ahora, que tal si el que pierde, se quieta una prenda, el que quede desnudo, pierde.- perdería de todas, yo solo llevaba el pantalón y la camiseta.
-ANA: vale- aplaudió y se puso en posición en la cama delante de mi, yo hice lo mismo, pusimos nuestras palmas de las manos un contra otra y son vendamos ropa los ojos.
-YO: empieza tú , que lo conoces.
-ANA bueno yo solo lo he visto jugar, pero vale, no mires eh….- cogió mi mano y la movió un poco pro toda la zona, para marearme- ya esta, ahora mueve la mano hacia delante y toca, ¿que es?
Lo hice, y toque parte blanda, suave, y estrecha.
-YO: ¿un antebrazo?
-ANA: siiiiiii jo, te toca.
Me quite la venda y me asegure de que la tuviera puesta, no podía arriesgar con la zona, demasiado atrevido y podría echarse atrás, pero quería perder, la cogí la mano y la moví lo suficiente, después se la llevé a mi pecho.
-YO: ya
-ANA: que fácil, es el pecho jajaja
-YO: premio, te toca.
Mismo ritual, toque y palpe claramente un hombro, pero……
-YO: ummmmm no se, ¿la rodilla?
-ANA: jajaja no bobo es el hombro has perdido, así que prenda fuera.- cumplí rigurosamente y me quite la camiseta, estaba a 1 ronda de quedarme en pelotas delante de ella.
-YO: voy- la cogí la mano y lleve a mi boca, para ver como reaccionaba.
-ANA: ha esta humedo, es es….- seguía palpando y llego a introducir un dedo en mi boca- ah, ¿la nariz? – los cojones, esta loba también quería perder.
-YO: no tonta, era la boca- y aun con sus dedos en mis labios, le chupe uno con delicadeza.
-ANA: ahgggg que guarro- pero habia perdido, se quito la camiseta, sin movimientos eróticos, como si estuviera sola, sus pechos eran preciosos, piel levemente tostada con unos preciosos pezones oscuros.
La siguiente me daba igual, aunque me la pusiera en la cabeza y notara su pelo diría un pie, pero me jodio el invento, me puso la mano en una teta, no podía ser tan desconsiderado.
-YO: esto…….diría que es un .pecho.- y apreté un poco cerciorando, las tenia bien duras y firmes.
-ANA: siiiiii me toca.- al taparse los ojos me acomode la polla, la tenia como una piedra, me di la vuelta y la hice tocarme el culo, lo adivino, muy a mi pesar. Seguimos un rato así.
La genialidad llegó cuando me toco el turno, el puse la mano en al base de mi polla, sin pensármelo mucho.
-ANA: vaya, diría que es una……………… pierna.- me eche a reír, cuando se quito la prenda se río también, pero no soltó.
-YO: has perdido y te toca pringar.
-ANA: jo me da vergüenza
-YO: ¿no eres una mujer de palabra? – herí su orgullo.
-ANA: vale pero mira para otro lado.
-YO: no eso no entraba en el juego, haberlo pensado antes- y me senté cómodamente a disfrutar- venga.- no entendía su reticencia, aun le quedaban las bragas.
Se puso en pie rogándome que no con la mirada, remoloneando, pero yo le insistía, hasta que lo hizo, empezó con cuidado, metiendo la mano por dentro del short, fue haciendo hueco y del tirón, se los bajo.
-ANA: ya esta – reía nerviosa, era normal,¡¡¡¡¡ no levaba bragas!!! se presento ante mi una joven de 18 años de piel tostada, con una tetas firmes y bien colocadas, nada excesivas y un buen trasero, totalmente desnuda con su coño al aire, le tenia cuidado con una línea de pelo corto.
-YO: ¿pero como que no llevas bragas hija mía.?
-ANA: joder, no se pense que así sentiría mejor tu…….cosa, con el pijama no podía. – se medio tapaba como podía.
-YO: jajaja pobrecilla, bien he ganado entonces el juego, ¿no?
-ANA si, jajaja jo que mala soy.
-YO si, malisima – la dije con doble o triple sentido.
-ANA: ¿por que lo dices?
-YO: Ana no somos tontos, ha quedado claro, has perdido aposta, y quiero saber ¿por que?
-ANA: jo, es que…. Los que pierden jugando, tienen que besarse, y ….quiero besarte.
-YO: ¿¿todo esto por que deseas besarme?? No necesitabas desnudarte para eso, llevo 4 días deseando tenerte entre mis brazos.- Se tenso entera y me miro, atónita- como te crees que tengo esas erecciones que tu aprovechas.- me levante y camine con calma hacia ella- me las provocas tu.
Llegue a su altura, me miro hacia arriba, rogando que diera el paso, y lo di, la rodee con mis brazos, la pegue a mi y la bese, de forma suave y calmada.
-ANA: ummmm, que rico.
-YO: recuerda que iremos hasta donde tú quieras, ¿vale?
-ANA: si – volvió a besarme.
La atraje hacia la cama y me senté, ella se coloco entre mis piernas y se dejo caer sobre mi, quedando los dos tumbados, con ella encima mío, comenzamos a besarnos como colegiales, mis manos repasaban cada centímetro de su espalda, y ella se apoyaba contra la cama, meneaba las piernas que le quedaban colgando, y eso hacia que su parte inferior se frotara contra mi, mi erección se aplastaba contra ella. Fui implementado algunos besos básicos, y ella me fue cogiendo el ritmo, la agarre la cabeza, y comencé a meter mi lengua en su boca, de inicio no sabia que hacer pero, como buen maestro, aprendió rápido, sus pechos aplastados contra mi estaban a punto de reventar, los note duros, con los pezones erectos.
-YO: para por favor que no aguante más con los pantalones.- deje caer a un lado de la cama, me incorpore y me bajo los pantalones, joder la tenia hinchadisima, me di la vuelta para que pudiera admirar, se quedo asustada, llevo su mano a la boca.
-ANA: ¿pero que es………….eso.?
-YO: para empezar, deja de decir “eso”, esto es un pene, en realidad un buena polla, grande.
-ANA: joder que si es grande, es más de lo que había palpado.
-YO: peus comprueba, ven aquí,- la acerque al borde de la cama y ella mismo llevo sus manos a mi polla que la apuntaba.
La cogió admirando todo detalle, e inicio un sube y baja, casi por comprobar como funcionaba.
-ANA: es normal que la tuviera que meterla entre las piernas, es que si no casi me echas de la cama jjajja, puedo……
-YO: lo que tú quieras.- sonrío, comenzó una paja bastante torpe con una mano, yo la ayude a poner las dos manos y hacerla bien, con ritmo.
Casi no podía con ella, la comparativa de sus manos con mi polla era ridícula, me harté de la masturbación.
-YO: ahora voy yo.- la recosté sobre la cama y esta vez fui yo quien me deje caer sobre ella, con cuidado de no aplastarla, ella seguía agarrada a mi polla con una mano y yo me fui a por sus pezones, lamía su contorno, estaban realmente duros su pechos, firmes, de jóvenes que eran, fui bajando mis besos por su ombligo, que me había vuelto loco estos días, y note cierto resorte al pasar por allí, diría que era su “zona especial”. Guarde eso para mas adelante y seguí bajando, hasta llegar a su coño, besando sus muslos admire y olí aquel coño jovial, lo vi francamente mas estrecho que los vistos hasta ahora.- ¿eres virgen? Dímelo la verdad, por que así sabré como tratarte.
Un poco avergonzada pero llevada por la pasión lo admitió, yo inicie un forte con mi mano por su zona mas alta, la había visto meterse un dedo, no seria nada especial, seguía dando pequeños besos por toda la zona, pequeños pero lentos, la oí empezar a gemir suavemente, acelere mi mano un poco y llegue a separar sus labios vaginales, allí estaba el clítoris hinchado, lo lamí como si fuera un helado delicado, sin mucho tardar, la note revolverse sobre la cama, ya metía un poco mi dedo corazón en su vagina que rebosaba fluidos, ella me hundí la cara en su coño con las manos aveces, otras cogía una almohada y se tapaba la cara.
-ANA: ¡¡¡OHHH DIOSSSSSSSS SIGUEEE, NO PARESSSSSSS NO PARESSSSS NO PARESSSSSSSSS!!!!
Se corrió embadurnando mi mano de fluidos, había estallado de placer, seguí acariciando con mi mano en su entrepierna mientras volvía a subir por su cuerpo, besando cada célula de su piel, note de nuevo un respingo al pasar por su ombligo, volví a sus senos, los trabajé de nuevo hasta volver a tenerla a tono, retorciéndose bajo mi cuerpo, con mi polla golpeando en su vientre, subí por el cuello y me quede allí, aumentado el ritmo de mi mano hasta lograr una 2º corrida, los espasmos que tenia eran brutales, retorcía su espalda mientras se agarraba a las sabanas como si fuera a echar a volar.
-ANA; ¡¡¡¡¡DIOS BASTA NO AGAUNTO MAS!!!- cayo rendido todo su peso bajo la cama, yo me tumbe a su lado, mientras seguía besándola el cuello, bajando mi mano a su vientre y acariciándolo con suavidad.
Mi polla estaba para usarla de puente entre 2 acantilados, estando yo de lado y pegado a ella, mi polla descansaba encima de sus piernas.
-YO: ¿que estas bien?
No contestaba solo cogía aire, y se mordía el labio mirando mi polla palpitando en sus muslos.
-ANA: tu no te puedes quedar así.
-YO: ¿y que se te ocurre?- se quedo mirando un par de segundos y reacciono.
Se puso de lado, como cuando dormíamos, y la entendí, me puse detrás y levantando su pierna puse mi polla directamente frotándose contra su coño, bajo las piernas y quedo prisionera, pero ya piel con piel.
-ANA: es una sensación genial, mejor de lo que creía.
Lleve mi mano a uno de sus pechos y ella giro la cabeza, primero viendo como mi enorme polla sobresalir de su pelvis, luego buscando mis besos.
-YO: voy, puede que me acelere mucho, si quieres que pare dímelo, ¿vale?
-ANA: dale sin miedo, me encanta la sensación de tener…….eso…..tu polla……… ahí.
De forma calmada y sin arriesgar, lleve mi pelvis hacia atrás y embestí de forma brusca una sola vez.
-ANA: ains……. sigue.
Otro golpe de cadera, y otro , no soltaba una de sus tetas, pellizcaba el pezón con cierta rudeza, y fui aumentado el ritmo, sintiendo como abría los labios mayores, y como mi polla se abría paso entre sus piernas, empezó a sonar el ruido característico de mi pelvis chocando con su trasero, la fuera era ya bastante contundente, tuve que agarrarla del vientre ya que su pecho se me escapaba, o de cada embestida tiraba demasiado de el, si ya notaba mi polla mojada de sus fluidos, sujetarla por el ombligo la termino de sacar lo mejor, sin parar durante diez minutos bombeaba sin descanso, cogiendo ritmos fáciles de aguantar, sin parar, ella miraba abajo y veía como mi polla aparecía y desaparecía entre sus muslos, yo, recordando, no solo sujetaba, si no jugueteaba con su ombligo mientras ya solo podía besar su espalda, su cara se retorcía con el resto de su cuerpo, se tenso de nuevo y sin parar de golpearla con mi cadera note otra corrida de ella, abrió un poco las piernas pero se las cerré de golpe para continuar mis acometidas. Otra vez no sabia si la chica tenia un orgasmo tras otro o era uno continuado, solo había gemidos y respiraciones fuertes por su parte, me daba igual, después de otros 20 minutos estaba reventando semen por la polla, salió disparado a las prendas usadas como vendas en los ojos, y seguí golpeando bajando el ritmo hasta que note un ultimo charco entre las peinas de ella y mi polla, allí pare.
Recosté un poco a Ana para ver su rostro, estaba roja, hinchada, con la boca abierta bebiendo el aire, llevo su mano a mi cara y me atrajo a la suya, nos besamos muy lentamente, con lengua, haciendo gestos claros con la boca.
-YO: princesa mía, o paramos o vas a tener que hacer algo mas para saciar a mi amiga.- se sorprendió de mi comentario.
-ANA: pero por dios, ¿aun tienes ganas? yo estoy muerta, james había sentido nada así, no he parado de………echar fluidos- se llevo la mano a su intimidad totalmente manchada. Me acerque a su oído y susurrando
-YO: con una mujer como tu podría estar horas – bese su cuello de nuevo.
-ANA: dios y aun queda mas de una semana contigo.
-YO: en la que te voy a hacer derretir los polos, si me dejas- seguía trabajando el cuello.
-ANA: ¿dios que me vas ha hacer?- era mía.
-YO: siempre te lo he dicho, lo que tu quieras.
Seguimos abrazados una hora mas, besándonos a ratos con cuidado de no excitarme demasiado o no respondía de mi mismo, se acercaban las 5. así que nos vestimos, arregacemos la habitación, echamos a lavar la ropa manchada de semen y preparamos la algo de comer, durante ese tiempo no había palabras, en las idas y venidas por el pasillo de la cocina al salón, solo carantoñas, me acercaba a ella por detrás y la restregaba mi polla por su culo, buscando sus besos, o ella me empujaba contra la pared aprovechando mi manos ocupadas, y mientras con una mano me arrancaba casi el pelo con cada beso que me daba, la otra frotaba mi polla por encima de la ropa, yo aprovechaba sus manos ocupadas y su indefensión, y le ”magreaba” el culo, no había tenido oportunidad aun, atrayendo su cadera a miembro. Aquel juego estúpido casi nos cuesta un disgusto, en mitad del pasillo con ella contra la pared y yo atacándola por detrás, entro la familia, no dio el tiempo justo de colocarnos las ropa y sentarnos a comer.
-MADRE: ¡¡míralos aquí están!! Vaya panda de aburrido sois, ¿salís una noche y ya tenéis que descansar hasta estas horas? Al menos os habréis divertido………..
Nos miramos cómplices.
-ANA: si, lo hemos pasado genial.- me guiño un ojo.
-YO: y lo que nos queda, madre, y lo que nos queda.
CONTINUARA………
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Relato erótico:Mi tío me entrega para mi placer a una sumisa.(POR GOLFO)
Segunda parte de Sustituí a su esposa en la cama de mi tío.

No penséis mal de Manuel, no creáis que es un degenerado que abusó de mí. Todo lo contrario, es el hombre más maravilloso del mundo que mientras su mujer estaba viva nunca le fue infiel ni siquiera con el pensamiento. Y si actualmente estamos juntos, se debe a que fui yo quien lo sedujo.
Para mí, mi tío es mi marido y su niño, no es mi primo sino mi hijo, porque al igual que ya viudo me metí en el lecho de su padre, desde que nació Manolito, he sido yo su madre.
Como comprenderéis nuestra relación no había sido fácil, porque él no había dejado nunca de echar de menos a su esposa y yo me había tenido que comer mis celos de la difunta porque si Manuel se enterara algún día, nunca lo hubiese entendido.
Por otra parte, estaba mi madre. Que si bien en un principio había confiado en mí y en el viudo de su hermana, ya no lo tenía claro y andaba con la mosca detrás de la oreja. Aunque aceptaba e incluso ella misma había sido la culpable de que viviera con él durante el periodo universitario, no comprendía el motivo por el que también le acompañaba de vacaciones.
-Mamá, no puedo dejar solo a Manolito, me necesita- respondía cada vez que insistía.
Por supuesto, nunca le dije que cuando llegaba Manuel a casa, le recibía casi desnuda y él invariablemente me poseía en mitad del salón o dado el caso que me encontrara cocinando, contra la lavadora. Nos daba igual donde. Al vernos, nuestras hormonas entraban en acción y tanto él como yo, nos veíamos lanzados a renovar de manera brutal esos votos que nos prometimos una noche de madrugada.
Nuestra sexualidad era tal que, para nosotros, siempre estábamos experimentando cosas nuevas. Nuestro mayor placer era descubrir una nueva postura con la que dar rienda a nuestro amor y cuando ya habíamos agotado las diferentes variedades del Kamasutra, decidimos buscar en los sitios más insospechados el morbo con el que seguir afianzando nuestra relación. Lo que nunca supuse fue que encontraríamos el aliciente definitivo para quitarnos nuestras máscaras un día en que, por motivos de estudios, vino a casa una amiga de la universidad.
María, se llamaba la muy zorra y de virgen solo tenía el nombre porque como os comentaré era una puta desorejada que en cuanto vio a mi Manuel lo quiso para ella. Por el aquel entonces, la consideraba únicamente una amiga mas y aunque sabía que vivía con mi tío, nunca le conté que era mi hombre.
Llevábamos encerradas estudiando desde la mañana, cuando cerca de las nueve de la noche, llegó Manuel a saludarnos. María, al verlo se quedó pálida y por eso nada más cerrar la puerta, me soltó entusiasmada:
-¡Qué bueno está! ¿Ese es tu tío?- y sin prever mi reacción, exclamó: -¡Le echaba un polvo!
Os juro que me encabronó su confesión y tratando de calmarme, le pedí que siguiéramos estudiando, pero ella insistiendo, me dijo:
-¿Sabes si tiene novia?
-No tiene- respondí enfadada sin mentir porque yo no me consideraba su novia sino su mujer.

Mi media verdad le dio ánimos y dejándome con la palabra en la boca, desapareció de la habitación aludiendo a que tenía que ir al baño. Aunque lo dudéis, la creí pero al cabo de cuarto de hora de no volver, fui a ver que le pasaba. Al llegar a la cocina, me la encontré tonteando con mi tío y quise matarla:
“Zorra, Puta, furcia, fulana, pendón, pelandusca, mujerzuela”
Todos los apelativos a su clase pasaron por mi mente pero cómo no podía montar un escándalo y que se enterara de nuestra relación, tuve que quedarme callada y con una sonrisa, reclamarle que me había dejado sola. Tras pedirme perdón, mintió diciendo que se había acercado por un vaso de agua pero que se había quedado hablando con Manuel.
Mi tío que, además de ser mi marido no oficial, me conocía plenamente, supo que estaba celosa y siguiéndole el juego a esa guarra me dijo que, ya que tenía la cena lista, dejáramos de estudiar y descansáramos un poco. Traté de balbucear una excusa pero poniendo tres platos, nos invitó a sentarnos. Maria, sin llegarse a creer su suerte se sentó a su lado y por eso me tuve que conformar con sentarme enfrente.
“Será perra” mascullé entre dientes al observar a esa muchacha coqueteando con mi hombre.
Con todo el descaro del mundo, la morena babeaba riéndole las gracias. Su acoso era tan evidente que Manuel me guiñó un ojo al ver a mi compañera reacomodándose las tetas para que el tamaño de sus pechos pareciera aún mayor. Os juro que no sé qué me cabreó más, María al comportarse como una puta barata o mi tío, que disfrutando de mi cabreo, la alentaba riéndole las gracias.
En un momento dado, me encontré a ese putón manoseándole por debajo de la mesa. Aunque Manuel solo era un sujeto pasivo de sus lisonjas, me resultó evidente que el jueguecito le estaba empezando a gustar al ver el brillo de sus ojos.
Hecha una furia, me senté en mi silla mientras le fulminaba con los ojos. Fue entonces cuando provocándome a las claras, le informó a mi amiga de que se había manchado de salsa su blusa. María que no se había dado cuenta de la mancha, preguntó mientras se miraba la camisa:
-¿Dónde?
El cabrón de mi tío poniendo cara de bueno, le señaló el pecho. Aunque el lamparón era enorme, la muy puta le dijo que no lo veía. Muerto de risa, Manuel llevó sus dedos al manchón y aprovechado que estaba al lado de uno de sus pezones, lo pellizcó suavemente. La zorra de mi amiga no pudo evitar pegar un gemido al sentir esa dulce caricia y pidiendo perdón, se levantó a limpiarse la blusa. Reconozco que estuve a punto de saltarle al cuello pero mirándome a los ojos, mi tío me prohibió que lo hiciera.
Esperé a que mi compañera saliera del comedor para echarle en cara su comportamiento pero entonces Manuel acercándose a mí, me besó mientras me decía:
-¡Vamos a jugar un poco con esta incauta!
Sé que debí negarme a colaborar pero su promesa de que luego me haría el amor así como el leve toqueteo de su mano en mi entrepierna, consiguieron hacerme olvidar mis reparos y con mi cuerpo en ebullición, esperé a que volviera.
Al volver del baño, María nos informó involuntariamente de que estaba cachonda. Debajo de su blusa, dos pequeños bultos la traicionaban dejando claro que su dueña se había visto afectada por ese pellizco. Si bien había sido algo robado y no pedido, dejó claro nada más sentarse de que no le había resultado desagradable porque no solo pegó su silla a la de mi tío sino que olvidándose de mí, llevó su mano a las piernas de Manuel.

Curiosamente, si antes me había enfadado su acoso, desde que mi hombre me había dicho que quería jugar con ella, sus ataques no hacían más que calentarme y sin creerme mi reacción, sentí que mi coño se encharcaba al comprobar que bajó su pantalón, el pene que también conocía se estaba empezando a poner duro. Tratando de disimular, me concentré en la comida pero confieso que me resultó imposible no echar un ojo a esos dos.
El zorrón de mi amiga que con descaro masturbaba a Manuel por encima del pantalón, se quedó de piedra cuando mi tío se bajó la bragueta y sacando su miembro al exterior le obligó a continuar llevando su mano hasta allí. Si en un principio, intentó negarse por vergüenza de que los descubriera, al sentir en su palma el tamaño de la herramienta de mi hombre, no pudo dejar de desear cumplir sus órdenes y con sus pezones como escarpias, recomenzó su paja en silencio.
Para entonces, mi sexo estaba anegado y disimulando saqué mi móvil y me puse a hacer fotos bajo el mantel porque una vez se hubiese ido esa zorra, quería verlas con Manuel y así, rememorar lo ocurrido. Estaba analizando, el sudor que recorría la frente de mi compañera, cuando percibí en sus ojos nuevamente la sorpresa.
“¡Está bruta!” sentencié al percatarme que su desconcierto se debía a que mi tío le había metido su mano en la entrepierna y que la muchacha no se había opuesto.
Comprendí que si permanecía allí, iba a resultar más difícil que esa puta se dejara llevar por la lujuria y por eso les dije que iba a hacer el café.
-Tardaré cinco minutos- les informé para que María creyera tener la oportunidad de dar rienda suelta a su calentura.
Saliendo del comedor, me escondí tras la puerta para espiarles. Tal y como había previsto, esa puta en cuanto se quedó sola con mi tío dejó de disimular y berreando separó sus rodillas para dar vía libre a las caricias de mi amado. Me sentí incomoda de espiarles, pero en vez de volver no hacerlo, busqué una posición donde observarles sin que me vieran.
Manuel fue consciente de que al otro lado de la puerta les miraba, y profundizando en la calentura de mi amiga, le pidió que le enseñara los pechos. María, creyendo que yo estaba en la cocina, sensualmente se desabrochó la camisa, permitiendo que mi tío disfrutara de sus melones. Mi hombre recorrió con las yemas de sus dedos sus negras areolas y tras aplicarles un duro correctivo con sendos pellizcos, le dijo:
-¿A qué esperas?

María supo a qué se refería y poniéndose a cumplir sus deseos se arrodilló entre sus piernas. Desde el pasillo, vi como esa zorra se arrodillaba y desabrochándole los pantalones, sacaba de su interior su sexo. No me podía creer lo que estaba viendo, esa dulce mujer que siempre se había hecho la estrecha, estaba introduciéndose centímetro a centímetro toda su extensión en la boca, mientras con sus manos acariciaba el musculoso culo de mi marido. Lo hizo con exasperante lentitud y por eso mi propia almeja ya estaba mojada, cuando sus labios, se toparon con su vientre.
Como si estuviera viendo en vivo un show porno, casi pego un grito mitad celoso y mitad vicioso, cuando comprobé que esa muchacha era una experta en mamadas y que contra la lógica, se había conseguido introducir todo su pene hasta el fondo de su garganta sin sentir arcadas. Para entonces ya me había contagiado de su fervor y mientras volvía agravarles, llevé una mano entre mis muslos y empecé a masturbarme.
Os juro que estuve a punto de correrme cuando una vez había ensalivado la verga de mi amado, esa zorra extrajo su pene de la boca y sonriendo, le pidió permiso para seguir mamándosela.
-Sigue, puta.
Mi amiga no se vio afectada por el insulto y ante mis ojos, cogió su instrumento con sus manos y empezó a pajearlo suavemente mientras se recreaba viendo crecer esa erección entre sus dedos. Tal y como siempre ocurría cuando era yo quien lo hacía, no tardé en admirar que la polla de mi tío estaba en todo su esplendor.
“¡Qué bella es!” no pude más que sentenciar al observar esa polla que tanto placer me había dado.
Para entonces, María había aumentado el ritmo y moviendo su muñeca arriba y abajo, consiguió sacar los primeros jadeos de su momentáneo amante. Los jadeos de Manuel, me impulsaron a coger entre mis dedos mi hinchado clítoris y sin dejar de espiarlos, me puse a calmar mi calentura.
El sonido de la paja a la que estaba sometiendo a mi hombre, me consiguió alterar de tal modo que me vi impelida a meter dos dedos en mi coño en un intento de anticipar mi orgasmo mientras mi amiga se concentraba en comerse esa maravilla de pene que tenía a su disposición.
“¡No puede ser!” exclamé mentalmente al percatarme de lo bruta que me estaba poniendo ver como ese putón se la comía a Manuel.
Incrementando la velocidad en que mis dedos entraban y salían de mi sexo, saqué mi cabeza para observar mejor esa mamada. Mi tío al verme y comprobar el brillo de mis ojos, profundizó mi morbo presionando la cabeza de mi hasta entonces amiga contra su entrepierna.
Fue entonces, cuando tenía la verga completamente inmersa en la garganta de la muchacha cuando me pidió en voz alta, si le dejaba follársela.
-Sí- respondí descubriendo ante mi compañera que había sido testigo de todo.
María, avergonzada, se quedó paralizada e intentó disculpar su actuación pero mi hombre cortó de cuajo su explicación, levantándola del suelo y sin darle tiempo a negarse, se puso a desnudarla mientras yo me acercaba.
Nunca creí que fuera capaz de hacer lo que hice a continuación: Sentándome en una silla, me seguí masturbando mientras Manuel la ponía a cuatro patas sobre la alfombra. La morena, completamente acalorada, dejó que le quitara las bragas. La aceptación por mi parte de su lujuria venció sus reparos y pegando un grito, rogó a mi tío que se la follara. Mi hombre no se hizo de rogar y cogiendo su pene, lo introdujo de un solo golpe hasta el fondo de su vagina.
El chillido que pegó esa morena me convenció de que pocas veces su coño había sido violado con un instrumento parecido al trabuco que mi tío tenía entre sus piernas y tratando de humillarla le solté acercando mi silla:
-¡Comete mi chocho! ¡Puta!
La rapidez con la que esa muchacha se apoderó de mi sexo, me dejó claro que no era la primera vez que disfrutaba de una mujer. Yo en cambio, era nueva en esas lides y por eso me sorprendió la ternura con la que mi amiga cogió con su boca mi clítoris.
Sin cortarse un pelo, separó los pliegues de mi sexo mientras Manuel seguía machacando otra vez su cuerpo con su pene.
-¡Dios!- gemí descompuesta al notar que con sus dientes empezaba a mordisquear mi botón.
Manuel al oir mi alarido, incrementó sus incursiones mientras le exigía a nuestro partenaire que buscara mi placer, diciendo:
-Hazle que se corra.
Cumpliendo a pies juntillas sus deseos, la morena introdujo un par de dedos en mi sexo y no satisfecha con ello con su otra mano, me desabrochó la camisa. Una vez había dejado mis senos al aire, se los llevó a la boca consiguiendo sacar de mi garganta un berrido.
-¡Me encanta!- chillé al notar sus labios mamando de mi pezón.
Mis palabras consiguieron incrementar el ritmo de mi amado hasta extremos increíbles y con el sonido de sus huevos rebotando contra el sexo de mi compañera, me corrí sobre la silla. María que hasta entonces se había mantenido a la expectativa al notar mi orgasmo, como histérica le pidió que arreciara en sus ataques. Manuel satisfecho con su entrega, le dio un azote.
-Dale duro- le exigí mientras disfrutaba de los estertores de mi propio placer.
Mi tío obedeciendo mis deseos, le dio una salvaje tunda en su trasero. Las violentas caricias lejos de incomodar a esa zorra, la puso a mil y con un tremendo alarido, le rogó que continuara pero entonces Manuel decidió darme mi lugar y dejándola tirada en mitad del comedor, me cogió entre sus brazos y me llevó hasta nuestra cama.

Ya estaba saliendo de la habitación, cuando se giró y viendo que la cría seguía postrada en el suelo, le dijo:
-Acompáñanos.
Mi compañera sonrió al poder seguir siendo participe de nuestra lujuria y con genuina alegría nos siguió por el pasillo. Mi tío, nada mas depositarme suavemente sobre el colchón, se dio la vuelta y sentando a María en una esquina de la cama, le soltó:
-Como te habrás dado cuenta, Elena es mi única mujer. Si quieres disfrutar entre nuestras sábanas debes ser aceptar que tu papel será secundario.
Contra toda lógica, mi hasta entonces amiga nos confesó no solo que era bisexual, cosa que ya sabíamos, sino que disfrutaba siendo usada. No comprendí al principio a qué se refería y por eso interviniendo, le pedí que se explicara. Manuel soltó una carcajada al comprender mi inopia y antes de que María revelara su condición, me explicó:
-Es sumisa.
Hasta entonces lo único que sabía de esa práctica venía a través de lo que había leído en algunos relatos pero os reconozco que la perspectiva de tener una a mi disposición, me hizo mojarme e imprimiendo un tono duro a mi voz, le pregunté:
-¿Estás dispuesta a obedecerme?
La muy zorra adoptando la postura de esclava del placer, contestó:
-Sí, ama.
Con la espalda totalmente recta y los pechos erguidos, María esperó mis órdenes. Alucinada, observé que mi compañera de universidad dejaba patente su sumisión con sus rodillas separadas y sus manos apoyadas en los muslos. Buscando verificar su promesa, le pedí que me besara en los pies.
Sabiendo que era una prueba, María no tardó en acercarse a mi cama y con los brazos a su espalda, acercó su boca a mis pies. Os juro que al sentir sus labios en mis dedos, me excité como pocas veces antes y ya imbuida en mi papel, le dije:
-Quiero que me los chupes mientras veo como mi hombre te da por culo.
Ni que decir tiene que esa sucia puta se metió los dedos de mis pies en su boca mientras Manuel satisfacía mi morbo separándole los cachetes. Al hacerlo y meter un dedo en su ojete, descubrió que nunca había sido usado.
-¿Será tu primera vez?- preguntó extrañado.
-Sí. Nunca me lo han hecho- respondió con su voz teñida de miedo y de deseo.
Que esa cría pusiera a nuestra disposición un culo virgen, me hizo compadecerme de ella y por eso le pedí a mi tío que tuviera cuidado pero para su desgracia, Manuel tenía otros planes y sin hacer caso a mi sugerencia, puso su glande en ese estrecho orificio y de un solo empujón lo desvirgó. El estremecedor grito con el recibió su ataque, lejos de perturbarme me enloqueció y cogiéndola de la melena la obligué a comerse nuevamente mi sexo.

De esa forma, mientras mi hombre cabalgaba sobre su culo, mi primera sumisa se dedicó a satisfacer mi lujuria. Mi orgasmo no tardó en llegar y recreándome en el placer que me daba el tenerla como esclava, mientras mi cuerpo convulsionaba en su boca, exigí a Manuel que siguiera tomándola. Afortunadamente, eran demasiadas las sensaciones acumuladas en él y por eso se corrió rellenando sus intestinos antes que el daño fuera demasiado grave.
María al sentir el semen de mi tío, lloró de alegría al saber que aunque no le había dado tiempo a gozar, no iba a tardar en sentirlo y sin esperar a que se lo dijéramos, se deshizo de su acoso y dándose la vuelta, empezó a limpiar su pene con la lengua:
-¿Qué haces?- preguntó mi tío al ver el modo en que recogía en su boca los restos de su pasión.
-Prepararlo para que satisfaga a mi ama- contestó como si fuera algo aprendido desde niña.
Esa frase me anticipó algo a lo que no tardé en acostumbrarme: Esa cría había decidido que para ella iba a ver jerarquías. En primer lugar estaba yo, su ama y Manuel, aunque era su superior, lo consideraba así porque era el hombre con el que compartía mi lecho.
Soltando una carcajada, la ordené:
-Límpialo bien y luego quiero que chupes mi ojete, porque tengo ganas que Manuel me tome por detrás.
-Así, lo haré- respondió increíblemente alegre.
Abrazando al que consideraba mi marido, susurré en su oído:
-Esta zorra nos va a dar mucho placer.
Muerto de risa, me besó y mientras María se afanaba en cumplir mis deseos, se dedicó a acariciar mi pecho, diciendo:
-¡Dile que se dé prisa! A mí también me urge usar tu culito.
Desde el suelo, mi compañera sonrió al comprender que desde ese día tenía un ama que la haría alcanzar nuevas cuotas de placer.

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Relato erótico: «Pillé a mi suegra con otro y por eso me la follé» (POR GOLFO)
SEGUNDA PARTE DE «PILLÉ A LA PUTA DE MI SUEGRA CON OTRO»
Una venganza no es perfecta si creas mayores rencores en tu enemigo. Según la sabiduría popular, lo ideal es tirar la piedra y esconder el brazo para que cuando el objeto de tus odios reciba la pedrada nunca sepa que fuiste tú quien la lanzó. Así fue como castigué a la hija de puta que tengo por suegra, habiéndola pillado en una infidelidad, maniobré de tal forma que le obligué a satisfacer mis deseos sin que supiera que yo era el chantajista.
Para los que no hayáis leído la primera parte de este relato, Almudena, la madre de mi mujer, es una rubia de casi cincuenta años que desde que me conoció se dedicó a hacerme la vida imposible. Acostumbrado a sus desdenes y menosprecios, la casualidad hizo que me enterara que esa zorra tenía un amante. Decidido a castigarla, contrato a una antigua novia de instituto y gracias a ella, consigo pruebas irrefutables de la cornamenta de mi suegro.
Lo fácil hubiera sido hacerle llegar a su marido esos videos pero teniéndolos en mi poder, llegué a la conclusión que primero iba a abusar de ella. Un idiota la hubiese llamado y mostrándole las películas, hubiera aprovechado para follársela, pero ese no fue mi caso:
“Quería humillar a esa guarra y que se tuviese que rebajar intentando seducir al marido de su hija al que odiaba”.
Por eso y actuando como un vulgar chantajista, le di una semana para probar que se había tirado a su yerno.
Esa misma tarde recibí vía email, la confirmación de que esa puta había claudicado. A través del correo electrónico, mi suegra me pidió únicamente más tiempo aduciendo lo complicado que le iba a resultar seducir a un tipo que despreciaba y que estaba seguro que era recíproco.
“Suegrita, ¡No lo sabe Usted bien!”, pensé disfrutando de antemano y dando por sentado que no tenía ninguna prisa, amplié el plazo a un mes.
La mujer recibió con agrado dicha ampliación y segura de sí misma, respondió escribiendo:
-En menos de un mes, ese inútil estará babeando por mí.
Al leerlo, os tengo que reconocer que no me cabreó sino que afianzó mi determinación de ponerle las cosas difíciles y que tendría que esmerarse para obtener las pruebas que ese chantajista anónimo le exigía. Pensando en ella, esa noche me acosté con su hija mientras me imaginaba que era esa madura la que gemía cada vez que mi miembro la penetraba.
Almudena acepta el precio del chantaje.
Ese domingo supuse que de alguna forma daría inicio a su acoso y ¡No me equivoque!…
Estaba en la cancha, calentando con mi equipo antes del partido cuando la vi llegar acompañada de mi esposa y de mis hijos. Comprendí su estratagema aún antes de que me saludara. Esa arpía iba a intentar hacerse la simpática antes de lanzar todas sus dotes de seducción.
Poniendo cara de sorpresa, me acerqué a mi familia y tras darle un beso a mi mujer, la saludé con la mano diciendo:
-Almudena, ¡No me puedo creer que te hayas dignado a perder tu valioso tiempo con un grupo de cafres en camiseta corriendo tras una pelota!
Lo normal es que hubiese contestado mi misil con otra impertinencia pero buscando un acercamiento, contestó luciendo una sonrisa:
-Llevas tantos años hablando de la belleza de este deporte que he pensado comprobar si tienes razón. Cuéntame ¿En qué consiste?
Estaba a punto de soltarle otra fresca cuando interviniendo mi mujer le empezó a explicar las normas básicas. Cómo tenía que ocuparme de mis chavales, las acompañé hasta las gradas para acto seguido volver a la pista a seguir con mi labor de entrenador. Interiormente estaba descojonado al conocer los motivos de ese cambio, pero nadie hubiera podido leer en mi rostro algo que no fuera desprecio por su presencia.
“Ya ha dado el primer paso”, sentencié mientras daba el quinteto de inicio a los muchachos.
Mi suegra ni siquiera esperó a que empezara el partido para comportarse como una auténtica hooligan. Uniéndose a un grupo de críos comenzó a cantar y a vitorear haciendo las delicias de los padres de mi equipo, no en vano Almudena es una mujer de muy buen ver y ninguno de ellos era maricón. Fue tanto el énfasis que le dio a su recién descubierta adoración por el baloncesto que aunque no fuera su intención consiguió llevar a mis jugadores en volandas hacia la victoria.
No contenta con ello al terminar el último cuarto, entró en la pista y antes que me diera cuenta se lanzó a mis brazos para felicitarme. Cogiéndome de sorpresa, buscó mi abrazo sin importarle nuestra diferencia de tamaño por lo que de pronto, me vi alzando sus ciento sesenta centímetros y sus cincuenta kilos entre mis brazos. Me sorprendió su poco peso pero aún más que sin darle importancia la presencia de su hija, pegara su cuerpo a mis dos metros mientras me daba un beso en la mejilla.
Reconozco que aunque fue tan casto que nadie pudo malinterpretarlo, al saber sus verdaderas motivaciones, esa breve caricia me calentó. Lo que no me esperaba es que admitiendo que su actuación fue determinante en el resultado, una vez fuera del polideportivo los propios padres insistieran en invitarla a nuestro tradicional aperitivo. Mi suegra no se cortó un pelo en aceptar y desenvolviéndose como una más, acudió con toda mi familia al bar.
Una vez allí y ante la mirada incrédula de María su hija, ese mal bicho empezó a explicar a los presentes lo bien que había planteado el partido al elegir la defensa en zona.
-Los contrarios eran tan rápidos que hubiese sido un error plantear la defensa al hombre.
Mi esposa sin llegárselo a creer le preguntó cómo sabía tanto de tácticas, fue entonces cuando esa perra soltando una carcajada, le confesó:
-Hija cuando era una niña, ¡Jugaba de base!
“¡Será cabrona! ¡Toda la vida metiéndose con el baloncesto y ahora resulta que le gusta!”, exclamé en silencio. Sus siguientes comentarios no hicieron más que confirmar ese extremo porque hablando de tú a tú con todos, se permitió valorar con acierto las rotaciones de mis muchachos.
El éxito de mi suegra con los padres fue total y llevándoselos a su terreno, les prometió que a partir de ese día iría a ver los entrenamientos. Incluso María se creyó que una vez había vuelto a ver un partido, había renacido en ella el gusanillo por este deporte. De tal forma que ya en casa, me hizo prometerla que no menospreciaría a mi suegra si aparecía por el polideportivo.
-Te lo juro- respondí sabiendo que no me metería con ella sino que llegado el momento: ¡Se la metería!
Primer asalto.
Cumpliendo su promesa, ese lunes Almudena llegó con diez minutos de adelanto al entreno. Si ya de por sí eso era un cambio, más lo fue verla llevando una bolsa de deporte. Supe para que la traía cuando poniendo un tono dulce, me preguntó:
-¿Te importa que lance unas canastas?
Al decirle que me daba lo mismo, sonriendo me pidió permiso para usar mi vestuario. No queriendo parecer un maleducado ante mis chavales, le di mis llaves y comenzamos el calentamiento. Diez minutos más tarde y mientras seguía desde mi silla el entrenamiento, la vi aparecer vestida con la típica equipación de baloncesto, camiseta holgada de tirantes y pantalón corto.
“Definitivamente no parece de cuarenta y nueve”, concluí al admirar el estupendo culo y los duros pechos que esa arpía escondía tras la ropa.
En cuanto cogió el balón y dio un par de botes, comprendí que no había mentido respecto a lo de haber jugado en su juventud, porque aunque un poco oxidada demostró tener técnica. Para colmo al cabo de cinco minutos de práctica, esa zorra se puso a lanzar una serie de triples tan alucinantes que consiguió sacar de la grada un sonoro aplauso. Hasta yo me quedé alucinado de su maestría y por eso no pude más que reconocérselo cuando acercándose a mí, me preguntó cómo lo hacía:
-Muy bien, se nota que eres una “vieja” gloria- respondí reiterando lo de vieja.
Mi suegra no pudo reprimir una mueca de desprecio al oír mis palabras pero recuperándose al instante, llevó su mano hasta mi cara y acariciándola contestó:
-Mira que eres malo-, y dando por terminado el enfrentamiento, me pidió mi opinión respecto sobre cómo debería de ponerse en forma.
-Si quieres ejercitarte bien primero tienes que mover el culo- y decidido a no facilitarle las cosas, llamé a uno de mis jugadores para que la acompañara a dar vueltas alrededor de la pista.
Almudena no protestó y comportándose como si fuera ella una alumna y yo su profesor, aceptó de buen grado mis órdenes y comenzó a correr. Sabiendo que aunque esa mujer hacía ejercicio a diario no iba a poder seguir el ritmo del muchacho, azuzé al crio para incrementar su velocidad. La rubia decidida a no darse por vencida tan fácilmente aguantó las tres primeras vueltas antes de dejarse caer sobre mi silla reconociendo su derrota.
Reconozco que me encantó verla sudada y exhausta pero aún más al comprobar que la camiseta mojada por el sudor se le pegaba dejándome admirar el volumen de sus tetas.
“¡Tiene un buen par!”, confirmé lo que ya sabía y apiadándome de ella, la mandé a ducharse.
Agradecida se acercó a mí y dándome otro suave beso en la mejilla, se dirigió hacia el vestuario. Estaba tratando de asimilar todavía el olor a hembra que dejó impregnado en mis papilas cuando me percaté del sensual movimiento de su trasero. Entonces comprendí su plan:
“¡Quiere seducirme para que sea yo quien dé el primer paso!”
Al analizarlo, caí en la cuenta que si era yo el que iniciaba el acercamiento, ella habría ganado porque siempre podría acusarme a mí de haberla forzado.
“¡Sera puta!”, exclamé al comprender que ese era su propósito, si me denunciaba por violación, esa sería la prueba que daría al chantajista y encima como efecto colateral habría conseguido su objetivo desde hace años: ¡Desembarazarse de mí!
Mis negros augurios se vieron confirmados al cabo de una hora cuando habiendo terminado el entreno, mi suegra no había salido. Conociendo de antemano su plan, llamé a otra entrenadora y le pedí que me acompañara al vestuario. Tal y como había previsto, no respondió cuando toqué en la puerta para entrar y por eso, hice que ella fuera la que pasase a ver si estaba bien. No llevaba ni cinco segundos dentro cuando vi salir totalmente colorada a mi compañera.
Al preguntarle qué había ocurrido, muerta de risa, me contestó:
-La he pillado masturbándose.
Me quedé de piedra al escucharla y sabiendo que no solo había desbaratado su ataque sino que había reducido a la nada el riesgo que me acusara de una supuesta agresión porque siempre podría llamar a declarar a mi conocida para que ella ratificara que había sido testigo de que esa zorra me había esperado haciéndose una paja, esperé que saliera.
Cinco minutos más tarde, Almudena apareció como si nada pero entonces elevando mi voz, la llamé irresponsable al echarle en cara que si en vez de esa mujer hubiera sido uno de los chavales quien entrara, me hubiera dejado a la altura del betún al tener una puta como suegra.
-No soy ninguna puta- respondió con mi trato.
Soltando una carcajada, le espeté:
-Y como llamaría a una mujer que se hace un “dedito” en un lugar público.
Indignada, no pudo contestar y cogiendo su bolso, salió huyendo de allí…
Segundo asalto.
Tengo que reconocer que mi suegra puede ser una puta infiel y una arpía pero lo que nunca podré dejar de admitir es que es una mujer con carácter y que tiene los arrestos suficientes para rehacerse ante las derrotas. La muestra más palpable fue su llamada esa misma noche, en la que me rogó que le diera una oportunidad de explicar su comportamiento. Su supuesto arrepentimiento fue tal que no me quedó más remedio que quedar con ella a desayunar al día siguiente. A lo que si me negué fue a que fuera en su casa porque preveía otro ataque y por eso la cité en un VIPS, ya que al amparo del público que frecuenta ese restaurant sería imposible que intentara seducirme.
Nuevamente la minusvaloré porque en cuanto entré en el local, supe que iba a intentarlo por otra vía. La mujer que nunca salía de casa sino iba perfectamente maquillada y vestida a la última, estaba sentada en una mesa apartada despeinada y ataviada con un descolorido chándal.
“¿Qué me tendrá preparado?”, me pregunté al ver sus ojos enmarcados por unas profundas ojeras.
Conociendo su carácter ruin, me senté frente a ella sin saludarla. Almudena se sobresaltó al verme y echándose a llorar, nuevamente me pidió perdón por lo que había hecho la tarde anterior.
-Está olvidado- contesté secamente.
Fue entonces cuando sin dejar de llorar, cogió mi mano y me dijo:
-Sé que tú y yo siempre nos hemos llevado mal pero necesito explicarme…
-A eso he venido- con tono frío respondí.
Almudena al notar que no había hecho ningún intento por separarme de ella, creyó que había ganado la primera escaramuza y haciéndose la víctima, comenzó diciendo que ella misma no comprendía porque se había comportado así, tras lo cual, me rogó que su hija no debía de enterarse de nada de lo que me contara.
-Te lo prometo- solté contestándola.
Mi promesa le dio alas y con todo lujo de detalle, me explicó que su marido hacía años que no la tocaba y que aunque llevaba con resignación su olvido, el baloncesto había hecho renacer en ellas sensaciones que tenía olvidadas.
-No te comprendo- escuetamente la informé.
Reanudando sus lloriqueos, mi suegra dijo con su voz entrecortada:
-Te parecerá una tontería, pero recordé lo que sentía cuando era niña y deseé ser la cría de quince años que jugaba en un equipo…
-Y por eso, ¡Te masturbaste!- hipócritamente la interrumpí.
Enfadada levantó su mirada y olvidándose que podían oírla, me respondió:
-¡Pues sí! ¡Para ti seré una vieja pero me considero una mujer joven con sus necesidades!- y recalcando sus palabras, prosiguió casi gritando: ¿Te parece normal que ya no me acuerde de cuándo fue la última vez que alguien me haya acariciado los pechos?
Si no llega a ser porque conocía su infidelidad y que esa puta tenía un amante, la hubiese creído con semejante actuación. Pero como tenía en mi poder las pruebas que echaban por tierra esa versión no me sentí conmovido cuando tratando de que me compadeciera de ella, llevó mi mano hasta una de sus tetas y me dijo llorando a moco tendido:
-Fíjate lo desesperada que estoy, que aunque sé que eres mi yerno y que me detestas, te ruego que me hagas sentir mujer.
Durante unos segundos dejé que mis dedos recorrieran su seno y localizando su pezón, le pegué un pellizco antes de contestarla:
-¡Estás loca!, amo a tu hija y ¡Nunca le seré infiel!
Tras lo cual, salí del restaurante dejándola sola. Al irme y a través del espejo, vi que esa zorra sonreía al creer que era cuestión de tiempo que me tuviera babeando de su mano.
“¡Menuda sorpresa se va a llevar!”, sentencié alegremente mientras encendía mi coche y sacando una pequeña grabadora de mi bolsillo, escondí la cinta entre mis papeles.
Esa noche al llegar a casa, mi esposa me contó preocupada que su madre estaba deprimida. Por lo visto, la había llamado para que fuera a verla y ya en su casa, le había reconocido que su vida la angustiaba y que no veía ninguna salida.
-Pobrecilla- mascullé entre dientes- ¡Deben haber cerrado una de sus tiendas favoritas!
Mi sarcasmo la sacó de las casillas y de muy mala leche me pidió que por una vez me olvidara de rencillas y la tomara en serio:
-Está muy mal y creo que es nuestro deber el ayudarla…- asumiendo que me iría como en feria si me seguía metiendo con mi suegra, me mantuve en silencio mientras ella seguía explicando que el problema es que quería irse de viaje a una playa y que por los negocios su padre y ella se veían imposibilitados de acompañarla.
Con la mosca detrás de la oreja, pregunté:
-¿Y por qué me cuentas esto? ¿Qué tengo que ver yo con este asunto?
Fue entonces cuando poniéndose en plan tierna, mi mujer respondió:
-Aprovechando que en la liga hay dos semanas de descanso, ¿No podrías hacer un esfuerzo y acompañarla?
-¡Ni de coña!
María que se esperaba mi respuesta, bajando su mano hasta mi entrepierna me la empezó a acariciar y cuando sintió que mi pene había reaccionado, cogió mis huevos entre sus dedos y apretándolos con una sonrisa me amenazó diciendo:
-Tú decides, o me haces ese favor y te lo agradezco con una de mis mamadas, o te niegas y te dejo eunuco.
Valoro mi virilidad ante todo y por eso ni que decir tiene que acepté, aunque eso supusiera tener la “desgracia” de saber que durante ese viajecito, la zorra de mi suegra sería mía.
Tercer asalto durante el viaje a las islas Seychelles.
Lo creáis o no, esa zorra estaba tan desesperada por el riesgo de que su vida se desmoronara que planeó con detalle sus siguiente pasos y buscó el lugar más apartado del mundo, creyendo que así nadie ni nada podría evitar mi tropiezo. Como ya había levantado parcialmente sus cartas al pedirme que la tomara aduciendo el supuesto abandono al que su marido la tenía sometida, durante la escasa semana que transcurrió hasta que me vi en el aeropuerto, siguió con su papel de mujer afligida ante todos.
Por eso y buscando incrementar su desasosiego, me permití mandarle un mail bajo el amparo del Nick de su supuesto chantajista. En él, le exigí que me informara de sus avances porque de lo contrario, haría llegar a su marido las pruebas de su relación con su amante. Su respuesta no tardó en llegar. Con un tono de súplica, aseguró a su interlocutor que a la vuelta de su viaje, tendría la prueba de haber follado con su yerno.
Al leerlo, mandándole otro mensaje, le pregunté porque estaba tan segura. Fue entonces cuando por enésima vez Almudena me sorprendió al contestar:
-No sé quién eres pero si lo dudas, ¡Mira otra vez los videos que tienes en tu poder!
Confieso que me costó parar de reír al comprender que como buena tigresa y aunque estaba contra la pared, esa mujer tenía todavía garras con las que dar uno que otro zarpazo.
El día de nuestra partida, toda la familia acudió a despedirnos. María, los niños y mi suegro mostraron con su presencia que apoyaban a Almudena y que le deseaban que se recuperara. Mi suegra vestida con un triste vestido gris parecía desconsolada y por eso al despedirnos, mi esposa me rogó que la hiciera caso.
-No te preocupes- respondí sabiendo que todo era una pose y que esa guarra no estaba en absoluto deprimida.
En cuanto pasamos el control de pasaportes, la teóricamente afligida me confirmó que estaba actuando al pedirme que me hiciera cargo de su equipaje de mano ya que necesitaba ir al baño. Al salir apareció cambiada, no solo se había puesto un vaporoso traje con un gran escote sino que aprovechando el espejo se había maquillado.
“Empieza el ataque”, me dije nada mas verla y haciéndome el sorprendido, le pregunté a que se debía esa transformación.
La muy puta con descaro me respondió:
-Ya que vamos a ser pareja durante una semana, no quiero que piensen que vas con una vieja.
Reconozco que pude haber permanecido callado pero la tentación de lanzarle una pulla fue tan fuerte que soltando una carcajada, le solte:
-Almudena, te recuerdo que me llevas veinte años.
La rubia, conteniéndose, contestó quitando hierro:
-Sí, pero no se nota-, tras lo cual cogiendo sus bolsas, se dirigió hacia la puerta de embarque del primer vuelo que ese día tomaríamos rumbo a nuestro destino, “Las Seychelles”. Para llegar hasta ese lugar desde Madrid, hay que ir primero a Paris y desde allí tomar el que va hasta Mahe, la capital de esa pequeña república. En total unas quince horas de trayecto.

“Curioso”, pensé extrañado.
Cómo no tenía otra cosa que hacer, sacando un “best-seller” me puse a leer. Llevaba mas de una hora gozando de tranquilidad, cuando la oí removerse y que dejaba caer la franela que la cubria. Al mirarla, me percaté que se le había desabrochado un par de botones del traje, dejando al aire el coqueto sujetador rojo que llevaba.
“Lo está haciendo a propósito” recapacité al observar que su “involuntario” destape incluía la falda que arremangada hasta arriba, me permitía disfrutar también de su tanga.
Interesado en ver que me tenía preparado, de reojo, me puse a admirar su entrepierna, llegando a la conclusión que llevaba el coño rasurado porque era tan pequeña la tela que lo cubría que de tener pelo, se le vería. En ese momento, la mujer dejó caer la mano por su cuerpo y haciéndose la dormida, se empezó a acariciar. Confieso que al observar que metiéndola por debajo de sus bragas, mi suegra comenzaba a pajearse, esa escena me calentó.
-Umm- aulló, lo suficientemente alto para que yo lo oyera pero lo suficientemente bajo para que la azafata no fuera consciente.
Lentamente, dio inicio a un concierto de gemidos mientras entre sus muslos, daba rienda cuenta a su placer torturando su clítoris. La maestría que demostró al hacerlo, me anticipó lo mucho que iba a disfrutar de esa guarra y dejando el libro sobre mis rodillas, ya sin disimulo me puse a disfrutar del sensual modo en que se masturbaba. Al ver su cara descompuesta, mi polla se había puesto como una piedra mientras maldecía mi poca fuerza de voluntad al excitarme.
Cabreado por el bulto de mi pantalón, comprendí que de seguir sentado terminaría follándomela, decidí levantarme e ir al baño a desfogarme. Una vez en la seguridad de ese estrecho habitáculo, saqué mi pene y cogiéndolo entre mis dedos, me puse a pajearme con rapidez anticipando de alguna manera el placer que obtendría con esa puta.
Ya de vuelta a mi asiento, mi suegra estaba despierta y sonriendo me soltó:
-Ves como no estoy tan vieja- y por si eso no fuera suficiente, mirando mi entrepierna la acarició mientras seguía diciendo:- Pobrecito, ¿Se te puso muy dura viendo a tu suegra?
Su breve toqueteo recuperó de golpe mi erección y tratando de mantener la cordura, retiré su mano diciendo:
-Compórtate, ¡Eres la madre de mi mujer!
Almudena viendo que había ganado ese asalto, llamó a la azafata y le pidió un café. Os juro que creí que me iba a dejar en paz al menos hasta el hotel pero aprovechó que la muchacha le trajo también unas madalenas para lamerlas con gran erotismo mientras me miraba….
Cuarto y definitivo asalto en el hotel.
“¡Menuda zorra!, exclamé mentalmente al llegar a la habitación que había reservado al observar que en realidad era un pequeño bungalow con piscina y playa privada. No tuve que ser un genio para comprender que esa zorra había elegido a propósito ese tipo de cuarto porque al estar ocultos a miradas indiscretas, mi suegra podría pasar directamente al ataque.
Todavía no se había ido el botones, cuando la certeza de que era una encerrona se incrementó al percatarme que solamente disponía de una única cama. No deseando montar un espectáculo, esperé a que el empleado desapareciera para preguntarle como pensaba que durmiéramos.
Muerta de risa, la rubia me respondió:
-No seas tan pudoroso. Es enorme y si no quieres, no tienes por qué tocarme.
La determinación que leí en su rostro así como la ausencia de remordimientos por intentar seducir al marido de su hija con el objetivo de salvar su culo, me cabreó pero no deseando que se me notara, cambiando de tema, le pregunté que deseaba hacer:
-Me apetece darme un baño- contestó y antes de que me diera tiempo de reaccionar, dejó caer su vestido quedándose en ropa interior.
-¡Qué haces!- furioso exclamé al ver que no satisfecha con ello, Almudena se estaba despojando del sujetador.
-Bañarme desnuda- respondió con tono alegre, tras lo cual quitándose el tanga se quedó en pelotas frente a mí.
Reconozco que no pude dejar de admirar la belleza de su cuerpo maduro. Dotada de un pedazo de ubres que serían la envidia de una jovencita, esa cuarentona estaba para mojar pan. Si sus tetas eran cojonudas, su duro trasero no le iba a la zaga. Con forma de corazón parecía diseñado para el disfrute de los hombres. Mi suegra al advertir el efecto que su desnudez provocaba en mí, se acercó y llevando sus manos a mi cinturón, comenzó a desabrocharlo. Bajo mi pantalón, mi verga se alzó traicionándome y por eso cuando me la sacó, ya lucía una impresionante erección.
-Reconoce que me deseas- susurró mientras se arrodillaba y lentamente se la metía hasta el fondo de la garganta.
Me quedé paralizado al notar sus labios abriéndose y recorriendo la piel de mi extensión. Aunque había visto en video una de sus mamadas, nunca pensé que al ser yo objeto de las mismas, iba a comprobar que era toda una diosa. Mi falta de reacción permitió que se la sacara tras lo cual usando su lengua, embadurnó de saliva mi tallo antes de volvérselo a embutir como posesa. Dejándome llevar por su maestría, permití que la madre de mi mujer imprimiera un pausado ritmo sin quejarme. Ardiendo en mi interior, me mantuve impasible mirando como devoraba mi sexo con fruición.
Con mis venas inflamadas por la lujuria, sentí su lengua recorrer los pliegues de mi capullo. Cuando la excitación me dominó por completo, ya sin recato alguno, la agarré de la cabeza y presionándola contra mí, le introduje todo mi falo en su garganta. Mi suegra lo absorbió sin dificultad y e incrementando el compás de su mamada buscó mi placer. Mi semen tardó poco en salir expulsado en su interior. Almudena al notarlo se lo tragó sin quejarse sin dejarme de ordeñar hasta que consiguió extraer hasta la última gota. Entonces alegremente, me soltó:
-¿Qué esperas para follarme?
Su pregunta me devolvió a la realidad y levantándola del suelo, le solté una bofetada mientras le llamaba puta. No debió esperarse esa violenta reacción porque cayendo al suelo, me rogó que no la pegara. Viendo una grieta en la coraza de esa mujer, la cogí de la melena y llevándola hasta el sofá, la obligué a sentarse. Almudena escuchó aterrorizada como le amenazaba con llamar a su hija y contarle acababa de ocurrir. Viéndose perdida, cayó de rodillas y me imploró que no lo hiciera.
-No tengo ningún motivo para no hacerlo- respondí con tono duro.
Entonces llorando me reconoció que si se había comportado como una puta, era porque era víctima de un vil chantaje.
-¡No entiendo!- exclamé sin dejar traslucir mi satisfacción por tenerla donde yo quería.
Mi sequedad la hizo continuar y como si llevara tiempo deseando confesarlo, me explicó que un desalmado había obtenido pruebas de que tenía un amante y que la estaba extorsionando.
-¿Qué tengo que ver yo en ello?- pregunté duramente sin apiadarme de ella.
Descompuesta reconoció que ese tipo la había ordenado acostarse conmigo y que de no recibir un video mostrando que lo había conseguido, haría llegar a su marido las películas de su infidelidad.
-¿Me estás diciendo que has preferido acostarte con tu yerno y traicionar a tu hija, a perder los lujos que te regala su padre?
Avergonzada e incapaz de mirarme a la cara, ratificó su deslealtad diciendo:
-No podría soportar ser pobre.
Incrementando su zozobra y mientras salía por la puerta, contesté:
-¡Lo pensaré!
Almudena claudica y se convierte en mi zorra.
Encantado con el curso de los acontecimientos, la dejé sola y acercándome hasta el bar del hotel, me pedí un par de copas mientras planeaba mis siguientes pasos. Hasta ese momento, mi suegra había actuado de acuerdo con su carácter egoísta pero no era suficiente, mi venganza no sería total hasta que de algún modo hiciera desaparecer al supuesto descubridor de su infidelidad y lo sustituyera por mí.
Esa zorra debía depositar su vida en mis manos sin acritud y que al final convencida de que toda mi actuación en este asunto se circunscribía a hacerle un favor, no se diera cuenta que solamente había cambiado de dueño pero que su destino no era otro más que servirme.
El alcohol extrañamente me relajó y con ello, permitió que mi mente analizara el problema desde un punto de vista pausado. Por eso al cabo de una hora y con la solución en mi poder volví al bungalow. Al retornar me encontré a la madura rubia totalmente desesperada y disfrutando de ello le pedí que me pusiera un whisky.
Mi suegra vio en esa orden un signo de debilidad y moviendo su trasero de forma descarada, acató mis deseos creyendo que me había compadecido de sus lamentos. ¡Qué equivocada estaba!
Esperé a que me lo trajera para decirle:
-¡Siéntate!
Me reí mentalmente al observar que esa arpía al oír mi tono seco, me había obedecido con premura. Con ella a escasos centímetros de mí, le dije:
-Voy ayudarte- mis palabras le hicieron sonreír pero entonces proseguí diciendo- pero comprenderás que no me fie de ti y por eso te exijo dos condiciones: La primera es que mientras te grabo, reconozcas tu infidelidad y confirmes que has sido tú quien me lo ha pedido….
-Lo haré- dijo interrumpiéndome.
-… La segunda es que ya que voy a tener que traicionar a mi esposa no sea solo por un polvo. Si quieres mi ayuda, durante esta semana, harás todo lo que yo diga sin rechistar.
-¿Nada más?- respondió la muy puta y para certificar su ignominia, cogió mi móvil y grabó su confesión sin guardarse ningún detalle.
Tranquilamente aguardé a que acabara y recogiendo mi teléfono, mandé ese archivo a un lugar seguro. Habiendo obtenido de esa forma, las evidencias de su culpabilidad y de mi inocencia, me tumbé en la cama diciendo:
-Demuéstrame que tengo una zorra por suegra- Almudena se quedó helada al no comprender por lo que soltando una carcajada, le solté: -¡Quiero que te toques mientras bailas!
Curiosamente, se mostró alegre con mi aclaración y poniendo música, comenzó a menear su pandero mientras seguía el son de la canción. Dotando a sus movimientos de un exquisito erotismo, llevó sus manos hasta los pechos y cogiendo sus negros pezones entre los dedos, los pellizcó suavemente. Como por arte de magia, esa caricia hizo que se le pusieran duros mientras su dueña modelaba su impudicia ante mí.
Olvidando que el hombre que la observaba era el padre de sus nietos, esa joven abuela se fue calentando con el paso del tiempo y ya desbocada, se acercó hasta la cama y separando sus piernas, me informó que para entonces su coño estaba encharcado.
-¡Con razón tienes un amante! ¡No eres más que una puta!- solté y recalcando mis palabras, llevé uno de mis dedos hasta su clítoris.
La mujer gimió al sentir su interior hoyado por mi yema y en vez de escandalizarse, berreó como en celo pidiéndome que no parara. Aplacando su ardor comencé un lento mete-saca mientras le decía:
-¿No te da vergüenza comportarte como una fulana ante quien te robó a tu preciosa hija?
Ese insulto que una semana antes la hubiese indignado, la enervó y buscando aún más mi contacto, hizo que sus caderas colaboraran con su agresor mientras gemía en voz alta su placer.
-¡Tienes un buen par de tetas!- exclamé al comprobar admirado el movimiento de sus pechos que esa madura hacía al respirar entrecortadamente- ¡Guarra!
Mi enésimo improperio, fue el acicate que necesitaba para llegar hasta el orgasmo y pegando un aullido, su sexo licuó sobre mi mano poniendo de manifiesto su deshonra. Forzando su entrega, cambiándole de posición le ordené que se separara las nalgas y me mostrara su ojete. Imbuida por la pasión no se lo pensó dos veces y solo cuando notó una de mis falanges dentro de su entrada trasera, cayó en la cuenta de mis intenciones y con cara angustiada, me preguntó escandalizada:
-¿Qué vas a hacer?
Soltando una carcajada, respondí:
-Lo que llevo años deseando. ¡Darle por culo a mi suegra!
Quitándome la ropa no permití que reaccionara y con mi pene totalmente erecto, presioné con él la hendidura de sus cachetes. Espantada por el tamaño del miembro que rozaba la raja de su culo, mi “querida” Almudena empezó a rogarme que no la sodomizara pero obviando sus lamentos, separando sus dos nalgas, escupí sobre su esfínter.
La rubia intentó zafarse al sentir la saliva pero reteniéndola, puse mi glande en su entrada. Su cara de terror de la mujer me confirmó que si no era virgen por ese agujero poco uso le había dado y recreándome en ese descubrimiento, le espeté:
-Grita todo lo que quieras. ¡Nadie va a oírte!
Tal y como había anticipado, mi suegrita al sentir mi verga rompiendo la resistencia de su ano, ¡Gritó!
-Por favor, ¡Para! ¡Me duele!- exclamó adolorida por mi intrusión.
Decidido a que esa maldita me pagara con carne sus múltiples desplantes, centímetro a centímetro, fui incrustando mi hierro en su trasero. Mi pausada penetración demolió sus últimas defensas y cerrando sus puños de dolor, me rogó que terminara.
Su entrega me envalentonó y soltando un sonoro azote en su trasero, presioné con todas mis fuerzas mis caderas y se la enterré hasta el fondo.
-¡¡¡Ahhhhhh!!
Su berrido debió de oírse en todo el hotel y con muy mala leche, susurré a su oído:
-Se nota que te gusta tanto que es una pena que tu hija no vea como lo bien que te cuido, ¡Amada suegra!
Que mencionara a mi esposa lejos de cortarla, la excitó y demostrando su falta de principios, gimiendo me respondió:
-¡Soy toda tuya pero no pares!
Profundizando su humillación, comencé a cabalgarla con denuedo alternando azotes en cada una de sus nalgas mientras le decía:
-Es injusto que tu marido nunca vaya a saber ¡Lo fácil que entregas el culo!
La infiel madura sintió que el dolor iba disminuyendo y que el placer lo sustituía con cada ataque por lo que dejándose caer sobre la almohada, mostrando su entrega me imploró que me vaciara dentro de ella. La nueva postura me permitió agarrarla de las caderas y comenzar una serie de penetraciones tan furiosas y rápidas que le hicieron rebotar contra el colchón. El intenso meneo desgraciadamente y aunque me apetecía seguir sodomizando a esa mujer, me hizo llegar al orgasmo con demasiada rapidez.
Por eso al sentir que estaba a punto de correrme, la cogí de los hombros y descargué mi simiente dentro de sus intestinos. El berrido de placer que salió de su garganta al notar como se iba llenando su conducto, me hizo sonreír y siguiendo con mi galope, descargué toda la munición de mi arma dentro del culo de la mujer que dio a luz a mi esposa.
Una vez había terminado de eyacular, me dejé caer exhausto sobre las sabanas y fue entonces cuando mi suegra nuevamente me impresionó porque acunándose entre mis brazos, con gran descaro, me comentó:
-Nunca esperé que un baloncestista anotara una canasta en mi trasero pero ahora que lo he probado, ¡Me gustaría que se marcara un triple!
Solté una carcajada al escuchar su insinuación y creyendo que lo que quería era repetir, casi llorando de risa, le pregunté si tenía algo pensado. La muy zorra me sacó de mi error al contestar mientras se bajaba a tratar de reanimar mi verga con la boca:
-He visto cómo la azafata te miraba y aprovechando que está hospedada en este hotel, ¡Me gustaría que la invitaras a nuestra cama!
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Relato erótico: «Sobre un pueblo 4 y 5» (POR BUENBATO)
Supuso que se dirigía a su escuela aunque era un tanto temprano pues sus clases iniciaban a las nueve de la mañana y eran apenas las siete. No hizo más caso pues adivinó de que se trataba: Claudio, su sobrino.
Brianda era una adolescente preciosa de dieciséis años, era virgen puesto que la edad tradicional para iniciar sexualmente solía estar por encima de los diecisiete, o al menos era la edad para que cada padre rompiera el himen de su hija. No se parecía a sus padres pero sus rasgos tenían sentido, su madre tenía el origen hindú de uno de los pioneros de aquella población mientras que su padre, el alcalde, venia de un bien conocido linaje proveniente del conde fundador. Como fuera, Brianda tenía unos hermosos y enormes ojos grises, piel clara y cabello castaño ondulado que juntos adornaban el cuerpo de musa que en ella se iba formando. Brianda era tan bella que más de uno de los pobladores sospecharon que ella era otra anormalidad genética en aquel pueblo tan peculiar.
La muchacha se dirigió, como lo había supuesto su padre, a la casa de su tía Florencia, hermana del alcalde, y esperó sentada en una silla del jardín a que Claudio saliera. Se trataba de un muchacho de diecisiete años, alto y morocho que sonrió apenas miró a la hermosa de su prima. La saludo y se alejaron en camino hacia la escuela, platicaron y no paraban de mirarse, como una par de enamorados. Como evidentemente era aun temprano para que las clases iniciaran, la pareja se detuvo de manera rutinaria en el parque central del pueblo donde siempre elegían la más alejada de las bancas donde no pasaban un par de minutos cuando ya se besaban apasionadamente. Llevaban tiempo por lo que a esa altura besaban como profesionales; Claudio aprovechaba para deslizar su mano en las curvas perfectas de su prima. Sus tetas, su cintura, su culo y piernas, todo era divino en Brianda. El muchacho apretujaba con suavidad las nalgas de Brianda, tratando de apaciguar una tentación que solo crecía más y más y que lo había llevado a una desesperación que no podía disminuir ni con ayuda de sus hermanas ni el resto de sus primas.
En casa del alcalde el resto de la familia comenzaba a despertar; en realidad se trataba de dos familias, la del alcalde con Patricia, madre de cinco de sus hijos entre los que se incluía Brianda y la familia del alcalde con Carolina, con quien había procreado hasta el momento a tres hijos pequeños. Patricia era una mujer con todos los rasgos de las mujeres hindúes pero, sin duda, con una belleza exuberante; tenía apenas treinta y nueve años y parecía que cinco hijos lo único que le habían traído era un par de tetas enormes que su esposo apreciaba y un cuerpo conservado a base de rutinas de ejercicio. Su par de nalgas redondas y sus piernas bien torneadas, además de una cintura bonita parecían resumir en que Patricia era simplemente una mujer hecha para el sexo. Carolina, por su parte, era una joven de apenas veintisiete años y de rasgos asiáticos, sus ojos negros y rasgados en aquel cuerpo delicado y blanco encantaron al alcalde desde la primera vista. Cada una vivía en cuartos separados bajo una acostumbrada rutina del alcalde de dormir de manera alternada con ellas; aunque no eran raras las mañanas en que los tres despertaban en la misma cama después de una sesión de sexo en trió. Ambas se llevaban muy bien, como en la mayoría del resto de los hogares, y aquella mañana desayunaron con su marido, platicando y cocinando para los niños que no tardaban mucho en despertarse. Patricia no trabajaba y era básicamente la ama de casa del hogar mientras que Carolina era una hábil arquitecta que usualmente se encontraba en su estudio realizando proyectos pero buscaba atentamente ayudar en las labores del hogar.
Sin mayor opción aparente, el alcalde Gonzalo soñó con las tres mulatas que se había follado la noche anterior por lo que despertó un tanto caliente y apenas terminó de desayunar se llevó del brazo a Patricia para aprovechar el tiempo antes de tener que ir al trabajo. Patricia se dejó llevar encantada y Carolina sonrió mientras terminaba de preparar el desayuno.
Para entonces el resto de los hijos iban bajando adormecidos y el alcalde entró apurado y no había cerrado la puerta cuando Patricia ya se despojaba de su bata de dormir y liberaba sus preciosas tetas para su marido. Gonzalo se sacó inmediatamente su pijama, liberando de inmediato su bien erecto pene. Tomó asiento en la orilla de la cama y Patricia inmediatamente se arrodilló y, sin más, comenzó a besar suavemente la cabeza del pene de su marido que se sintió relajado en cada movimiento efectuado por los experimentados labios de su esposa. Del coño de Patricia comenzaban a surgir la humedad de su excitación que su esposo se encargaba de aumentar aún más mientras magreaba el ano y la vulva de su esposa.
La mujer no soportó más y sacó aquella verga de su boca, recostó a su marido y se lanzó sobre él para caer, con una habilidad forjada por la experiencia, justo sobre la erecta verga que se introdujo con atine dentro de aquella vagina sedienta. Patricia comenzó a brincotear sobre aquel falo con ayuda de los músculos de sus esculturales nalgas. Era en aquella posición en la que el alcalde Gonzalo daba cuenta de la preciosidad de Patricia; era una mujer hecha y derecha cuyo origen exótico solo acentuaba sus atributos físicos que iniciaban con unas voluminosas y bien conservadas tetas continuando con una cintura preciosa que formaba una curva preciosa solo para dar lugar a otra curva formada por el indiscutiblemente excitante culo que no se podía comparar ni con las más aclamadas estrellas de cine. Patricia era hermosa, y lo sabía perfectamente por lo que se daba el gusto de clavarse una y otra vez aquella verga, con la seguridad de que su simple silueta desnuda la mantendría en total e inevitable erección.
Patricia se restregaba contra aquel afortunado pene mientras ofrecía sus tetas que el alcalde saboreaba con gusto como si fuesen un manjar; los pezones endurecidos y el ligero sudor en aquellas tetas daban cuenta del nivel de disfrute de Patricia en aquellos momentos. Gonzalo sintió llegar el primer orgasmo de Patricia, que la obligó a disminuir el ritmo pero que el alcalde respondió lanzándole unas repentinas embestidas que sabía que a Patricia le encantaban pues aumentaban aun más las delicias del orgasmo. Las manos del alcalde Gonzalo se posaban firmemente en las nalgas de Patricia, guiando aquel precioso culo en cada embestida hacia su coño. El alcalde se envició en aquella posición y no paró de machacar la concha de su mujer que se lo agradecía en cada grito, suspiro, gemido y beso.
Patricia volvió a chorrear sus jugos vaginales en un incontenible orgasmo más, agobiada por el placer decidió premiar a su marido; sacó su coño de aquella verga y lo sustituyo por su par de tetas que, atrapando aquel afortunado pene, comenzaron a masajearlo con un movimiento tan eficiente que volvían loco de placer al alcalde Gonzalo. Las tetas subían y bajaban hasta que, sin pleno aviso, un chorro de semen que cayeron sobre su cara y sus tetas. Era una escena bellísima que aumentaba el erotismo aun más; Patricia comenzó a lamer todo rastro de semen de sus voluminosas tetas mientras Gonzalo acercaba a Patricia hasta acercar su apetitoso coño a su cara. Comenzó a pasear su lengua por la vulva de su mujer mientras esta no podía ponerse de acuerdo si lamer sus pechos o gemir ante el placer.
De pronto, las sabanas se movieron y una repentina frescura se alojó en el esfínter de Patricia; se trataba de Carolina que sorpresivamente había entrado al cuarto y, totalmente desnuda, se concentraba en el profundo y largo beso negro que dejaba caer sobre el culito de Patricia.
La verga del alcalde ya estaba de nuevo erecta y esto lo aprovechó Carolina para dejarse caer sobre aquel pedazo de carne; el alcalde sintió de pronto como el coño de su otra esposa se alojaba sobre su pene y, sin dejar de masajear con su lengua la vulva de Patricia, comenzó a sentir los brinquitos de Carolina que gemía sin tapujos. El alcalde decidió poner orden a aquella situación y, haciendo a un lado a Patricia, abrazó a Carolina; la chinita, jugando, intentó huir pero Gonzalo la sostuvo con fuerza, la acostó de espaldas sobre la cama y de un solo intento la penetró. Carolina suspiró hondamente y se dejo llevar entre gemidos por las inmisericordiosas embestidas de Gonzalo que la hacían morderse los dedos de su mano para poder soportar aquella tormenta de placer. Llegó el apresurado pero profundo orgasmo de Carolina y con esto un va y viene más normalizado por parte de Gonzalo que compartía sonrisas con sus dos esposas. Carolina disfrutaba aquellas embestidas y de pronto recibió sobre su boca el coño de Patricia al que inmediatamente lengüeteó y saboreó mientras , de vez en cuando, masajeaba con sus labios el extasiado clítoris de la mujer con la que compartía al hombre que en aquel momento la follaba.
En el parque, Claudio seguía manoseando el preciado cuerpo de su prima Brianda que se daba cuenta de la verga erecta de su primo entre sus pantorrillas. Sin pena alguna la muchacha bajó su mano y apretujó el pedazo de carne de su primo que se sintió invadido por un dejo de vergüenza que la chica inmediatamente extinguió con un apasionado beso. Soltó la verga de su primo, miró su celular y, decidida, se puso de pie y jaló la mano de su primo para que la siguiera.
– Ven – dijo Brianda con dulzura – Te la voy a chupar.
Claudio la siguió sin poner la mínima resistencia. Se acercaron a la escuela y entraron, debía estar vacía aun, por la hora, pero sorprendentemente se encontró con sus hermanos y con el mayor de los hijos de Carolina, que los había enviado media hora más temprano de lo normal para poderse unir en aquel precioso trió que disfrutaba en aquel momento.
Los planes de Brianda, sin embargo, no se frustraron, y subió al último de los pisos donde se encontraba el salón de cómputo. Tenía una copia de la llave y entró sin ningún problema seguido de su excitado primo. Cerraron la puerta.
Se acercaron a una esquina y rápidamente Brianda se arrodilló para quedar frente a frente ante el bulto que la erecta verga de Claudio formaba. Desabrochó el cinturón, bajó el cierre y jaló el pantalón de Claudio con todo y calzoncillo, quedando ante ella el ansioso pene de su primo. Brianda comenzó lamiéndolo, de la punta a los testículos en donde de pronto se quedaba un rato, chupando los huevos de su primo que se sentía en las nubes. La muchacha devoró suave y delicadamente aquella verga, tragándose casi por completo los dieciocho centímetros de verga que Claudio poseía.
Era esa la única forma, por el momento, en que Brianda podía apaciguar la desesperación del deseo de follar que ambos compartían. Pero debían ser pacientes; hasta que Brianda no cumpliera los diecisiete años y hasta que su padre no decidiera romper su virginidad, lo cual esperaba que fuera lo más pronto posible, no podía ni quería hacerlo, por respeto a la tradición de aquel pueblo que tanto amaba. Claudio se conformaba por lo pronto con aquello mientras empujaba la cabeza de su prima suavemente hacia su verga; la boca de la muchacha era suave, fresca y dulce y su lengua masajeaba lentamente cada centímetro cuadrado de aquella verga. El muchacho disfrutaba cada segundo mientras Brianda iba experimentando y perfeccionando el arte del sexo oral.
En su casa, mientras tanto, sus padres y Carolina disfrutaban de un trió maravilloso. Patricia se encontraba sobre Carolina en un magnifico sesenta y nueve que ambas disfrutaban, mientras la verga del alcalde salía y entraba con encanto del dilatado esfínter de Patricia. La espalda de Patricia se doblaba constantemente cada que recibía una fuerte embestida de su esposo y transmitía ese placer a Carolina a través de sus labios que masajeaban la vulva de la chinita. La verga del alcalde disfrutaba el delicioso culo de Patricia y, tras varios minutos, dejo ir un buen chorro de leche sobre el recto de aquella preciosa mujer que se retorció de placer al sentir aquel líquido caliente en sus entrañas. Se mantuvieron un momento así, disfrutando apasionados las ultimas embestidas; el alcalde sacó su verga y unos segundos después, en un sesenta y nueve con los papeles invertidos, recibió el culo ansioso de su otra mujer. Carolina chupaba el clítoris de Patricia mientras ofrecía su culito, mucho más estrecho que el de Patricia, a un feliz marido que se deshizo ante la belleza de aquel orificio y comenzó a besarlo. La lengua del alcalde Gonzalo ayudó un poco en dilatar lo más posible el culito de Carolina y, cuando lo creyó conveniente, comenzó a abrirse paso a través de aquel esfínter que aparentemente no podría recibir aquella verga y que, sin embargo, termino por engullirla toda hasta se alojó en su recto. Gonzalo inició un lento bombeo que para la chinita significaba en un ligero dolor que iba convirtiéndose en un desenfrenado placer. El alcalde aceleró mientras los gemidos de Carolina interrumpían sus besuqueos sobre el coño de Patricia que jugaba con sus dedos el semen que fluía de su propio culo recién follado.
En el salón de cómputo, Brianda continuaba mamando la verga de su primo mientras este acariciaba los cabellos ondulados de la muchacha que jugueteaba con su lengua alrededor del glande del muchacho. De vez en cuando bajaba su dulce boca a los testículos del muchacho y les lanzaba algunos lengüeteos; regresaba lamiendo cada centímetro de aquel pene hasta volverse a tragar lo más que podía de aquella verga.
En casa, el alcalde dio las últimas embestidas sobre Carolina y, clavando su verga hasta el recto de la chinita, eyaculó dejando caer sus cálidos fluidos que Carolina disfrutaba. Se mantuvieron un rato así hasta que el alcalde Gonzalo dio cuenta de la hora que era y se puso de pie inmediatamente, pues tenía que ir a trabajar.
Entró al baño y en unos cuantos minutos se dio una rápida ducha para después vestirse. Se despidió de sus esposas a lo lejos pues estas aun continuaban provocándose orgasmos en un sesenta y nueve que siempre disfrutaban.
– Por cierto – alcanzó a decir Patricia
– Dime – dijo su esposo
– Hoy es viernes, hoy llega Jimena – le recordó, refiriéndose a la mayor de sus hijas que estudiaba en una universidad de una ciudad cercana.
También su hija, Brianda, terminaba en aquel momento de saborear el caliente semen que su primo había descargado en su boca mientras el muchacho se guardaba su aun erecta verga ante el inminente riesgo de ser vistos. Salieron rápidamente, a tiempo para pasar desapercibidos.
Pasaron las horas y el alcalde ya iba de salida del horario matutino; no siempre se presentaba en la tarde pero aquel día tenía una reunión y regresaría después. En la escuela, Brianda terminaba sus clases y caminaba junto a su prima, Liliana. Liliana era un asunto a parte que requería un repaso de su biografía para comprender como un cuerpo tan fenomenal como el suyo podía tener un rostro no tan agraciado.
Liliana siempre había sido algo fea, tenía unos ojos grandes y saltones y una nariz larga y mal moldeada que le daban un aspecto de idiota que marco su niñez y su adolescencia. Sabiendo que su atractivo no podría nunca depender de la belleza, la pobre muchacha tuvo que superar su depresión convirtiéndola en una motivación que alimentaba con una frase que volvió suya: «no debo ser bonita para ser atractiva». Liliana comenzó a hacer ejercicio con una disciplina y un orden casi científico e hizo del gimnasio su segundo hogar, el resultado: un cuerpo y una silueta tan sensuales que no parecían tener igual. La muchacha, a sus diecisiete años ya ni siquiera era tan fea como en su niñez, pero ahora su cuerpo era tan perfecto que era inevitable compararlo con su rostro imperfecto. De modo que la muchacha se volvió codiciada por todos los hombres y descubrió en el sexo el mejor de sus hobbies. Había algo en especial que le gustaba a Liliana, que para entonces ya tenía fama de ser una verdadera puta, y que se tomaba la molestia en organizar: orgias.
– Créeme Brianda – decía con ánimo Liliana – cuando dejes de ser virgen te invitaré a una orgia con los primos; estoy segura que te encantara.
– No se – dudaba Brianda – quizás no me gusten tanto como a ti.
Liliana no insistía más, pero sonreía ante la seguridad de que todos, absolutamente todos, podían volverse adictos al sexo colectivo. Llegaron a casa de Liliana, más cercana a la escuela, y Brianda continuó hacia la suya seguido del resto de sus hermanos. Al entrar a su casa Liliana se encontró con su padre que cocinaba chuletas de cerdo.
– ¿No tienes hambre, hija? – preguntó el hombre
– Si, pero primero me bañaré, ¿dónde están todos? – preguntó la muchacha
– En la casa de Paulina – respondió el hombre, refiriéndose a su otra esposa, tenía dos al igual que el alcalde y cada familia vivía en casas distintas dentro del mismo terreno; cosa normal en aquel pueblo.
La muchacha sonrió de pronto, con una mirada pervertida provocada por la repentina sensación excitante de saberse a solas con su padre. Bajó lentamente las escaleras mientras su padre apilaba las últimas chuletas de cerdo sobre un platón; el hombre sintió de pronto los brazos de su querida hija enrollados sobre su abdomen.
– ¿No podrías estar un rato conmigo? – dijo con una tierna voz la muchacha – En mi cuarto.
Le verga del hombre reaccionó inmediatamente ante aquella idea, volteó y abrazó a su querida hija. Bajó sus manos y acarició suavemente las voluminosas y perfectamente redondas nalgas de la muchacha y, lanzándole palmaditas en el culo, aceptó aquella invitación.
– Esta bien hija – nada más permíteme y les llevo estas chuletas al jardín, me andan esperando.
– Si papi – dijo sonriendo la muchacha cuya hermosa silueta subía apresuradamente las escaleras – te espero aquí arriba.
El hombre, que era hermano del alcalde y se llamaba Santiago, salió al jardín de su casa, donde todos lo esperaban hambrientos. En su cuarto, por mientras, Liliana ya comenzaba a mojarse de solo saber que su padre la penetraría en breve y no podía decidir si esperarlo sobre la cama completamente desnuda o si permitir que fuera su padre quien la desvistiera. Optó por la segunda opción y, al ver por la ventana a su padre acercarse.
En casa del alcalde Gonzalo la comida estaba puesta; de pronto, acordándose, preguntó por su hija Jimena que supuestamente ya habría llegado.
– Así es – respondió Patricia – ya llegó, pero apenas comió subió con mi hermano Rafael como una desesperada.
– Me imagino – comprendió el alcalde – es lo difícil de estar toda la semana fuera.
Efectivamente, Jimena follaba con su tío en su cuarto de forma desenfrenada. La desventaja de estudiar fuera era no poder practicar relaciones sexuales durante cinco días, de modo que Jimena aprovechaba al máximo los fines de semana para desestresarse. Era una muchacha muy linda, idéntica a su madre en los rasgos hindúes, los ojos negros y preciosos, y el cabello liso y largo adornando un cuerpecito esbelto pero con unas curvas que le daban una sensualidad irreprochable. Tenía diecinueve años y cabalgaba en aquel momento a su tío de veintidós que disfrutaba divertido la desesperada forma en que la muchacha follaba.
– Bueno, bueno – bromeó Rafael – Una cosa es que te urja coger pero pareces conejita.
– ¡Ay tío! – exclamó la muchacha, sin dejar de saltar sobre aquella verga – No se imagina lo que es no poder hacerlo más que tres días a la semana; compréndame.
El mojado coño de Jimena se deslizaba con facilidad en los veinte centímetros de verga en los que se clavaba con urgencia. Las redondas y preciosas nalgas de la chica parecían ayudarle en aquella dura tarea de saltar mientras sus tetas redondas bailoteaban por los aires. Gemía como una verdadera putita mientras el sudor abrillantaba el color cobrizo de su piel.
En casa de su prima Liliana también comenzaba una sesión de sexo; el padre de Liliana abrió la puerta del cuarto de su hija solo para encontrar a la muchacha sobre su cama, ofreciendo su culo a su padre en un pantalón de mezclilla tan justo que parecía a punto de romperse ante el enorme culo que poseía y que había cultivado con horas de ejercicio. El hombre se acercó hasta la cama y de inmediato sus manos buscaron desabrochar aquel pantalón; tras eso, poco a poco sus manos fueron descendiendo mientras el pantalón de mezclilla desaparecía para dar lugar a una tanguita verde que permitía vislumbrar lo maravilloso de aquel culo.
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Relatos eróticos: «Mi don: ana-desvirgando a mi prima. promesas(8)» (POR SAULILLO)
Hola, este es mi 6º relato y como tal pido disculpas anticipadas por todos lo errores cometidos. Estos hechos son mezcla de realidad y ficción, no voy a mentir diciendo que esto es 100% real. Lo primero es contar mi historia, intentare ser lo mas breve posible.
Mi nombre es Raúl, tengo 25 años y lo ocurrido empezó en mis últimos años de Instituto, 17-18 años, considero mi infancia como algo normal en cualquier crió, familia normal con padre, chapado a la antigua y alma bohemia, madre devota y alegre, hermana mayor , mandona pero de buen corazón, todos de buen comer y algo pasados de peso, sin cosas raras, vivo a las afueras de Madrid actualmente, aunque crecí en la gran ciudad. Mi infancia fue l normal, con las connotaciones que eso lleva, sabemos de sobra lo crueles que son los críos y mientras unos son los gafotas, otros los empollones, las feas, los enanos….etc. Todos encasillados en un rol, a mi me toco ser el gordo, y la verdad lo era. Nunca me prive de nada al comer pero fue con 12 años cuando empece a coger peso, tampoco es que a la hora de hacer deporte huyera, jugaba mucho al fútbol con los amigos y estaba apuntado a muchas actividades extra escolares, ya fuera natación , esgrima, taekwondo, o karate, pero no me ayudaba con el peso. Lo bueno era que seguía creciendo y llegue muy rápido a coger gran altura y corpulencia, disimulaba algo mi barriga, todavía no lo sabia pero esto seria muy importante en adelante. Siempre me decían que era cosa de genes o familia, y así lo acepte. Como casi todo gordo en un colegio o instituto al final o lo afrontas o te hundes, y como tal siempre lo lleve bien, el estigma del gordo gracioso me ayudo ha hacer amigos y una actitud simpática y algo socarrona me llevo a tener una vida social muy buena. Eso si, con las chicas ni hablar, todas me querían como su amigo, algo que me sacaba de quicio. Pues no paraba de ver como caían una y otra vez en los brazos de amigos o compañeros y luego salían escaldadas por las tonterías de los críos, siempre pensando que yo seria mucho mejor que ellos, pero nunca atreviéndome por mi aspecto a dar ese paso que se necesitaba. Un tío que con 17 años y ya rondaba el 1,90 y los 120 kilos no atraía demasiado, cierto es que era moreno de ojos negros y buenas espaldas, pero no compensaba.
Además, tengo algo de educación clásica, por mi padre, algo mayor que mi madre y chapado a la antigua, algo que en el fondo me gustaba ya que me enseño a pensar por mi mismo y obrar con responsabilidad sin miedo a los demás, pero también a tratar con demasiado celo a las damas, y lo mezclaba con una sinceridad brutal, heredada de mi madre, «las verdades solo hacen daño a los que la temen, y hace fuerte a quien la afronta», solía decirme. Una mezcla peligrosa, no tienes miedo a la verdad ni a lo que piensen los demás. También, o en consecuencia, algo bocazas, pero sin mala intención, solo por hacer la gracia puedo ser algo cabrón. Nunca he sido un lumbreras, pero soy listo, muy vago eso si, si estudiara sacaría un 10 tras otro, pero con solo atender un poco sacabas un 6 por que molestarme, al fin y al cabo es información inútil que pasado el examen no volveré a necesitar.
Con el paso de mi infancia empece a sufrir jaquecas, achacadas a las horas de tv, ordenador o a querer faltar a al escuela, ciertamente algunas lo serian pero otras no, me diagnosticaron migrañas, pero cuando me daban ningún medicamento era capaz de calmarme, así que decidieron hacerme un escáner y salto la sorpresa, Con 17 años apunto de hacer los 18 e iniciar mi ultimo curso de instituto, un tumor benigno alojado cerca da la pituitaria, no era grande ni grave pero me provocaba los dolores de cabeza y al estar cerca del controlador de las hormonas, suponían que mi crecimiento adelantado y volumen corporal se debía a ello. Se decidió operar, no recuerdo haber pasado tanto miedo en mi vida como las horas previas a la operación, gracias a dios todo salió bien y con el apoyo de mi familia y amigos, todo salió hacia delante y es donde realmente comienza mi historia.
Después de la operación, y unos cuantos días en al UCI de los que recuerdo bien poco, me tenían sedado, con un aparatoso vendaje en la cabeza e intubado hasta poder verificar que no había daños cerebrales. Me subieron a planta y pasadas una semana empece ha hacer rehabilitación, primero ejercicios de habla, coordinación y razonamiento, y después físicamente, era un trapo, no tenia fuerzas y había mucho que mover, pero pasaron los días y casi sin esfuerzo empecé a perder kilos, cogí fuerzas, en mi casa alucinaban de como me estaba quedando y ante esa celeridad muchos médicos me pedían calma, yo no quería, me encantaba aquello, pero tenia que llegar el momento en que mi tozudez cayo ante mi físico , a pocos días del alta, en unos ejercicios de rutina decidí forzar y mi pie cedió, cisura en el empeine y otra semana de reposo total, donde cumplí los 18. Aquí ocurrió la magia, debido a mi necesidad de descansar me asignaron un cuarto y una enfermera en especial para mis cuidados, se llamaba Raquel, la llevaba viendo muchos días y había cierta amistad hasta el punto de que en situaciones en que mi familia no podía estar era ella quien me ayudaba a…..la higiene personal, solía solicitar la ayuda de algún celador pero andaban escasos de personal, y yo hinchado de orgullo trataba de hacerme el duro moviéndome con la otra pierna.
Como os conté en mi anterior relato, ella fue mi 1º relación sexual, y la que me abrió los ojos, el tumor y su extracción me provoco una serie de cambios físicos, perdida de peso y volumen, además de, sin saber muy bien como, una polla enrome entre mis piernas. Pero las situación con ella, no dio para mas, me recupere perfectamente y llego el día de irme del hospital. Después toco poner en práctica la teoría y Eli, la fisioterapeuta que me estaba ayudando con un problema en el pie, me la confirmo. Ahora era mi profesora y me enseñaba todo lo que se podría necesitar, y con unas amigas llego la magia. Después de mis 2 primeras semanas de aprendizaje y teoría, llegaba la hora del examen práctico. Ahora de mi aprendizaje, Eli me invito a una fiesta que quiso usar de examen, y se desmadro. Un tiempo después inicie unas vacaciones tórridas con una familiar lejana.
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Ya he leído algunos comentarios, gracias por los consejos, tratare de corregir, debido a varios comentarios paso a quitar en negrita las conversaciones
Es cierto que quienes sigan la serie, es una lata, pero la 1º parte casi no cambia, con bajar un poco la rueda del ratón se soluciona, de ahí que ponga estas pequeñas anotaciones separadas del resto, Y así los que empiecen un relato sin seguir el orden, tener una idea general rápida.
Y si, es una deformidad de polla, pero tenia que ser así.
Pido disculpas por los “tochazos” que escribo, estas primeras experiencias llevan mucha información, y es importante a mí entender. Alguno más así y os prometo que los siguientes no serán tan grandes.
Aunque el genero en si sea amor filial, un tema que me gusta leer por el morbo y respeto, os indico desde ya que no hay sexo entre lazos de sangre reales, lo siento, pero en mi historia la familia es sagrada y ni mi madre, ni mi hermana, ni una sobrina o prima entraran en escena.
Pero la historia debe continuar.
Habíamos pasado una mañana ajetreada, la sesión con Ana nos había sacado un poco de nuestras casillas, y después de comer nos quedamos con la familia, charlando y dándonos algunos regalos, ya que era Navidad. Nos dieron algún sobre con dinero, en Navidad no solíamos regalar si no en reyes., aprovechamos ese dinero y salimos un par de días, aprovechábamos cuando ellos se quedaban, para salir y cuando ellos salían, para quedarnos en casa.
Las noches siguientes fueron un delicia, calientes, cerrábamos con pestillo y solo nos restregábamos uno contra el otro, siempre dormíamos igual, con mi polla entre sus muslos y abrazados, ya fuera de cara o en cuchara, aveces ella se movía un poco, pidiendo guerra, y yo se la daba encantando, el roce de mi miembro en su zona genital la volvió un poco loca, repase su cuerpo de arriba abajo, y sin duda, jugar con su ombligo la erizaba la piel, pasaba un dedo, casi sin tocar, rozando, hacinado círculos en su vientre, a su tatuaje, cuando la tenia a tono nos masturbábamos mutuamente para acabar casi siempre con mi polla percutiendo entre sus muslos, con o sin ropa, y nos quedábamos así dormidos, siempre poniendo la alarma para despertarnos antes, pero ni hacia falta, con cualquier movimiento alguno se despertaba y se ponía caliente de nuevo. Cuando salimos, tuve la cabeza de decir que era amiga mía, y no familiar, si no mis amigos me hubieran denunciado, salíamos con ellos a tomar unas cervezas o quedábamos a jugar, pero yo pasaba de ellos, solo tenía ojos, y manos para ella y ere reciproco.
Se acercaba fin de año y quedamos para ir de compras, quería regalarla algún vestido de fiesta para la ocasión, entramos en varias tiendas, ella elegía varios vestidos, y me hacia pases de modelos en los probadores, la cosa se nos descontrolo algo de las manos, o a mi, cuando se agacho para quitarse un vestido, la imagen de su trasero a milímetros de mi cara era demasiado, de mala manera la empuje contra la pared de espaldas a mi, le baje las bragas, me desnude y metí mi polla entre sus nalgas, pajeando con ella, era un trozo de carne, mientras acariciaba todo lo que pillaba a mano, ella pasaba sus manos pro detrás de ella, para acariciarme la cabeza.
-ANA: para, que nos van a ver.
-YO: me da igual, te deseo, me quedaría mi vida entera contigo, me vuelves loco.
-ANA: no podemos seguir así, con estos calentones.
-YO: solo hay una forma de apagar mi fuego, no haremos el amor si no quieres, pero si no lo hacemos no puedo evitar esta sensación de ahogo.
-ANA; no es que no quiera, es que tengo miedo.
-YO: ¿de mí?
-ANA: de ti no, de tu polla, soy virgen, y es enorme, me da pánico.
-YO: te juro que seré cuidadoso, pero si no puede ser, no podemos seguir con esto, me vas a matar, la sola visión de tu cuerpo me enloquece, ¿y me traes a ver como te cambias de ropa poniéndote vestidos? Eres cruel.- no había parado de pajearme con su trasero, y mis caricias empezaron a hacer efecto en ella, sopeso tensamente.
-ANA: esta bien …….si te portas bien, en fin de año, seré tuya.- ya tenia lo que quería, y deseaba, lo que empece como un juego o deseo era ya pura lujuria y necesidad apremiante, aquella chiquilla y su cuerpo adolescente me tenia la mente turbada.
-YO: dime lo que quieres que haga y lo haré.
-ANA: quiero que sea especial, no un calentón, que sea cariñoso y que lo deseemos los 2, en un momento mágico.- no pedía nada la niña.
Se dio la vuelta y se agacho para pajearme y dar algún besito a mi polla, no sabía chuparla pero le gustaba la sensación y la había enseñado algunos trucos. Alguien toco a la puerta, era la dependienta preguntando por que vestido se quedaría, conteste yo, ya que ella tenia la boca algo ocupada, pidiendo un momento. El justo para correrme, por no liarla mucho me apreté la base de la polla, como me enseño Eli, para no eyacular hacia fuera, eso me cortaba un poco el rollo, pero no podíamos dejar aquello manchado de semen o manchar los vestidos.
-ANA: anda salte o si no, no acabamos nunca.- así lo hice, y entre varios vestidos que le fueron pasando se quedo con uno pero no me dejo verlo.
Pasaron los días y cada calentón mío no era correspondido, me alejaba y me citaba para fin de año, eso si, las noches seguían con mi polla entre sus piernas, ya dormíamos desnudos directamente. Fui preparando la noche de fin de año, tenia que ser especial, por ella, lo primero fue ir al ensayo de las campanadas el ida anterior, las campanadas en si de fin de año las haríamos en casa con la familia, debido a la acumulación de gente no nos separamos en absoluto, y me costo controlarme, pero lo pasamos bien, salimos de fiesta después, bailamos y reímos. El día de fin de año la prepare un paseo por carruaje por un parque, debido al frío ella se pegaba a mi, pero se la veía feliz, fuimos a unos puestos feriantes y dejando un buen dinero logre algún peluche que ella cogió como un hijo. Cenamos en familia, y esperamos las campanadas, pasadas las 00:15 teníamos que ir preparándonos, nos pasarían a recoger a la 1:00 para ir a una fiesta de fin de año a la que la invite. Yo era más rápido así que me duche primero y me puse, como no, el traje de Eric, era increíble como podía convertir a un tipo normal en un galán. Ana cogió la bolsa del vestido y un neceser y no volvió hasta pasada la 1:00, casi sin tiempo, cuando la vi aparecer mereció la pena el retraso.
Llevaba un vestido negro, ceñido, muy ceñido, elástico, se le marcaba cada curva, con un pronunciado escote, y mas que escote, era un abismo, tenia dos tirantes por los hombros y la tela caía tapándole los pechos, pero toda la zona central hasta el ombligo era sin tela, el vestido luego bajaba un poco haciendo una minifalda que no deba de subírsele y ella de bajársela, con toda la espalda al aire, no había sujetador ni lo necesitaba, unos tacones altos y medias casi imperceptibles, el pelo lo seguía llevando liso, recién planchado llegándole a la cintura, mejor, me encantaba así, con un bolso de mano y bastante mas maquillaje del que me huebra gustado o necesitaba, pero su visión era perfecta, sin cerrar la puerta ni nada me lance a sus labios y la regale un beso de 1º nivel.
-ANA: para tonto que te vas a manchar de carmín
-YO: me da igual, eres una titán entre hormigas, te deseo y te voy a hacer pasar la mejor noche de tu vida.- lo dije con los ojos inyectados de deseo y sinceridad.
Ella me beso con cariño y nos pusimos los abrigos, andaban ya llamándome los del coche, se oía el claxon desde mi casa, entre algún que otro petardo. El viaje fue divertido charlando, pero mis ojos se clavaron en la piernas de Ana, que no dejaba de bajarse el vestido, a cada movimiento se le subía, puse mi mano en su pierna para que dejara de hacerlo o la trinchaba allí mismo, deje la mano allí y la movía con cariño subiendo y bajándola por su pantorrilla. Al llegar a la fiesta y aparcar, la ofrecí mi ayuda para salir del coche y como un caballero la ofrecí mi brazo para acompañarla. El lugar era enrome pero estaba lleno, la música era electrónica, mientras lleve los abrigos al ropero, al volver no menos de 10 tíos rodeaban a Ana, sin duda era de lo mejor del local, ella me miro y extendió su mano hacia mi pidiendo rescate, acudí en su auxilio, aparte a los moscones y la lleve a la barra, pedimos algo de beber, pero la deje claro que solo unas copas, no quería a una borracha, la quería a ella.
Nos fuimos a bailar y note como la mirada de muchos hombre se clavan en ella y su arriesgado escote, muchos de esos hombres o críos, con pareja bailando con ellos, alguna mujer también la miraba, con cara de asco o envidia, por verse superadas por aquella adolescente Granadina, empece a lucirla, y hacerla girar para hacer rabiar al resto, pero los movimientos bruscos no ayudaban a su vestido, de vez en cuando la pegaba a mi y la cubría para que se lo bajara disimuladamente, nos besábamos apasionadamente en las lentas y nos frotábamos en las rápidas, pasaron las horas y no paramos de divertiremos, fuimos al baño y ella tardo mas que yo, normal la cola del baño de chicas era enorme, ya le veía esperando cruzándose de piernas, al final pudo entrar y al salir unos cuantos la acechaban, casi tengo que liarme a golpes con unos para que la dejaran llegar a mi. Con el paso de las canciones los movimientos ya no era de baile, si no de sexo, con ella dada la espalda y yo pegado a ella, con una mano en su vientre, subíamos y bajábamos de forma lenta, ella se contoneaba con exageración y me tenia la polla como una piedra, con su refriega contra mi, con cada subida y bajada, mi estaca la pillaba el bajo, y su vestido se subía, varias veces se le llego a ver las bragas, al principio se lo bajaba , pero llego un momento en que a los 2 nos daba igual, solo disfrutamos el momento. Yo andaba muy escaso de control.
-YO: o paras o no llegas a salir de la pista de baile sin ensartar.- la grite al oído debido a la música alta, ella se dio la vuelta sin separarse un solo centímetro, rodando todo su cuerpo, hasta quedar uno frente al otro, sin parar de contonearse.
-ANA: lo estoy deseando.- me agarro del cuello y bajo mi cabeza para iniciar un beso obsceno, fuera de lugar, no apto para publico, pero me dio igual, la seguiría al infierno si hiciera falta, agarre su trasero y la medio levante en volandas contra mi, no aguantaba mas.
-YO: o nos vamos ya o te follo aquí mismo, tú decides.
-ANA: vámonos.
La cogí y de la mano e inicie una estampida apartando a la gente de mi camino como un rinoceronte, cuerno duro incluido. Me metí directamente en el ropero y saque los abrigos, sin soltarla de la mano, como con miedo a que se la fueran a llevar, la ayude a ponérselo, y de lo que tardaba casi la cojo como una bolsa de patatas al hombro para salir de allí. Había reservado habitación en un hotel cerca de la fiesta, no de esos cutres de carretera, si no uno de esas cadenas especializadas, con habitaciones por franjas horarias, comida afrodisiaca, cama, jacuzzi grande y de más tonterías que encargaras, si había que ser especial, no se podía hacer en mi cuarto con la familia cerca.
El frío de la calle me calmo un poco, lo necesitaba, tenia que tener cuidado con ella, era virgen y era impensable meterle mi enorme polla sin más. Paseando hasta llegar al hotel, comenzaron unos fuegos artificiales que nos quedamos mirando un rato, ella delante de mi y la rodeaba con mi brazos, protegiéndola del aire y dándole mi calor.
Llegamos al hotel y me dieron habitación, todo muy discreto sin contacto directo con nadie, (esos hoteles esta diseñados para ser infiel y que no haya pruebas ni testigos.), al entrar en la habitación, ella salió disparada a reconocer toda la habitación, yo solo la miraba y disfrutaba de su felicidad.
-ANA. ¿Podemos usar todo esto?
-YO: es nuestro por unas 6 horas.
-ANA: ¿incluso el jacuzzi? – se agachó sobre el para ver como funcionaba.
-YO: claro -. Me acerque por detrás y pegando hábilmente mi cuerpo al suyo me puse a toquetear botones.- lo que no se es como funciona – le di a algo y aquello empezó a echar burbujas, ella aplaudió riendo de la emoción.
Se fijo en la mesa y vio la fondee de chocolate con fresas y de mas fruta para mojar, se lanzo a por ella, cogió un fresa y la mojo en el chocolate caliente.
-ANA: ¡¡¡¡dios que delicia!!!, siempre he querido probar esto.- y mordió con fuerza tratando de no mancharse.
Mientras ella degustaba un poco de fruta, yo busque bajo la mesa, y encontré un bolsa que había pedido, la deje en la cama y me senté disfrutando del cuerpo de Ana ladeado sobre la mesa de la comida. Pasados unos segundo ella me busco por la habitación con la mirada, me vio sentado en la cama con cara de imbécil mirando su espalda la aire y su trasero embutido en aquel vestido elástico y adivino que ya era tiempo de empezar, aun con comida en su boca, se dio la vuelto y camino hacia mi con calma y cierta torpeza erótica.
-ANA: pues sin duda, te has portado, has sido un galán y me has tratado bien, creo que es hora…de…..ya aves……….- se puso entre mis piernas dejando mi cabeza en su cintura- …follar.
-YO: no me ha gustado usar esa palabra – la cogí por la cintura – ni quiero que lo sientas así – di un beso en su ombligo – no quiero follarte – di otro beso mas largo en su vientre – quiero hacer el amor contigo – metí mi cara en el escote abisal de aquella hembra, con ternura bese y juegue con la lengua en su ombligo, lleve mis manos a su trasero y la apreté contra mi, ella agarró mi cabeza por el pelo y echo la cabeza hacia atrás.
Poco a poco fui dejando caer mi cuerpo hacia atrás, dejando que ella se venciera conmigo, hasta quedar de nuevo encima mía, cara con cara, ella con la piernas juntas, dios, me encantaba esa sensación, de tener el peso de una mujer encima mía, aplastando sus pechos contra mi y pegando mi polla creciente entre sus piernas. Nos besamos como habíamos hecho en la pista de baile, se forma grosera, con mucha lengua y saliva, intercambiando en nuestras bocas, me sujetaba la cara con ambas manos, y yo solo acariciaba la piel de su espalda al aire, con su largo pelo cayendo sobre nuestras cabezas. Sabia a hembra, a mujer, a carmín y a…….. chocolate, incluso note trozos de fruta su boca, lleve mis manos a su trasero y la apreté tanto contra mi que se abrió de peinas quedando como una amazona sobre mi, aun pecho con pecho, aguante así unos minutos, se me paso un idea por la cabeza, y tan impulsivo era que la realice, acerqué mi boca su cuello y fui besándolo hasta llegar a su iodo.
-YO: eres un bombón, y como tal, tienes que estar cubierta de chocolate.- diciendo esto ella se separo un poco y sonrío sin entenderme, la di un beso corto y la agarre de la cintura, la recosté con cuidado sobre la cama y me fui a por la fondee, la deje al lado de la cama, la coloque con el culo bien al borde de la cama, y aun tumbada, llevándose un dedo al boca de deseo, con una cuchara, saque un poco de chocolate, sople para templarlo, y lo extendí sobre uno de sus brazos, luego el otro, coloque mas en su vientre y fui subiendo un camino de chocolate por su torso, en la abertura de su vestido, pasando por su pecho, su cuello y llevándolo a su boca, dejándola chupar la cuchara con lujuria, coloque una pieza de fruta en cada final del camino, una en cada brazo, otra en su ombligo y una fresa en sus labios.
Comencé a comérmela literalmente, lamía uno de sus brazos y chupaba hasta dejara sin chocolate y entonces me comía mi premio, la fruta, luego el otro brazo, la notaba nerviosa, pero movía sus piernas con placer, cuando ataque su ombligo , lleno de cacao, soltó un gemido de placer, metí mi lengua bien dentro de el y limpie lo mejor que pude, chupando y no dejando nada, fui subiendo, con calma, disfrutando de la situación, había caído algo de cacao muy cerca de sus pechos, abrí su pronunciado escote y deje caer unas gotas de chocolate en sus pezones, los trabaje bien, para cuando llegue a su cuello su respiración era acelerada, se había abierto de piernas y me rodeaban, sujetándome la cabeza con las mano de nuevo, notar sus dedos entre mis cabellos me hacia sentir que iba bien, Se acabó el chocolate y solo quedaba la fresa, la mordí la punta que sobresalía, y traque, amagué con morder de nuevo, pero quería que empezara a moverse ella, la pique y levanto su cabeza hasta hundir nuestros labios, con la fresa de por medio.
-YO: eres el mejor postre de mi vida.
-ANA: ummmmm calla tonto, me has puesto caliente – me beso con pasión de nuevo, ambos sabíamos a fruta y chocolate, y era delicioso- me has puesto perdida de babas jajaj estoy pringosa, ¿y si nos vamos al jacuzzi?
Me pareció buena ida, aparte de por higiene, para empezar a quitarnos ropa, yo me desnude y me quede solo con los slips, y cuidando la temperatura del agua, me metí.
-YO: joder con las burbujas, se te meten por todos lados, jajajajaja anda ven, princesa.
A continuación se produjo una paradoja temporal, Ana aun seguía tumbada en la cama, chupándose los dedos y terminando de tragar algo de fruta, me miraba con deseo y lujuria. Se decidió y se incorporo, pero me iba a regalar unos 10 segundos que me parecieron ser 10 años. Se quito los zapatos con los pies, metió su mano por debajo de la mini falda y saco la parte superior de sus medias, luego levanto una pierna sobre la cama, y con mucho celo de no romperlas se las fue quitando, leeeeeeentamente, luego la otra pierna, y camino hacia el jacuzzi, por el camino subió sus manos a sus hombros y cogiendo de los tirantes los aparto de si, dejándolos caer y regalándome la visión de sus pechos, al llegar al borde de la bañera, dejo caer el resto de su vestido al suelo, llevaba una bragas negras, te tela muy fina, tanto que se noto de lejos la forma de su coño, marcado por la humedad de su interior, estaba empapada.
Alce mis brazos para ayudarla a bajar sin caerse, metió lo pies y fue bajando conmigo hasta acabar metidos enteros salvo la cabeza, era grande y hasta podías bucear.
-ANA: que sensación mas rara.
-YO: si, es cierto, voy a ver si la apago.
-ANA: no no, déjalo así – me uso la mano en el hombro para pararme.
-YO: esta bien, vamos a limpiar ese cuerpo, que vaya ocurrencia la mía.
-ANA: me ha encantado y me has puesto al rojo vivo, por poco me corro.
-YO: pues no te digo como me he puesto yo.
-ANA: pero tu no has mojado las bragas como yo jajajaja
-YO: bueno ahora estamos en el agua, ¿que mas da?
-ANA: pues tienes razón – y haciendo un movimiento bajo el agua se saco las bragas y las tiro fuera de la bañera – venga ahora tu.
Estaba medio de pie, ella se acerco andando hasta mi y me metió la mano por encima del calzoncillo, tirando hacia abajo, mi polla salto como un resorte golpeando su frente.
-YO: hostias perdona.
-ANA: jajajajajajajjajajaja siempre eme olvida que es enorme……………jo ¿me aseguraras que no me va doler?
-YO: no puedo decirte que no te va a doler, no quiero mentirte, pero te juro que lo haré con mucho cuidado y si quieres parar, se para, y si quieres dejarlo, se deja, pero es un trago que toda mujer ha de pasar la 1º vez.
Mis palabras parecieron convencerla y llevo sus manos a mi polla mojada por el agua, fue pajeando y dando algún besito que otro, yo me senté y deje medio cuerpo fuera del agua, ella seguía pajeando bajo el agua con sus manos y levanto su cabeza buscando mis labios, yo la correspondí con pasión, nos hundimos un poco mas en el agua, pero yo la mantenía firme con mi espalda pegada a la pared de la bañera, la levante un poco y la puse a horcajadas sobre mi con mi polla y sus manos entre medias jugando un partido diferente al nuestro, en esa poción era difícil besarse pero dejo sus pechos mojados y erectos a mi disposición, los lamí con paciencia, sin ninguna prisa, para dejarlos secos, es reiterarme pero tenia unas tetas de quinceañera, firmes, tersas, bien colocadas y con unos pezones durisimos, ella gemía y yo no lo hacia por tener sus pechos ocupados. Ella inicio un acercamiento constante hasta dejar mi polla aplastada entre ambos cuerpos, y de ahí, un sube y baja, frotando su coño con todo el dorso de mi miembro, lleve mis manos a su cadera para ayudarla a subir y bajar, acelere su ritmo exponencialmente hasta que la note tensarse, se corrió y echo su cuerpo hacia atrás, quedo casi colgando, la sujete con una mano en la espalda, pero no dejaba de subirla y bajarla, buscando mi eyaculación, pero lo que llego fue su 2º orgasmo, grito como loca.
-ANA: ¡¡¡ NO PARES, CABRON DE MIERDA, NO PARES!!!!
No lo hacia pero no llegaba mi eyaculación , y dios, la necesitaba, llevaba mucho acumulado, decidí darla la vuelta, ponerla de espaldas y levantando un poco su pierna meter mi polla entre sus muslos, como cuando dormíamos, la acerque al borde del otro lado de la bañera para que se sujetara y agarrándola del vientre y de un hombro comience a bombearla por debajo del agua, notando como me abría paso por los labios de su coño y los separaba, cogía velocidad y se me escurría, lleve sus brazos atrás y los use de apoyaremos, y con cada golpe de cadera la levantaba por el agua, el ritmo era tan fuerte que ya ni le daba tiempo a bajar, solo se mantenía en el agua flotando y yo percutía sobre ella, se corrió mas de una vez moviendo las piernas alocadamente y salpicando por todos lados, con mis movimientos de cadera, por fin note el latigazo en los huevos y me corrí con gran gusto, regalando un par de embestidas mas sobre su trasero.
Al soltarla casi se cae a plomo hacia el fondo de la bañera, se sostuvo a duras penas andando hacia el borde para intentar salir, pero no tenia fuerzas. ”y ni acabo de empezar” pense. Salí primero y la ayude a salir, cogí unas tolallas y nos seque a los dos, mientras ella farfullaba que me odiaba por hacérselo pasar tan bien.
-ANA: eres un mamonazo, me tienes loca con esa polla, notar como me abre el coño me enloquece, y ni siquiera me has penetrado aun – pensaba algo – ¿Como es?
-YO: no se decírtelo, soy un tío, y no lo se – secaba su piel desnuda con un toalla. Con al polla relajada.
-ANA: ¿y si me duele mucho?
-YO: pues paramos.- secando sus pechos se me despertó.
-ANA: pero ¿y si no quiero parar?
-YO: pues seguimos.- secando sus piernas ya la tenia dura de nuevo.
La conversación fue por esos términos mientras ella soltaba miradas de pánico a mi polla, realmente estaba asustada, pero gracias a los consejos de Eli había ido preparado. Sacando la bolsa que había encargado la enseñe 3 consoladores.
-YO: mira, es impensable que de inicio te metas mi miembro, es demasiado grande, no estas acostumbrada y eres virgen, vamos a empezar con este, es fino y vibra, lo meteremos como un dedo que tu y yo sabemos que te entra, y lo activamos, excitamos la zona y ayudamos a relajarte, cuando estés ya bien lubricada, lo cambiamos por este, es igual de corto y fino al inicio, pero va aumentado su tamaño hasta la base, vamos metiendo poco a poco, y dejando que te acostumbres, que dilates y abramos tu cerrado coño despacito. Cuando estés preparada vamos con este, es un tamaño de polla normal, mas grande que los otros 2 y con estrías de forma natural, lo vamos probando hasta que estés segura y dilatada, y si estas lista y te fías de mi, probamos con la mía.¿ de acuerdo? – ella miraba atenta toda mi explicación.
-ANA: vale, me gusta, pero por favor, no me hagas daño.
-YO: te repito, no te puedo decir que no te duela un poco al principio, pero lo haré con cuidado para que no sufras mucho y así pases el mal trago lo mejor posible. Sabes lo que es el limen, ¿no?
-ANA: si, y me da un poco de apuro, se tiene que romper y dicen que se sangra y duele.
-YO: exacto, pero es algo que se ha de pasar para poder llegar a mas, tu………..¿sabes montar en bici?
-ANA: claro.
-YO: y al aprender ¿no te caíste y te hacías daño?
-ANA: claro, como todos.
.-YO: pues esto es un poco igual, se sufre un poco al aprender, pero cuando ya sabes, es un gozada ir por la carretera con el sol a tu espalda y el viento en al cara, ¿verdad?
-ANA: jo que fácil lo haces ver todo.- di las gracias mentales a Eli de nuevo, todo aquello me lo había explicado ella.
De inicio la tumbe boca arriba y la regale una comida de coño suave, metiendo algún dedo en su coño y poniéndola a tono, cuando empezó a rezumar fluidos la avise que iba con el 1º, y espere su confirmación, una vez lograda metí el pequeño consolador poco a poco en su coño, no era mas grande que el dedo que le estaba metiendo así que no paso nada raro, la avise y lo active.
-ANA; alaaa que………..ufff……..vibra mucho………lo noto.- llevo su mano a su coño para palpar como iba el avance.
Inicie un leve mete saca que la llevo al cielo, iba haciendo un circulo buscando hacer hueco en ella, y funcionaba ya que estaba entrando sin problemas estaba muy mojada, 1º objetivo logrado. Avise del 2º consolador y espere confirmación de nuevo, dudo unos segundos o más bien cogió aire y me concedió permiso. Entro fácil, era igual de fino que el otro al inicio, y lo deje así unos segundos para después, empujar un centímetro, note como se había tensado un poco su cuerpo y espere, cuando se relajo empuje otro mas, y misma situación, al 4º empujón.
-ANA: para para, uffff lo noto muy dentro, no lo saques déjame……….que me acomode.- busco una postura pero no la encontraba, no era la postura lo que la incomodaba sino el consolador metido en su interior, aun así insistía en no sacarlo, pasados unos minutos se tranquilizo y se puso en posición de nuevo- sigue.
Empujé, enroscando para buscar menos dificultades, un gemido suyo aumentaba con cada milímetro introducido, casi la tenia toda dentro.
-YO: ya esta.
-ANA: anisssss anisssssssss….- se revolvía un poco, pero aguantaba- puffff joder como se nota, me llena, noto como me hace tope, debe estar rozando el limen, uff uf….- la acariciaba y buscaba relajarla, pasados unos minutos volvió entrar en si.- vale, creo que ya esta, pero déjame a mi hacer el mete saca.
Se llevo la mano al coño, cogió la base del consolador, y respirando un poco, se lo saco un poco, se noto distensión, pero volvió a ponerlo como estaba dando un respingo, repitió la operación varias veces, separadas en el tiempo, dejando acostumbrarse, forzó un poco mas de la cuenta y rozo su limen, su cara se desencajo, lo saco bastante, pero pensándolo mejor se lo volvió a meter casi entero.
-ANA: dios, cuando noto el tope me duele mucho.
-YO: pero ya lo metes y lo sacas sin problemas, si quieres vamos con el 3º- se quedo pensativa, mientras calculó, sacando y metiendo de nuevo el consolador en su vagina.
-ANA: vale, te dejo al mando por que seguro que voy a pedir que lo saques enseguida, es como la base de este pero todo entero, fuerza un poco.
-YO: esta bien, pero si quieres parar me lo dices.- asintió sacando el consolador de su interior.
Me coloque entre sus piernas de nuevo y moje el que quedaba en vaselina, fui metiendo milímetro a milímetro, midiendo la cara de Ana, paraba en consecuencia y cuando notaba relajación penetraba un poco mas, llegue al tope del limen y lo deje quieto, la cara de Ana era de aguante, sin ser mi polla, era de considerable grosor y tenia gran arte dentro, incluso note como si la pelvis de ella hubiera crecido, se hubiera expandido, Eli me hablo de ello, se supone que le había abierto el coño. La deje unos minutos así, sacándolo un poco y haciendo giros para ir creando espacio.
-YO: tú me dirás, ¿lo dejamos, paramos, seguimos con el consolador o lo intentamos conmigo?
-ANA: no lo se, solo noto molestia e incomodidad, quiero avanzar pero me da miedo, no voy a ser capaz sola.
-YO: ¿te ayudo pues?
-ANA: si, SI, PERO QUIERO QUE SEAS TU, no la medra esta de plástico.
-YO: ¿estas segura? Será plástico, no es grande pero si suficiente.
-ANA: no, por favor date prisa, no quiero que mi 1º vez sea con plástico, quiero a un hombre, te quiero a ti, rápido, no se canto aguantare solo quiero que pare.
-YO: este bien, déjate ese dentro unos segundos- saque la vaselina y hundí la punta de mi polla en ella, la embadurne de arriba abajo.
Saque el cuerpo de Ana al borde de la cama, boca arriba y me puse de rodillas entre sus piernas abiertas, la altura era ideal para una penetración.
-YO: voy, dime lo que sea y paramos y lo dejamos.
-ANA: vale pero rápido, quiero que me rompas el limen ya, me duele.
Ante su insistencia embadurne también su coño y saque el consolador, se relajo un poco, pero no la deje, metí un par de dedos mojados en vaselina, había aumentado su capacidad y espacio, sin duda, empape por dentro de ella, y coloque la punta de mi glande, directamente a la entrada a su vagina.
-YO: voy.
Ella aguanto la respiración e inicie el movimiento sujetando mi polla firme, abrí sus labios mayores, y el glande entro bien, había trabajado bien previamente, me quede así unos segundos, de nuevo mirando las reacciones de Ana, estaba tensa pero preparada, aun no había llegado lo peor y lo sabia, empuje un poco mas y mi polla se bario camino, separando sus paredes vaginales.
-ANA; madre de dios, es enorme, no pares, ufffff me noto llena, como se expande dentro de mi, dios………no pares.
Ya tenia el grande entero dentro y parte del inicio del tronco, la sensación de humedad y calor me era familiar, pero la presión era mayor, deliciosa, me tuve que ganar cada centímetro hasta toparme con el limen, vi lagrimas en los ojos de Ana, pero callaba, la saque medio milímetro para descansar.
-YO: ya esta, estamos donde tenias el consolador- apenas la había penetrado mas allá del glande, pero notaba palpitaciones en el, como sus paredes se abrían para hacer sitio.
-ANA: uf dios, es enorme, me encanta, la noto llenarme, pero cuando rozas el limen, veo las estrellas.
-YO: tu decides, tu coño esta lo suficiente abierto para un golpe de cadera, y romperlo, será como arrancar una tirita.- dudo, su cabeza le rogaba que no, mientras su cuerpo, sus sensaciones, le pedían que si.
-ANA: hazlo rápido.
Sin dejar tiempo a la duda la agarre fuerte y embestí una sola vez, fuerte pasando un tercio de mi polla, y allí me quede. Note claramente como algo había cedido en su interior, sus uñas se clavaron en mi, la mire y tenia la cara roja, con la boca abierta con gesto de gritar pero no emanaba un sonido de sus labios. Me quede alli, sin moverme esperando que hablara, se moviera o que respirara acaso, trataba de pensar en las enseñanzas pero ya me dijo que desvirgan a una mujer siempre es difícil y diferente y que mi caso era especial. Tras unos segundos de angustia por ella, logro hablar.
-ANA: ¡¡¡dios!! Me has roto algo, lo he notado, me ha dolido, pero se esta pasando, no te muevas por favor, no te muevas……
-YO: tranquila princesa, no me moveré.
Nos quedamos no menos de 2 minutos así, quietos, mirándonos fijamente, ella sabiendo que yo sentía una represión en mi polla y yo que poco a poco se hacia sitio en su interior.
-ANA: creo que……. ya ……puedes moverte, dios, me vas a reventar, lo noto tirante pero ya no me duele.
Fui separando mi cadera lentamente notando como se cerraba su coño a mi paso, volví a embestir una sola vez, esta vez si grito, como mi penetración, una sola vez, fuerte y paro en seco.
-ANA: sigue.
Repetí operación y volvió a gritar, pero ya sin esperar lo volví a hacer, una y otra vez, cada golpe era un gemido y notaba cada centímetro de mi polla presionada, cuando salía como se cerraba el paso y cuando penetraba como se volvía abrir. Acelere lentamente, hasta el punto en que ella gemía constantemente, tomaba aire y seguía gimiendo, roja, llena, acalorada, excitada y algo dolorida, pero sin decir ni una palabra de queja. Mi ritmo llego a tal punto que ya no notaba que se cerraran sus paredes al retirarme, ni presión asfixiante al penetrar, el frote empezaba a ser fluido, y los gemidos de aguante de Ana fueron cambiando de tonalidad, aveces volvía tensarse pero luego se relajaba.
Al mirar mi polla ya entraba casi la mitad, y ese era mi logro del ida, no podía pasarme de ese punto o la haría daño, eso si, cuando la salía veía sangre en la punta, sin duda del limen. La sujetaba las piernas, bien abiertas y estiradas, la note tensarse pero ya de placer, agarrando las sabanas y mordiéndose el puño de la mano, paso de roja presión a rojo acalorado, sus fluidos empezaron a emanar y facilitaban mis penetraciones, estallo en un grito que debieron oír en otras habitaciones.
-ANA: ¡¡¡¡DIOOOOOOOOOOOS!!!- lo siguió gritando hasta que se quedo sin aire y cayo a plomo sobre la cama, yo pare en seco mis embestidas.
-YO: ¿este bien, Ana? Respóndeme por favor, ¿ANA?- pasaron unos segundos de tensión pero se me paso cuando la oí reír, de forma lacónica, con los ojos y la boca abiertos, como al ver un golpe fuerte de otra persona.
-ANA: madre mía, es……….es……….horrible, pasional, me siento sucia y llena pero feliz, me ……… me encanta, por dios, nos pares sigue.
Obedecí, seguí bombeando con el mismo ritmo y profundidad controlada, al sacar mi polla aveces salía liquido de su corrida, incluso llegue a pensar que la metía algo mas de media polla, pero no quise arriesgar, su cuerpo se electrifico, yo ya no aguantaba mas de ver sus tetas rebotado y agache el cuerpo sobre ella, para lanzarme a besarlos y chuparlos, se corrió nuevamente, y esta vez no pare, seguí bombeando mientras lamía sus duros pezones, ella no sabia donde poner la manos, me las clavaba en la espalda con cada sacudida de su cuerpo, luego a mi cabeza, luego a las sabanas, se agarraba como si fuera a despegar y hasta se cogía la almohada se tapaba la cara la mordía para acallar sus gritos y luego me pegaba con ella en la cabeza cuando se corría y no paraba de golpearla.
-ANA: dios dios dios dios, no pares, por tu vida no pares.
No tenia intención alguna, mi truco final ya fue llevar una de mis manos a su ombligo y sujetarla desde allí, eso arranco al poco tiempo una fuente en su coño, era un potro salvaje y me habia empapado entero, pasamos así media hora en que se corrió innumerables veces, pero sin pedir que parara, yo ya no aguantaba mas y se lo avise, me incorpore un poco.
-YO: voy a reventar, déjame que la saque.- Ella se incorporo cogiéndome de cuello aun empalada, con su culo en el borde de la cama haciendo de tope para que no la metiera mas polla dentro.
-ANA: y un mierda, tu te corres dentro como dios manda- y se pego a mi besándome como una loca, lamiéndome la cara incluso.
Ante su deseo y mi conocimiento de la vasectomía di un par de golpes de cadera mas y explote como nunca antes, ni con Raquel o Eli.
-YO: la hostia puta que……..pasada, dios como puede ser, que cojones, ¡¡¡¡eres una joya!!!, ¿donde has estado toda mi vida.?- lo dije bajando el ritmo pero sin parar, aunque estaba perdiendo fuelle logre una ultima corrida de ella llevando mi mano a su clítoris.
Nos tumbamos en la cama, agotados, sudando y llenos de fluidos por todas parte, con ella echada sobe mi pecho, mirando mi polla manchada de sangre, fluidos vaginales y semen, se llevo la mano su coño y noto lo abierto que lo tenia y que lo tenia manchado igual. Nos quedamos así un rato, cogiendo aire.
-YO: bueno, ¿al final no ha sido para tanto, no?
-ANA: e¿l dolor? No, una vez que se rompió el limen, descendió hasta desaparecer, pero ¿el sexo?, el sexo ha sido mil veces mejor de lo que creía, yo como tonta creyendo que nuestros frotamientos nocturnos eran geniales, normal que estuvieras fuera de ti, deseándolo.
-YO: eh, que los frotamientos nocturnos son geniales, pero eso no es por el sexo, es por ti.- la bese en la frente, levanto su mirada con dicha en sus ojos.
-ANA: ¿de verdad?
-YO: no te mentiré diciéndote que has sido la única, ni la mejor, pero si que eres la 1º que se ha ganado mi corazón, no he follado contigo, he hecho el amor, justo lo que quería.
Se alzo para besarme de nuevo y se acurruco de nuevo a mi lado, como habíamos empezado, con ella echada de lado sobre mi, boca arriba, sus tetas pegadas a mi costado, ahora sin telas de por medio y mi polla morcillona libre de ropas o sabanas, rodeando su cuerpo con mi brazo y acariciando su espalda.
Ella se quiso ir a la ducha, me pidió que lo hiciera también, supuse que había acabado la fiesta por hoy, error, me agarro del brazo y me metió en la ducha con ella, nos limpiamos mutuamente, y sobo mi polla hasta tenerla limpia y dura, yo hice lo mismo con todo su cuerpo, hasta metí mi mano en su coño aun abierto, para limpiar bien todos los restos. Allí le comente lo de la vasectomía, pera que no se preocupara, lejos de eso se emociono y dándose la vuelta se pego a mi sacando mi polla por su pelvis, de nuevo aquella posición, y sin pensarlo mucho la bese el hombro a modo de petición, ella inicio el moviendo con sus caderas, aprisionada entre sus muslos restregué mi polla abriendo sus labios mayores otra vez, pero pasados unos minuto, Ana llevo su mano hacia su vagina, puso el culo mas en pompa y apretó mi glande contra su entrada, entre goles de cadera, de forma hábil, al golpear de nuevo se la metí, con algo de facilidad debo añadir, al meterla la deje quieta, casi se cae Ana hacia delante, pero la tenia bien sujeta por las tetas.
-ANA: pufff, ahora no duele nada, solo noto………….. placer.
-YO: pues abra que aprovecharlo- y agarrándola la cintura la penetre profundamente, media polla dentro, ella se iba levantando en el aire y se quedo de puntillas, la saque y metí de golpe y repetía operación siempre dejando mi polla dentro unos segundos, cuando ya note que no había dolor ni impedimento, acelere de golpe el ritmo, como un maquina a la que le habían subido al velocidad. Empezó a gritar improperios que ni entendía, incoherentes entre si en genero y sexo, palabras sueltas, ya se había apoyado contra la pared por que a cada embestida la empujaba hacia ella, levanto una pierna como los perros al mear, la agarre por la parte posterior de de la rodilla y seguí bombeando sin parar, no tardo su primer orgasmo, sabia que en esa posición mi polla incidía directamente en su punto G, que ya había sido trabajado en las masturbaciones de días previos. Notaba como la piel que rodeaba su coño se estira y contraía según mis gestos, esta vez eyacule yo primero, la situaron era morbo puro, y ella se sintió halagada y algo confortada de parar. Llevaba mucho trote para su 1º y 2º vez.
Nos tuvimos que volver a duchar para salir con la sensación de limpieza que correspondía, y nos pusimos las prendas intimas, mas que por decoro, por seguridad, no nos fiábamos el uno del otro de que si seguíamos desnudos no repitiéramos, nos echarnos unas horas a dormir. Nos dio igual, pasadas unas horas en que nos avisaron que nos queda 1 hora solo, la posición de cuchara me la ponía a reventar en el slip, así que me lo quite y plante mi polla en su trasero, desde sus glúteos hasta su espalda, ella se giro sorprendida.
-ANA: ¿todavía tienes ganas de mas?
-YO: es culpa tuya por ser tan preciosa.- la bese, ella correspondió, y una cosa llevo a la otra ………. termino estirada encima de mi, cara a cara besándonos y con mi polla sobresaliendo por su culo, ente sus piernas, se arrodilló cabalgándome y pajeando con una mano en su espalda a mi amigo.
-ANA: dios eres insaciable ¿que va a pasar en tu casa?
-YO: que tendrás que prender a correrte en silencio o tendré que amordazare, por que no penso dejar de hacerte el amor.- palabras que dieron en el clavo.
Se echo para atras, y saco mi polla por delante de su pelvis, cogió el lubricante y se empapo el coño, hizo lo mismo con mi polla y fue agachándose hasta tener mi glande en su entrada, bajo fuerte y se empalo ella sola, fue un alivio notar que no se le había cerrado demasiado, cogió postura de nuevo y poniendo una mano de tope empezó a follarme, si si, ella a mi, yo alucinaba pero tire mi mano a su vientre a jugar con el, la puso a 100 y se corrió goteando sobre mi en menos de 5 minutos, me incorpore y me senté a lo buda con ella rodeándome con las piernas, por encima de las mías, aun ensartada media polla, y así comencé a moverla encima de mi, llevando mis manos a su trasero y magreando como un animal, ella, con una mano en el colchón y otra en mi cuello como chancho botaba sobre mi, sus pechos eran demasiado apetecibles como para dejarlos botar sin ser cuidados y hundí uno de ellos en mi boca, mordisqueando el pezón, se corrió nuevamente cayendo hacia atrás, apena la pude sujetar por los riñones para seguir bombeándola, ella era un trapo en mis manos, su pelo colgaba de su cabeza hacia atrás, lo notaba en mi pies, de vez en cuando se echaba hacia delante para besarme, y no se por que, llego a darme una bofetada, pero siempre volvía a echar el cuerpo hacia atrás, dejando caer sus brazos a los lados mientras yo la sujetaba. Se corrió varias veces y la ultima era una fuente, demasiadas veces seguidas, me empapo las piernas pero me dio igual, seguía trabajando con mi boca sus pechos y seguía empalándola hasta que yo me corriera, casi maldije el buen entrenamiento de Eli, tuve que estar así 20 minutos hasta que me corrí dentro de ella de nuevo.
Caí rendido sobre la cama y ella sobre mi, aun encima y aun ensartada pero notando ambos como mi inflamación se desvanecía, me beso de forma cariñosa y de agradecimiento.
-YO: si no quieres que nos echen de aquí los GEOS será mejor que te quites de encima, por que como sigas así me empalmo de nuevo y no salimos de aquí en 1 hora.
-ANA: jajaja eres malo, me quedaría así siempre.
-YO joder ¿quien no?, pero tenemos que ducharnos otra vez y vestirnos, por favor, por el bien de todos, dúchate sola, luego voy yo.
Tardo algún segundo en hacerlo, pero lo hizo, gracias a dios, puse serenarme, salió de la ducha ya totalmente vestida y lo agradecí, me duche y recogimos para irnos, le costaba andar un poco.Eran ya las 10 de la mañana y cogimos uno de los autobuses para volver a casa, el camino me aprecio genial, mi cabeza solo pensaba en ella y su cuerpo, en como lo había disfrutado, el cariño y la dulzura, no solo la pasión, ella cayo rendida, dormida sobre mi. Al llegar a casa compramos uno churros, y subimos a casa a desayunar con la familia, ella se fue a mi cuarto y se puso ropa cómoda, mas que nada para que no la abroncaran por ir tan suelta. Desayunamos y compartimos alguna de las cosas que habían pasado en la fiesta, y con gesto de cansancio nos fimos a dormir pidiendo que no nos despertaran.
Al llegar al cuarto me desvestí delante de ella, pero cuando fui al baño y volví estaba ya dormida, agotada pero con una sonrisa de oreja a oreja, me coloque detrás de ella y la abrace, ella correspondió sin abrir los ojos y nos dormimos así.
Me despertaron los ruidos en la cocina, estaban recogiendo la mesa después de comer, eran las 5 de la tarde, tenia la cara muy cerca de su pelo, lo olí, era una delicia, mi mano rodeaba su cuerpo y caía por su cintura, empece a acariciar con un dedo su vientre, hasta que se despertara, estaba en la gloria, era una mezcla de sensaciones, amor, cariño y sensualidad, todo se juntaba en mi mente. Ella reacciono pasados unos minutos, movió su cuerpo pegándose mas a mi.
-ANA: hola amor, ¿que tal?- lo dijo sin abrir os ojos ni girarse.
-YO: siendo el hombre más feliz de la tierra ahora mismo.- rió.
-ANA: pues que suerte tienes, por que estas al lado de la mujer mas feliz el mundo, eres un cielo, me lo has hecho pasar genial, ha sido maravilloso, dulce, apasionado y casi no me dolió nada, justo como había deseado, pero mucho mejor.- llevo sus manos a la mía y jugueteaba a entrelazar lo dedos.
Nos levantamos reteniendo nuestras ganas a duras penas, al menos yo, había mucha gente en la casa y cerca de la cocina, nos levantamos al baño y comimos algo en la cocina, luego nos duchamos y salimos con la familia a pasear. A la hora de cenar ellos se volvieron pero nosotros habíamos quedado, en la casa de un amigo que se había quedado sola, cenamos y vimos algunas películas charlando en grupo, pero pegado a ella, abrazados y con gestos de cariño continuos. La gente se fue marchando y quedamos solo ella y yo, en el salón, con algunas personas desperdigadas por la casa, iba bastante normal, blusa, falda con vuelo y medias térmicas
Ella ya estaba a horcajadas sobre mi, besándonos, metiéndonos mano como podíamos entre embestidas de nuestras lenguas, ella elevaba su cuerpo y me besaba de arriba a abajo, con mi cabeza echada hacia atrás, a mi ya me reventaba el pantalón y ella lo noto, saco mi polla por la bragueta de mi pantalón, no sin dificultados, pero ya una vez fuera pajeaba suavemente mientras yo meta mano por debajo de la falta que llevaba, nos pusimos una manta rodeándonos, para tapar un poco aunque fuera evidente lo que ocurría. Baje las medias térmicas hasta medio muslo y metía mis dedos en su interior, con habilidad logre que se mojara rápidamente.
-ANA: sabes, ¿ayer me quede con ganas?
-YO: no creo, estabas muy agitada.
-ANA: lo estaba, pero ayer me dijiste que hicimos el amor, pero ahora quiero……..que me folles.
-YO: ¿y cual se supone que es la diferencia?
-ANA: no lo se, por eso quiero hacerlo.- y sin mucho dudar alzo su cuerpo y coloco mi glande en su entrada, apartando la tela de sus bragas.
-YO: ten cuidado.
Fue bajando lentamente sus piernas hasta hacer presión, abrió sus labios mayores para facilitar la penetración y poco a poco note de nuevo la fuerte presión en la punta de mi polla, ella abrió la boca de dolor, pero metí mi lengua en ella para acallar posibles gritos, siguió bajando hasta notar como se iba abriendo de nuevo su interior, haciendo hueco, metió todo lo que la posición con la ropa permitía, la misma mitad que aquella mañana, se quedo así unos segundos, dejando acostumbrarse a la física de los espacios, sin parar de besarnos y agarrándola contra mi notaba como temblaba un poco, metí mis manos por debajo de la blusa y buque sus pechos, en su espalda desabroche el sujetador y lleve mis dedos a sus pezones, agache la cabeza para levantarle la blusa y chupar uno de ellos, apretándolo con fuerza. Ella se sintió mas cómoda y empezó a subir y bajar sobre mi, acelerando algo el ritmo, y mojando mi polla con sus fluidos, que ya eran abundantes, el ritmo se acelero de nuevo, ya la sentía vibrar, y tome el control, agarre de su cintura y era yo quien la hacia subir y bajar aguantando el ritmo, su respiración era agitada y por momentos dejaba de besarme para coger aire por la boca después de haber trabajado sus pezones.
-ANA: dios, ya lo noto de nuevo, me voy a correr, umm no pares, sigue, sigue…- se movía fuertemente, queriendo caer a plomo contra mi.
Sentí de nuevo sus fluidos caer sobre mi polla y se quedo parada, clavada por la mitad de mi estaca de carne, totalmente dura.
-YO: no ha costado tanto como esta mañana.
-ANA: dios, es verdad, me estas taladrando y lo mejor es que no he sentido nada de dolor, solo presión, noto coda centímetro de tu polla partiéndome, me encanta.- lo dijo entre respiraciones aceleradas.
-YO: pues no pasamos de la mitad, es mejor ir poco a poco.
-ANA: pero no tenemos tiempo, me voy en 5 días.
-YO: lo se, y no sabes cuanto lamento tu marcha.- la acaricie la cara.
-ANA: ¿y si no fuera así?
-YO: ¿que dices? ¿No irte?
-ANA: bueno, eso no, tengo que irme y acabar el instituto hasta verano, pero lo he estado pensando, después tengo algo de dinero ahorrado para la universidad, tengo buenas notas, no se, al llegar las inscripciones, a finales del verano, podría pedir plaza en alguna universidad aquí.
-YO: pero esa es una decisión muy importante, no puedes tomarla por mi.
-ANA: ¿no te gustaría que estuviera contigo? – la bese con seguridad.
-YO: ahora mismo nada me haría más feliz, pero es una decisión que has de tomar de forma calmada, razonada con la familia, ¿donde vivirías? ¿Vendrías sola? No conocerías a nadie salvo yo, y somos muy jóvenes para depender uno exclusivamente de otro.
-ANA: jo, supongo que tienes razón, pero …¿ si se pudiera, me esperarais?
-YO: mientras tu estés a mi lado no deseo a nadie mas – una burda falsedad, que demostró el tiempo, pero que en ese momento era un sentimiento real.- pero si estas lejos no voy a decirte que esperare como un monje tu llegada.
-ANA: es verdad, seria injusto para ambos.
-YO: mira, hacemos esto, tu te marchas y sigues con tu vida, yo haré lo mismo, y si para septiembre quieres y logras venir a Madrid a estudiar, yo te prometo que te ayudare en todo lo que pueda, y si aun queremos los 2, seguir con lo nuestro, ¿de acuerdo?- sonrío de felicidad, era una decisión salomónica pero la daba algún rayo de esperanza.
-ANA: ay primo como tu quiero, eres el mejor.- y se acerco sus labios a lo míos, dando pequeños besos por toda la boca, como agradeciendo mi solución.
No habíamos olvidado que ella seguía empalada por mi y yo seguía tieso, la medio recosté sobre el sofá y le quite las medias, subiendo la falda, sin desmontarla, la subí la blusa y ataque su ombligo, sabia que la volvía loca, y sin parar de lamer su vientre comencé a meter y sacar mi polla con calma pero sin parar, ya no era un ligero movimiento, sino sacarla casi entera y meterla hasta la mitad, no pare hasta que me corrí en ella, fueron mas de 40 minutos en los que no aumente el ritmo, solo la metía y la sacaba con calma, ella se tocaba el clítoris en ocasiones y se corrió múltiples veces, rogando que acelerara, pero no lo hice, quise que fuera así, que rogara, para que fuera totalmente mía los últimos días con ella.
Al acabar nos fuimos al baño y nos adecentamos, al salir por la puerta alguno de los de la casa, que andaban por las habitaciones, salió a hacerme gestos de sorna y bendición por lo que habían iodo, era una casa grande pero hubo cosas que tuvieron que oír.
Los siguientes días pasaron fugaces, entre “achuchones y magreos”, nos inventábamos cualquier excusa para salir de casa y follar en cualquier parte, o cualquier motivo para quedarnos en casa cuando todos salían, y follar en casa, mas que nada por los gritos de ambos, sobretodo de ella, cuando se corría múltiples veces no había forma de hacerla callar. Cuando no se podía ninguna de ambas nos encerrábamos en mi cuarto y practicábamos el sexo oral, ella siendo novata se fue con un master class, la enseñe trucos con la legua sobre el glande, que me habían enseñado a mi, y que volverían loco a cualquier hombre, también me asegure de no haber perdido mi toque, no se por que pero las comidas de coño se me daban genial, o al menos eso había demostrado mi experiencia con mujeres de todo tipo. Llegue a juguetear con mis dedos en su ano, pero ni de lejos estaba preparada para sexo anal, bastante habíamos avanzado ya, mi polla ya no era un misterio los días previos a su marcha, se la metía sin demasiada dificultad, pero siempre hasta la mitad, no me atrevía a mas, pese a que alguna vez me lo pidió, casi, mas por miedo a que le doliera a ella, tenia miedo a confirmar si se podía o no, y que aquella chiquilla se sintiera mal por ello o que me atara a una mujer que no me cubría entero. Pasábamos de media polla, el ultimo ida, poco, pero algo mas, ella se iba abriendo y su pelvis ensanchando con cada sesión de sexo, aveces eran dulces, mágicas e inocentes, otras era pasionales, una arrancada de excitación, probamos algunas cosas como las cubanas o posiciones algo mas complejas pero la realidad es que embestir su coño por detrás era lo que sacaba lo mejor de los 2, ella se dejaba hacer a mi ritmo, que aveces eran demasiado elevado, y me dejaba las manos libres para jugar con sus ternas tetas o su vientre.
Tristemente llego el día de reyes, su ultimo día, nos dimos unos regalos entre todos, ella me dio un sobre cerrado que no me dejo abrir hasta su marcha, yo la regale una fondee y sobres de chocolate. Reímos como idiotas ante la sorpresa de los presentes, sin entender el por que. Nos despedimos con un paseo por el parque antes de que se fuera, pese al frío pegaba un sol radiante, y nos despedimos deseándonos un pronto reencuentro, cogidos de la mano y besándonos como enamorados. Recogieron sus cosas y se marcharon, reconozco que me molesto un poco su marcha pero la promesa de volverla a ver pronto, y que hasta entonces tenia barra libre, me alegro el día, y pensaba pasármelo muy bien hasta su vuelta.
-MADRE: pues mira lo que me han dicho, que la niña anda muy pesada, dice su abuela que se ha puesto a decir que ahora quiere venirse a Madrid a la universidad, que le encanta estar aquí con nosotros.
-YO: ¿eso ha dicho?
-MADRE: si, no se que la habrás hecho pero dice su abuela que esta contenta contigo, y con la ciudad, que no la había visto así de abierta y extrovertida nunca.
-YO: pues no se, supongo que le he dado justo lo que necesitaba.- abrí el sobre, y había una pequeña anotación.
ANA: ”Se que no tomabas somníferos.
Hasta pronto”
Sonreí.
CONTINUARA…….
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Relato erótico: «Mi nuera me preguntó si podía hacerme una mamada «. (POR GOLFO)
Con cuarenta y nueve inviernos creía que mi vida ya no tenía sentido. Y cuando digo inviernos y no primaveras se debe a que después de tantos años trabajando con único propósito de crear un patrimonio con el que pasar mi vejez con mi mujer y tantos esfuerzos para criar a mi único hijo, resulta que por un desgraciado accidente me vi solo. A raíz de ese suceso, estaba hundido. Cada mañana me resultaba un suplicio el tener que levantarme de la cama y enfrentar un nuevo día sin sentido.
Con dinero en el banco, la casa pagada y un negocio que marchaba a las mil maravillas todo era insuficiente para mirar hacia adelante. Por mucho que mis amigos me trataban de animar diciendo que me quedaban al menos otros cuarenta años y que la vida me podía dar una nueva oportunidad, no les creía. Para mí, el futuro no existía y por eso decidí vivir peligrosamente. Asqueado de la rutina comencé a practicar actividades de riesgo, quizás deseando que un percance me llevara al otro barrio y así unirme a María y a José.
¡Dios! ¡Cómo los echaba de menos!
Nada era suficientemente peligroso. Me compré una moto de gran cilindrada, me uní a un grupo de Ala Delta donde aprendí a surcar los aires, viajé a zonas en guerra buscando que la angustia de esa gente me hiciera ver que era un afortunado… Desgraciadamente la adrenalina no me sirvió para encontrar un motivo por el que vivir y cada día estaba más abatido.
Pero curiosamente cuando ya había tocado fondo y mi depresión era tan profunda que me había llevado a comprar una pistola en el mercado negro para acabar con mi vida, la enésima desgracia me dio un nuevo aliciente por el que luchar. Hoy me da vergüenza reconocer que estaba sondeando el quitarme de en medio cuando recibí la llamada de Juan, el mejor amigo de mi hijo:
-Don Felipe disculpe que le llame a estas horas pero debe saber que Jimena ha intentado suicidarse. Se ha tomado un bote de pastillas y si no llega a ser porque llamó a mi mujer para despedirse, ahora estaría muerta.
Confieso que, aunque había estado coqueteando con esa idea, el que mi nuera hubiese intentado acabar con su vida me pareció inconcebible porque al contrario de mí, ella era joven y tenía un futuro por delante. Sé que era una postura ridícula el escandalizarse cuando yo estaba de tonteando con lo mismo pero aun así pregunté dónde estaba y saliendo de casa, fui a visitarla al hospital.
Durante el trayecto, rememoré con dolor el día que mi chaval nos la había presentado como su novia y como esa cría nos había parecido encantadora. La ilusión de ambos con su relación confirmó tanto a mi mujer como a mí que nuestro retoño no tardaría en salir del nido. Y así fue, en menos de un año se casaron. Su matrimonio fue feliz pero corto y desde que la desgracia truncara nuestras vidas, no había vuelto a verla porque era un doloroso recordatorio de lo que había perdido.
Sabiendo a lo que me enfrentaría, llegué hasta su habitación. Desde la puerta, comprobé que estaba acompañada por la mujer de Juan y eso me dio los arrestos suficientes para entrar en el cuarto. Al hacerlo certifiqué la tristeza de mi nuera al ver lo delgadísima que estaba y observar las ojeras que surcaban sus anteriormente bellos ojos.
« Está hecha una pena», pensé mientras me acercaba hasta su cama.
Jimena al verme, sonrió dulcemente pero no pudo evitar que dos lagrimones surcaran sus mejillas al decirme:
-Don Felipe, siento causarle otra molestia. Suficiente tiene con lo suyo para que llegue con esta tontería.
El dolor de sus palabras me enterneció y cogiendo su mano, contesté:
-No es una tontería. Comprendo tu tristeza pero debes pasar página y seguir viviendo.
Cómo eran los mismos argumentos que tantas veces me había dicho y que no habían conseguido sacarme de mi depresión, no creí que a ella le sirvieran pero aun así no me quedó más remedio que intentarlo.
-Lo sé, suegro, lo sé. Pero no puedo. Sin su hijo mi vida no tiene sentido.
Su dolor era el mío y no por escucharlo de unos labios ajenos, me pareció menos sangrante:
« Mi nuera compartía mi pena y mi angustia».
María, su amiga, que desconocía que mi depresión era semejante a la de ella, creyó oportuno decirle:
-Lo ves Jimena. Don Felipe sabe que la vida siempre da segundas oportunidades y que siendo tan joven podrás encontrar el amor en otra persona.
La buena intención del discurso de esa mujer no aminoró mi cabreo al pensar por un instante que Jimena se olvidara de mi hijo con otro. Sabía que estaba intentando animar a mi nuera y que quería que yo la apoyara pero no pude ni hacerlo y hundiéndome en un cruel mutismo, me senté en una silla mientras ella comenzaba a llorar.
Durante una hora, me quedé ahí callado, observando el duelo de esa muchacha y reconcomiéndome con su dolor.
“¿Por qué no he tenido el valor de Jimena?”, pensé mirando a la que hasta hacía unos meses había sido una monada y feliz criatura.
Fue Juan quien me sacó del círculo autodestructivo en que me había sumergido al pedirme que le acompañara a tomar un café. Sin nada mejor que hacer le acompañé hasta el bar del hospital sin saber que eso cambiaría mi vida para siempre.
-Don Felipe- dijo el muchacho nada más buscar acomodo en la barra: -Cómo habrá comprobado Jimena está destrozada y sin ganas de seguir viviendo. Su mundo ha desaparecido y necesita de su ayuda…
-¿Mi ayuda?- interrumpí escandalizado sin ser capaz de decirle que era yo el que necesitaba auxilio.
-Sí- contestó ese chaval que había visto crecer,- su ayuda. Usted es el único referente que le queda a Jimena. No tengo que recordarle qué clase de padres le tocaron ni que desde que cumplió los dieciocho, huyó de su casa para no volver…
Era verdad, ¡No hacía falta! Conocía a la perfección que su padre era un alcohólico que había abusado de ella y que su madre era una hija de perra que, sabiéndolo, había mirado hacia otra parte al no querer perder su privilegiada posición. Aun así todos los vellos de mi cuerpo se erizaron al oír que seguía diciendo:
-Jimena, siempre envidió la relación que tenía con su hijo y vio en usted un ejemplo al que seguir. Por eso quiero pedirle un favor… Aunque sea por el recuerdo de José, ¡Usted debe ayudarla!
-No comprendo- respondí asustado por la responsabilidad que estaba colocando sobre mis hombros:- ¿Qué cojones quieres que haga?
Mi exabrupto no hizo que el amigo de mi hijo se quedará callado y con tono monótono, me soltó:
-Fíjese. Mientras usted ha enfrentado con valentía su desgracia, su nuera se ha dejado llevar, ha perdido su trabajo, la han echado del piso que tenía alquilado y para colmo, ¡Se ha intentado suicidar! Si usted no se ocupa de ella, me temo que pronto iremos a otro entierro.
Me sentí fatal al no saber las penurias que había estado pasando mi nuera y con sentimiento de culpa, pregunté al chaval cómo podía arrimar el hombro:
-Mi esposa y yo hemos pensado que: ¡Debería irse a vivir con usted!
En ese momento esa propuesta me pareció un sinsentido y así se lo hice saber, pero el muchacho insistió tanto que al final, creyendo que mi nuera no aceptaría esa solución, acepté diciendo:
-Solo pongo una condición. Jimena debe de estar de acuerdo.
No preví que mi nuera aceptara irse a vivir conmigo pero su situación anímica y económica era tan penosa que vio en mi ofrecimiento un mal menor y por eso al salir del hospital, se mudó a mi casa. Todavía recuerdo con espeluznante precisión esos primeros días en los que Jimena no hacía otra cosa que llorar tumbada en la cama. No le deseo ni a mi mayor enemigo que algún día sufra lo que sufrí yo viéndola apagarse consumida por el dolor.
Era tan profunda su depresión que llamé a Manolo, un amigo psiquiatra para que me recomendara qué hacer.
-Lo primero es obligarla a levantarse, no puede estar acostada. Y lo segundo tráemela para que yo la evalúe.
Ni que decir tiene que seguí sus instrucciones al pie de la letra y aunque se negó en un principio tras mucho insistir conseguí que fuera a ver a ese loquero. Mi conocido después de verla le diagnosticó una severa depresión cercana a la neurosis y después de mandarle una serie de antidepresivos, me dio una serie de pautas que debía seguir. Pautas que básicamente era mantener una permanente supervisión y forzarla a ocupar sus horas para que no tuviera tiempo de pensar.
Por eso conseguí convencerla de inscribirse en unas clases de dibujo y acudir después al gimnasio. A partir de entonces me convertí en una especie de niñero que todas las mañanas la despertaba, la llevaba hasta la academia y al salir del trabajo tenía que pasar por el local donde hacía aerobic. De esa forma, muy lentamente, mi nuera fue mejorando pero sin recuperar su estado previo al accidente donde murieron mi hijo y mi mujer. Pequeños pasos que hablaban de mejoría pero a todas luces insuficientes. Una pregunta con la que salió un día de su encierro, una sonrisa al día siguiente por un comentario… Aun así era raro el día que la veía en mitad del salón llorando al recordar a su marido.
« Tengo que darle tiempo», repetía cada vez que retrocedía hundiéndose nuevamente en la tristeza.
Otros detalles como su insistencia en que saliéramos a cenar a un restaurante o que en vez de en coche la llevara en moto, me iban confirmando su recuperación sin que yo los advirtiera a penas. Pero al cabo de dos meses, un día me llegó con una extraña petición del psiquiatra que me dejó muy confuso:
-Suegro, Don Manuel me ha pedido que tiene que ir a verle. Me ha dicho que quiere hablar con usted.
Que mi amigo usara a mi nuera como vehículo, me resultó cuando menos curioso y por eso aproveché un momento que me quedé solo para llamarle.
-Manolo, ¿Qué ocurre?
Advirtió en el tono de mi pregunta mi preocupación y por eso me aseguró que no debía preocuparme pero insistió en verme. Porque lo que tenía que plantearme era largo y que prefería hacerlo en persona. Cómo comprenderéis su respuesta no me satisfizo y por eso al día siguiente cuando me presenté en su consulta, estaba francamente nervioso.
Al sentarme, mi amigo decidió que de nada servía andarse con circunloquios y tras describirme los avances de mi nuera durante esas semanas, me soltó:
-Todo va bien, mucho mejor de lo que había vaticinado pero hay un problema y quiero ponerte en guardia…
-¡Tú dirás!- respondí más tranquilo.
-Tu nuera ha tenido una infancia terrible y cuando ya se veía feliz con tu hijo, sufrió un revés…
-Lo sé- interrumpí molesto por que lo me recordara: – ¡Dime algo que no sepa!
Manolo comprendió que mi propio dolor era quien había hablado y por eso sin darle mayor importancia, prosiguió diciendo:
-Gracias a tu apoyo, ha descubierto que tiene un futuro y por eso te aviso: ¡No puedes fallarle! Porque de hacerlo tendría unas consecuencias que no quiero ni imaginar- la seriedad de su semblante, me hizo permanecer callado. – Para Jimena eres única persona en la que confía y de perder esa confianza, se desmoronaría.
-Comprendo- mascullé.
-¡Qué vas a comprender!- indignado protestó: -En estos momentos, eres su sostén, su padre, su amigo, su compañero e incluso su pareja. De sentir que la rechazas, entraría en una espiral de la que nunca podría salir.
-¡Tú estás loco! Para mi nuera solo soy su suegro.
-Te equivocas. Aunque no lo ha exteriorizado, Jimena está enamorada de ti y temo el día que se dé cuenta porque no sé cómo va a reaccionar.
-Me he perdido- reconocí sin llegármelo a creer pero sobretodo confundido porque yo la veía como a una hija y no albergaba otro sentimiento.
-Cuando Jimena se percate del amor que te tiene, si no conseguimos que focalice ese cariño bien, buscará en ti esos mismos sentimientos.
-¿Me estás diciendo que intentará seducirme?
-Desgraciadamente, no. Jimena considerará un hecho que tú también la amas y se considerara tu mujer antes de qué tú te des cuenta.
-No te creo- contesté riendo aunque asustado en mi interior y tratando de dar argumentos en contra, le solté: -Coño, Manolo, ¡Si me sigue tratando de usted!
-Tu ríete. Yo ya he cumplido avisándote.
El cabreo de mi amigo incrementó mi turbación de forma que al despedirme de él, le dije:
-Gracias, tomaré en cuenta lo que me has dicho pero te aseguro que te equivocas.
-Eso espero- contestó mientras me acompañaba a la puerta.
Al salir de su consulta, os tengo que confesar que estaba acojonado porque me sentía responsable de lo que le ocurriera a esa cría.
Sus negros pronósticos no tardaron en hacerse realidad.
El resto del día me lo pasé en la oficina dando vueltas a la advertencia de Manuel. Por más que lo negara algo me decía que mi amigo tenía razón y por eso estuve durante horas tratando de encontrar si había sido yo el culpable de la supuesta atracción de la que hablaba, pero no hallé en mi actuación nada que hubiese alentado a mi nuera a verme como hombre.
Más tranquilo, me auto convencí que el psiquiatra había errado con su diagnóstico y cerrando mi ordenador, decidí volver a casa. Ya en ella, Jimena me esperaba con una sonrisa y nada más verme, me dio un beso en la mejilla mientras me decía:
-He pensado que me llevaras al Pardo.
Esa petición no era rara en ella porque como ya os he dicho solíamos salir frecuentemente a cenar a un restaurante pero esa tarde me sonó diferente y por eso quise negarme pero ella insistió diciendo:
-Llevo todo el día encerrada, creo que me merezco que me saques a dar una vuelta.
Esa respuesta me puso la piel de gallina porque bien podría haber sido lo que me dijera mi difunta mujer si le apetecía algo y yo no la complacía. Asustado accedí. De forma que tuve que esperar media hora a que Jimena se arreglara.
Me quedé de piedra al verla bajar las escaleras enfundada en un traje de cuero totalmente pegado pero más cuando con una alegría desbordante, me lo modeló diciendo:
-¿Te gusta cómo me queda? He pensado que como siempre vamos en moto, me vendría bien comprarme un buzo de motorista.
Aunque cualquier otro hombre hubiese babeado viendo a esa muñeca vestida así pero no fue mi caso. La perfección de sus formas dejadas al descubierto por ese tejido tan ceñido, lejos de excitarme me hizo sudar al ver en ello una muestra de lo que me habían vaticinado.
« Estoy exagerando», pensé mientras encendía la Ducatí, « no tiene nada que ver».
Desgraciadamente al subirse de paquete, se incrementó mi turbación al notar que se abrazaba a mí dejando que sus pechos presionaran mi espalda de un modo tal que me hizo comprender que bajo ese traje, mi nuera no llevaba sujetador.
« ¡Estoy viendo moros con trinchetes!», maldije tratando de quitar hierro al asunto. « Todo es producto de mi imaginación».
Los diez kilómetros que tuve que recorrer hasta llegar al restaurante fueron un suplicio por que a cada frenazo sentía sus pezones contra mi piel y en cada acelerón, mi nuera me abrazaba con fuerza para no caer.
Una vez en el local fue peor porque Jimena insistió en que no sentáramos en la terraza lejos del aire acondicionado y debido al calor de esa noche de verano, no tardó en tener calor por lo que sin pensar en mi reacción, abrió un poco su traje dejándome vislumbrar a través de su escote que tenía unos pechos de ensueño.
Durante unos instantes, no pude retirar la mirada de ese canalillo pero al advertir que mi acompañante se podía percatar de mi indiscreción llamé al camarero y le pedí una copa.
“La chica es mona”, admití pero rápidamente me repuse al pensar en quien era, tras lo cual le pregunté por su día.
Mi nuera ajena a mi momento de flaqueza me contó sin darle mayor importancia que en sus clases la profesora les había pedido que dibujaran un boceto sobre sus vacaciones ideales y que ella nos había pintado a nosotros dos recorriendo Europa en moto.
Os juro que al escucharla me quedé helado porque involuntariamente estaba confirmando las palabras de su psiquiatra:
-Será normal para ella el veros como pareja.
La premura con la que se estaba cumpliendo esa profecía, me hizo palidecer y por eso me quedé callado mientras Jimena me describía el cuadro:
-Pinté la moto llena de polvo y a nuestra ropa manchada de sudor porque en mi imaginación llevábamos un mes recorriendo las carreteras sin apenas equipaje.
Sus palabras confirmaron mis temores pero Jimena ajena a lo que me estaba atormentando, se mostraba feliz y por eso siguió narrando sin parar ese supuesto viaje, diciendo:
-Me encantaría descubrir nuevos paisajes y conocer diferentes países contigo. No levantaríamos al amanecer y cogeríamos carretera hasta que ya cansados llegáramos a un hotel a dormir.
El tono tan entusiasta con el que lo contaba, no me permitió intervenir y en silencio cada vez más preocupado, esperé que terminara. Desgraciadamente cuando lo hizo, me preguntó mientras agarraba mi mano entre las suyas:
-¿Verdad que sería alucinante? ¡Tú y yo solos durante todo un verano!
Recordando que según su doctor no podía fallarle, respondí:
-Me encantaría.
La sonrisa de alegría con la que recibió mi respuesta fue total pero justo cuando ya creía que nada podía ir peor, me soltó:
-Entonces, ¿Este verano me llevas?
«Mierda», exclamé mentalmente al darme cuenta que había caído en su juego y con sentimiento de derrota, le aseguré que lo pensaría mientras cogía una de las croquetas que nos habían puesto de aperitivo. Mi claudicación le satisfizo y zanjando de tema, llamó al camarero y pidió la cena.
El resto de esa velada transcurrió con normalidad y habiendo terminado de cenar, como si fuera algo pactado ninguno sacó a colación el puñetero verano. Con un sentimiento de desolación, llegué a casa y casi sin despedirme, cerré mi habitación bajo llave temiendo que esa cría quisiera entrar en ella como si fuera ella mi mujer y yo su marido. La realidad es que eso no ocurrió y al cabo de media hora me quedé dormido. Mi sueño era intermitente y en él no paraba de sufrir el acoso de mi nuera exigiendo que la tomara como mujer. Os juro que aunque llevara sin estar con una mujer desde que muriera mi esposa para mí fue una pesadilla imaginarme a mi nuera llegando hasta mi cama desnuda y sin pedir mi opinión, que usara mi sexo para satisfacer su deseos. En cambio ella parecía en la gloria cada vez que mi glande chocaba contra la pared de su vagina. Sus gemidos eran puñales que se clavaban en mi mente pero que ella recibía gustosa con una lujuria sin igual.
Justo cuando derramé mi angustia sobre las sabanas un chillido atroz me despertó y sabiendo que provenía de su habitación sin pensar en que solo llevaba puesto el pantalón de mi pijama, corrí en su auxilio. Al llegar, me encontré a Jimena medio desnuda llorando desconsolada. Ni siquiera lo pensé, acudiendo a su lado, la abracé tratando de consolarla mientras le preguntaba qué pasaba:
-He soñado que me dejabas- consiguió decir con su respiración entrecortada.
-Tranquila, era solo un sueño- respondí sin importarme que ella llevara únicamente puesto un picardías casi transparente que me permitía admirar la belleza de sus senos.
Mi nuera posando su melena sobre mi pecho sin dejar de llorar y con una angustia atroz en su voz, me preguntó:
-¿Verdad que nunca me vas a echar de tu lado?
-Claro que no, princesa- contesté como un autómata aunque en mi mente estaba espantado por la dependencia de esa niña.
Mis palabras consiguieron tranquilizarla y tumbándola sobre el colchón esperé a que dejara de llorar manteniendo mi brazo alrededor de su cintura. Una vez su respiración se había normalizado creí llegado el momento de volver a mi cama pero cuando me quise levantar, con voz triste, Jimena me rogó:
-No te vayas. ¡Quédate conmigo!
Su tono venció mis reticencias a quedarme con ella y accediendo me metí entre las sábanas por primera vez. En cuanto posé mi cabeza sobre la almohada, mi nuera se abrazó a mí sin importarle que al hacerlo su gran escote permitiera sentir sobre mi piel sus pechos.
« Pobrecilla. Está necesitada de cariño», pensé sin albergar ninguna atracción por mi nuera pero francamente preocupado.
Mis temores se incrementaron cuando medio dormida, escuché que suspiraba diciendo:
-Gracias, mi amor…
Todo se complica.
Esa noche apenas dormí porque me angustiaba el estado psicológico de esa niña. Con ella abrazada a mí, me atormentaba la idea de causarle un daño irreparable si se daba cuenta que el cariño que la tenía no tenía ningún aspecto sexual y que la consideraba más una hija que una mujer.
« Menudo lío. ¿Cómo explicárselo sin hacerle sufrir?», me torturaba continuamente recordando las palabras del psiquiatra.
Tras horas dándole vueltas, el cansancio pudo conmigo y me quedé dormido. Solo me desperté cuando a las ocho de la mañana escuché un ruido. Al abrir los ojos me encontré a Jimena cargada con una bandeja en la que me traía el desayuno a la cama. Desperezándome, iba a levantarme cuando ella colocando una mesita sobre el colchón me lo impidió diciendo:
-He pensado que desayunemos juntos aquí.
Aunque no me parecía apropiado, era tal la alegría de su rostro que no me vi con fuerzas de negarme y cogiendo entre mis manos la taza de café di un sorbo aceptando mientras Jimena se sentaba frente a mí.
-No sabes lo bien que he descansado- comentó. –Saber que te tenía a mi lado, me permitió dormir como un bebé.
En silencio observé su dicha pero también que olvidando el recato que me debía al ser yo su suegro, no se había tapado. La tela de su camisón era tan liviana que me permitió observar en su plenitud todo su cuerpo. Con un sentimiento ambiguo, recorrí su figura con mis ojos desmenuzando cada porción de su piel y certificando que era toda una belleza pero también descubriendo que a pesar de tener unos senos maravillosos decorados con dos pezones grandes y rosados, nada en ella me atraía.
En cambio, mi nuera al sentir la calidez de mi mirada sobre sus pechos debió de malinterpretarla porque sus dos botones se erizaron ante mis ojos mientras su dueña se ponía colorada.
Rompió el silencio que se había apoderado de esa habitación diciendo:
-Termina de desayunar mientras me ducho.
Tras lo cual, se levantó de la cama y entró en el baño adosado a ese cuarto sin cerrar la puerta.
« ¿Qué coño hace?», me pregunté al ver que abría la ducha.
Mientras se calentaba el agua, mirándome a los ojos, dejó caer el camisón y desnuda me soltó:
– Hoy no hace falta que me lleves a la academia. Me voy a quedar en casa pintando.
Ni siquiera respondí, terminando mi café de un solo sorbo, salí huyendo hacia mi habitación mientras en mi cerebro se abría una grieta al percatarme de lo mucho que me había gustado verla en su plenitud.
« ¿Qué me pasa?», murmuré angustiado al sentir que bajo el pantalón de mi pijama, mi apetito crecía sin control. « ¡Es la viuda de José! ¡Mi nuera!».
Ya en el coche, rumbo a mi oficina, la imagen de Jimena sin ropa me siguió torturando cada vez más y con la vergüenza de saber que me atraía, llamé a mi amigo, su psiquiatra.
-Manolo, ¡Necesito verte!- solté en cuanto descolgó el teléfono.
Por mi tono supo la razón de mi llamada:
-Vente, te abriré un hueco.
Que mi amigo no me hiciera ninguna pregunta era una mala señal y acelerando acudí desesperado hasta su consulta. Nada mas entrar me estaba esperando y me hizo pasar. Ya solos en su despacho, como una ametralladora le conté lo sucedido mientras él se mantenía callado. Solo al terminar, me soltó:
-Ocurrió antes de lo que pensaba.
-¿Y qué hago?- pregunté con los nervios a flor de piel.
Tomándose unos momentos para organizar sus pensamientos, contestó:

-¡No es lo mismo!- protesté.
-A tus ojos quizás pero a los suyos, ¡Eres el hombre que la cuida y le sirve de sostén!
La seriedad del problema me desmoronó y dejándome caer sobre el sofá, pedí su consejo. Manolo midiendo sus palabras, me soltó:
-La mayoría de los hombres no lo dudaría. ¿Te parece tan horrible hacer feliz a una belleza sabiendo que al hacerlo te garantizas que jamás te fallará porque para ella no existirá nadie más que tú?
-Joder, ¡No puedo! Cada vez que se me acerca, pienso en mi hijo.
-Comprendo tu dilema pero me temo que te estás quedando sin tiempo. Cuanto más tiempo pase, más difícil te resultará tomar una decisión…
Como comprenderéis durante todo ese viernes no pude concentrarme en el trabajo, ¡Jimena me tenía paralizado! Por mucho que fuera atrayente saber que con un gesto cariñoso conseguiría que esa preciosidad se convertiría en mi amante, no podía olvidar que era su suegro. Por eso al salir de mi oficina, lo que menos me apetecía era volver a casa y enfrentarme con ella.
Asumiendo que no me quedaba más remedio que volver, llegué a casa. Al entrar, mi nuera no estaba en la planta baja y aprovechando su ausencia, me serví una cerveza para tomarla tranquilamente en el salón. El problema fue que al llegar a esa habitación, descubrí que la muchacha había dejado el cuadro que estaba pintado en la mitad. En él había plasmado a dos amantes haciendo el amor en una playa. Intrigado me acerqué y fue entonces cuando horrorizado, me reconocí como uno de los protagonistas y aunque no se la veía la cara a ella, no me costó identificar a mi nuera como la mujer que a la que estaba haciendo el amor.
« ¡Dios! ¡Somos nosotros!» exclamé mentalmente mientras dos gotas de sudor recorrían mi frente.
La confirmación que Jimena me veía como su hombre maximizó mi terror justo cuando haciendo su aparición, entró en la habitación diciendo:
-¿Te gusta?
No pude decir la verdad y ocultando el hecho que había descubierto que éramos los dos, contesté:
-Es muy sensual.
Muerta de risa y mientras se acercaba a darme un beso en la mejilla, respondió:
-Sé que es un poco fuerte pero desde que me desperté supe que debía de pintarlo.
No queriendo profundizar en sus razones, cambié de tema y le pregunté si quería salir a cenar a algún sitio pero ella, sonriendo, dijo:
-Prefiero que nos quedemos en “nuestra” casa. Necesito contarte la ruta que he diseñado para este verano.
No sé qué me causó mayor impresión; si el cuadro, que ya estuviera planeando ese viaje o en cambio que se refiriera a ese chalet como “nuestra” casa. Todos y cada una de esas detalles, reflejaban el mismo hecho: ¡Jimena daba por sentado que éramos pareja!
Durante la cena, mi nuera me fue desgranando las diferentes etapas de ese verano sin ahorrarse ningún detalle, las ciudades que visitaríamos, los kilómetros a hacer en cada jornada e incluso los hoteles donde dormiríamos mientras absorto en mis pensamientos, le respondía con monosílabos cada vez que me preguntaba.
En cuanto terminamos, despidiéndome de ella, hui a la soledad de mi habitación y tumbándome sobre la cama, encendí la televisión deseando que hubiera una serie que me hiciera olvidar aunque fuera momentáneamente la encrucijada en la que me hallaba.
No llevaba diez minutos acostado cuando escuché entrar a Jimena en la habitación ya vestida para dormir y sin pedirme opinión ni permiso como si fuera algo habitual, se metió entre las sábanas diciendo:
-¿Qué ves?
-Castle- respondí alucinado por la naturalidad con la que mi nuera tomaba el hecho de acostarse conmigo.
Ella, pegándose a mí, se puso a ver ese capítulo usando mi pecho como su almohada. Mi mente se puso a trabajar a cien por hora, intentando hallar una solución al problema. Lo de menos era sentir el calor de su cuerpo casi desnudo contra el mío, mi verdadero dilema era si sería capaz de vivir con la culpa de echarla de mi lado o en su lugar, si podría soportar la vergüenza de ceder a sus deseos.
Mientras tanto, Jimena se había quedado dormida.
“¡Qué bonita es la pobre!”, pensé en plan paternal al ver la placidez con la que dormía.
Reconocí al mirarla que amaba ya a esa cría pero también que me resultaría imposible verla alguna vez como mujer.
« ¡Es demasiado joven!», concluí sin caer en que por primera vez, había olvidado el hecho que también era mi nuera.
Cansado, apagué la tele e intenté dormir reconociendo que era agradable sentir brazo de Jimena sobre mi pecho. Deseando que al despertar todos mis problemas hubieran desaparecido, me sumergí en brazos de Morfeo. Mi descanso se tornó aún mas placentero al soñar con mi esposa. En mi sueño, sentí que María recorría con sus dedos mi pecho. Como tantas veces durante nuestro matrimonio, mi mujer comenzó a darme besos por el pecho mientras usaba sus manos para desabrochar mi pijama.
-Te deseo- exclamé aún dormido creyendo que era ella, la que en ese momento se deslizaba por mi cuerpo.
-Lo sé, mi amor- contestó una voz cargada de pasión que no reconocí como suya.
Abriendo los ojos descubrí que era Jimena, completamente desnuda, la que me estaba besando mientras su mano acercaba a mi entrepierna.
-¿Qué haces?- murmuré asustado.
Mi nuera miró satisfecha la erección de mi verga y levantando su mirada, contestó:
-Hacerte el amor.
Horrorizado, no supe o no pude reaccionar y por eso me la quedé mirando mientras ella profundizaba sus caricias. La lujuria que vi en los ojos de mi nuera era tan inmensa que quise detenerla diciendo:
-No es el momento.
Al oírme, paró un segundo y poniendo tono de puta, susurró en voz baja:
-No sabes cómo he soñado que me dejaras hacerte una mamada.
Dando por sentado que yo lo deseaba como ella, se deslizó hasta mi pene y con una dulzura sin par, se apoderó de él y usando sus labios comenzó a besarme el capullo.
-¡Jimena!
Mi chillido de auxilio para mi nuera fue la confirmación verbal de mi deseo y sacando su lengua recorrió con ella todo mi pene y mientras con una mano lo agarraba fuertemente y con la otra me acariciaba con ternura los testículos. Ese triple tratamiento y muy a mi pesar, consiguió su objetivo que no era otro que excitarme.
-Lo tienes hermoso, mi amor- dijo satisfecha al ver que mi miembro había alcanzado su tamaño máximo.
Tras lo cual empezó a lamerlo de arriba abajo sin dejar de masturbarme lentamente. Aunque resulte difícil de creer, en ese momento me embargaban dos sentimientos contrapuestos. Por un lado, estaba totalmente excitado pero por otro, estaba destrozado por no haber conseguido evitar que esa cría cumpliera sus deseos.
-¿Me amas?- preguntó con una sonrisa mientras me daba otro lametón.
Tardé en contestar porque no podía decirle que mi amor por ella era de otro tipo y no fue hasta que sentí que de sus ojos surgían un par de lágrimas de dolor cuando respondí:
-Sí.
Mi respuesta no era cien por cien mentira y siendo tan concisa, dudé que le sirviera pero Jimena al oírla pegó un grito de alegría y abriendo su boca, comenzó a meterse alternativamente cada uno de mis huevos sin dejar de masturbarme. Para entonces mi excitación era brutal. Deseaba que mi nuera culminara su felación con mi pene hasta el fondo de su garganta pero incapaz de exteriorizar mi deseo, la muchacha siguió jugando con mi miembro con sus manos.
-¿Quieres sentirla en mi boca?- insistió con lujuria en sus ojos.
No esperó mi respuesta y sin previo aviso, abrió sus labios y se la metió en la boca. El ritmo que imprimió a su mamada fue lento pero constante. Buscando maximizar mi locura, cuando veía que estaba muy excitado paraba durante unos instantes para acto seguido reiniciar la felación con mayor ardor.
-¡Me encanta!- reconocí derrotado mientras usando mis manos presionaba su cabeza contra mi pene.
Para mi nuera el hecho que encajara toda mi extensión en su boca fue el banderazo de salida y incrustándosela por entera hasta el fondo de su garganta, empezó a sacar y a meter mi verga sin quejarse. La precisión que demostró al hacerlo así como el calor y humedad de su boca, me hicieron temer que no tardaría en correrme.
« ¡Esto no está bien!», pensé mientras hacía acopio de toda mi fuerza de voluntad para no derramar mi simiente.
Jimena cada vez más segura de lo que estaba haciendo, aceleró la velocidad de su mamada y llevando una de sus manos a su sexo, se empezó a masturbar mientras me preguntaba excitada:
-¿Te gusta cómo te la mamo?
-Sí-confirmé con un chillido tanto su pregunta como mi claudicación.
Mi entrega lejos de satisfacerla, la azuzó y sin dejar de acariciar su clítoris con los ojos inyectados de deseo, me soltó:
-Te prometo que a partir de hoy no tendrás queja. Seré tuya cuando, donde y cuantas veces quieras.
Tras lo cual, izando su cuerpo, puso mi polla entre sus pliegues y dejándose caer, se empaló con ella lentamente. La nueva postura me permitió observarle de cara y descubrir tanto la dulce expresión de su rostro como sus pechos y sin pensar en lo que estaba haciendo, con mi lengua empecé a recorrer sus pezones.
-Siempre supe que te volverían loco mis tetas-gimió al sentirlo y terminando de llenar su conducto con mi pene, clavó sus uñas en mi pecho y me pidió que la amara.
No tardé en sentir que mi nuera empezaba a moverse sobre mí y aunque todavía me avergüenzo, reconozco que en ese instante olvide nuestro parentesco y disfruté al notar su vagina húmeda y a ella excitada. Sus gemidos se acuciaron mientras ella incrementaba el compás con el que usando mi verga acuchillaba su interior hasta convertirlo en vertiginoso.
-¡Me corro!- aulló teniéndome a mí dentro.
La presión que sus músculos ejercieron en mi miembro y los jadeos que salían de su garganta fueron la gota que derramó mi vaso y sin poder aguantar más exploté sembrando su interior. Agotada pero feliz, cayó sobre mí mientras su cuerpo sufría los últimos embates de su orgasmo.
Fue entonces cuando sin levantar su cara de mi pecho, confesó:
-¡No sabes cómo necesitaba que me hicieras el amor!
Desgraciadamente, sí lo sabía pero también que al acceder a ello, unía su destino al mío de por vida. Aunque Jimena tenía todo lo que me resultaba enloquecedor, no podía olvidar que era la viuda de mi hijo. Estaba todavía pensando en ello cuando abrazándome escuche que me decía:
-A dormir, ¡Tu mujercita necesita descansar!
Agradecí sus palabras y mientras el enanito que todos tenemos dentro me echaba en cara el haber disfrutado, mi nuera se quedó dormida desnuda entre mis brazos…
El primer día del resto de mi vida.
Al ser sábado, esa mañana mi despertador no sonó y sobre las nueve, me desperté con Jimena abrazada a mí. Recordando lo ocurrido y como mi nuera se había entregado a mí, no pude menos que arrepentirme de ello. Sabía que no había marcha atrás porque una vez había accedido, mi rechazo sería todavía más doloroso.
« ¡Cómo no lo vi venir!», me reclamé en silencio. « ¡Podía haberlo evitado!».
Maldiciendo mi poca voluntad, con cuidado aparté el brazo de mi nuera y sin despertarla, fui al baño con la esperanza que una ducha sirviera para borrar o aminorar en algo mi sentimiento de culpa. Ya bajo el chorro, mi mente se puso a divagar sobre aspectos más prácticos: Dando por sentado que estaba unido sin remedio a Jimena, ¿Debería hacerlo público o por el contrario mantenerlo en silencio? Había aspectos positivos y negativos en ambas opciones pero tras pensarlo bien, comprendí que esa cría necesitaba estabilidad y que para obtenerla, debían de saberlo la gente de nuestro entorno.
« ¡Qué vergüenza!», exclamé al pensar que debería plantarme ante la familia y demás amigos para contarles que la viuda de mi hijo era mi mujer.
Estaba todavía reconcomiéndome con esos prejuicios sociales cuando hoy que con un grito desgarrador la cría preguntaba por mí:
-Tranquila estoy en el baño- respondí mientras me preguntaba que le pasaba a esa loca.
No habían trascurrido más que un par de segundos cuando vi a Jimena entrando por la puerta con su cara desencajada. Al verme, preguntó llorando:
-¿Por qué no me has despertado?
-Me dio pena, quise que descansaras- respondí.
Esa mentira la tranquilizó pero aún con su voz cargada de tristeza, me confesó:
-Al abrir los ojos y ver que no estabas, me temí que te hubieses arrepentido de hacerme tu mujer y me hubieses dejado.
La tremenda angustia de su rostro me obligó a, forzando una sonrisa, contestar:
-Nunca te dejaré.
Al escuchar mi respuesta, la expresión triste de su cara mutó en alegría y mientras abría la puerta de la ducha, me dijo riendo:
-Te amo y quiero hacerte feliz.
La picardía que lucía en sus ojos me hizo comprender sus intenciones y si me quedaba alguna duda, desapareció cuando se empezó a acariciar las tetas y a pellizcarse los pezones mientras me retaba. Incapaz de retirar mi mirada, intenté complacerla diciendo:
-¡Eres preciosa!
Totalmente feliz al descubrir en mi cara la fascinación que sentía por su juvenil cuerpo, se cogió ambos senos con sus manos y mostrándomelos como si fueran un trofeo, me soltó:
-Dime amor, ¿Te gustan mis tetas?
Creo que fue entonces cuando cayó mi careta y reconocí que esa mujer me gustaba y que no era tan mala la idea de pasar mi vida con ella. Por eso, contesté:
-Mucho, me encantan.
Entonces comportándose como una niña traviesa, dando una vuelta completa sobre el plato de la ducha, me modeló antes de preguntar:
-¿Y qué parte de mi te gusta más?
-El culo- admití tras valorar rápidamente toda su anatomía.
Para entonces y asumiendo que esa muchacha sería parte de mi vida, me sorprendió percatarme que estaba excitado y que entre mis piernas mi pene estaba erecto. Jimena al comprobar que su exhibición había incrementado mi calentura, se rio y me abrazó. La suavidad de su piel desnuda fue suficiente para que mi miembro alcanzara de golpe toda su extensión.
-¡Mi amorcito está bruto!- dijo al notar la presión que ejercía contra su pubis.
En plan defensivo, contesté soltando una burrada que nunca había dicho a ninguna mujer:
-¡Y eso te gusta! ¿Verdad? ¡Putita mía!
Mi insulto aunque la sorprendió en un principio, consiguió azuzarla y creyendo que era parte de un juego, dotando a su voz de un tono burlesco, me retó diciendo:
-¡No tienes dinero para pagarme!
Mi respuesta fue atraerla hacía mí y agachando mi cabeza, apoderarme de uno de sus pezones con mis dientes mientras le decía:
-¿Tú crees?
Satisfecha porque mamara de su pecho sin pedirle permiso, aun jugando se quejó:
-¡Para! ¡No has pagado mi precio!
Ya lanzado le pregunté qué quería, mientras masajeaba su otra teta.
-¡Prométeme que haremos ese viaje!
-Hecho- respondí a la par que la mano que me quedaba libre iba bajando por su cuerpo.
Jimena soltando una carcajada me dejó claro que había ganado esa nueva batalla y sorprendiéndome nuevamente se arrodilló frente a mí y cogió mi verga entre sus manos, diciendo:
-Ahora me toca a mi pagar- y sin dejar de sonreir, me obligó a separar las piernas.
De pie en mitad de la ducha, observé que la chiquilla se ponía a lamer mi extensión antes de metérselo lentamente en la boca, presionando con sus labios cada centímetro de mi miembro mientras lo hacía.
-¡Me saldrás carísima!- grité emocionado por su maestría ya que Jimena me estaba demostrando ser una autentica devoradora.
Con una sensualidad total, se engulló toda mi extensión y no cejó hasta sumergirla hasta el fondo de su garganta, para nada más terminar, empezar a sacarla y a meterla con gran parsimonia. Viendo que la pasión ya me tenía dominado, se sacó la polla y con tono pícaro, preguntó:
-¿Te gusta cómo te la mama tu putita?
-Sí- gemí mientras me apoyaba con las manos en la ducha.
Satisfecha por mi respuesta, se volvió a embutir toda mi extensión y esta vez, no se cortó, dotando a su cabeza de una velocidad inusitada, buscó mi placer como si su vida dependiera de ello.
-¡Dios!- exclamé al sentir el tratamiento que daba a mi pene con su boca, -¡Vas a conseguir que me corra!
Al oírlo, buscó su recompensa con mayor ahínco pero fue cuando mi pene exploto en su interior cuando sus mamada se volvió frenética y recogiendo con su lengua todo mi esperma lo fue devorando al ritmo en que lo derramaba sobre su boca. Fue tal su obsesión no paró en lamer y estrujar mi sexo hasta que comprendió que lo había ordeñado por completo y entonces, mirándome a la cara, me dijo:
-¡Nunca me cansaré de su sabor!
Esa promesa me confirmó que con mi nuera mi vida estaría al menos bien cubierta desde el punto de vista sexual y por eso la levanté para besarla pero al ver sus pechos mojados no pude evitar hundir mi cara en ellos. Jimena al sentir mi lengua recorriendo sus pezones, empezó a gemir mientras trataba con sus manos reavivar mi alicaído miembro.
Una vez mi sexo había recuperado su dureza, mi nuera hizo algo que me dejó sin habla, dándose la vuelta, separó sus nalgas y con un extraño brillo en sus ojos, me confesó:
-Llevo toda la noche sabiendo que debo ser completamente tuya y nunca lo seré hasta que hayas usado mi culito.
La seriedad con la que lo comentó me obligó a bajar la mirada y fue entonces cuando descubrí que o mucho me equivocaba o nadie había horadado esa entrada. Intrigado le pregunté si era virgen.
-Nadie lo ha usado por eso quiero entregártelo a ti.
Saber que sería el primero, me hizo caer de rodillas ante tanta belleza y tímidamente usé mi lengua para ir acariciando los bordes de su ano. Jimena al experimentar esa húmeda caricia, gimió de placer y llevándose una mano a su coño, empezó a masturbarse sin dejar de suspirar. Su entrega me dio alas y ya necesitado de disfrutar de su trasero, forcé ese agujero con mi lengua y empecé a follarla mientras mi nuera no paraba de gozar.
-¡Te amo!- chilló descompuesta al experimentar la nueva sensación.
Azuzado por sus gritos, usé una de mis yemas para relajar su ojete. La forma en que berreó al sentirlo me hizo comprender que le gustaba y metiendo lo hasta el fondo, comencé a sacarlo mientras Jimena se derretía.
-¡Tómame!- aulló apoyando su cabeza sobre los azulejos de la pared.
Su grito me hizo olvidar toda precaución y cogiendo mi pene en la mano, me puse a juguetear con mi glande en esa entrada trasera mientras le preguntaba:
-¿Estás segura? ¡Te va a doler!
Sin dudar, me respondió que sí. Su seguridad permitió que con lentitud forzara por vez primera su culo con mi miembro. La muchacha absorbió centímetro a centímetro mi verga sin quejarse y solo cuando sintió que había rellenado con ella su conducto, se permitió quejarse diciendo:
-¡Me duele! ¡Pero sigue! ¡Necesito dártelo!
Intentando no incrementar su dolor, esperé a que se acostumbrara a esa invasión mientras acariciándole los pechos la consolaba. Fue mi propia nuera quien en silencio movió sus caderas, dejando que el miembro que tenía incrustado se deslizara lentamente por sus intestinos. La presión que ejercía su esfínter se fue diluyendo a medida que su dolor desaparecía y era sustituido por el placer.
Al advertirlo y notar que todo su cuerpo estaba disfrutando, Jimena me pidió que la siguiera empalando mientras su mano masturbaba con rapidez su ya hinchado clítoris. Producto de todas esas sensaciones, la muchacha sintió que su cabeza estaba a punto de estallar y en voz en grito me informó que se corría. Su berrido fue el detonante de mi propio orgasmo y afianzándome con las manos en sus pechos, dejé que mi pene regara con mi simiente sus intestinos.
Exhausto, me dejé caer sobre la ducha y entonces, Jimena sentándose sobre mí, me besó tiernamente mientras me decía:
-¡Contigo todo es maravilloso! – y susurrando en mi oído, prosiguió diciendo: – Para esta noche quiero que pienses que te apetece que tu mujercita te haga.
Su descaro y la promesa que eso encerraba, me hizo reconocer que con ella mi vida iba a dar un cambio y solo deseé que fuera para bien.
« Como dice Manolo: ¡Cualquier hombre desearía tener una mujer como Jimena!» pensé tratando de convencerme de que tenía que aceptar esa nueva realidad.
En ese instante, la que ya consideraba mi pareja, me volvió a demostrar su disposición para hacerme feliz, diciendo:
-Vuelve a la cama mientras te preparo un desayuno fuerte con el que puedas afrontar el esfuerzo.
-¿Qué esfuerzo?- pregunté.
Muerta de risa, contestó:
-No creerás que estoy satisfecha con este polvo. Llevaba tanto tiempo sin que me hicieran el amor, ¡Qué me ha sabido a poco!
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Relato erótico: «Mi nuera me preguntó si podía hacerme una mamada 2» (POR GOLFO).
Eran más de las once y Jimena y yo todavía seguíamos en la cama. Habiendo olvidado que éramos suegro y nuera, nos habíamos dejado llevar por nuestra pasión y por eso cuando Manolo me llamó, ella seguía entre mis brazos.
Ese amigo que era a la vez el psiquiatra de Jimena estaba preocupado por si había tomado alguna decisión. Un tanto cortado le respondí que en ese momento no podía hablar. Para los que no habéis leído la primera parte de este relato debéis saber que con anterioridad a nuestro desliz, me había avisado del difícil equilibrio mental de la viuda de mi hijo y de la fijación que estaba experimentando por mí:
-¿La tienes ahí?- me soltó comprendiendo que no estaba solo.
-Así es- respondí.
Al escuchar mi respuesta, se quedó pensando un momento tras lo cual insistió:
-¿Te has acostado con ella?
Colorado e incómodo, reconocí a Manolo lo que había hecho y curiosamente, mi amigo lejos de enfadarse únicamente comentó:
-Os invito a comer. Quiero hablar con los dos.
Más que una invitación era una orden y no queriendo que por ningún motivo, el estado psíquico de Jimena se viera perjudicado por mis reparos, acepté colgando la comunicación.
-¿Quién era?- dijo mi nuera con una sonrisa.
-Manolo, hemos quedado en comer en su casa.
Curiosamente, esa cría ni siquiera preguntó para qué y dando por sentado que iba a ser una reunión de amigos, me preguntó cómo era la esposa de su psiquiatra. Al responderla que era la típica ama de casa, amante de su marido, se rio y me dijo:
-Entonces nos llevaremos bien, no me gustaría descubrir que te anda seduciendo.
-Estás loca. Además de no ser mi tipo, es la mujer de un amigo- le contesté mientras todos los vellos de mi cuerpo se erizaban al asumir que tal como me dijo Manolo, Jimena se comportaría con unos celos enfermizos.
-Y ¿Cómo es tu tipo?- insistió mi nuera.
Comprendí que estaba tanteando el terreno y que esa pregunta me la había hecho en realidad para que le contestara que era ella la que realmente me gustaba. Un poco mosqueado por su actitud, decidí darle un pequeño escarmiento y mirando su pelo castaño, le solté:
-Las rubias.
Mi respuesta la sacó de las casillas y con un cabreo de narices, se levantó de la cama sin dignarse siquiera a mirarme. Para terminarla de joder, solté una carcajada. Mi nuera al oírme, pegando un portazo, se encerró en el baño y no salió de él por mucho que intenté disculparme diciéndole que era broma.
-¡No te quiero ni ver! ¡Vete!- contestó llorando desde dentro.
Al ver su intransigencia, no me quedó otra que irme a la cocina a desayunar mientras esperaba a que se le pasase el berrinche para hacer las paces con ella. Desgraciadamente el cabreo de la muchacha era tal que en cuanto pudo me dio esquinazo y salió huyendo sin darme oportunidad de hablar con ella….
Jimena desaparece toda la mañana y vuelve cambiada.
No tuve noticias de mi nuera hasta la una y media cuando ya estaba preocupado porque desde que había tenido la crisis nerviosa, Jimena siempre me avisaba de lo que iba a hacer o donde estaba. Al no ser normal que desapareciera durante tres horas, estaba ya de los nervios pensando que había hecho alguna tontería y por eso cuando escuché abrirse la puerta del garaje, salí a ver en que estado llegaba.
Conociendo el débil equilibrio mental de mi nuera me esperaba cualquier cosa, desde que llegara borracha a que siguiera reusando hablar conmigo pero lo que nunca preví fue que la mujer a la que abriera la puerta del coche fuera una despampanante rubia:
-¿Qué has hecho?- pregunté al ver que se había teñido y que su melena negra había desaparecido.
Con una sonrisa de oreja a oreja, respondió:
-¿Te gusto más ahora? Como me dijiste que te gustaban las rubias, he decidido complacerte-. Su respuesta de por sí clarificadora me dejó helado cuando me modeló su cambio de look, diciendo: – Mira lo que he comprado para ti, ¡un tanga rojo!
Sin llegar a entrar en la casa y todavía en el garaje, meneando su pandero, se bajó los pantalones para mostrarme satisfecha la ropa interior que se había comprado. Su descaro me hizo reír y dando un sonoro cachete en una de sus nalgas, le comenté que llegábamos tarde a la comida con Manuel, olvidando aunque fuera temporalmente esa transformación.
Ya en el coche, Jimena me dio más claves que le habían llevado a cambiar completamente su apariencia al decirme:
-Amor, no sabes lo feliz que soy desde que vivo contigo. Cuando murió tu hijo creí que mi vida había terminado pero gracias a ti, tengo un futuro. Si algo no te gusta de mí, dímelo y cambiaré.
Racionalizando sus palabras, me quedó claro que mi nuera veía natural adaptarse a mis gustos como medio de mantener nuestra relación pero de un modo enfermizo. Por eso, respondí:
-No necesito que cambies, me gustas tal y como eres.
La alegría desbordada de la muchacha al oír mi respuesta me confirmó que había un problema sobretodo porque sin venir a cuento, me soltó:
-¿Te apetece que hagamos el amor?
Calculando la frase no fuera a ver en ella un rechazo, respondí:
-No creo que sea lo más adecuado, estamos en el coche y llegamos tarde.
Muerta de risa, contestó:
-Por eso no te preocupes- y poniendo cara de putón desorejado, descojonada prosiguió diciendo mientras llevaba sus manos a mi bragueta: – Tú conduce.
Antes de que pudiese reaccionar, Jimena obviando que estábamos en mitad de la calle se puso de rodillas sobre su asiento y sacando mi verga de su encierro, la comenzó a acariciar con ternura. Mi pene reaccionó irguiéndose y ella al verlo pasó su lengua sobre las comisuras de mi glande mientras ronroneando me decía lo mucho que me amaba, para acto seguido, con una sensualidad imposible de describir, irse introduciendo lentamente mi sexo en su boca.
-Estás loca- comenté ya excitado.
Durante un segundo alzó su vista para comprobar que me gustaba y al verificar que no ponía reparos, se lo volvió a meter. La lentitud con la que lo hizo, me permitió experimentar la tersura de sus labios al recorrer mi pene. Imbuida en su papel, Jimena no cejó hasta que consiguió que su garganta absorbiera por completo toda mi extensión. Una vez lo había conseguido, sacando y metiendo mi polla de su boca, comenzó un lento vaivén.
Mi nuera viendo que la excitación me dominaba, aceleró la velocidad de su mamada mientras con sus dedos masajeaba mis testículos. Para entonces reconozco que me costaba seguir conduciendo ya que la cadencia que estaba imprimiendo a su boca era brutal y eso dificultaba el concentrarme en otra cosa que no fuera sus maniobras. Coincidiendo con un semáforo, no pude seguir reteniendo mi placer y avisándola, me derramé en su interior. Jimena al sentir las explosiones de mi pene sobre su paladar, incrementó más si cabe el ritmo y no se quedó contenta hasta que consiguió extraer la última gota de mi sexo.
Entonces y con un brillo extraño en sus ojos, me dijo:
– A tu mujercita le pone cachonda tu sabor- y acomodándose en su sitio, separó sus rodillas mientras metía una de sus manos por dentro de su pantalón. Mi cara de sorpresa la hizo reír y no satisfecha con ello, mojó uno de sus dedos en su sexo y descaradamente se lo chupó mientras me guiñaba un ojo, diciendo: -¿te importa que tu zorrita se masturbe?
-Para nada- respondí nuevamente excitado con la idea de verla satisfaciendo sus necesidades.
Jimena no se hizo de rogar y llevando su mano a uno de sus pechos, pellizcó su pezón sin dejar de gemir. Con las manos en el volante, fui testigo como separaba los pliegues de su sexo y con dos dedos torturaba su botón, concentrando así toda su calentura en su entrepierna.
-Necesito correrme- gritó como pidiendo mi permiso.
No contesté al estar alucinado por la furia con la que mi nuera empezaba a masajear su clítoris. Dominada por la lujuria, la muchacha convulsionó sobre el asiento mientras con la otra mano se acariciaba los pechos. El elevado volumen de sus gemidos terminó por acallar la canción de la radio y entonces con la melodía de sus aullidos llenando el habitáculo del coche, se corrió sobre su asiento. Al terminar y mientras se cerraba el pantalón me dio un beso y dijo:
-Gracias amor, por darme tanto placer.
Aunque su orgasmo casi coincidió con nuestra llegada a casa de Manolo, tuve tiempo de analizar lo que me había dicho y entonces con mis nervios a flor de piel comprendí que en su mente el placer iba unido a mí y por eso incluso adjudicaba a mi autoría, lo que acababa de sentir.
Mi amigo, que como sabéis era su psiquiatra, fue quien nos abrió la puerta y al ver que se había cambiado el color del pelo, le comentó que estaba muy guapa. Jimena al escuchar el piropo, le contestó:
-Muchas gracias. Fue Felipe quien me lo insinuó.
Manolo, que no era tonto, no dijo nada y esperó a presentarle a su esposa para que aprovechando que se la llevaba a mostrarle el piso, preguntarme si era eso cierto.
-Para nada- respondí. –Cuando me preguntó cómo era el tipo de mujer que me gustaba, le contesté de broma que rubias y ella al escucharlo, se fue directo a la peluquería a teñirse la melena.
-Típico en las personas con su trastorno- comentó entre dientes.
-¿Qué trastorno?- escandalizado exclamé.
-Joder, Felipe, ¡pareces tonto! Mira que te avisé de lo que se te avecinaba y olvidando mi advertencia, te acuestas con ella. Tu nuera sufre un trastorno de personalidad dependiente emocional y hará todo lo que le mandes para evitar tu rechazo.
-Manolo, ¡Qué no se lo pedí!- protesté aun sabiendo que no era injustificada esa reprimenda.
-¡No entiendes! Para Jimena, una sugerencia, un deseo o una insinuación por tu parte es una orden que no puede evitar cumplir- comentó y para darle mayor énfasis a su posición, me dijo: -Solo por complacerte, aceptaría de buen grado hacer cosas que de otro modo nunca realizaría. Tu nuera, o mejor dicho, tu pareja siente una necesidad excesiva por ti y buscará tu aprobación cueste lo que le cueste.
-¡No será para tanto!- contesté no muy seguro.
-Es peor de lo que te imaginas. Veras como esa cría terminará asumiendo tus propios gustos con una naturalidad total. Si no me crees, piensa en algo que sepas que no le guste y coméntale que a ti sí.
Como esa prueba era inocua, decidí hacer la comprobación en cuanto volvieran de dar la vuelta por la casa. Recordando que nunca le había gustado la cerveza al llegar, le comenté a la mujer de Manolo:
-María, ¿no tendrás una cerveza bien fría? Hace calor y nada mejor que una para combatirlo.
Os juro que se me erizó hasta el último vello de mi cuerpo al escuchar a mi nuera pedir que le trajera otra a ella. La inmediatez con la que confirmó los síntomas de su problema mental me dejaron hecho mierda y por ello, llevando a Manolo a un rincón le pregunté qué era lo que podía hacer.
-Lo primero, ¡No abuses! Aunque ahora parecerá una exageración, te será muy fácil dejarte llevar y poco a poco, ir moldeándola a tu gusto. Lo quieras o no, a ti también te resultará natural ir ejerciendo tu autoridad sobre ella invadiendo todos sus recodos. Te advierto, no caigas en un dominio absoluto. Ninguno de los dos sería feliz.
El sentido común que manaba de sus palabras me hizo tomar nota mentalmente de sus consejos y de esa forma supe que debía de forzarle a tomar sus decisiones para que no adoptara las mías como propias, así como, intentar reforzar su autoestima.
Entre tanto, Jimena y María habían hecho buenas migas. Se notaba que la esposa del psiquiatra debía estar al tanto de lo peculiar de nuestra relación porque no hizo ningún comentario y aceptó como normal tanto el parentesco que nos unía como nuestra diferencia de edad. Solo metió la pata cuando en mitad de la comida, le dijo:
-Y niña, ¿Cómo es eso de vivir con tu suegro?
De muy mala leche, Jimena le contestó:
-Felipe era mi suegro, ahora aunque todavía no nos hayamos casado es mi marido.
Su psiquiatra intervino, calmando la tormenta, al decir:
-Y nos alegramos por los dos. Se nota que estáis hechos el uno para el otro.
Sonriendo de oreja a oreja, soltó un grito de alegría, diciendo:
-¿Verdad que si? Desde que me rescató en el hospital, supe que debía dedicar mi vida a hacerle feliz.
Puede advertir el disgusto de su médico antes de contestar:
-Jimena, debes de pensar en ti en primer lugar. Felipe es una buena persona pero tú también y por eso no te costaría encontrar a otro que te quisiera.
La indignación con la que recibió ese consejo fue total y agarrando su bolso, dejó plantado al matrimonio. Alucinado, pedí perdón a mis amigos y corrí tras ella. Al alcanzarla en el coche, se lanzó a mis brazos llorando mientras me decía:
-Júrame que nunca me dejarás sola.
Me quedé mudo al notar su dolor y besándola con cariño, le prometí amor eterno…
La dependencia de Jimena empeora.
Esa tarde al llegar a nuestra casa me tuve que multiplicar para consolarla. Su estado de tristeza la llevó a pasarse berreando durante horas mientras yo permanecía a su lado sin saber qué hacer. Los sollozos de mi nuera se prolongaron tanto tiempo que al final consiguieron sacarme de mis casillas y creyendo que lo que necesitaba Jimena para dejar atrás sus lamentos era una buena ración de sexo, le fui desabrochando su camisa mientras le decía:
– Voy a demostrarte lo mucho que te quiero.
Mis palabras fueron el empujoncito que esa niña necesitaba para dejar de llorar y con sus mejillas al rojo vivo, me miró como el que admira a su salvador. Al observar su reacción, ralenticé mis maniobras mientras llevaba una de mis manos a sus piernas.
-Ummm- gimió separando sus rodillas al notar mi caricia en sus muslos.
Para entonces los pezones de esa mujer estaban duros como piedras y mordiéndose el labio, me miró pidiendo que la amara. Viendo que la calentura que la embriagaba era patente, terminé de despojarle de su blusa sin que ella hiciera nada por impedirlo.
Su entrega me terminó de convencer y abriendo su sujetador, le dije:
-Tienes unos pechos preciosos.
Con los ojos inyectados de lujuria, se removió inquieta sin dejar de mirarme mientras unas gotas de sudor hacían su aparición en su rotundo escote. Sabiéndome al mando, recogí ese sudor de entre sus tetas y llevándomelo a mi boca, susurré en su oído:
-Abre tus piernas, putita mía.
Mi dulce insulto la terminó de excitar y queriéndome agradar, separó sus rodillas dándome libre acceso a su entrepierna. Sabiendo su necesidad de cariño, no dejé de susurrarle lo bella que era mientras le quitaba el pantalón, dejando solamente su ropa interior.
Jimena, excitada tanto por mis lisonjas como por mis toqueteos, quiso quitarse el tanga para dejar su sexo a mi alcance. Deseando que esa noche fuera inolvidable, se lo impedí y deslizándome por su cuerpo, fui dejando un húmedo rastro sobre sus pechos mientras bajaba.
-Hazme tuya- suspiró ya entregada al notar que me aproximaba a su entrepierna.
La que hasta hacía apenas unos días era solo mi nuera suspiró al sentir mi mano deslizándose por su piel hasta que llegar a su trasero. Y al notar mis yemas acariciando sin pudor sus nalgas, gritó llena de placer mientras su coño se encharcaba, Al comprobar su necesidad, sonreí y con delicadeza separé sus rodillas dejando a mi alcance su coño todavía oculto por un tanga rojo.
-Quiero que disfrutes- dije mientras comenzaba a mordisquear su vulva por encima de la tela.
Jimena al notar mis dientes jugueteando con su sexo, suspiró y ya como en celo, me rogó que me diera prisa. Cómo gracias a mis años, sabía que una mujer disfruta más cuanto más lento la aman, contrariando mis deseos me entretuve jugueteando con los bordes de su botón sin llegar a quitar esa braguita.
Completamente excitada, presionó con sus manos mi cabeza en un intento de forzar el contacto de mi boca contra su ya erecto clítoris. Al percibir su calentura, decidí prolongar su sufrimiento y separando con mi lengua la tela colorada, dí un lametazo a su sexo mientras le decía:
-Cuando termine esta noche contigo, no te podrás ni sentar.
Tras lo cual deslicé su tanga por sus piernas, dejando al descubierto su depilado sexo.
-Por favor, ¡fóllame ya!- chilló descompuesta.
Fue entonces cuando los dedos de mi nuera se apoderaron de su clítoris y compitiendo con mi boca, se me empezó a masturbar. Satisfecho al percatarme que estaba a punto, usé mi lengua para penetrar en su entrada y mientras saboreaba su flujo, pasé un dedo por su esfínter deseando darle uso.
-Me corro- gritó en cuanto sintió que empezaba a relajar su ojete con suaves movimientos circulares.
Ese triple estimulo, mi lengua en su sexo, sus dedos masturbando su clítoris y el dedo en su culo fueron un estímulo excesivo y llegando al orgasmo, comenzó a dar tantos alaridos que de tener vecinos hubiesen llamado a la policía.
-Tranquila, zorrita- mascullé mientras unía otro dedo al que ya se encontraba en su trasero y sin dejar de usar mi lengua para recoger parte del fruto que manaba de su interior.
-¡No aguanto más!- chilló al sentir que una a una sus defensas se iban hundiendo ante mi ataque.
Sin apiadarme de ella seguí metiendo y sacando mi lengua de su interior hasta que con lágrimas en los ojos me suplicó que la tomara. Solo entonces y mirándola directamente a los ojos, forcé su coño de un solo empujón.
-¿Te gusta ser mía? Mi querida guarrilla- pregunté al sentir su flujo recorriendo mis piernas.
-¡Sí!- ladró convertida Jimena en mi perra.
Ya teniéndola en mi poder, imprimí a mis caderas una velocidad creciente, apuñalando sin descanso su sexo. Dominada por la lujuria mi nuera respondió a cada una de mis incursiones con un berrido.
-¡No pares de follarme!- chillaba sin parar.
La entrega que me demostró, rebasó en mucho mis previsiones y viendo que estaba a punto de eyacular, recordé que no me había puesto un condón. Al sacársela y abrir el cajón de mi mesilla protestó intentando que volviera a introducirla en su interior.
-Espera, no quiero dejarte embarazada- dije mientras me lo ponía.
Pero entonces con un histerismo atroz me tumbó sobre la cama y poniéndose a horcajadas sobre mí, me quitó el preservativo mientras decía:
-Yo sí quiero.
Su cara era la de una loca y eso me impidió reaccionar cuando usando mi pene como lanza, se empaló una y otra vez hasta que no pude aguantar más y esparcí mi simiente por su fértil vientre. Mi coincidió con el suyo. Su coño se abrazó a mi polla como una lapa y Jimena disfrutó de mis cañonazos con una expresión de felicidad que me dejó aterrado. Ya agotada se quedó abrazada a mí. La sonrisa de sus labios me dejó claro que en ese momento mi nuera soñaba con la posibilidad de haberse quedado en cinta.
La dejé descansar durante cinco largos minutos y viéndola ya repuesta, supe que tenía que hablar con ello de lo que acababa de suceder. A mi edad, lo último que me apetecía era volver a ser padre y por eso midiendo mis palabras, quise que me contara porque deseaba que la embarazara.
-Amor mío, darte un hijo me haría la mujer más feliz del mundo tuyo – respondió con tono alegre: -¿Te imaginas? ¡Un bebe nuestro al que cuidar!
Mintiendo descaradamente contesté abusando de lo que sabía de su trastorno:
-Me encantaría pero ahora no es el momento. Primero quiero disfrutar de mi nueva esposa y te necesito las veinticuatro horas del día para mí.
Mis palabras la convencieron al encerrar una confesión de dependencia que no sentía y haciendo un puchero, respondió:
-Tienes razón, Cariño. Los niños pueden esperar.
El oírla hablar en plural de nuestra descendencia me obligó a preguntar cuántos quería tener. Jimena se quedó haciendo cálculos durante unos segundos:
-Cómo tengo veintitrés años me da tiempo de tener… ¡Doce chavales!
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Relato erótico: «El club 1+2 » (POR BUENBATO
Eliseo se sentía como una especie de forastero en su hogar. Había decidido, tras el divorcio de sus padres, quedarse a vivir con su madre pero no imagino que esta iba a volverse a casar tan pronto con alguien más. Desde hacía tres años había tenido que soportar el vivir, no tanto con su padrastro, sino con sus irritantes hermanastras, Blanca y Pilar. Blanca era un año menor que Eliseo e iban juntos en el mismo colegio; la rivalidad entre ambos no tenía sentido para Eliseo pero para la chica era una forma de vida. Pilar, dos años menor que su hermana, simplemente la imitaba.
A Eliseo le faltaba poco menos de dos años para terminar el bachillerato e irse de aquella casa a estudiar pero por lo pronto no era más que una especie de patiño de sus molestas hermanastras. Sin embargo, tampoco se mortificaba tanto y era feliz; salía constantemente y se la pasaba platicando con Santino, su mejor amigo. Santino tenía otra suerte respecto a las hermanas, tenía una, gemela, y ambos se llevaban de maravilla.
– Deberías entender – decía Santino – que en realidad les caes muy bien a tus hermanas, es solo que les da temor hacértelo saber.
– Te equivocas – repelía Eliseo – ni son mis hermanas y ambas son insoportables.
– Bueno, yo te lo he dicho, no me quieres entender. Como sea, hay que aprovechar que se suspendió la clase y terminar de una buena vez la exposición de mañana.
– No te preocupes; es más, ya hice la mitad de las diapositivas.
Eliseo llego cansado a su casa; era una casa grande, fruto del trabajo conjunto de su madre y su padrastro y realmente le gustaba. Estaba feliz de haber salido más temprano del colegio, de modo que llego y tomó una soda del refrigerador; se sentó en el sofá a descansar un poco puesto que en tres horas debía ir a recoger a Pilar de sus clases de ingles.
Terminando su soda y tras ver un rato el televisor se sorprendió de no haber recibido hasta ese momento ningún insulto de Blanca que a esa hora normalmente estaría viendo la televisión justo donde él se encontraba sentado.
Le dieron ganas de orinar por lo que subió al baño que se encontraba en el segundo piso; no llevaba la mitad de los escalones cuando un extraño sonido lo hizo detenerse. Siguió subiendo, lentamente, mientras sus ganas de orinar se esfumaban y aquel sonido tomaba forma. Era un sonido como gemidos, como los que se escuchan normalmente en una película pornográfica.
Llegó al pasillo y el sonido se escuchó venir claramente del cuarto de sus hermanas; las cosas se le aclararon: su hermana Blanca era guarra que diariamente llegaba a casa a ver pornografía en internet. No se asomó a comprobarlo sin antes ir silenciosamente a su cuarto y tomar la videocámara, a su padrastro le iba a ajustar ver las cochinadas que su hija ve cuando nadie está.
Encendió la videocámara en el cuarto para no despertar la atención de Blanca; en silenció se acercó de nuevo a la entrada del cuarto y se alegró de ver que la chica ni siquiera se había tomado la molestia de cerrar la puerta. Listo y preparado asomó con lentitud la cámara hasta que por fin la enfocó hacia donde se encontraba la computadora de sus hermanastras.
Lo que vio no era lo que esperaba, la sangre de Eliseo se congeló apenas miró aquella escena. Efectivamente, Blanca estaba mirando pornografía por la Internet pero no todos los gemidos provenían de las bocinas. La chica miraba desde su cama, posada en cuatro, el video al tiempo que un plátano de tamaño medio salía y entraba de su vagina. La fruta parecía devorada hasta la mitad por los tiernos y rosas labios de la chica cuyo cuello se contorneaba de placer. Eliseo tuvo el impulso de irse pero decidió quedarse ahí; sin perder tiempo aumentó el zoom de la cámara y grabó a detalle aquella escena. Era obvio que no se la enseñaría nunca al padre de la chica pero aquello había pasado de una travesura de hermanos a una situación bastante erótica.
Eliseo, hombre al fin, no pudo evitar que una enorme erección llenara su pantalón. Y es que la escena era simplemente insoportable; por más que su hermanastra fuera irritante no dejaba de ser una muchacha bastante hermosa. Ni siquiera se había quitado la ropa; la falda del uniforme de su escuela estaba echada sobre su espalda, mostrando las suculentas carnes de sus nalgas; más abajo, sus rosadas bragas apenas habían llegado a sus rodillas, como si apenas llegando del colegio estuviera ansiosa por meterse lo que fuera en el coño, aunque fuera un plátano.
En la computadora corría el video pornográfico de la escena de una orgia; la chica parecía gemir en coro con las actrices mientras no paraba de sacar y meter lentamente el plátano de su coño. Eliseo estaba excitado pero también nervioso de no saber si en cualquier momento su hermanastra voltearía a ver como él la videogrababa. Pero por lo pronto eso no sucedía y la verga del muchacho parecía volverse loca con semejante escena.
De pronto, los gemidos de la chica estallaron en grititos y su cuerpo se retorció de placer; Eliseo pudo comprender que Blanca se había provocado un tremendo orgasmo. Tras unos segundos la muchacha se calmó y cayo rendida y exhausta sobre la cama.
Eliseo no supo qué hacer, su hermanastra aun no se daba cuenta de que era observada, y tras meditar un poco y armándose de valor tomo una decisión.
– Ya vi quien se está acabando los plátanos – dijo en voz alta, con el comentario más jocoso que pudo ocurrírsele.
Blanca volteó inmediatamente y su piel se enchino totalmente mientras sus ojos parecían salírsele de la sorpresa; se levantó gritando de la cama con tal brusquedad que sus bragas se salieron de sus piernas y fueron a caer a varios metros. Se dirigió bastante enojada a su hermanastro mientras se abrochaba su camisa de la escuela y tapaba su coño con la falda; se dirigía a golpear con todo su odio a Eliseo pero se detuvo horrorizada al ver que este había grabado todo. Completamente avergonzada cerró la puerta de golpe y Eliseo solo quedó afuera, en el pasillo, escuchando los gritos, insultos, lamentos y lloriqueos de la pobre muchacha.
Eliseo despertó de aquella situación de incertidumbre y se dirigió directamente a su cuarto; cerró con seguro y encendió rápidamente su computadora. Descargó todos los videos en el disco duro y los reprodujo; de nuevo se proyectaba en la pantalla la escena erótica que jamás hubiera creído ver. Su pene volvió a erigirse sin más opción; Eliseo nunca se había puesto a pensarlo pero su hermanastra era simplemente hermosa, tenía un cuerpo espectacular además de la belleza que su edad le proporcionaba. El abdomen de la muchacha era suave pero estilizado con un culo redondo y bien erigido además de una piel clara que se adivinaba suave a la vista y un rostro hermoso con una pequeña nariz chata y redonda y unos labios gruesos, unas orejas pequeñas con unos lóbulos carnosos y un cabello largo, rizado y negro como sus ojos.
Eliseo ni siquiera se dio cuenta cuando su mano ya masturbaba sobre sus pantalones a su ansioso pene. Sacó su verga y se la masajeo con toda libertad mientras veía a su hermanastra meterse y sacarse un plátano del coño a través de la pantalla. Era imposible que pudiera volver a mirar a aquella muchacha con los mismos ojos.
Eliseo se llevó una buena paja y se dirigió al baño. Se dio un baño mientras su mente no dejaba de dar vueltas pensando en lo que haría tras todo aquello. No la iba a acusar con sus padres, por su puesto pero tampoco pensaba que fuera muy útil para estarla molestando con aquello, así como no era de aquellos que gustan de estarse burlando de la gente. Sin embargo, mientras se secaba el cuerpo con la toalla, una idea más perversa se apoderó de él.
Se enrolló la toalla en la parte inferior de su cuerpo y salió del baño y escuchó los pasos de Blanca en la sala; bajó, tratando de mantener una actitud fuerte y al llegar la vio en la sala. Se dirigió firmemente hacia ella, que miraba la televisión y se sentó junto a Blanca en el mismo sofá. Ella tenía los ojos rojos y lagrimosos y estaba visiblemente molesta, completamente enojada. Se mantuvieron en silencio un rato.
– Mira Blanca – dijo decidido Eliseo – te lo explicare de manera sencilla. Grabé todo, lo descargue en mi PC, subí el video a un correo electrónico y tengo a todo el colegio como destinatario – continuó explicando mientras Blanca permanecía inmóvil – No he enviado el correo y desearía no tener que enviarlo nunca, que se mantenga siempre como borrador…
– ¿Que quiere Eliseo? – interrumpió Blanca – ¿que te deje de molestar? Está bien, no te molestaré jamás, déjame en paz. – concluyó bastante molesta.
– Te equivocas Blanca – respondió Eliseo – lo que quiero es a ti.
Blanca volteo a mirarlo completamente ofuscada, se asustó con aquella última frase pero intento mantener la compostura.
– ¿A qué te ref…?
– Sabes a que me refiero, y si quieres que te lo aclare te lo aclararé: quiero follarte – dijo Eliseo lentamente.
Blanca se puso inmediatamente de pie pero Eliseo alcanzó a tomarla del brazo.
– ¡Hey, hey! Tranquila, esta es tu situación y sabes que no puedes repararla. ¿No quieres hacerlo?, bien, envió el correo y tú resuelves tus problemas.
– ¡No vas a enviar nada a nadie! – gritó molesta Blanca.
– ¡Oh! Por supuesto que lo hare, ¿por qué no habría de hacerlo?
– Te acusare con mi padrastro.
– Ok, acúsame con él, me correrá de aquí y me iré a vivir con mi padre mientras el video de tú y tu plátano recorre todo el colegio.
Blanca se quedó en silencio, era obvio que no tenía muchas opciones y su edad no le daba experiencia para resolver esta clase de situaciones.
– No puedes hacer esto – dijo Blanca con la voz entre cortada, sin saber que más decir.
– Claro que puedo – respondió Eliseo al tiempo que jalaba lentamente a la muchacha hacia él.
La sentó sobre sus piernas y se entusiasmo al ver que la chica no ponía ninguna resistencia. Aprovechando la visible rendición de la pobre chica Eliseo comenzó a acariciar la suave piel de su hermanastra. Su boca se dirigió al rostro de Blanca que se mantenía inmóvil y un tanto molesta. El muchacho besaba incontenible el rostro de la muchacha e incluso apretujaba con sus labios los de la muchacha que no se movía absolutamente para nada. Más abajo, las manos de Eliseo se escabullían debajo de la falda escolar de la chica y se dirigían rápidamente a rozar el coño de la muchacha a través de las mismas bragas que hacía unos momentos ella misma tenia bajo sus rodillas mientras se masturbaba con aquel plátano. Eliseo intentó retirar las bragas pero esta vez Blanca si puso resistencia.
– No puedes hacer esto – dijo la muchacha con la voz temblorosa al tiempo que una lagrima corría por sus mejillas.
Sin embargo Eliseo, perdido en el deseo, hizo caso omiso a esto y continuo jalando la tela de las bragas hasta que estas cayeron al suelo. Paseó sus dedos por el exterior del coño que aun se mantenía húmedo e introdujo, en la medida en que Blanca se lo iba permitiendo, no uno sino dos dedos de su mano en el interior de aquel preciado tesoro. Fue entonces cuando un reflejo de placer invadió inevitablemente la mente de Blanca. Eliseo continuó con este mete y saca mientras seguía besuqueando los labios de la chica que poco a poco, dejándose llevar por el placer, se fundían con los de Eliseo.
Confirmada la aprobación de Blanca, Eliseo se apresuró a desabrochar la camisa escolar de la chica mientras por vez primera podía darse cuenta de las proporciones de sus tetas; eran juveniles aun pero le sorprendió que fueran tan redondas y tan carnosas, especialmente porque nunca se había fijado en ellas hasta entonces. Retiró el sostén y liberó los senos de la muchacha que ya comenzaba a retorcer las piernas ante el placer que el magreo de su hermanastro le provocaba; apenas los vio llevó sus labios a los rosados pezones de Blanca que parecían reventarse ante la menor provocación por la suave y delicada piel con la que estaban hechos, era en esos pezones donde se vislumbraba la juvenil belleza de aquella chica.
Con sus pechos al aire solo la falda escolar cubría el cuerpo de la muchacha; Eliseo pensó en quitársela pero le excitaba mucho verla así, de modo que decidió dejársela. Su verga ansiaba salir y se alcanzaba a ver bajo la toalla, fue entonces cuando decidió quitársela dejando libre una erecta verga dispuesta a follarse a aquella muchacha. Blanca, entre la excitación, pudo ver aquella verga que, estaba segura, la penetraría y la obligaría a dejar de ser virgen. Era más grande, por supuesto, que cualquier fruta u objeto que se hubiese metido antes pero era, por alguna extraña razón, algo que en aquel instante comenzaba a desear con desesperación.
Sin que ninguno de los dos se lo esperara, un extraño impulso llevó a la mano de Blanca a posarse sobre aquella verga; se detuvo un poco ante la nueva sensación de tocar un pene pero, tomando confianza, comenzó a acariciarlo como su solo instinto iba suponiendo, con la experiencia aprendida en los videos porno que había estado viendo durante los últimos seis meses de su vida. Inspirado por esta situación, Eliseo posó su mano sobre la nuca de su hermanastra y dirigió la cabeza de la chica lentamente hacia su pene; Blanca no solamente se dejó dirigir y se acomodó de rodillas sino que se apropió inmediatamente, con la frescura de su boca, a aquella verga encantada de recibirla. Era obvio que la chica había aprendido bastante con los videos porno pero lo realmente sorprendente era la facilidad con la que su hermanastra había aceptado aquella situación. El placer que recibía en cada bocanada de la muchacha le hacían retorcerse lentamente de placer; la chica chupaba con delicadeza y suavidad mientras su lengua acariciaba el glande de su afortunado hermanastro. Tras chupar aquella verga por casi cinco minutos el pobre muchacho no pudo evitar descargar su semen en la boca de Blanca, que lejos de apartarse asqueada siguió mamando con la misma suavidad mientras sus labios se embarraban de la leche de Eliseo. Emocionado por esta inexplicable e inesperada actitud de Blanca, el muchacho la levantó y, tomando las prendas de su hermana y su toalla, le pidió que le siguiera.
– Ven, vamos a tu cuarto. – le dijo mientras señalaba a su hermanastra las escaleras.
Obedeciendo, Blanca subía primero dejando a su hermanastro vislumbrar las dimensiones de su bien formado culito de Blanca que se dejaba ver apenas bajo la alzada falda escolar. Llegaron, y Blanca se dirigió a su cuarto mientras Eliseo corría al suyo; unos segundos después regresó al cuarto de sus hermanastras y se encontró con la bella imagen de Blanca, quien lo esperaba sentada sobre la cama, con las tetas al aire y un rostro de total incertidumbre.
Eliseo había ido por la videocámara e inmediatamente el rostro de la chica regreso a su anterior estado de rencor. Se le había olvidado por un momento el origen de su actual estado y le volvía a horrorizar el hecho de haberse atrevido a hacer todo aquello que su detestable hermanastro le había obligado. Pero Eliseo no perdió los ánimos y no paraba de grabar todos los detalles de aquella preciosa chica: su rostro furioso, sus tetas blancas con pezones rosados, su cintura estilizada y sus carnosas piernas abiertas, casi desnudas.
– Imbécil – declaró Blanca.
A Eliseo no le importó demasiado; colocó la cámara sobre un buró, de modo que apuntara hacia la cama de su hermanastra. La cámara continuaba grabando mientras Eliseo se acercaba hacia ella. Inició acariciándole los senos pero esta vez Blanca estaba un poco arisca y desviaba su pecho. Eliseo probó con las piernas, con el objetivo obvio de magrear el coño de la muchacha pero también había resistencia. Comenzándose a exasperar, Eliseo dirigió sus labios al oído de Blanca.
– No tienes opción – susurró.
Era cierto; Blanca sabía que no tenía opción, su hermanastro la había grabado en una situación tan desconcertante y tan difícil de explicar que cualquier cosa no sería peor que si toda sus amistades se enteraran de ello. No tenía opción y sus piernas perdieron fuerza al tiempo que permitían más y más que las ansiosas manos de Eliseo la recorrieran. Este aprovechó, masajeó las suaves y firmes piernas de la muchacha y jugueteó un rato con el coño de su hermanastra, que poco había logrado para resistir la excitación.
El pene de Eliseo recobró su excitación; estaba completamente desnudo y Blanca alcanzó a observar las dimensiones de aquella verga que hacía unos minutos había engullido y que, estaba casi segura, la penetraría ese mismo día. Más tardó en pensarlo que en suceder porque Eliseo abrió de lleno las piernas de la muchacha y la colocó frente a sí; sin mediar palabra con su hermanastra apuntó su falo a los jugosos labios vaginales de la chica y comenzó a empuñar su pene al tiempo que penetraba el virginal coño de su hermanastra.
Un arco apareció entre la espalda alta y el carnoso culo de Blanca, que se retorció al sentir la verga completa de su hermanastro en su interior. Más se retorció conforme el muchacho comenzaba el ir y venir de su verga; penetrando una y otra vez la vagina de Blanca que sentía lo que ni con todos los plátanos y vegetales había llegado a sentir. Las embestidas de Eliseo eran lentas pero venían adicionadas con cierto grado de ferocidad. La pobre muchacha gemía al tiempo que rogaba a su hermanastro que se detuviera un momento siquiera para respirar. Pero Eliseo no se detenía; seguía moviéndose al tiempo que el placer de su hermanastra reventaba en un orgasmo que mojaba su interior. Los gemidos se habían convertido en gritos ahogados de placer y su cuerpo se había rendido al goce de ser cogida por su propio hermanastro.
Eliseo se encontraba fabuloso; su verga se movía en un ir y venir del coño de su bella hermanastra al tiempo que sus manos acariciaban las nalgas y las tetas de aquella muchacha que hasta apenas esa misma mañana le había humillado con sus groserías de diario. La misma chica que junto a su otra irritante hermanita le habían hecho de la vida un martirio ahora era follada por su verga hasta los gritos. Eliseo se encontraba bien, bastante bien.
El interior de Blanca pulsaba de placer y se humedecía en cada orgasmo; está agotada y también Eliseo podía calcular que la eyaculación estaba cercana. Sacó su falo del coño de la muchacha y rápidamente la giró, de modo que el rostro de la chica se encontró sorpresivamente frente a la verga de su hermanastro que, sin mayor aviso, le salpicó la cara con tal cantidad de semen que su ojo izquierdo perdió completamente la visión y poco pudo hacer para limpiarlo porque inmediatamente sintió un empujón sobre su nuca que le obligó a engullir el pene del muchacho. Solo hasta ese momento pudo hallar las verdaderas dimensiones de su humillación; se preguntó en su interior si no hubiese sido mejor acusarlo, advertirle a su padre de sus intenciones y que algo se hiciera para evitar a toda costa lo que en ese momento sucedía. Pero no se le ocurría mucho que hacer; se sentía completamente frágil y débil para enfrentar los hechos y no tuvo más opción que aceptar aquello mejorara; porque en el fondo todavía tenía la tenue esperanza de que, de alguna manera, todo aquello se solucionaría.
Sus pensamientos se apartaron cuando una fuerza la apartó, sacó aquel pedazo de carne de su boca y volvió a empujarla hacia adelante, engulléndolo de nuevo. La chica posó sus manos sobre las caderas de Eliseo y obligó a detenerle. El muchacho apartó sus manos y Blanca comenzó a mamar su verga ella misma; podía hacerlo sola, no había por que empujarla con tanta brusquedad. Y así, con la cara embarrada en la leche del muchacho, Blanca se dispuso a chupar aquel falo hasta dejarlo limpio; eso era lo que Eliseo quería, supuso.
Veinte minutos después Eliseo se preparaba para salir a la calle; tenia, como cada inicio de semana, que ir a recoger a la menor de sus hermanastras a sus clases de inglés. En unos minutos también llegarían sus padres, que solo dejaban su negocio de agencia de viajes para comer en casa; e incluso muchas veces llamaban por teléfono para avisar que comerían en el local. Dando las tres y cuarto de la tarde escuchó el motor del automóvil de su padrastro y este era el aviso de que se le hacía tarde para recoger a Pilar. Salió y se encontró en el patio con su madre.
– ¿No has recogido a Pilar?
– Apenas voy
– Trata de apurarle, ya es tarde
– ¡Sí! – alcanzó a decir Eliseo mientras aceleraba el paso y saludaba con la mirada a su padrastro que aún no terminaba de estacionar el automóvil.
La escuela se encontraba a no más de diez minutos a pie, por lo que no corría tanta prisa, pero Eliseo tenía el leve temor de que Blanca fuese a decirles algo de lo sucedido a sus padres. Aceleró el paso pero llegó tan pronto que Pilar ni siquiera salía aun.
En casa los padres de Blanca llegaron y colocaron la comida que habían comprado sobre la mesa. Blanca miraba televisión en la sala y, aunque un poco seria, se le veía con total normalidad. Su madrastra le llamó para que ayudara a colocar la vajilla sobre el comedor; aunque un poco desganada, Blanca obedeció.
Tres y media en punto y Pilar salió; se despidió de sus compañeros de clases pero ni siquiera saludo a Eliseo. Caminaba delante de él, ignorándolo, como si solo se tratase de un guardaespaldas. El chico estaba más que acostumbrado a todo aquello y también solía ignorarla; pero esta vez había algo distinto, la mirada del muchacho se desviaba constantemente a los ligeros pantalones cortos del uniforme deportivo que Pilar vestía los días lunes. Las piernas de la muchacha se adivinaban suaves a la vista; su recién pero bien formado culito se distinguía en la tela azul que se alzaba y que no dejaba mucho a la imaginación.
Pensar en Pilar antes resultaba irritante pero ahora no podía evitar mirarla con otros ojos y que pensamientos que jamás se le habían cruzado por su mente definieran lo que su vista alcanzaba a distinguir: unas nalgas alzadas y unas piernas delgadas pero carnosas, bien torneadas, con una cintura delicada que se unía a un pecho virgen en el que, se adivinaba, ya se comenzaban a erigir un par de tetitas preciosas. Su rostro era un poco distinto al de su hermana; su cara redonda y su negro cabello lacio y largo, agarrado de una coleta, acentuaban su aspecto infantil. No era una niña, desde luego pero sus grandes ojos negros y su naricita achatada, parecida eso sí a la de su hermana, hacían verla demasiado inocente para lo grosera que se comportaba por lo general; al menos con él.
Un sin fin de posibilidades, en su mayoría meras fantasías, se dibujaban en la mente del muchacho. Pero la realidad ahora era otra; hace unos minutos había logrado cogerse con todo el gusto a la mayor de sus hermanastras, ¿qué diferencia podía haber ahora? Las fantasías comenzaban a tocar tierra y en la mente de Eliseo ya no eran posibilidades las que se deslumbraban sino planes, un plan en especial que dibujo sobre su rostro una discreta sonrisa.
Llegaron a casa; la comida estaba servida ya y, de manera cotidiana, todos se sentaron a comer. Todo parecía normal, era normal. Eliseo no tenía mucha hambre, había estado comiendo demasiadas ansias, pero aun así, aunque de forma más lenta, terminó su platillo. Lavó los trastes y miró un poco la televisión junto a sus hermanastras y sus padres, hasta que estos últimos; dando las cuatro y media de la tarde, regresaron como siempre a su oficina.
Los tres se quedaron solos; no pasó mucho tiempo cuando Pilar subió a su cuarto, diariamente pasaba horas jugando en Internet y este día no debía ser la excepción. Blanca estaba tan incómoda con la presencia de Eliseo que se puso de pie y se dispuso a irse a su cuarto con su hermana. Eliseo se levantó de inmediato y la jaló hacia sí.
– Me ayudaras a algo – susurró Eliseo
– ¿Qué? – respondió Blanca, con un claro tono de fastidió
Eliseo susurró en el oído largamente, diciéndole a su hermanastra lo que él deseaba que ella hiciera. El primer impulso de Blanca fue empujar al muchacho, alejarlo de si junto con sus asquerosos pensamientos. Pero Eliseo se resistió y comenzaba a acariciar a la muchacha mientras no paraba de narrar su plan; conforme hablaba la actitud de Blanca cedía, el muchacho no solo le describía la orden sino que le narraba a detalle los pormenores de sus deseos. La pobre Blanca no podía darse cuenta que la intención de su hermanastro no era más que excitarla; y solo pudo darse cuenta cuando debajo de su short la mano del muchacho se escabullía para masajear su clítoris. La chica estaba completamente caliente al tiempo que Eliseo no paraba de hablarle al oído.
– ¿Lo harás? – preguntó.
La muchacha no respondió; estaba muda ante la proposición de su hermanastro. Eliseo la atrajo hacia sí y la apretujó con su brazo mientras seguía magreando el húmedo coño de Blanca.
– ¿Lo harás? – repitió – tienes que hacerlo, dime; ¿lo harás si o…?
– Sí – interrumpió Blanca – hay que hacerlo.
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Relato erótico: «Apocalipsis» (POR CABALLEROCAPAGRIS)
Jaime bebió un sorbo más de la botella de whisky y la dejó sobre la mesa. Convenía no beber demasiado para estar alerta. Se secó los labios humedecidos con el antebrazo desnudo. La primavera avanzaba despacio y los días cálidos iban llegando a mediados del mes de mayo, o tal vez ya estuvieran en junio.
Miró a través de las tablas que aseguraban el amplio ventanal del salón, ahora reducido a una estrecha franja de unos diez centímetros por los que mirar y apoyar alguna de las escopetas si se aproximaban caminantes subiendo por esa zona de la colina. Todo estaba oscuro y en silencio. Su madre apareció por la puerta del salón con algo de cena: ensalada con productos de la huerta, que cultivaban en una pequeña parcela colindante a la casa y atún de una de las muchas latas que acumulaban en el sótano.
Hacía meses, tal vez seis o siete, desde el suceso. Cuando la ciudad se sumergió en el caos Jaime escapó a toda velocidad con su coche, camino de la casa de sus padres en las montañas. La primera persona que vio fue a su padre, convertido en uno de ellos. Junto a tres caminantes desconocidos más luchaban por entrar en la coqueta y confortable casa de campo, desde la cual se escuchaban los gritos despavoridos de su madre luchando para que no pudiesen entrar.
Se bajó corriendo del coche y se apresuró a la caseta del huerto, donde se guardaban una serie de armas, merced a la afición balística de su progenitor. Cuando corrió llamó la atención del grupo de cuatro caminantes, los cuales avanzaron lentamente hacia la caseta en la que acababa de entrar.
Jaime se acomodó en un rincón con una escopeta cargada de balas, esperándolos. Anduvieron despacio, arrastrando los pies, con las mandíbulas desencajadas y la piel enrojecida y ensangrentada. Emitían ruidos torpes, como si tuvieran un apetito que jamás podrían llegar a saciar. Disparó a cada uno en la cabeza, conforme fueron entrando. Luego quemó los cadáveres en la zona de detrás del huerto y corrió para encontrarse con su madre dentro de la casa.
Después de la cena se sentaron cada uno en un sillón. Ella frente a él. Habían pasado ya muchos meses y poco habían hablado de ello. Habían admitido la voluntad de Dios y a él le rezaban a diario porque no tuvieran que verse sumergidos en el cuerpo del diablo en el que tantas personas vivían inmersas; realmente rezaba ella, él a veces la acompañaba para no ofender sus credos.
Desde aquel día se habían tenido que enfrentar a cinco caminantes sueltos, que habían ido a parar colina arriba hasta su propiedad. Fáciles de abatir, a Jaime le bastó con un fuerte porrazo en la cabeza con alguna de las herramientas de jardinería. Posteriormente quemaron a todos.
Se habían fabricado lo que llamaban su lugar de supervivencia. Rodeada de montañas grandes, su casa de aspecto destartalado inmerso en un bosque en lo alto de una colina más baja, suponía un buen lugar en el que sobrevivir. No habían vuelto a ver a ningún ser humano normal desde entonces, lo cual ayudó a crear el ambiente de aislamiento, en el que seguramente viviría la mayoría de la humanidad que pudiera haberse librado de las garras del diablo.
Convinieron en hacerse fuertes y aislarse del mundo. En varias batidas por pequeñas aldeas cercanas, Jaime, no sin tener que matar a decenas de caminantes, logró almacenar más de dos centenares de latas de conservas de todo tipo. También consiguió semillas de muchas verduras y frutas, las cuales cultivaba en el discreto huerto, situado detrás de la casa y rodeado, premeditadamente, de árboles destartalados, dando al lugar un ambiente abandonado a lo lejos.
Almacenó linternas y decenas de pilas, así como todas las velas que había podido encontrar, ropas abrigadas, cambios de camas. Tapó todas las ventanas con maderas, dejando un hueco para espiar y disparar si fuese necesario. Consiguió todas las balas posibles para las armas y logró almacenar varios bidones de gasolina.
Tras meses de viajes, escarceos y sangrientos disparos y porrazos en cabezas de caminantes, Jaime había logrado otorgar a la casa de campo una mínima seguridad y comodidad para que su madre y él pudieran sobrevivir, sabiendo racionalizarse, durante años.
Ella, María, se encargaba de cuidar la huerta, sacar agua del pozo, limpiar la casa y cocinar. El solo haber visto a cinco caminantes desde el suceso, le hacía sentirse optimista, segura de que Dios les iba a permitir vivir como seres humanos hasta el día en el que fuese a por ellos para llevarlos a su paraíso.
Se miraban en silencio, la noche más cálida que la anterior, tal vez estuvieran ya en verano. Un grillo cercano cantaba a ráfagas, como si no tuviera una hembra cercana a la que atraer. Jaime miraba a su madre y vigilaba a través de la ventana. María miraba a su hijo, agudizando el oído por si algún sonido exterior se salía de la normalidad.
Las noches eran largas.
Jaime miraba su madre. A sus cincuenta años aun conservaba la belleza arrebatadora de su juventud. El pelo castaño con ciertas canas que intentaba tapar poco a poco con el poco tinte que le iba quedando en el limpio y pulcro cuarto de baño. Metida en uno de sus vestidos clásicos de estar por casa, color naranja pálido, mostrando sus cuidadas piernas. Insinuando sus anchas caderas y tapando sus amplios pechos. Mostrando la voluptuosidad que siempre tuvo, cuidándose todavía, a pesar de estar a expensas de Dios. Siempre le gustó cuidarse y ello lo hacía como un ritual que la mantenía atada a la vida. A veces la escuchaba suspirar, jamás le preguntaba por sus suspiros.
María miraba a su hijo. Desde el suceso siempre se rapaba el pelo, haciéndole aparentar algo más de sus veinticinco años. Sus grandes ojos le recordaban a los de su padre, aunque era más alto que él. Con su casi metro noventa la dejaba muy abajo, siempre le gustaba mirarlo estando juntos de pié. Ella levantaba orgullosa su mirada desde los metro sesenta y un centímetros. Era fuerte y ahora empleaba su vida en protegerla. Se sentía una madre muy afortunada, una mujer con suerte de poder contar con él en un mundo dominado por el diablo. Una mujer……. De nuevo un suspiro.
María dio las buenas noches a su hijo. Ella dormiría hasta el amanecer, luego su hijo dormiría unas horas en las que ella quedaría encargada de vigilar la casa. Luego emplearían el día en organizarse y vigilar. Esa era su nueva vida, y esperaban que así fuera durante muchos años más.
Estaban muy bien organizados, tal vez por eso habían logrado sobrevivir y tener esperanzas de seguir haciéndolo.
Ella subió las escaleras. La planta de arriba era sencilla y amplia. Tres grandes habitaciones y el cuarto de baño. La habitación de matrimonio era la primera a la derecha. Amplia y bien cuidada, allí dormía ella. Después estaba la de invitados, donde se había instalado Jaime. Y al fondo la antigua habitación de Jaime, ahora empleada como almacén. El resto de cosas las guardaban en el sótano.
Pasó toda la noche caminando por la planta baja. Del recibidor a la cocina, de la cocina a la sala de estar, de la sala de estar al salón. En cada lugar se sentaba y miraba a través de la rendija de madera y daba un pequeño sorbo a la botella de whisky. Ni rastro de caminantes, ni rastro de vida.
Recibió el sol fuera. El astro rey pintó tonos violetas detrás de la más alta montaña de las que le rodeaban. Con su cima aun nevada. Apareció como una respuesta de esperanza, calentando su piel igual que siempre hizo, haciéndole ver que merecía la pena sobrevivir aunque solo fuera para verlo llegar e irse. Cuando no queden humanos que contemplen fascinados el baile del sol y la tierra, es cuando la vida habrá terminado, es cuando no quedarán esperanzas.
Su madre salió a darle los buenos días. Ella se metió a hacer las labores del hogar y él fue a por leña para que ella pudiera cocinar algo. Luego se tumbó en su cama, siempre con los oídos afinados, hasta que un dulce sueño se apoderó de sus miedos, dejándole ser feliz durante unas horas.
Despertó sobresaltado, como siempre hacía. Afinó de nuevo los oídos, no oía nada. Bajó despacio, siempre temeroso de enfrentarse a sus pesadillas. Todo era normal. Su madre estaba en la cocina, cortando cebollas y cociendo patatas en el hornillo de leña.
Se dieron dos besos de buenas tardes, el sol estaba en todo lo alto, debería ser mediodía apenas habría dormido unas cuatro o cinco horas, como siempre.
Comieron casi en silencio espeso. Hablaban poco y casi siempre sobre cosas prácticas para mejorar su escondite y organizarse mejor. Las semanas pasaban y había días en los que solo se miraban. Habían aprendido a mirarse en silencio, y decirse mil cosas con solo clavar sus pupilas. A veces él se sorprendía recorriendo sus curvas bajo sus vestidos caseros. Ella lo notaba y no le decía nada. Miraba al cielo e imploraba a Dios por que ellos pudieran seguir siendo seres humanos, para que pudieran preservar el espíritu libre y limpio.
Pero ella siempre iba al cuarto de baño o a su habitación….. y suspiraba. Eran suspiros que recorrían despacio la casa, como una remota brisa marinera que llegaba entre las montañas. Suspiros que alertaban a Jaime y le hacían mirar al infinito hasta que dejaba de hacerlo.
Por la noche siempre se sentaban y se observaban hasta que ella se iba a dormir. Tal vez sus materias grises empezaban a coquetear con la locura. Tal vez cada vez fueran menos madre e hijo, y más hombre y mujer.
Se contemplaban, suspiraban y hablaban de cómo mejorar sus vidas. Jaime sentía como era una persona diferente. Se centraba en sobrevivir y que ambos vivieran de la mejor manera posible. En proteger la casa y en que nunca faltasen reservas de todo lo que pudiera encontrar en sus batidas por la zona. Desde el suceso no había hecho otra cosa. Pero sentía que era otra persona que luchaba por ser el de siempre. Sus pensamientos eran más lentos y solía contemplar todo lo que le rodeaba de una forma más analista.
Su madre fue al baño, era noche cerrada y acababan de tomar una infusión a modo de cena. Soltó un grito quedo, una angustia sonora. Jaime se levantó como un resorte y subió rápido las escaleras. Su madre estaba de pie en el baño, petrificada mirando a través de una pequeña ventanita colocada entre la ducha y el lavabo, la cual daba a la zona trasera de la casa.
Dos caminantes subían por la zona de atrás de la colina, la más escarpada y empinada. Luchaban contra los pedruscos y arrastraban los pies por las hierbas buscando las inexistentes zonas llanas. No miraban a ningún lado, aparentemente se desplazaban sin objetivo fijo. Eran dos hombres, sus ropas estaban desgarradas y emitían ese ruido constante que siempre erizaba la piel de Jaime.
María le imploró que fuera a matarlos con sumo cuidado. Jaime no estaba tan seguro de que fuera lo más inteligente. Le pidió que se encerrase en su habitación y que le dejase hacer. Algo olía mal y no sabía exactamente el qué.
Le dio una escopeta cargada a su madre y le pidió que se encerrase y estuviese alerta. Ella obedeció.
Bajó despacio y miró por todas las ventanas. Estaba muy oscuro, solo pudo ver a los dos caminantes, los cuales estaban llegando ya a la casa. Aun parecían no haber reparado en ella. Se colgó su escopeta favorita y metió un machete y un martillo en el cinturón. Toda la casa estaba a oscuras.
Esperó a que pasase lo que se olía que podía pasar, los caminantes pasaron de largo, colina abajo. Efectivamente no tenían como objetivo husmear en la casa, a pesar de que algo le decía que no iban hacia ellos un escalofrío recorrió su espalda. Supo reconocer ese escalofrío, simplemente era miedo, atroz miedo.
Abrió la puerta con sumo cuidado y se deslizó a través de la casa, yendo en silencio tras los caminantes, a una distancia prudente. Había buena luna y el cielo estaba despejado, la visibilidad era buena a pesar de todo, sacar la linterna hubiera sido sumamente arriesgado.
Descendieron la colina, los arces y castaños aumentaron su número en la zona del arroyo. Se perdieron en la parte más frondosa del bosque. Se acercó lentamente hacia la oscuridad que manaba de él. Se escondió tras los árboles y entonces pudo verlo.
Podrían ser aproximadamente una docena, se arremolinaban en torno a un ciervo muerto, al cual devoraban como podían. Tanteo las posibilidades, dejarlos ahí podría acabar atrayendo a más caminantes, en cambio eran suficientes para poder causarle problemas.
Decidió que no podía dejar que más caminantes se acercasen a su guarida. Desechó el arma de fuego, que podría atraer a más, y buscó la forma de ir desgarrando los sesos de cada uno.
El primero no le fue difícil, aprovechó que se separó algo del grupo para acecharle hasta atacarle con el machete por detrás. Los demás no se dieron cuenta. El siguiente se complicó, no acertó y cayó al suelo, revolcándose entre los helechos. Rápidamente se vio rodeado, huyó rodando por un pequeño montículo, sintió el crujir de ramas en su espalda. Al levantarse los tenía a todos tras de sí.
Decidió huir en la dirección opuesta a la casa. Atravesó una gran parte del bosque hasta que los perdió de vista, continuamente fue cayéndose por no ver el suelo por el que corría en plena noche.
Poco a poco fueron llegando, aprovechó que los hubo más rápidos que otros y los fue matando uno a uno. Se llenó de sus sangres y los acuchilló con sed de muerte.
Al acabar con todos regresó a su casa, no sin antes enterrar lo que quedaba del ciervo.
A los caminantes los dejó muertos esparcidos por el bosque.
Regresó despacio, con mucho cuidado. Intentando no hacer ruido, escudriñando los alrededores de la casa. Vista desde debajo de la colina parecía una guarida peligrosa. No incitaba a acercarse, cuidada y descuidada, bajo la luz de la luna parecía un centro de torturas, un lugar del que es mejor estar lejos. Tal vez por eso, y por las tablas que taponaban todas las entradas, los pocos humanos que hubieran pasado por allí la hubieran evitado. El objetivo estaba conseguido, pensó satisfecho, podría considerarse un lugar seguro.
No parecía haber más peligros. Entró y cerró corriendo la puerta. Se sentó momentáneamente en el suelo, apoyando la espalda en la puerta de entrada. Sentía dolor en un brazo y en el costado. Se tocó, tenía sangre. Varias heridas superficiales, nada serio.
María soltó un lamento, estaba en la parte superior de la escalera, muy agarrada a la escopeta, como si fuese a caerse si la soltaba. Bajó los escalones apresurada, acercándose a su ensangrentado hijo.
Se dio un pequeño baño con dos cubos de agua del pozo y se tumbó en la cama. Su madre echó mano de la caja donde acumulaban todo tipo de utensilios sanitarios.
Alcohol, algodón, aguja e hilo. Una de las heridas reclamaba algún punto. Jaime yacía totalmente desnudo, solo tapada su cintura levemente por una sábana que olía limpia y confortable, ella le había cambiado la ropa mientras se bañaba.
“esta noche duermes tú y yo vigilo. Necesitas descansar y reposar las heridas”.
Él le había contado todo lo acontecido y ella había dado gracias al cielo de que no le hubiera pasado nada.
Se sentó a su lado, y curó sus heridas aplicándole cuidadosamente un poco de alcohol empapado en un trocito de algodón. Jaime respondió al dolor retorciendo levemente el cuerpo y apretando los dientes.
María contemplo el cuerpo de su hijo, era fuerte y las heridas mostraban el hecho de que daba su vida por protegerla. Se sintió dichosa. Una pequeña vela dorada colocada en la mesita de noche daba luz tenue y parpadeante a la limitada habitación.
Él se dio la vuelta, en la espalda tenía algunas rozaduras, también le aplicó alcohol. Se puso más encima y masajeó un poco su espalda, intentando otorgar un poco de relax a sus músculos y machacada espalda.
“Relájate cariño, mamá te necesita relajado y fuerte”.
Sus manos eran tan suaves que parecía que no habían vivido un apocalipsis. Jaime venció su cuerpo sometido al perfume de la vela, el cansancio y las manos de su madre.
Pero se relajó demasiado……
Mientras más se prolongaba el masaje más vergüenza la iba a dar darse la vuelta para que cosiera su herida del costado. No recordaba el tiempo que hacía que unas manos femeninas le habían provocado una erección de aquel tamaño, pero el hecho de ser su madre le sumergió en una infatigable intranquilidad, ahora el masaje no era tan relajante como antes.
“Voy a coserte esa herida del costado antes de que vuelva a sangrar. Date la vuelta amor”.
Se giró lentamente, en un extraño movimiento mitad resignación mitad deseo de algo abstracto. Su pene quedó abultando exageradamente bajo la sábana. No había posibilidad de disimulo, estaba totalmente desnudo y solo se le tapaba, torpemente, el miembro muy erguido.
María se percató rápido. Tragó saliva y pidió perdón disimuladamente, agarrando el crucifijo que tenía colgado en el cuello. Luego se lo quitó y lo colocó boca abajo sobre la mesita de noche.
Calentó la aguja con la vela, luego se echó sobre él a la altura de su cintura y cosió una de las dos heridas del costado. Él aguantó estoicamente el dolor, pero sin bajar un milímetro de su erección. La herida cosida estaba a escasos centímetros del abultamiento de la sábana, entre el costado y el vientre plano y marcado.
Se echó más y besó la herida recién cosida con dos puntos.
“Pobre hijo mío, paga con su sangre la protección de su madre”.
Jaime no decía nada, solo hablaba con la permanente erección, como un perro que se comunica moviendo el rabo.
Otra vez la besó, esta vez restregó su lengua por la herida y parte del vientre.
Jaime sintió una quemazón de necesidad que le recorría todo el pene y le hacían hinchar los testículos.
“Mamá solo se dedica a estar en casa a esperar que su hijo, su macho, le siga manteniendo con vida”.
María apartó las sábanas. La polla de su hijo se mostró en toda su magnitud. Muy larga y regordeta, con ciertas venas marcadas, con el capullo muy rojo y medio fuera.
María miró de nuevo al techo y pidió perdón susurrando.
“Pero mamá sabe valorarlo y va a dar las gracias a su nene siendo complaciente, sumisa del destino que Dios nos tenía preparado”. Lo decía a gemiditos, con la respiración agitada, excitada por contemplar tan bello cuerpo y tan apetitosa polla.
“Mamá nunca podrá devolver a su hijo todo lo que está haciendo por ella, pero sabrá ser agradecida y con su cuerpo de mujer y sus manos de Santa elegida por Dios en un mundo dominado por el Diablo, ayudará a su hijo, con humildad y en la medida de sus posibilidades, a sentirse satisfecho y sin la necesidad del calor humano, que tanto ha distraído nuestro camino a lo largo de la historia, alejándolo de Dios. Porque es voluntad divina que mi hijo, Jaime, proteja a los posibles dos únicos seres humanos que quedan sobre la faz de la tierra que con tanto mimo creó. Es voluntad de su Santa, la Santa María, tener al hijo satisfecho y ser una buena hembra al servicio del destino que el todopoderoso nos tiene preparado”.
Jaime no sabía ni podía decir nada. Su madre estaba soltando ese discurso agazapada en torno a su cintura, al lado de su polla muy empalmada. Desde el suceso jamás la había escuchado hablar tanto, sin duda su mente estaba profundamente dañada, como la suya, como la de cualquiera que viviera aquella pesadilla.
Tras la magnánima petición de perdón y declaración de intenciones, su madre comenzó a masturbar su polla, y no tardó en acomodarse para meterla en su boca.
La falta de sexo le bastaba para saber agradecer la humedad de la boca de su madre en las envestidas. Jamás imaginó que aquello podría ocurrir, o al menos jamás imaginó que ella pudiera comer con aquella ansia y avaricia. Su boca subía y bajaba a la vez que masturbaba con su mano derecha. Sentía que la humedad recorría tres cuartas partes desde el capullo para abajo en cada envestida, la lengua no dejaba de jugar con el capullo cada vez que subía. Sus pelos se alborotaban en torno a su frente.
La sacó y la trató a lametones durante unos instantes. Luego se desvistió, despojándose del vestido, sostén y amplias bragas blancas. Jaime la contempló, a pesar de que se cuidaba tenía ciertas carnes acumuladas en las caderas y los amplios pechos algo caídos. Además tenía mucho pelo púbico, algo que no le gustaba demasiado.
Pero era toda una hembra, con buenos pechos y amplias caderas, guapa y con ganas de follar. Le bastaba, no necesitaba más. Era algo no soñado jamás y que la situación de la vida lo había ordenado necesariamente. No tenía elección.
Ella se tumbó a su lado y se abrió de piernas.
“Vamos Jaime, súbete. Aquí tienes mi cuerpo cariño”.
Se incorporó y colocó entre sus piernas de rodillas. La agarró por la cintura y la atrajo un poco más hacia sí. Ella no lo miraba, solo dejaba reposar su cabeza sobre la almohada, girada hacia la derecha. Esperando, con la respiración excitada.
Buscó entre la inmensa mata de pelos hasta dar con la húmeda cueva. La acercó y la clavó. Su madre cerró los ojos y marcó una profunda y lenta inspiración. Se echó hacia delante, apoyando sus brazos en torno a ella. Y empezó a follar. Solo se movía él, clavándola con muchas ganas y sintiendo el gusto del calor interno de su madre. Cada vez la empujaba con más fuerza, a lo que ella respondía con pequeños gemiditos en los que no cesaba de morderse la lengua. Sin duda reprimía un gimoteo mayor, algo que Jaime lamentó.
Se sentía extrañamente excitado, era su madre pero en ningún momento la veía como tal, era la única mujer, y persona, que veía desde hace meses. Sentía como si fuera natural que hicieran eso y el tiempo esperado para que ocurriese hubiese estado marcado por una fuerza superior, como bien creía su madre.
“mamá estoy acabando”.
Lo dijo entre quejidos y suspiros que intentaban controlar la situación.
“Acaba dentro de tu hembra, tu sirvienta, la borrega de Dios”.
Seguía sin mirarlo, sintió una ráfaga de tristeza por su enfermiza mente creyente.
Al correrse la dejó clavada dentro y le agarró mitad muslos mitad nalgas. Sintió como salía cada mililitro de semen, como conectando una manguera con el depósito de un coche. Dejó dentro hasta la última gota.
Al acabar se tumbó sin decir nada. Ella se levantó, se vistió, se colgó el crucifijo y se fue en silencio. En la puerta se giró.
“Duerme mi hijo. Esta noche vigilo yo. Te vendrá bien descansar una noche, debes estar bien para defender nuestro hogar”.
El canto de los pájaros lo despertó. Al sentarse en la cama se percató que esos pájaros estaban en sus sueños, desde el suceso no recordaba haber visto ninguno. Extrañamente tampoco los había visto muertos, es como si hubieran desaparecido de la faz de la tierra.
El Sol estaba lo suficientemente alto, analizándolo por la pequeña sombra que se colaba entre las maderas de las ventanas de su habitación, como para saber que habría dormido unas nueve horas seguidas. Hacía mucho tiempo que no descansaba tan bien, tan relajado.
Relajado.
De repente le vino a la mente lo ocurrido la noche anterior. Los caminantes, la huída a través del bosque, la emboscada para matarlos uno a uno, el entierro del ciervo medio devorado, las heridas, su madre curándolas, su madre mamándosela, su madre abierta de piernas esperándole, él follando, él sintiendo el calor de una mujer meses después, ella sin mirarle, él corriéndose dentro, el sentimiento de culpa de ella.
Lo siguiente que recuerda es quedar sumergido en un sueño placentero, cálido y necesario.
Bajó las escaleras con cuidado, arma en mano, como solía cada vez que bajaba de dormir. La casa estaba vacía. Miró alrededor por cada tabla, ni rastro de su madre. Con cuidado salió y se encaminó al huerto, allí estaba. Agachada de espaldas, recogiendo cebollas. Vestía uno de sus clásicos vestidos, se quedó admirando sus nalgas y anchas caderas. Una figura femenina, con la enigmática voluptuosidad madura que nunca supo apreciar en ella; y ahora empezaba a hacerlo obligado por las circunstancias.
Ella se levantó y giró, se miraron. Llevaba una cesta con dos cebollas y pimientos, listos para improvisar algo en el almuerzo. Ella le miró sonriente.
“Me alegra que hayas descansado, hijo. Mamá preparará algo de comer. Sin novedades en toda la mañana, he estado vigilante a medida que iba limpiando la casa, para que estuviera a tu gusto cuando te levantaras”.
“Debes dormir algo”.
“Dormiré esta tarde después de comer. Poco tiempo pues tendré que estar lista para preparar la cena”.
“Gracias”.
“Podrías revisar las tablas del tejado. Se acercan nubes. Esta noche lloverá, no quiero que nuestro hogar se inunde de goteras”.
Se fue para la casa. Jaime se preparó para subir a echar un vistazo al tejado. Desde arriba pudo ver los pequeños nubarrones negros que se acumulaban en lo alto de las montañas situadas al sur. Listas para entrar en acción cuando llegase el momento, como los actores esperan entre bambalinas a que el director les llame a escena.
Mientras aseguraba maderas sueltas y reforzaba con otras nuevas las zonas más húmedas y dudosas, no pudo evitar sentir el ardor de querer repetir cuanto antes la experiencia de la noche anterior. Le venían ráfagas de lo ocurrido: la forma en la que ella se la comió, el calor de su peludo sexo, su forma de gemir pausada mientras se mordía los labios y apretaba los dientes, el extraño regusto dulce y hogareño que sintió al correrse dentro…… Su pene creció y se preguntó si lo de la noche anterior fue el inicio de algo. Al fin y al cabo no hacían otra cosa que sobrevivir, y el sexo, el desahogarse, es una de las formas de supervivencia más ancestrales y naturales del ser humano. Su madre estaba en paz consigo misma, buscando hablar constantemente con Dios, entendiendo que él le había preparado un papel en estos momentos, e incluyendo el tener contento y consolado a su hijo como parte importante de lo que tendría que hacer. Sin duda había sido infiel a sus principios religiosos ofreciéndose a su hijo, sin duda el poder de la carne, la necesidad de calor y contacto humano, del hombre contra la mujer y viceversa, le habían hecho disfrazar su profundo credo para justificar un acto que hubiera considerado como imperdonable solo unos meses antes.
Cuando hubo acabado la labor, permaneció un rato más sentado en el tejado, contemplando el hermoso paraje en el que habían quedado aislados tras el apocalipsis. Pensó en el aspecto de por qué follan los animales, desde siempre, incluso madres con hijos e hijas con padres. El único dogma de la naturaleza era el no extinguirse, el hecho de hacer sobrevivir la especie al paso del tiempo. Tal vez hubiera algo de eso, macho y hembra se creen solos en el mundo, probablemente lo estuvieran. Follar intentando inconscientemente la reproducción podría también explicar lo acontecido, y también explicar el lento cambio de mentalidad, o tal vez el lento camino hacia la locura, que estaban experimentando día tras día. El problema era que su madre no era una hembra en edad de reproducción. Solo quedaría, por tanto, que ambos animales se aferraran al calor y al placer, escupiendo hacia arriba una y otra vez, hasta que Dios quisiera venir a por ellos.
Sobrevivir. Solo se trataba de eso, sobrevivir. No había que darle más vueltas. Y sin duda no existía Dios. Si no, no consentiría nada de aquello.
Comieron en silencio tras la bendición materna de la mesa. Luego fueron al sofá, uno delante del otro y dialogaron un poco.
“Esperemos que pasemos un tiempo sin más sobresaltos de caminantes”.
“Yo también lo espero mamá. Dime, ¿hace falta algo?. ¿Necesidad de que vaya a alguno de los pueblos en busca de algo?”.
“No hijo, todo está bien. No conviene salir mucho, tenemos reservas de comida para meses. En verano sí pediré que salgas, para aprovisionarnos fuerte de cara al invierno. Tal vez esperemos a que empiecen a caer las hojas de los árboles para ello”.
“Muy bien. Creo que tienes previsto ir a dormir. Te dejaré solo unas cuatro horas mamá. Cuando el Sol esté llegando a la montaña de atrás te despertaré. Quiero cortar leña y necesito que estés despierta para vigilar la casa”.
Ella asintió dócil. Se levantó y se fue escaleras arriba. Al llegar arriba se giró y lo miró. Luego entró en su habitación.
Jaime sintió el pene romper contra el pantalón. Un poco de sexo es lo único que necesitaba en aquel momento. Tenía miedo que se hubiera abierto la caja de pandora.
Bebió dos largos tragos de whisky y revisó panorámicamente los alrededores de la casa a través de las selladas ventanas. Todo tranquilo. Bebió otro largo trago y subió las escaleras despacio. Saboreando cada escalón, muy excitado.
Al llegar arriba golpeó un poco la puerta sin oír respuesta alguna. La abrió y contempló a su madre. Estaba tumbada de espaldas a la puerta, de lado. Se había colocado uno de sus camisones de dormir. Blanco, mostrando sus piernas de rodillas hacia abajo, con mucho vuelo y poco escote. Clásico a la vez de elegante y sensual.
Anduvo dos pasos en silencio hasta llegar a la cama. Su madre levantó un poco la cabeza hasta mirarle de reojo, luego se giró y quedó en la misma posición tumbada de espaldas.
Todo listo.
Se desnudó por completo y se sentó en la cama a la altura de su trasero, algo echado hacia atrás. Levantó la bata y la colocó de forma que quedase el culo libre. No llevaba ropa interior. Lo agarró, nalga por nalga, con su mano derecha. Era blanco y más o menos amplio. Las nalgas algo regordetas y menos flácidas de lo que insinuaba su aspecto. Bello culo, pudo comprobar al fijarse detenidamente: redondo, proporcionado y sin demasiadas imperfecciones.
Lo apretó con sendas manos, una en cada nalga. Las abrió, dejando ver los pelos del coño que se colaban por debajo. Se agachó y lo abrió de nuevo. Pasó su lengua por el ano, sabía a limpio.
Ella gimió al contacto, posiblemente inesperado, de su lengua ahí abajo.
“Hueles a whisky”.
“Lo sé, he tomado un poco antes de subir”.
Permanecía con sus manos agarrando las nalgas y la cabeza ligeramente levantada para responder.
“¿Estás en paz con Dios?”.
“Sí”.
No dijo nada más. Tras el sí, se puso un poco más boca abajo y se abrió para facilitarle la labor. Él se situó justo entre las piernas y siguió lamiendo su ano con las nalgas bien abiertas. María levantó un poco el tronco, haciendo palanca con los brazos sobre la almohada. Jaime aprovechó para chuparse la palma de la mano y pasarla por el coño. Con los pelos apenas pudo notar su humedad, cuando por fin lo localizó bien se acomodó y metió su cara. La lengua empezó entonces a recorrer el sexo de su madre desde el ano hasta el botón y allí justo se detenía a jugar deslizándola en forma de circulitos concéntricos.
Sus gemidos se hicieron más audibles y no tardó en correrse.
“Soy una cerda, lo he tenido que poner todo perdido. Lo siento”.
“Cállate”.
“Sí. Perdona mi atrevimiento, ha sido tu voluntad señor”.
No supo si esto último se lo dijo a Dios o a él. Estaba demasiado excitado para averiguarlo.
Se subió encima y le dio una palmadita para que su trasero quedase más arriba. Ella obedeció echándose hacia adelante y levantando mucho las caderas, hasta quedar justo a la altura del paquete de su hijo.
Buscó el sexo y la clavó. Empezó a follarla lentamente, sintiendo el calor y el gusto que proporcionaba el que su polla adentrase poco a poco en aquella recién descubierta cueva de los placeres. Luego la sacaba hasta quedar el capullo solo con un centímetro dentro, y para adentro otra vez. Agarrando fuerte por las nalgas, y comprobando como su madre movía la cabeza de lado a lado, acompañando el movimiento con un ligero curveo de su espalda inclinada sobre la almohada, donde reposaba con su cara pegada a ella.
Continuó así un rato más. Podía comprobar cómo la necesidad de su madre crecía por segundos. No tardó mucho en que se incorporase un poco y se apoyase sobre los codos, para empezar a mover el culo hacia atrás. Intentando provocar una follada más fuerte. Dejó de empujar y ella empezó a moverse más rápidamente. De adelante atrás, pam pam pam, chocando sus nalgas contra su vientre mientras se la auto clavaba hasta el fondo.
Moviéndose sorprendentemente bien.
Incitado por el buen hacer de su madre, Jaime se impulsó sobre ella metiéndola a saco, hasta que a María no le quedó más remedio que caer totalmente vencida sobre la cama. Ahora él estaba en cuclillas sobre ella, taladrándole el coño de arriba abajo mientras levantaba sus nalgas con las manos para dejar el agujero plenamente accesible.
Cuando no pudo más se levantó gimiendo y masturbándose. Ella se giró hasta mirarle.
“Por favor, córrete en mi coño”.
Jaime la soltó y se tumbó en la cama, notaba como le palpitaba, había estado a punto de correrse sobre ella. Le empezaron a doler los testículos.
“¿Por qué tiene que ser precisamente ahí?”.
“Me da calor y seguridad. Me ayuda a cumplir la palabra de Dios. Es una forma de mostrar a mi hijo que el calor del hogar permanece intacto a pesar de las inclemencias provocadas por el diablo. De hacerte saber, amor mío, que tu lucha diaria por el bienestar de nuestro hogar y por nuestra seguridad da sus frutos”.
Ella se acercó y se la agarró con su mano izquierda. La masturbó a penas un poco y le besó en el sudado cuello, dejando deslizar la lengua hasta su oreja. Allí susurró.
“Vamos mi macho, vuelca tu hombría dentro de mamá”.
Se subió encima de ella. María se abrió rodeándole la espalda con sus piernas. Empezó a penetrarla. Le sorprendió que ahora sí le miraba, profundamente, con un extraño orgullo chispeante en su triste mirada. No tardó en transferir todo su semen. Al finalizar ella le besó en la frente y le secó el sudor con las manos.
“Gracias”.
Un trueno les invadió desde las montañas.
La noche se cerró rápido y una lluvia constante y fuerte les acompañó durante la cena. Luego se sentaron y Jaime bebió algo de whisky mientras se aproximaba a la ventana del salón, el amplio ventanal reducido a una estrecha mira a través de las tablas. Todo estaba oscuro. Se apartó y bebió algo más de whisky justo en el momento que un relámpago invadió de nuevo el salón. Se asomó de nuevo. Algo extraño ocurría, todo estaba muy oscuro y no podía saber exactamente qué era aquello que le extrañaba.
Bebió otro sorbo de whisky y volvió a asomarse. Justo en ese momento un nuevo relámpago proyectó los ojos fieros y sedientos de sangre de un caminante que se asomaba desde el exterior a través de la rendija.
Sintió que todo se desmoronaba.
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Relato erótico: «El club 3+4» (POR BUENBATO)
Eliseo; que a pesar de las apariencias se encontraba en completo estado de incertidumbre, repleto de nervios, respiró aliviado ante la respuesta de Blanca. Sacó su mano de las bragas de la chica y con
unas palmaditas en el culo le ordenó que subiera. La chica subía mientras Eliseo la seguía por detrás con los mismos o más nervios que la chica; hasta entonces se estaba dando cuenta de la gravedad de su proposición pero no pensaba echarse hacia atrás, se fundió en el mismo aura de valor que hacía unas horas le habían hecho conseguir el cuerpo de Blanca. Tenía nervios pero también toda la intención de hacerlos a un lado.
Blanca se dirigió a su cuarto, donde Pilar se encontraba. Eliseo, por su parte, se desvió hacia su cuarto donde rápidamente tomó la videocámara; en menos de un minuto ya se encontraba en la recamara de sus hermanastras, colocó la videocámara sobre la misma mesa donde hacia unas horas se había grabado mientras follaba con Blanca. Esta vez a la muchacha no le sobresaltó tanto la presencia del aparato; Pilar, por su parte, no se daba cuenta de nada pues no apartaba la mirada de la pantalla de la computadora.
Ahora Eliseo era el que estaba realmente nervioso; miró a Blanca, quien comprendió el sentir del muchacho e intentó tranquilizarlo con la mirada. Llenándose de valor el muchacho se acercó a ella y se tumbó sobre la cama; Blanca se hizo a un lado, incorporándose para después colocarse de cuclillas sobre las piernas del muchacho.
– ¡Tú, vete! – alcanzó a gritar Pilar al sentir la presencia del muchacho, pero este no respondió y Pilar, desde luego, no se tomó la molestia de voltear la mirada.
Eliseo y Blanca se miraron un rato y de pronto las manos de la chica se dirigieron a la cintura del muchacho, desamarrando las cintas de sus bermudas, tomando la parte superior de la prenda al mismo tiempo que las de sus calzoncillos y arrastrándolos hacia sí, quedando frente a ella la erecta verga del muchacho. Esta vez Blanca había tomado la iniciativa.
Pero Pilar, ignorante de esta situación, no se pudo dar por enterada, lo que ayudó a que ambos muchachos mantuvieran el mismo ritmo de la adrenalina y continuaran con lo suyo. De estar en cuclillas la chica cambió a una posición arrodillada; una liga en sus muñecas le fue útil para amarrar sus cabellos rizados que le hacían ver tan preciosa. Sin pena ni gloria se inclinó hasta el pubis de del muchacho que se estremeció al sentir la fresca y suave boca de su hermanastra masajeando el glande de su pene. Algunos rizos llegaban a caer y posarse sobre el vientre y los testículos de Eliseo pero Blanca los recogía y colocaba sobre su oreja, y de vez en cuando lanzaba miradas fugaces a su hermano que acariciaba el rostro que en aquel momento le llenaba de placer.
La suavidad de las primeras mamadas se tornaron más apasionadas; el falo del muchacho comenzaba a desaparecer dentro de la boca de su hermanastra que empezaba a engullir con más fuerza hasta lograr en algunos momentos devorar casi toda la envergadura de aquel pedazo de carne. La mano de Blanca ya masajeaba y sobaba los testículos del afortunado muchacho. Todo había sucedido en un relativo silencio hasta que, al engullir casi todo el pene de su hermanastro, Blanca no pudo evitar lanzar una arcada.
A Pilar le llamó la atención el extraño sonido por lo que volteó; lo que miraban sus ojos era algo que no podía creer. Lo primero que alcanzo a ver fue a su hermana, de rodillas frente a Eliseo que miraba como la pobre Blanca tosía levemente, con su verga metida en la boca y su mano ocupada con los huevos de su hermanastro. La chica enmudeció con esta escena y un gritito ahogado dio aviso a la pareja de que su plan comenzaba a tomar forma.
Ahora también Blanca se había puesto nerviosa pero recobró la actitud y siguió mamando. Pilar no supo que hacer de modo que se giró de nuevo a mirar la pantalla de la computadora mientras sus manos temblaba; su piel estaba erizada con la escena que acaba de ver. Entonces, lentamente, comenzó a ponerse de pie; Blanca la miró, y al ver esto se puso de pie inmediatamente y se dirigió a cerrar la puerta con llave; le lanzó el llavero a Eliseo y, sin más, volvió a su posición a seguir chupando aquella pija.
Pilar estaba completamente confundida; entendía perfectamente lo que estaba sucediendo pero simplemente no podía creerlo ni encontraba explicación alguna para el espectáculo que sus ojos presenciaban. Tomó asiento de nuevo e intentó desviar la mirada pero la escena era tan atrayente que por un tiempo no pudo dejar de ver el ir y venir de los labios de su hermana por casi medio minuto. La mano de Eliseo acariciaba el precioso cabello de Blanca mientras esta ya comenzaba a alternar entre besuquear el glande, lamer el tronco de la verga y chupar cada uno de los huevos de su hermanastro. De pronto Blanca sacó de su boca uno de los testículos para rápidamente deshacerse de su blusa y en seguida del sostén que cubría sus tetas; al dejarlas al aire libre regresó para seguir chupando y lamiendo los testículos del afortunado muchacho. Tan excitado se encontraba Eliseo como sorprendido por el inesperado comportamiento de la chica.
Pilar seguía petrificada, estaba visiblemente incomoda con la situación pero también atraída por todo aquello que sucedía frente a sus ojos. De pronto Eliseo se puso de pie; se deshizo definitivamente de su bóxer y sus bermudas y, ordenándole a Blanca que se mantuviera en aquella situación se subió sobre la cama y se colocó detrás de ella. Pilar no pudo evitar fijarse en las dimensiones del falo de su hermanastro ni tampoco fue capaz de desviar la mirada al ver como este comenzaba a bajar el short deportivo y enseguida las blancas bragas de su hermana; dejando a la vista el redondo culo de Blanca, que se acomodó sin más para recibir la verga de su hermanastro.
El muchacho apuntó su verga a la entrada de aquel rosado coñito y, lentamente, comenzó a cavar entre aquellas cálidas y suaves carnes hasta que todo el tronco de su verga se vio inmerso en las paredes de aquella vagina. Blanca se mordió los labios de placer al tiempo que su hermanastro iniciaba un lento ir y venir que le hicieron aumentar el ritmo de su respiración. Entonces Blanca volteó a mirar a su petrificada hermana Pilar; ese era el primer contacto visual que tenían desde que todo eso inició y ninguna de las dos pudo desviar la mirada. De pronto Blanca alzó su mano derecha y la dirigió hacia Pilar; esperando que esta posara la suya, pero Pilar no reaccionó, estaba completamente nerviosa.
Blanca insistió y movía sus dedos a fin de atraer la mano de Pilar que, finalmente, aceptó y posó su temblorosa mano sobre la de su hermana. Blanca apretujó aquella desconfiada mano y jaló para atraer a su hermanita hacia ella; Pilar estaba en un azoro total, sus piernas perdieron fuerza y se sentó sobre el colchón que se agitaba en cada embestida que su hermanastro repartía a Blanca. No sabía que hacer mientras miraba de cerca como su hermanastra gemía de placer en cada ir y venir de la verga que invadía su interior. Blanca miró de nuevo a la asustada Pilar, le sonrió con unos labios desfigurados por el placer que le provocaba la verga de Eliseo. La muchacha llevó sus manos al rostro de su asustada hermana y acarició sus ruborizadas mejillas. Después sus manos descendieron y apretujó el abdomen de la chica al sentir un impulso dentro de su vagina; se repuso y trató de tranquilizar a Pilar sobándole su tembloroso vientre. Ninguna de los tres cruzaba palabras.
Sin esperárselo, una mano comenzó a arrastrase por debajo de los pantaloncillos cortos de Pilar; se trataba de Blanca, que no paraba de gemir al tiempo que sus dedos se instalaban en el coño de una absorta Pilar que ni siquiera tuvo tiempo de evitarlo. Blanca manoseó las partes íntimas de su hermana y sonrió al darse cuenta de algo: Pilar tenía el coño completamente húmedo. De vez en cuando la mayor de las hermanas lanzaba gritos ahogados y daba retorcijones al sentir en su vientre el placer de un orgasmo.
La piel de Pilar se había enchinado; sentir los dedos de su hermana magreando su coño le causaban un insoportable placer que de ningún modo se atrevía a justificar. Su cuerpo comenzaba a retorcerse cada que vez que los dedos de Blanca se replegaban en los húmedos labios de su vagina y un sudor de nervios y goce surgía de su piel. Dio un vistazo a su alrededor y miró todo desde otra perspectiva; su hermanastro se había quitado su camiseta y su cuerpo desnudo y sudoroso se fundía con erotismo con el de su hermana Blanca.
El sudor estaba en la piel de aquel trio de cuerpos; Pilar comenzó a degustar el placer que las manos de su hermana provocaban en ella. De pronto sintió que una fuerza jaloneaba la tela de sus pantaloncillos cortos y la alzaba levemente; se trataba de la mano de Eliseo que acerco a la chica hacia él, Pilar pensó en resistirse pero no podía, simplemente no podía. La mano de su hermana seguía aferrada a su coño y su piel se estremeció al sentir una segunda mano, más grande y menos delicada, arrastrándose bajó la tela de la parte trasera de su uniforme escolar. Era la mano de su hermanastro que se escabullía bajo sus bragas y acariciaba con pasión su suave y firme culito. Los dedos del muchacho se pasearon entre las nalgas de la perturbada chica que reventó en sensaciones al sentir la caricia de aquellos dedos sobre el asterisco de su ano.
Las embestidas de Eliseo sobre Blanca no cesaban; pero Blanca le obligó a detenerse un instante; tiempo en el que, además de tomarse un respiro, utilizó para desvestir a Pilar de su blusa y su sujetador deportivo. Esto permitió a Eliseo admirar por primera vez los tiernos senos que apenas iban brotando del pecho blanco y virgen de Pilar; que ya no oponía, porque no podía o no quería, resistencia a todo aquello que en aquella recamara sucedía. Eliseo bajó de la cama y se colocó inmediatamente detrás de Pilar, a quien orientó para que se pusiera de pie. La muchacha obedeció, cegada por aquel ambiente de erotismo; no opuso resistencia cuando las manos de su hermanastro apretujaron las carnes de sus senos ni tampoco cuando sus pantaloncillos cortos y sus bragas amarillas descendieron hasta el suelo.
Eliseo estaba completamente ensoñado con toda aquella situación; en unas cuantas horas su vida había dado un giro de trescientos sesenta grados. Las mismas muchachas que apenas esa misma mañana le habían tratado de la forma más grosera posible, como lo hacían diario, ahora estaban ahí, a su merced. Se dio cuenta de que lo que imaginaba era cierto: el sexo, de alguna forma u otra, lo cambia todo, y a todos.
Sentía que sus manos se hacían trizas en cara caricia que daba a la suave piel de Pilar; volteaba a mirar a la cama donde Blanca seguía esperándolo en cuatro y sentía que su verga estallaba de placer. Dirigió a la menor de sus hermanastras sobre la cama, de rodillas a un lado de Blanca. Volvió a su anterior posición y sin previo aviso volvió a penetrar hasta lo más profundo del coño de Blanca. Inició de nuevo un va y viene sobre las nalgas de Blanca al tiempo que su mano derecha se posaba sobre el culo de Pilar, a quien le masajeaba el húmedo coñito con sus dedos. Les estaba dando placer a sus dos hermanastras; las dos gemían en un coro casi celestial. Eliseo se sentía en el cielo, se sentía feliz; más feliz que nunca.
Todo aquello le obligó, irremediablemente, a sentir como el placer de la eyaculación venía a él. No dio ningún aviso y rellenó el interior de Blanca de su leche. La chica se percató al sentir el semen caliente en su vientre. Eliseo pudo dar unas cuantas embestidas más antes de hacer a un lado a Blanca y caer rendido sobre la cama.
Descansando sobre la cama atrajo los cuerpos de las chicas hacia sí, una a cada lado; pensó que así debían sentirse los reyes. Sus manos acariciaban las caderas, los glúteos y las piernas de aquellas bellas chicas. Manoseó durante un rato sus coños mojados, especialmente el de Blanca, del que brotaba su semen que hacía unos momentos había depositado en su interior. El delicado cuerpo de Pilar era un sueño; una piel suave, limpia y pulcra que podía toquetear a su antojo y un coñito rosado y virgen que apenas había comenzado a saborear los placeres del sexo. La felicidad de aquel momento no cabía en la mente del afortunado muchacho; cada uno de los pasos de su arriesgado plan habían funcionado, por mera suerte quizás pero realmente estaba seguro en la teoría que retumbaba en su mente: el sexo, el maldito sexo cambia a todos, a todos.
Lo ajetreado del día le devino en un cansancio repentino; ni siquiera dijo nada cuando se levantó, se metió al baño, se dio una ducha, regresó desnudo y confiado a la recamara de sus hermanastras que lo miraban recostadas sobre la cama. El muchacho se vistió con la misma ropa y solo alcanzó a decirles algo a sus también agotadas hermanastras.
– Tengo mucho sueño, iré a dormirme.
Eliseo entró a su cuarto y de un sueño hecho realidad paso inmediatamente a otro; durmió como un bendito y no despertó hasta la mañana siguiente.
Al día siguiente la alarma del despertador sonó a las seis de la mañana, como de costumbre. Eliseo despertó de un largo sueño y mientras lograba incorporarse pensó en lo sucedido el día anterior: todavía no le cabía en la mente que todo aquello hubiese acontecido; pero así era, lo recordaba perfectamente.
No había adelantado nada de la tarea que su amigo Santino y él tenían pendiente; pero las diapositivas las podía hacer entre clases así que puso a cargar la batería de la laptop que necesitaría llevar ese día. Tras esto salió a darse una ducha; del baño apenas salía Blanca de haberse bañado, se miraron pero además de no dirigirse alguna ofensa todo parecía ir con normalidad. Eliseo no hizo mucho caso a esto por lo que se metió al baño y se dio una ducha.
Media hora más tarde ya estaba listo y solo espero cinco minutos más a que su hermanastra estuviese lista; dando el cuarto para las siete salieron juntos, como de costumbre. La escuela estaba a menos de quince minutos y normalmente, durante el trayecto a pie, jamás se dirigían la palabra. Eliseo se preguntaba si lo ocurrido el día anterior cambiaría de alguna forma las cosas pero no parecía ser así; no le dio mucha importancia, a fin de cuentas no tenía mucho que platicarle a Blanca. Tras unos minutos llegaron.
– Acuérdate – dijo Blanca mientras cruzaba el portón de la escuela – que hoy no iré a casa, tengo que ir con Liliana a hacer un trabajo.
– ¿Ya sabe tu papa?
– Le dije a tu mama, ella le comentará.
– Ok, si, entiendo – dijo Eliseo mientras miraba como la chica se alejaba.
Era hermosa, no podía dejar de pensar en ello. A su mente le vino algo que había estado en su mente durante la mañana y no dio cuenta cuando grito.
– ¡Blanca!
La chica se acercó extrañada, pero supuso que se trataba de algo importante.
– Estaba pensando – dijo Eliseo – sobre lo de ayer.
Blanca no mostró molestia pero su rostro si manifestó que no era el lugar más adecuado para ponerse a platicar de eso.
– No, es que, simplemente quiero saber de, tu sabes; no utilizamos nada, no sé si me explico…
– Eliseo – respondió la muchacha – la regla me viene en un par de días, no me voy a embarazar.
– ¿Y Pilar?
– Pero, si ni siquiera lo hiciste con Pilar; además a ella le baja uno o dos días después que a mí. ¿Ya me puedo ir?
– Si; solo quería saber eso.
– Si, eso estaba pensando también ayer; pero en otra ocasión deberíamos usar condón – opinó Blanca al tiempo que se despedía y se alejaba.
La última frase dejo perplejo al muchacho: de modo que Blanca suponía que habría una siguiente ocasión. Fuera como fuera la situación lo tenía muy ansioso; durante las clases no dejaba de pensar en todo lo que había sucedido y en lo mucho que seguramente estaba por suceder. La última clase se había suspendido y fue la que aprovecho para terminar junto a Santino el trabajo de las diapositivas. A justa hora lo concluyeron e inmediatamente se dirigió a su casa. Por su mente solo paseaba una idea, un deseo; el reloj apenas marcaba las dos y cuarto de la tarde pero él moría porque ya que diesen las tres en punto para estar junto a Pilar. Sin nada que pudiera hacer se sentó en la sala y miró el televisor.
A las tres en punto ya estaba preparándose para ir a recoger a la menor de sus hermanastras a la escuela. Anteriormente no hubiese estado tan ansioso en ir por ella, todo lo contraria, era una molestia. Pero las cosas eran muy distintas ahora y no podía esperar el momento de estar solo con ella. Dando las tres y cuarto ya estaba fuera; de nuevo coincidió con su madre y su padrastro que llegaban del trabajo para comer, esta vez traían pizza.
– ¿Ya vas por Pilar? – preguntó su madre al tiempo que le besaba en la mejilla
– Si – respondió Eliseo con un fingido desinterés
Saludó de lejos a su padrastro que estacionaba el automóvil y se fue directamente a la escuela de la muchacha; llegó temprano y la espero ansioso afuera. A las tres y media la chica salía se despedía de sus amigas y se acercó a su hermanastro.
– Hola – dijo Pilar
– Hola – le respondió el muchacho
Como si todo corriera con normalidad la chica caminaba delante de él sin ningún motivo aparente para mirarlo o cruzar palabra con él. El muchacho estaba algo confundido pero supuso que a la chica le daría pena mirarlo siquiera. Pero Eliseo no tenía ningún problema en mirarla a ella; esta vez vestía el uniforme de diario, una falda de rayas azulada con una ajustada camisa blanca que le hacía remarcar su preciosa silueta. El muchacho podía sentirse culpable de todo aquello pero escondía su vergüenza en la idea de que nadie que estuviese en su misma situación podría actuar de forma distinta, o al menos era lo que él quería creer.
Llegaron a casa y la chica entró con toda normalidad, primero a revisar sus juegos de internet y luego bajar a comer pizza, que tanto le gustaba. Eliseo tranquilizó sus ansias y comió con normalidad también; acabó y subió a su cuarto a terminar una tarea.
– ¡Llegamos al rato! – gritó su madre desde la planta baja.
– ¡Sí! – respondió Eliseo, mientras apuraba sus manos en el copia y pega que daba forma a su trabajo escolar
Acabó y, cansado, se acostó en su cama. Pensó inmediatamente en Pilar, y en el hecho de que se encontraba solo con ella. Comenzó a estructurar en su mente muchas formas de poder acercarse a ella; sin Blanca no se le ocurría alguna forma. Supuso que en primera instancia Pilar lo rechazaría, así que se fue haciendo la idea de que, al menos esa tarde, no podría hacer de las suyas.
– ¡Oye! – dijo una voz que le tomó por sorpresa
Azorado, Eliseo volteó hacia su puerta. Era Pilar, que se asomaba por la puerta. El muchacho no supo que decir, de modo que la muchacha entró y encendió las luces. Ella, desde luego, también estaba muy nerviosa por lo que desvió un poco su atención en el desorden de aquel cuarto. Tomando un poco de valor el muchacho se puso de pie y se acercó a ella. Le iba a abrazar pero la chica continuó con su camino hasta sentarse en la orilla de la cama.
Eliseo de veras no sabía que hacer de modo que se sentó junto a ella; no se dijeron nada pero la mano de Pilar, en un momento de lucidez, se posó sobre la pierna de su hermanastro. Motivado por esto la palma de Eliseo cayó sobre la rodilla de la chica. No soportando ya la idea de echarse atrás siguió arrastrando su mano sobre la piel de la chica, esta no dijo nada, lo que supuso como una especie de aprobación.
Sus dedos paseaban sobre las rodillas de la chica, y en seguida se escabulleron bajo la falda; manoseó las tiernas piernas de su hermanastra y continuó su camino hacia su entrepierna. Un bulto se formó bajo los pantalones de Eliseo y la mano de la chica se posó sobre su entrepierna, como queriendo contener la excitada verga que no pudo más que endurecerse aún más.
La mano de Eliseo ya se pasaba en la tela de las bragas de la chica, acariciaba sobre estas la posición del coñito que poco a poco se humedecía en respuesta a aquel roce.
– ¿Me las quito? – preguntó Pilar, acerca de sus bragas, con un dejo tal de inocencia que Eliseo no pudo más que sonreír
El muchacho se acostó de espaldas sobre la cama, tomando a su hermanastra de la mano y atrayéndola hacia él. El pequeño cuerpo de la chica quedo en cuatro sobre él y pudo sentir de pronto las dos manos de su hermanastro recorriendo sus piernas e instalándose en caricias sobre su culo. El chico arrugó las bragas en el canal que se formaba entre las dos nalguitas de la muchacha, confeccionando una especie de tanguita. La muchacha no sabía cómo reaccionar, por lo que se dedicó simplemente a disfrutar de las sensaciones que aquel manoseo le provocaba. Se mantenía recargada sobre el pecho de su hermanastro mientras este jugueteaba con las carnes de su culito alzado.
La chica se cansó un poco, de modo que suavemente tuvo que apoyar su coñito sobre el bulto de Eliseo. Este recorrió entonces todo el cuerpo de la chica con sus dos afortunadas manos; desde las piernas hasta las tetas, el muchacho saboreo con sus dedos el precioso cuerpo de su hermanastra. Entonces tomó el rostro de la chiquilla y lo acercó al suyo, estampándole en sus labios un apasionado beso en el que Pilar terminó perdiéndose. Poco a poco la chica se fue apasionando mientras juntaba sus labios con los de Eliseo, al tiempo que este seguía acariciando su delicado cuerpo. Mientras se besaban, Eliseo iba deshaciéndose de las bragas de la chica hasta que el húmedo coño de la muchacha se restregaba con su abultada entrepierna.
Eliseo, loco por aquella caliente situación tomó de la cintura a la chica y le oriento para que se girara, de modo que el virgen y húmedo coño de la chiquilla le quedó frente a su rostro. Sin perder el tiempo dirigió su lengua a la rosada raja de Pilar, que en seguida se contrajo al sentir aquella placentera sensación que la boca de su hermanastro le provocaba. El muchacho paseaba su lengua en cada pliegue de aquel coño e introducía su lengua todo lo que podía. La chica no sabía si iba a poder soportar todo aquello; trataba instintivamente de alejar su coño de aquella lengua que la conmocionaba pero las manos de Eliseo sobre sus piernas no dejaban alejar su culito de ahí. Pilar no pudo sostenerse más y la parte superior de su cuerpo se derrumbó sobre las piernas del muchacho; quedó recostada, con su mejilla sobre la abultada entrepierna de Eliseo mientras trataba de soportar cada lengüeteo que este le proveía a su excitado coño.
El placer le llenaba la cabeza a la chiquilla que, viendo su posición, se atrevió a desabrochar el cinturón y el pantalón de Eliseo para después comenzar a desvestirlo. La erecta verga de su hermanastro se erigió frente al rostro morboso de la chiquilla que, casi de forma instintiva, se llevó aquel pedazo de carne a su boca. Sin proponérselo había generado un perfecto sesenta y nueve; el pene de su hermanastro a duras penas le cabía en la boca y no tenía la menor idea de cómo debía chupar una pija. Pensaba preguntarle a Eliseo la manera en que debía hacerlo, pero este estaba tan bien ocupado lamiendo su rajita que prefirió no distraerlo. Tenía unas extrañas ganas de mamar aquel pedazo de carne que estaba frente a ella, por lo que opto por el autoaprendizaje. Se llevó aquella verga a la boca e inició un mete y saca que poco a poco tomaba buen ritmo; la chica era lista, sabía de antemano que no debía utilizar los dientes. Aplicada esta regla solo se dedicó, siempre y cuando los lengüetazos de Eliseo no la hicieran sentir desfallecer, a masajear con sus labios en forma de “O” toda la longitud posible de aquella verga. La muchacha aprendió con agilidad y en aquel momento Eliseo se sentía en el cielo.
Sin embargo la chica apenas podía concentrarse en chupar aquel pene pues la fuerza de la lengua de su hermanastro había aumentado y su coño comenzó a volverse más sensible; la pobre chiquilla se abrazaba a las piernas de Eliseo mientras su cuerpo se estremecía de placer con los últimos lengüetazos que soportó antes de que su coño reventara en fluidos ante tremendo orgasmo. Eliseo tuvo que entrecerrar los ojos cuando un chorrito de líquido escapo de aquel coñito estrecho. Sabía que la muchacha estaba en pleno punto y rápidamente se incorporó para inmediatamente colocarse detrás de ella. La chica apenas pudo presentirlo cuando el glande de Eliseo ya comenzaba a empujar en su virgen vagina.
La chica entró en terror pero en el fondo también estaba ansiosa de que aquella verga la penetrara hasta el fondo; el día anterior había quedado tan caliente que su desilusión fue grande al ver como Eliseo se había ido a dormir. Había esperado toda la noche sin poder dormir y durante todas las horas de clases para este momento; deseaba ya que ese pedazo de carne la follara de una buena vez. El muchacho comenzó penetrando poco a poco, mientras el diámetro de su verga empujaba las paredes del estrecho coño de Pilar. A la muchacha le dolía un poco y sus manos se aferraban y apretujaban las sabanas. El falo de Eliseo se abría camino y tuvo que hacer fuerza cuando una especie de elástico detuvo su camino.
– Duele – tuvo que admitir Pilar en aquel momento
Eliseo no dijo nada; se detuvo un poco a pensar y en seguida continúo empujando. Algo se resistía al tiempo que Pilar echaba su nuca hacia atrás con tal de soportar aquel dolor. De pronto, tras forzar un poco más, Eliseo pudo por fin penetrar a la chica. Un hilo de sangre fluyo del coño de la chica pero Eliseo prefirió no mencionarlo. Pilar dejo de sentir dolo poco a poco mientras Eliseo comenzaba la lenta y progresiva tarea de meter y sacar su verga de aquel estrecho coño.
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Relato erótico: «De la cama de mi esposa a la de mi cuñada (1 de 2)» (POR GOLFO)
La historia que os voy a contar puede parecer una fantasía de dolescente pero me ocurrió y aunque resulte un tanto hipócrita, no me siento culpable de lo que pasó porque fue Alicia no solo la que propició ese traslado sino la única responsable que yo hundiera mi cara entre sus muslos.
Antes de nada tengo que presentarme, me llamo Alejandro y soy un hombre maduro y del montón. Con casi cuarenta y cinco años, no tengo un cuerpo de modelo y aunque he perdido más pelo de lo que me gustaría, lo que no ha menguado con los años son mis ganas de follar. Reconozco que estoy bruto todo el tiempo. Cuando no estoy mirando las piernas de las mujeres que pasan a mi lado es porque estoy mirándolas el culo. Me confieso un salido y mi mujer que lo sabe me tiene vigilado y a la menor sospecha, me monta un escándalo para que vuelva al redil. Por eso no comprendo cómo durante unas vacaciones cometió el error de no advertir las maniobras de su caprichosa hermana.
Mi querida cuñada es una de las personas más volubles que conozco. Con treinta y cinco tacos y a pesar de estar bastante buena, no ha conseguido una pareja estable por su carácter. Pasa de un estado de euforia a la mayor de las tristezas sin motivo aparente y lo mismo le ocurre con los hombres, un día está enamorada por un tipo y al día siguiente, ese amor se convierte en odio feroz. Siempre he opinado que estaba un poco loca pero no por ello dejaba de reconocer que esa morena tenía un par de pechos dignos de ser mordisqueados.
Por todo ello, no creáis que me hizo mucha gracia cuando María me contó que ese verano Alicia iba a acompañarnos a Gandía. Pensé que esa pesada iba a resultar un estorbo sin saber que su presencia iba a cambiar mi vida, dándole un giro de ciento ochenta grados.
El viaje en coche.
Para los que no lo sepáis Gandía es la típica ciudad de veraneo del mediterráneo español que multiplica su población en agosto gracias a los miles de turistas que recibe. A principios de ese mes, tal y como mi esposa y su hermanita habían planeado, toda la familia salimos rumbo a esa ciudad y cuando digo toda la familia en ella incluyo a mi esposa, mi hijo de ocho años, el puto perro, mi cuñada y por supuesto a mí.
Ya desde el inicio del viaje, la bruja de Alicia se tuvo que hacer notar al negarse a viajar en la parte trasera, alegando que le daba miedo el chucho.
« ¡Será puta!», pensé al oírla porque mi perro lo que daba era lástima. Ejemplar de pura raza callejera, el pobre bicho además de escuálido y enano, era un pedazo de marica que tenía miedo hasta de su sombra. Sabiendo que era una mera excusa para ir delante, no dije nada cuando mi mujer se pasó atrás por no discutir con su hermana.
Sé que esa zorra se dio cuenta de mi cabreo porque al sentarse en el asiento del copiloto, me soltó:
― No te enfades de verdad tengo miedo de ese dinosaurio.
« Encima con recochineo», mascullé al oír el apelativo con el que se dirigía mi pobre “Fortachón” antes de percatarme que yo mismo al ponerle el nombre me había reído de su tamaño.
Durante todo el trayecto el sol nos dio de frente, de modo que el habitáculo no tardó en calentarse por mucho que teníamos el aire acondicionado a tope. Mi esposa, mi hijo y la advenediza de mi cuñada no pararon de quejarse pero fue la puta de Alicia la que aprovechando que había parado a repostar en una gasolinera, la que aprovechó para ponerse un bikini con el que ir el resto del viaje.
Os juro que al verla sentarse de esa forma en su asiento tuve que hacer un esfuerzo para no babear:
« ¡Menudas tetas!», exclamé mentalmente al observar de reojo esos dos enormes melones apenas cubiertos por dos trozos de tela negra.
Lo peor fue que al encender el coche y ponerse en funcionamiento el aire, este pegaba directamente sobre sus pechos e inconscientemente sus pezones se le pusieron duros como piedras. Fue entonces cuando aprovechando que mi mujer no había llegado con el crío, decidí soltarle una andanada diciendo de broma mientras señalaba sus pitones:
― Cuñadita, ¿te pongo cachonda?
Tras la sorpresa inicial, esa zorra me sonrió soltando:
― Ya te gustaría a ti. Tú eres el último hombre con el que me acostaría.
Muerto de risa al ver el color que habían adquirido sus mejillas, contesté sin dejar de mirar los dos bultos que pedían a gritos ser tocados bajo su bikini:
― En eso tienes razón, preferiría ser eunuco a acostarme contigo. ¡Con tu hermana tengo suficiente!
La expresión de cabreo con la que me miró me tenía que haber puesto en preaviso. Sin duda fue entonces cuando al herir su amor propio, esa guarra decidió hacerme ver cuán equivocado estaba y solo la llegada de María impidió que esa caprichosa mujer iniciara su ataque sobre mí en ese instante.
Tampoco tardó mucho porque una vez habíamos reiniciado la marcha, ese engendro del demonio aludiendo a la temperatura que hacía se dedicó a remojarse el escote con el propósito de ponerme verraco. Ni que decir tiene ¡que lo consiguió! Ningún heterosexual hubiera permanecido indiferente a la calenturienta escena de ver a esa monada acariciándose los pechos mojados una y otra vez mientras observaba de reojo mi reacción.
Espero que sepáis comprender que mi sobre estimulado pene reaccionara alzándose nervioso bajo mi pantalón mientras yo intentaba infructuosamente prestar atención a la carretera en vez de a ella. Pero por mucho que lo intenté mi ojos volvían inapelablemente a fijarse en el modo que Alicia se pellizcaba los pezones a pesar de saber que lo hacía para joderme.
El colmo fue que casi llegando a nuestro destino y aprovechando que su hermana mayor se había quedado dormida, me soltó mientras rozaba con su mano mi inflada entrepierna:
― Pues va a ser que no eres eunuco.
Si mi verga ya estaba intranquila por su exhibicionismo, al sentir su leve roce alcanzó de golpe una brutal erección sin que yo pudiera hacer nada por evitarlo. Alicia, descojonada al percatarse de mi erección, acercó su boca a mi oído y me susurró:
― Nunca debías haberme retado. De Gandía no me voy sin haberte follado.
Su amenaza me dejó paralizado porque conocía de sobra su carácter caprichoso y que cuando se proponía algo, esa zorra no paraba hasta que lo conseguía…
El apartamento tampoco ayuda.
Ya en nuestro destino, mi querida cuñadita volvió a montarla gorda al descubrir que el piso que habíamos alquilado y que en teoría era para seis adultos, en realidad era un pequeño apartamento con dos habitaciones y que cada una de ellas solo contaba con una cama de matrimonio.
― ¿No esperareis que duerma con Alejandrito?― soltó quejándose no tanto por no disponer ni de un cuarto para ella sola como por el hecho de tener que compartir colchón con su sobrino.
Maria, mi mujer, que había sido la quien se había ocupado de rentarlo, se trató de disculpar enseñándole el folleto donde se veía que había al menos tres camas. Fue entonces cuando mi cuñadita cayó en la cuenta que una de las camas que aparecían era un sofá y creyendo que se había librado de dormir con el chaval, intentó abrirlo y descubrió que estaba roto.
― Mierda― exclamó de muy mala leche― ¡mañana mismo vamos a la agencia y que nos cambien de piso!
Su cabreo era tal que me abstuve de hacer ningún comentario y huyendo de la quema, cogí a mi crio y me lo llevé a nadar a la piscina. Al cabo de unos quince minutos, las cosas se debían haber calmado un poco porque vi entrar a María con Alicia. Mi esposa venía apesadumbrada por lo que no me costó entender que la bronca había sido total pero en cambio mi querida cuñadita venía feliz y contenta, como si nada hubiese ocurrido. Si había sospechado que era bipolar, el comportamiento de ese día me lo confirmó; una vez se había desahogado con su hermana, la morena había pasado página y se puso a jugar con Alejandrito con una alegría tal que nadie hubiera podido afirmar que minutos antes esa mujer estaba hecha un basilisco.
Tratando de calmar a mi mujer me acerqué a ella y le pregunté si quería que le pusiera bronceador. María me lo agradeció el detalle y olvidándome de su hermanita, comencé a untar la crema por su cuerpo, desconociendo que desde el agua Alicia no perdía detalle y que esa pérfida mujer querría que lo repitiera con ella.
La paz duró una media hora hasta que cansada de jugar con mi hijo, volvió a donde estaban nuestras tumbonas y comenzó a discutir con mi esposa por un motivo que la verdad ni recuerdo. Lo que si me consta es que María se levantó y hecha una furia se subió al piso sin despedirse. La sonrisa que descubrí en la cara de Alicia me alertó que se avecinaban problemas y dicho y hecho, en cuanto comprobó que su hermana había desaparecido, se acomodó en la tumbona y llamando mi atención me pidió que le pusiera protector tal y como había hecho antes con mi esposa.
Medio cortado pero ante todo alertado del peligro, me acerqué a regañadientes y comencé a echarle crema en la espalda mientras ella me provocaba con gemidos de placer cada vez que sentía mis manos recorriendo su piel.
- No te pases― susurré en su oído, temiendo que sus suspiros llegaran a los oídos de los vecinos y creyeran estos que entre Alicia y yo había una relación que no existía.
La muy guarra, lejos de cerrar la boca y dejar de abochornarme, siguió mostrando su satisfacción con mugidos más propios de una vaca que de una mujer decente. Viendo su actitud, di por terminado lo que estaba haciendo con un azote en su culo diciendo:
- Pareces una cría. ¡No sé a qué juegas!
Alicia al sentir mi indoloro manotazo sobre sus nalgas, me regaló una sonrisa mientras decía:
- ¡Qué rico! ¿Te he dicho alguna vez que me encanta que los hombres me premien con una buena azotaina después de hacer el amor?
Las palabras de mi cuñada consiguieron sonrojarme al imaginarme por primera vez haciendo uso de su espléndido cuerpo pero rápidamente me sobrepuse y en voz baja le contesté que se quedaría con las ganas porque entre ella y yo nunca pasaría nada. Muerta de risa, la muy cretina respondió mientras se daba la vuelta y se quitaba la parte de arriba del bikini:
- Sabes perfectamente que te haré caer y que antes de que te des cuentas estarás mamando de mis peras mientras me follas.
Sorprendido por su descaro no pude más que deleitarme mirando esas tetazas casi perfectas mientras ella las terminaba de untar con bronceador.
« ¡Con esas pechugas tendré que andarme con cuidado si no quiero caer en sus garras!», pensé al tiempo que retenía en mi retina la belleza de los pezones negros y duros que decoraban su pecho.
Sumido en una especie de trancé permanecí como un pazguato viendo como mi cuñada embadurnaba esas dos maravillas hasta que mi hijo me pidió que le acompañara a nadar a la piscina. Al levantarme, el bulto de mi entrepierna dejó claro a mi acosadora que sus maniobras habían tenido éxito y decidida a no dejar de pasar la oportunidad de restregármelo, al pasar a su lado, me dijo:
― Tu pajarito necesitan que le den de comer, si me necesitas ya sabes dónde encontrarme.
Esa nada velada invitación a desfogarme con ella, me terminó de excitar y queriendo disminuir mi calentura, me tiré al agua esperando que eso me calmara. Desgraciadamente la imagen de esa maldita y de sus peras ya se había quedado grabada en mi cerebro y por mucho que intenté borrarla jugando con mi chaval, al salir de la piscina seguía allí reconcomiéndome. Por fortuna, para entonces mi cuñadita había vuelto al apartamento.
« Alicia es peligrosa, ¡debo andar con cuidado!”, recapacité a mi pesar al percatarme del disgusto con el que había descubierto su ausencia, « ¡Está loca!».
Alicia sigue cerrando la soga alrededor de mi cuello.
Dos horas más tarde y asumiendo que era la hora de cenar y que no podía postergar mi vuelta, agarré a mi chaval y subí con él al piso alquilado. Al entrar todo parecía haber vuelto a la normalidad porque María y Alicia estaban charlando animadamente en el salón sin que nada revelara tirantez alguna entre ellas dos. La concordia de las hermanas me hizo temer que mi cuñada había solo aplazado su ataque y que debía de permanecer atento sino quería que mi matrimonio fuera directo al precipicio.
Por eso directamente me metí a duchar, deseando que al salir esa zumbada se hubiese olvidado de su capricho. Para mi desgracia, al sentir el chorro de agua caliente cayendo por mi cuerpo me relajé y me puse a recordar los pitones de Alicia:
« Estará loca pero también está buena», mascullé entre dientes mientras por acto reflejo mi miembro se despertaba entre mis piernas. Todavía hoy me arrepiento de haberme dejado llevar por la imaginación pero reconozco que, al notar mi erección, cogí mi pene y mientras me imaginaba mordisqueando los pechos de la hermana de mi mujer, no pude evitar el pajearme visualizando en mi mente a ella ofreciéndome sus tetas como anticipo al resto de su cuerpo.
Mi estado febril hizo que acelerara el movimiento de mis manos al verme mordisqueando las areolas de sus senos mientras ella no paraba de ronronear como un cachorrito. En mi cabeza, mi cuñada ya no era esa mujer caprichosa y bipolar sino una hembra ardiente que reaccionaba con lujuria a mis caricias. Estaba a punto de correrme cuando un ruido me hizo despertar y al girarme hacia la puerta, pillé a esa morena observándome desde la puerta. Asustado traté de taparme pero entonces soltando una carcajada esa arpía me soltó:
― Veo que estabas pensando en mí.
El bochorno que sentía al haber sido cazado de esa forma, no me permitió responderle una fresca y por eso me sentí todavía más avergonzado cuando me dijo antes de irse:
― Por cierto, tienes un pene apetitoso.
Si de por sí eso era embarazoso más lo fue que me lo dijera relamiéndose los labios. La ausencia de moral de mi cuñada consiguió desmoronarme y de muy mala leche, salí de la ducha sabiendo que esa puta no iba a dejar de acosarme. Por su carácter, tenía claro que Alicia no iba a cejar hasta meterme en problemas. Hundido en la miseria, terminé de vestirme y salí al salón.
Supe que mis problemas no habían hecho nada más que empezar, cuando mi niño me informó que después de cenar les iba a llevar a su tía y a él al cine. Tratando de escaquearme, pregunté a mi mujer si ella no prefería ir por mí pero entonces María me contestó que se encontraba muy cansada y que prefería quedarse leyendo un libro.
« ¡Mierda!», exclamé para mis adentros sin demostrar mi disgusto, no fuera a ser que con ello mi esposa se mosqueara y empezara a sospechar. Si ya era incómodo el acoso de Alicia, no quería empeorarlo con los celos de María.
Entre tanto y desde el sofá, mi cuñadita sonreía satisfecha previendo que, sin la presencia de su hermana, yo sería una presa fácil. Confieso que en ese instante me sentía como cordero que va hacia el matadero y por eso hice el último intento que María nos acompañara.
― Te prometo que estoy muy cansada― respondió la aludida dando por zanjado el tema.
El tono cansino que usó al contestarme no me dio más alternativa que aceptar, creyendo que la presencia de su sobrino haría que esa arpía se contuviera y retrasara sus planes. Desgraciadamente nada más terminar de cenar y salir hacia el coche rumbo al cine, Alicia me sacó de mi error porque sin importarle que Alejandrito pudiera oírla, susurró en mi oído:
― Te voy a poner como una moto.
Su amenaza consiguió hacerme anticipar el suplicio que esa noche iba a tener que soportar pero simulando una tranquilidad que no tenía, me abstuve de contestarla y sin más me subí al vehículo. De camino al centro comercial, mi cuñadita se entretuvo subiéndose la minifalda que llevaba para obligarme, aunque fuera de reojo, a mirarle sus piernas y no contenta con ello, aprovechando que mi hijo llevaba cascos, me preguntó si me gustaba la ropa interior que llevaba puesta. Girando mi cabeza, descubrí que:
¡La muy puta no se había puesto bragas!
Su sexo completamente depilado se mostraba en plenitud. Confieso que me sorprendió su exhibicionismo y supe que de haber estado solo con ella hubiese hundido mi cara entre sus piernas aunque me hubiese costado mi matrimonio.
― Tápate― murmuré separando mi vista de sus muslos, – ¡te puede ver el crio!
A pesar que sabía que esa maldita estaba jugando conmigo, la visión de su coño me excitó de sobremanera y temí por primera vez que si Alicia seguía jugando conmigo, tarde o temprano caería en la tentación y terminaría follándomela. En ese momento, deseé estar a mil kilómetros de mi cuñada y así estar a salvo de sus manejos. En cambio por su sonrisa, se notaba que ella estaba feliz haciéndome sufrir y más cuando se fijó que bajo mi pantalón mi apetito crecía sin control. Al percatarse de ello, incrementó mi turbación pasando su mano por encima de mi bragueta mientras me decía:
― No sabes las ganas que tiene mi conejo de comerse tu zanahoria.
Sudando la gota gorda, conseguí de alguna manera llegar a nuestro destino sin lanzarme sobre esa puta y enseñarle que conmigo no se jugaba. Mi cabreo era tal que había decidido que devolverle con creces mi angustia. Curiosamente el tomar esa decisión me tranquilizó y por ello ya no me escandalizó su forma de abrazarme al bajarme del coche ni que se pegara a mí mientras hacíamos la cola para entrar en el cine.
Una vez dentro de la sala, como teníamos tiempo, compré palomitas y refrescos para los tres porque con mi chaval entretenido, le pasaría inadvertido lo que pasara a su lado. Cuando me senté entre los dos, mi queridísima cuñada se mostró encantada pensando que así, con su sobrino alejado, iba a poder seguir con su acoso una vez se hubiesen apagado las luces.
Tal y como había previsto, al hacerse la oscuridad, la muy ramera ni siquiera esperó a que empezara la película para posar su mano sobre mi pierna. Disimulando mis planes, no reaccioné a su contacto y ella, saboreando su triunfo, fue subiendo sus dedos lentamente hasta mi entrepierna. Mi falta de rechazo le dio alas y no tardé en sentir su palma agarrando mi pene mientras con los ojos fijos en la pantalla, veía los primeros compases de la película.
« Tú sigue que luego te arrepentirás», rumié interiormente satisfecho cuando esa zorrita metió su mano en mi bragueta y comenzó a pajearme.
Reconozco que para entonces el morbo de disfrutar de una paja hecha por la hermana pequeña de mi mujer ya me tenía dominado y por eso esperé a que incrementara la velocidad con la que me estaba masturbando para dejar caer mi mano entre sus muslos. Mi cuñada pegó un grito al sentir que directamente mis dedos separaban los labios de su sexo y comenzaban a acariciarle el clítoris. Tras el susto inicial, intentó sin éxito que parara pero afianzándome en mi ataque, me dediqué a masajear con mayor énfasis ese botón.
Al notarlo, nuevamente buscó rechazarme usando las dos manos pero solo consiguió que metiera una de mis falanges en el fondo de su coño.
― Por favor, ¡para! – susurró en mi oído al comprender que el cazador se había convertido en presa.
Su nerviosismo pero sobretodo la humedad que manaba de entre sus piernas fueron el aliciente que necesitaba para comenzar a follármela con los dedos mientras tenía a mi derecha a mi hijo absorto con la película. Sin darle tiempo a acostumbrarse comencé a meter y a sacar mi dedo de su interior mientras seguía masturbándola.
Para entonces mi victima ya había comprendido que nada podía hacer por evitar mis caricias porque para ello tendría que montar un escándalo. Poco a poco se fue relajando, al notar que su cuerpo empezaba a reaccionar e involuntariamente colaboró conmigo separando sus rodillas. Su nueva postura y el hecho de no llevar bragas me permitieron irla calentando lentamente de manera que al cabo de unos minutos, cada vez que metía mi yema dentro de su chocho, este chapoteaba encharcado. Al advertirlo, decidí dar un paso más y sacando un hielo de mi refresco, lo llevé hasta su sexo y sin pedirle opinión se lo introduje dentro de su vagina.
― ¡Dios!― escuché que gemía descompuesta antes que el contraste de temperatura la hiciera llegar a un placentero pero silencioso orgasmo.
Seguí jugando con el hielo en su interior hasta que su propia calentura lo derritió y entonces le incrusté otro para así seguir con mi maniobra. Para entonces Alicia estaba disfrutando como una loca y sin importarle que la señora de al lado pudiese verla, llevó sus manos hasta los pechos y comenzó a pellizcarse los pezones. Uno tras otro, su chocho absorbió diez hielos que se disolvieron al tiempo que ella unía un orgasmo con el siguiente, completamente entregada a mí, su cuñado.
Desconozco cuantas veces se corrió sobre la butaca de ese cine, solo puedo deciros que ya estaba terminando el coñazo de película que habíamos ido a ver cuándo acercando mi boca a su oído, le mordí la oreja mientras le susurraba:
― No debiste jugar con fuego. Ahora lo comprendes, ¿verdad putita?
Mis palabras la llevaron por enésima vez al orgasmo y sacando mi mano de entre sus piernas, la dejé convulsionando de placer sobre su asiento. Habiéndome vengado, presté atención a lo que sucedía en la gran pantalla y me olvidé de ella porque sabía que había recibido su merecido.
Al encenderse las luces, mi cuñada estaba colorada y sudorosa pero ante todo avergonzada porque era incapaz de levantarse al tener la falda empapada. Comprendiendo su problema, le cedí mi rebeca para que se tapara y que así mi chaval no se diera cuenta que su tía parecía haberse meado encima. Ella me agradeció el detalle y tras anudársela a la cintura, sonriendo se acercó a mí y me dijo:
― Eres un cabrón. Ten por seguro que me vengaré.
El tono meloso y en absoluto enfadado con el que imprimió a su amenaza, me informó que no estaba cabreada pero también que tendría que estar en alerta para cuando esa guarrilla quisiera devolverme la afrenta con creces.
A la salida, la arpía se había vuelto una corderita y se mantuvo callada todo el viaje de vuelta. Ya en la casa, se despidió de mí meneando su trasero con descaro y aprovechando que Alejandrito iba adelante, se levantó la falda para que pudiera contemplar en toda su plenitud sus desnudas nalgas. La visión de ese culo elevó la temperatura de mi cuerpo de manera tal que nada más entrar en mi habitación me pegué a mi mujer que dormía plácidamente en su cama.
María al notar mi presencia se acurrucó contra mí, permitiendo que mis manos recorrieran su pecho. Por mi parte, comencé a acariciar sus pezones buscando despertarla. Sabía que mi mujer no se iba a oponer y deseando hacerle el amor, empecé a acariciarla. Su trasero, duro y respingón me tenía subyugado desde que la conocí pero como en ese momento lo que realmente me apetecía era una sesión de sexo tranquila, pegándome a su espalda, le acaricié el estómago. Subiendo por su dorso me encontré con el inicio de sus pechos, Siendo delgada, lo mejor de María eran sus senos. Grandes pero suaves al tacto, a pesar de sus cuarenta años se mantenían en su sitio y aunque parezca una exageración seguían pareciendo los de una veinteañera.
Al pasar mis dedos por sus pezones, tocándolos levemente, escuché un jadeo que me hizo saber que estaba despierta. Mi esposa que se había mantenido quieta, presionó sus nalgas contra mi miembro, descubriendo que estaba listo para que ella lo usase.
― ¿Estás bruto cariño?― preguntó desperezándose.
Al escuchar su pregunta, no dudé en alojarlo entre sus piernas, sin meterlo. Ella, moviendo sus caderas con una lentitud exasperante, expresó sin palabras su aceptación. Cuando deslicé mi mano hasta su sexo, curiosamente me lo encontré empapado.
― Por lo que veo, tú también― respondí acariciando su clítoris.
No llevaba ni medio minuto cuando mi esposa me sorprendió levantando una de sus piernas e incrustándose mi verga en su interior. Me sentí feliz al comprobar que su sexo recibió al mío con facilidad, de forma que pude disfrutar de como mi glande iba rozando con sus pliegues hasta que por fin hubo sido totalmente devorado por ella. Fue entonces cuando cogí un pezón entre mis dedos y se lo apreté. María al sentirlo, creyó ver en ello el banderazo de salida, y acelerando sus movimientos, buscó nuestro mutuo placer mientras su vagina recibía golosa mi pene.
― ¿Qué tal la película?― susurró en mi oído mientras forzaba mi penetración con sus caderas.
Separando su pelo, besé su cuello y respondiendo con un leve mordisco, le dije:
― Hasta los cojones de tu hermana. Estaba deseando volver contigo.
Mis palabras la alegraron y con su respiración entrecortada, comenzó a gemir mientras el interior de su pubis hervía de excitación. Sus jadeos se incrementaron a la par que el movimiento con el que respondía a cada uno de mis ataques:
―Fóllame Cabrón― chilló al notar que se corría.
Descojonado por su entrega, le di la vuelta y forzando su boca con mi lengua, llevé mis manos hasta su culo.
― Eres un poco calentorra, putita mía, ¿lo sabías?
― Sí― me contestó al tiempo que sin esperar mi aceptación se sentaba a horcajadas sobre mí, empalándose.
María aulló al sentirse llena y notar mi glande chocando con la pared de su vagina justo cuando un ruido me hizo levantar la mirada y descubrir a su hermana espiando desde la puerta entre abierta. Os reconozco que me calentó ver a esa zorrita en plan voyeur e incrementando el morbo que sentía al follarme a mi mujer con ella espiando, solté a María para que lo oyera Alicia:
― No se te ocurra gritar, no vaya a ser que esa loca se despierte y quiera unirse a nosotros.
Mi mujer ajena a estar siendo observada, muerta de risa, contestó:
― Por eso no te preocupes, estoy segura que mi hermana además de medio sorda es frígida.
Sonreí al observar el gesto de cabreo con el que la aludida escuchó la burrada y disfrutando del momento, incrementé la velocidad de mis cuchilladas mientras me afianzaba cogiendo sus tetas con mis manos. El nuevo ritmo hizo que el cuerpo de Maria mostrara los primeros síntomas del orgasmo y por eso seguí machacando su interior sin dejar de mirar de reojo a mi cuñada. Justo en ese momento, me percaté de un detalle que hasta entonces me había pasado desapercibido:
“¡Alicia se estaba masturbando de pie en el pasillo!
Sin llegarme a creer lo que estaba viendo, no dije nada y mirando fijamente a esa espía, cambié de posición para que María no pudiese verla y poniéndola a cuatro patas, le pedí que se agarrara del cabecero. Mi mujer pegó un aullido al hundir mi verga de un solo golpe en su interior pero rápidamente se rehízo y con lujuria, me rogó que no parara de tomarla. Como comprenderéis lo le hice ascos a sus deseos y con mayor énfasis, seguí acuchillando su coño al tiempo que sonreía a su hermanita. Alicia, desde su privilegiado lugar, estaba desbocada y hundiendo sus dedos en su coño, no paraba de torturar el botón que escondían los pliegues de su sexo, siendo consciente de su pecado y sabiendo que yo la estaba retando al dejarla ser testigo de cómo me tiraba a mi mujer.
Fue entonces cuando María comenzó a agitarse gritando de placer presa de un gigantesco orgasmo. Deseando que mi cuñada se muriera de envidia y se diera cuenta que con mi esposa tenía suficiente, aceleré aún más el compás de mis caderas. Producto de ello, mi mujer unió un clímax con el siguiente mientras su cuerpo convulsionaba entre mis piernas. Con mi insistencia la llevé al límite y ya totalmente agotada, me rogó que me corriera diciendo:
― Lléname de tu leche.
Su ruego junto con el cúmulo de sensaciones que se habían ido acumulando en mi interior desde que masturbé a la zorrita de mi cuñada, hicieron que pegando un gemido descargara mis huevos, regando con mi semen su conducto. María al sentir su conducto anegado, se desplomó sobre la cama dando tiempo a Alicia a huir rumbo a su cuarto. Satisfecho, me tumbé junto a ella abrazándola deseando que con esa demostración esa perturbada se diese por enterada, pero con el convencimiento que al día siguiente tendría que seguir lidiando con su caprichoso carácter.
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Relato erótico: «Apocalipsis 2» (POR CABALLEROCAPAGRIS)
Miró de nuevo, apartándose hacia un extremo. Un nuevo relámpago iluminó toda la colina que bajaba suave por la parte delantera de la casa hasta el bosque profundo.
Estaba plagada de caminantes que subían la colina de forma lenta y perdida, como si no les afectase la intensa lluvia.
Hizo señas a su Madre para que no hablara. Ella lo miró extrañada, con los ojos graves y la mirada apocalíptica. Se acercó y le dio una escopeta cargada y dos cajas más de munición.
Se acercó y le tapó la boca intentando que no chillase. Le susurró al oído.
“Hay caminantes fuera. Llévate la vela y baja al sótano. Toma esta escopeta y estas dos cajas de balas, aunque abajo hay más velas, linternas, armas y munición. Enciérrate y no salgas pase lo que pase. Si no aparezco en varios días abre la puerta y ten cuidado. Si hay caminantes dispárales en la cabeza y ponte a salvo lo más rápido que puedas. Intenta no abandonar el hogar. Si tienes la posibilidad rehace la vida aquí de nuevo. Si estuviera la casa plagada abre la puerta y espera arrinconada abajo. Si eres rápida podrás ir matándolo uno a uno, pues son lentos y torpes. Pero no hagas nada demasiado peligroso. Allí abajo, en el peor de los casos, podrás sobrevivir años. Por la pequeña ventanita se cuela una rendija de sol que incide en la pared lateral durante dos horas al día”.
“¿Por qué no bajas conmigo?. Lo construimos esperando que llegase este día”
Su voz se ahogaba en las lágrimas que no cesaban de brotar de sus bonitos ojos, como el pequeño hilo de agua en el nacimiento de un río.
“No debe ser hoy cuando nos rindamos. Algo me dice que podré con ellos. Podré defender nuestro hogar. Tengo que intentarlo. Quiero hacerlo por ti”.
La mirada espantada de su madre fue como un libro abierto. La besó en la frente y la abrazó. Ella rompió a llorar, silenciosamente. Sin decir nada se encerró, la puerta del sótano era de acero puro, la había conseguido en un almacén de puertas no muy lejano. Se había propuesto hacer del sótano un bunker para situaciones como esa. Bien provisto de alimentos y con las dos camas que había en la antigua habitación de invitados.
Solo tenía una opción, subir al tejado y disparar uno a uno a sus cabezas. En el cuerpo a cuerpo lo acabarían rodeando. Miró por todas las ventanas. Estaban muy bien aseguradas y la puerta de entrada era de calidad suficiente como para que la torpeza de los caminantes pudiese con ella. Pudo contemplar, cuando cada relámpago se lo permitía, que básicamente se agolpaban en la zona delantera de la casa, todos venían del bosque frondoso que se extendía al final de la colina, subiéndola por aquella vertiente, la menos sinuosa y cómoda, se encontraban de bruces con la fachada principal del hogar de Jaime y María. El pequeño camino de la izquierda, descuidado a propósito para no dar pistas de vida a posibles humanos, también estaba lleno de caminantes. Ese camino llevaba hasta su coche, escondido tras unos arbustos, y más a la izquierda darían con el huerto.
Cruzó los dedos para que no lo hubieran descubierto.
La tormenta amainaba y la noche quedaba sumida en la oscuridad, la lluvia fina parecía perpetuarse, cuando en aquella zona se ponía a llover podrían pasar días así, con una llovizna constante y fría, helada por el gélido aliento de las cimas nevadas que le rodeaban, aunque estuvieran en pleno verano.
Rápidamente trazó un plan. No tardó mucho en decidirse, pues no le quedaban muchas opciones y el tiempo jugaba en su contra.
Tendría que utilizar luz artificial, así que cogió una de sus linternas más amplias y se adosó al cinturón unas cuantas bengalas. Cargó su escopeta preferida y acopló a las piernas, con cinta aislante, cuatro pistolas cargadas. Su arsenal era digno del ejército de un pequeño país. Incluso guardaba dos cajas de granadas de mano, las cuales guardaba como oro en paño para una situación verdaderamente desesperada.
También cargó una pequeña mochilita de balas de la escopeta. Con todo eso tendría que tener suficiente.
Los caminantes se agolpaban en la puerta principal, arañándola torpemente como un pequeño perro que pide al dueño entrar en la casa para resguardarse de la lluvia. Fue hacia la salita y se asomó a la ventana. Por aquel lateral apenas había dos caminantes despistados. Abrió una de las bengalas y la lanzó entre las tablas. De ese modo los atraía a la zona opuesta al coche y al huerto.
Pidió al cielo que la llovizna no la apagara.
Atraídos por el fuego, los caminantes se dirigieron hacia aquel lateral. La llama se apagó y lanzó otra. En poco tiempo la mayor parte de ellos se agolpada en torno al fuego.
Era el momento de entrar en acción.
Agarrando con fuerza la escopeta salió a la calle. Tres caminantes estaban próximos a la puerta, pudo cerrarla y asegurarla antes que llegaran. Los tres no tardaron en tener una bala adosada a la materia gris, o lo que fuera que aquellos perros del demonio tuvieran ahí dentro.
Se apresuró hacia la zona trasera de la casa, por la parte en la que no estaba la llama, pasando por el lateral de la cocina; rodeando el coche y el pequeño huerto. Por el camino fue disparando a discreción a todo el que se le acercaba, no eran muchos, pero en ese trayecto pudo haber abatido a una docena de ellos. Tuvo que coger una de las pistolas para disparar a los dos últimos, ya que se le echaron demasiado encima.
En la zona trasera de la casa saltó y trepó por las ventanas hasta llegar arriba. Algunos intentaron imitarlo, pero no pudieron conseguirlo, eran demasiado lentos, demasiado torpes, demasiado irracionales.
Solo tenían una virtud lo que lo hacían tan peligrosos, nunca se cansaban, nunca dormían. Siempre deambulaban persiguiendo devorar, preferiblemente a humanos.
“¡Malditos idiotas!”.
Se quedó mirándolos un instante, lo miraban hambrientos, emitiendo ese ruido constante, con las mandíbulas desencajadas, algunos con algún ojo descolgado, todos con las ropas rasgadas, muchos con articulaciones rotas y con trozos de cara sin piel.
Tiró otra de las bengalas en esa zona trasera, más discreta y escondida. Pronto se llenó de decenas de ellos. Empezó a disparar tranquilamente, se sentía extrañamente a salvo. Su escopeta escupía la bala, y tras cada fogonazo caía un caminante.
Cuando se quedó sin cartuchos, recargó con suma tranquilidad. Silbando una vieja canción de infancia, con la esperanza de que su madre pudiera oírlo.
Lanzó otra bengala y continuó disparando, apenas quedaban unos pocos en pié. Se despidió de cada uno antes de apretar el gatillo.
La lluvia había cesado y una montaña de cuerpos inertes se agolpaba frente a él.
Miró alrededor sin apenas percibir más peligro. Solo un par de ellos subían de nuevo por la colina. Se preguntó por qué estaban allí, no era normal verlos, aquel lugar estaba alejado de todo, rodeado de altas montañas y con un terreno demasiado abrupto y salvaje. ¿Qué podría haberles atraído?, no creyó que su casa fuese la razón. Tal vez estaban allí por alguna otra causa, y la casa les habría llamado la atención, al haber aparecido iluminada por los rayos de la noche.
Pero, ¿qué podría haberles atraído a aquella zona?. Por lo que había podido aprender solo se guiaban para comer y era en las ciudades y grandes poblaciones por donde andaban a sus anchas, comiendo humanos muertos y mascotas heridas. En mitad del bosque no era fácil encontrar animales muertos y desde luego no había humanos. Además, solo se guiaban por el hedor de la carne en descomposición y su madre y él estaban más vivos que nunca.
Hedor de carne muerta.
“¡El ciervo!”.
Lamentó no haberlo quemado, los caminantes deberían haber olido su carne desde lejos, uno habría seguido a otro y así hasta toda la congregación que habían reunido en el entorno de su casa.
La certeza de explicarse el por qué de aquella inesperada visita le suscitó una nueva duda. ¿Cuántos más habría allá abajo?. La noche era su aliada, o lo intentaba o se condenaban para siempre.
Entró en casa, cogió más balas y agarró su machete. Los que pudiera matar sin hacer ruido mejor que mejor.
Colina abajo se cruzó con seis más, todos sintieron el frío del acero en sus sesos.
Se agazapó entre los árboles mirando alrededor. Avanzó poco a poco hasta llegar a la zona en la que había enterrado el ciervo. Allí estaban, eran pocos, concretamente cinco. Se repartían lo que quedaba del animal.
No había mucha carne, sin duda los demás habrían ido a buscar más comida a otro sitio y al ver su casa desde abajo habrían decidido, si es que esos malditos idiotas podían tomar decisiones, ir a probar suerte allí.
Estaban mínimamente separados uno de los otros, cada uno con su menú, ni rastro del ciervo, lo habían devorado por completo.
Uno a uno fue clavando su machete con saña y sed de sangre. La cara de Jaime enloquecía en cada envestida, aquellos desgraciados apenas pudieron ponerle en apuros. Ni un rasguño, ni una caída, ni una torcedura. Toda la sangre que bañaba a Jaime era de aquellos desgraciados, a los que acuchilló hasta quedar exhausto.
Durante toda la noche anduvo merodeando alrededor de la casa y por el bosque, buscando más amigos a los que dar tan calurosa bienvenida. Ni rastro de ellos.
Al amanecer amontonó todos los cuerpos en la zona trasera de la casa, donde había acribillado a la mayoría desde el tejado. Cuando el sol, hermoso y bienvenido tras una fría noche de lluvia y muerte, hizo acto de presencia, quemó los cuerpos en una descomunal hoguera que luchaba por alcanzar el cielo, como una ofrenda a Dios, mostrándole que de momento lograban vencer en su lucha contra su todopoderoso enemigo.
Esperó pacientemente a que finalizase la hoguera para enterrar, colina abajo, los calcinados huesos que quedaron de las llamas.
El Sol estaba muy alto cuando dio por culminado el plan percibido a la ligera en la temerosa noche de lluvia. Se dirigió a su casa tan orgulloso como cansado. Lleno de sangre de caminantes y con las ropas rasgadas, podría pasar por uno de ellos, pensó. Entró en casa y golpeó en la puerta del sótano.
“Mama, mama. ¿Me oyes?. Soy yo, puedes salir, puedes abrir. Todo pasó”.
Tras un incómodo y alarmante silencio la puerta se entreabrió lentamente. Su madre asomó tras la rendija y al verle la abrió entera hasta fundirse en un abrazo.
“Sabía que lo lograrías mi nene. Dios no iba a abandonarte pues pasé toda la noche rezando”.
“Matar caminantes se está convirtiendo en mi deporte favorito”.
Rieron, ella le acarició las mejillas. Su vestido estaba lleno de sangre tras el abrazo.
“¿Estás bien?, ¿te has herido?”.
“Toda esta sangre es de ellos. Voy a lavarme y a tirar esta ropa”.
Su madre acarició su brazo desnudo y musculoso. La sangre no permitía saber donde empezaba la camiseta de manga corta. Con la otra mano acarició el otro brazo. Sus manos se llenaron de sangre de caminante.
“Esta sangre es el testigo de tu lucha por protegerme, por proteger a la humanidad”
Se acercó mucho hasta abrazarle de nuevo, ladeó la cabeza y lamió su cuello, llevándose parte de la sangre consigo. Su boca estaba roja, como su hubiera comido carne cruda. Sus ojos desorbitados por la excitación. Lo besó. Su lengua recorría toda la boca de su hijo. Luego lo agarró de la mano y lo condujo al sofá del salón.
Allí quitó sus ropas sucias y llenas de sangre. Cuando quedó completamente desnudo le lamió toda su piel manchada y sudada, hasta dejarla limpia.
“Bebo la sangre del enemigo del señor. Con esta acción lavo y libero de maldad los músculos del guerrero”
Estaba visiblemente muy excitada. Con toda su boca y cara manchadas se quitó el vestido dejándolo caer. Su cuerpo fue ofrecido completamente desnudo. Se sentó en los regazos de su hijo y le ofreció los pechos agarrándolos con la mano para acercarlos a su boca.
“Aquí tienes mis pechos, amor, mama de ellos, tenlos como premio por tu lucha victoriosa”
Su lengua recorrió los pezones, amplios y rosados. Ella se lamió y pasó sus dedos por ellos, dejándolos rojos. Él los agarró, lamió y comió. Eran deliciosos, la generosidad de la talla ciento veinte le otorgaron una erección que tardaba en llegar. El cansancio se tornó en deseo. Y su madre se convirtió en el regalo de Dios por mantener con vida a lo más importante de su creación.
Tal vez deliraba pero de repente las palabras de su madre ganaban sentido. Estarían ambos locos, y si en su locura deberían vivir por siempre jamás, mejor vivir bien y ser el macho de una hembra entregada a él. De esta forma ella conseguía que defendiera la casa con la garra con la que lo había hecho la noche anterior. Se preguntó si ese mismo valor lo hubiera empleado en el caso de no haber gozado del cuerpo y el calor de su madre. Tal vez no, tal vez aquella loca religiosa llevase razón, su cuerpo le había otorgado el relax suficiente para sacar fuerzas de donde probablemente no había.
La miró. Con la boca llena de sangre y la mirada desorbitada estaba más cerca de ser una enviada del diablo que una borrega de Dios. Se preguntó cuándo perdió la cabeza aquella mujer. Tal vez en aquellas noches de silencio, en las que no hablaban, esperando que llegasen y todo acabase. Ahí también debió perderla él.
Su polla estaba pletórica.
“Quiero follarte mama”.
“Fóllame nene, folla a tu perra”.
El susurro le erizó la piel, no parecía su voz, es como si estuviese poseída. Le agarró el sexo, estaba muy mojado. La excitación que en ese momento sufría su madre no parecía de este mundo.
La colocó a cuatro patas sobre el sofá. Ella gemía esperando. Abrió las nalgas y rebuscó bajo el amplio bello. Por fin la metió. Esta vez folló fuerte desde el inicio. Ella mantuvo la postura gimiendo en voz alta. Sus nalgas bailaban y su espalda caía poco a poco, pero en todo momento sus caderas permanecían muy arriba, facilitándole la labor.
Se la sacó y le abrió mucho las nalgas. Lamió su mano y la pasó por el ano. Se incorporó un poco más y colocó el capullo. Apretó hasta que entró, más fácilmente de lo que hubiera jurado. Enseguida su pene entró casi hasta la mitad e inició una follada lenta, metiendo en cada embestida un poco más.
Los gemidos aumentaron.
“Eso es, rómpele el culo a mamá. Aquí me tienes, desahógate cariño. Elimina la tensión de la batalla con la hembra de tu casa”.
Se detuvo para descansar, no quería correrse. Pero su madre no estaba por la labor de parar. Se sentó a su lado y descendió hasta darle una fuerte mamada.
“Ummmm mama no sigas que me voy”.
Ella se puso de rodillas en el suelo y siguió comiéndosela desde ahí. La sangre de su boca se mezclaba con la polla, su saliva y el líquido que empezaba a salir del capullo. Empezó a masturbarle mientras le miraba, lo alternaba con rápidas y profundas tragadas de polla.
“Vamos, corete amor. Dámelo todo”
Mientras le masturbaba abría mucho su boca, esperando el premio. Cuando el semen empezó a brotar la introdujo de nuevo en la boca. Moviendo el miembro lentamente, tragándolo todo. Hasta quedar completamente vacío.
Se sentó, educadamente a su lado en el sofá. Jaime resopló y se levantó a beber un par de sorbos de whisky. Al abrir la despensa recordó la inmensa suerte que tuvo aquel día. Un camión cargado de botellas de whisky de alta calidad, parado en la cuneta de una carretera principal, posiblemente iría camino de la gran ciudad. Nadie en su interior y las botellas intactas. No pudo cargar todas y dio un total de tres viajes. Acabó almacenando casi trescientas botellas. No solo las utilizaba para beber sorbos lentos que lo templasen a diario, también lo habían utilizado para curar alguna herida, conservando el alcohol médico que guardaban en menor cantidad. Cogió una nueva botella. Debían quedar unas cuarenta de las sesenta que subió del sótano en cuanto las tuvo todas reunidas. El resto permanecían bien protegidas abajo.
Bebió un largo trago. Miró a su madre. Sentada en el sofá, completamente desnuda y medio embadurnada de sangre de caminante.
“Tendrás que limpiar ese sofá. Ya tienes tarea para esta tarde. Yo aseguraré un par de tablas que me crujieron anoche mientras disparaba desde el tejado”.
Su madre miraba al infinito, como si volviera de un sueño lo miro.
“¿Eran muchos?”
“Los suficientes para que no bajemos la guardia nunca más. He pensado en ir en busca de focos para proteger todo el perímetro de la colina. Tendría que ser con batería propia o pilas. Todas las noches lo encenderemos a ratos para vigilar. Tampoco conviene llamar demasiado la atención, pero la oscuridad de noches como la pasada nos exponen demasiado”
Su madre le miró preocupada. Él reparó en que estaba sentada con las piernas sobre el sofá, abierta de piernas. Podía notar como su sexo seguía húmedo. Cayó en la cuenta de que no la había follado lo suficiente. No era propio de ella que estuviera ahí, completamente desnuda, a plena vista de su hijo. La sintió frágil y necesitada. Abandonada del Dios en el que tanto confiaba.
“¿Dónde irás a buscar los focos?”
Su voz agonizó en una súplica de preocupación
“A la gran ciudad. No me quedará más remedio”
“Es muy peligroso, no sabes qué vas a encontrar allí. De momento no los necesitamos, fue una tormenta pasajera. Aprovecha una de las salidas del otoño, justo antes de las lluvias y nevadas invernales….”
“Anoche estuvimos a punto de morir. No fuiste consciente en ningún momento del peligro que corrimos. Analizaré opciones sin tener que moverme aun. Mientras haga buen tiempo podremos aguantar”
Bebió otro largo sorbo en silencio. Su madre permanecía sentada. Sintió que quería dejarla necesitada. Pensó en que si tal vez la relación con su madre iba a empezar a cambiar para siempre, sería mejor que él tomase el mando de la situación. El hecho de que ella hubiese ofrecido su cuerpo era un acto de inmoralidad mortal, sin duda la hacía más débil y sumisa; en una mujer de sus profundas convicciones no cabría otra cosa. Él podía verlo, notaba como su madre había aceptado el destino y había dado un paso, sin duda movida por una excelsa necesidad sexual, de marcar más claramente el patrón de comportamientos en el hogar.
Jaime supo que jamás sería su madre de ahí en adelante. Ahora era una mujer a la que proteger, pues ella pedía protección con su perdida y atemorizada mirada. Y aquella mujer había aceptado el roll de hembra de la casa, donde mantenerla en orden y limpia y estar al servicio del macho se había convertido en la forma escogida para espiar sus pecados; en el juicio divino constante en el que andaba metida.
Bebió otro largo sorbo, casi se había bebido media botella. Ella lo miraba de soslayo, temerosa y deseosa. Sin atreverse a dar el paso de tener más sexo, aunque solo un rato antes habría tomado toda la iniciativa.
Se colocó frente a ella con la botella de whisky agarrada. Dio otro sorbo. María levantó la cara y esforzó una sonrisa, dejando salir levemente la lengua alrededor de los labios.
“Creo que deberías lavarte. Luego iré yo. Cuando tengas tiempo me gustaría que quitases los pelos de tu coño. Desmejoran tu silueta y no me dejan disfrutar en plenitud de tu coño. La depilación de tus piernas es impecable, utiliza la misma cuchilla para rasurártelo. Y mantenlo siempre limpio”.
“Sí hijo mío”.
“Otra cosa, échate algo más de tinte. Has criado más canas de la cuenta últimamente. En mis próximas batidas dedicaré un esfuerzo extra en productos de higiene y estética. Ya que vamos a morir en manos del diablo, que este nos pille dignos”.
“Gracias mi amor. ¿Algo más?”.
“No olvides limpiar el sofá. Yo me asearé fuera y luego repararé el tejado. Nos vemos a la hora de la cena”.
María se levantó. Jaime guardó la botella de whisky. Justo antes de salir con un cubo para cargarlo de agua en el pozo escucho dos suspiros prolongados procedentes del cuarto de baño.
Mientras arreglaba los pocos desperfectos provocados en el tejado la noche anterior se sintió puro de mente. Aquel paraje era realmente bello, con montañas de cimas nevadas y bosques plagados de bellos y elegantes árboles. La colina, en cuya cima estaba la casa, era verde y las flores silvestres daban un aroma especial al entorno. Lo único que tanto le chocaba era que no hubiera pájaros. Su ausencia daba un ambiente tétrico y apocalíptico que le erizaba tanto la piel como el ruido constante de los caminantes.
El hecho de que siguieran vivos reafirmaba el convencimiento de haber construido un lugar seguro donde vivir. Además, lo normal es que por allí nunca pasaran caminantes. Realmente con el paso del tiempo había empezado a temer más el que algún día se acercasen humanos colina arriba. A los caminantes los controlaban, eran simples y predecibles. Los humanos, en cambio, pueden llegar a ser retorcidos y peligrosos, llenos de locura impredecible, tanto como el que una madre y un hijo acaben follando impregnados de sangre de muertos vivientes.
En lo que respectaba su madre se sentía bien con la situación. Al fin y al cabo, pensó, era el sino de la historia del ser humano. Unos son más dependientes y los que mandan necesitan saber que su labor es reconocida. Siempre fue así. Además el macho siempre ha de disponer de una hembra, y viceversa. Podría tratarse de una nueva ráfaga de locura, pero hasta veía normal el giro de la relación con su madre. Normal, humano y natural.
Una brisa fría bajó de las montañas justo cuando se disponía a bajar del tejado. Achacó a su locura el suspiro que llegó a sus oídos.
“socorroooooooooo”.
Lo sintió en la nuca pero a la vez lejano, como si viniese de detrás de las montañas. Miró en la dirección desde donde lo sintió. La montaña permanecía inerte y señera, poderosa y distante. Todo estaba tal cual estuvo siempre. Además, detrás de aquella montaña solo había más y más y cada vez más altas.
Tal vez fuese que realmente se estaba volviendo loco.
Cenaron mejillones enlatados y sopa de cebolla. El calor del caldo le rejuveneció por dentro, el placer de aquellas humeantes cucharadas le asentaba y transportaba a cuando todo era normal. Un efecto similar al de dormir, cuando al despertar siempre sentía un segundo de felicidad antes de llegar el terror.
No hablaron, como hacían casi siempre. Y apenas se miraron. Ella vestía otro de sus vestidos, esta vez uno rojo burdeos. Uno de los más atrevidos que guardaba, pues la caída llegaba hasta unos cuatro dedos por encima de la rodilla estando de pie, y algunos más al sentarse. Ella se cruzó de piernas mostrando todo el muslo izquierdo. Jaime se embelesó, era muy bello, sin duda.
Ella le miró de reojo y soltó un soplido para hacerse notar, como una especie de ritual que indicaba que iba a hablar.
“Hice lo que me dijiste, hijo mío”
Jaime sonrió magnánimo. Intentó imaginar cómo sería su sexo depilado. Miró sus piernas de nuevo, ella lo notó y se descruzó. Acto seguido movió su silla hacia la de él y se acomodó abriendo las piernas.
Pudo verlo entero, algo sombreado por el vestido que abarcaba medio palmo de muslo. Estaba totalmente depilado, a simple vista parecía una obra maestra, a tener en cuenta que solo contó con una cuchilla y algo de jabón para el trabajo.
Le pareció más pequeño y acogedor, mucho más bonito, realmente lo era. No pudo controlar una erección de caballo. Más provocada por la obediencia de su madre al depilarse que por la vista en sí.
“Estupendo. Creo que has hecho un bello trabajo, ha quedado realmente bonito”
Ella se giró de nuevo y siguió comiendo.
“Gracias amor”
Cuando acabó de comer dejó su plato en el fregadero. Su madre empezó a fregar. Contuvo el impulso de coger la botella de whisky, últimamente estaba bebiendo demasiado.
Dio una vuelta por la casa para comprobar que todo estaba bien fuera. La noche era estrellada y había cuarto menguante de luz plateada, la suficiente para no atisbar sombras extrañas. Todo parecía en orden. Se sentó en el butacón del salón con la escopeta en la mano e inició una de sus silenciosas noches de vigilia.
Cuando su madre terminó de fregar y recoger la cocina se sentó en el butacón frente a él y estuvieron en silencio. Como tantas y tantas noches.
Jaime sintió un impulso atroz de comer el sexo de su madre. Recién rasurado y limpio tendría que ser una delicia. Ella lo miraba cruzada de piernas, de vez en cuando cambiaba de apoyo dejándoselo ver en pleno movimiento. Ella respiraba agitada, él aguantaba tranquilo, cambiando sus miradas de vigilante del exterior a observador de su madre. Ella parecía cómoda, el brillo de su mirada era diferente al de tantas noches de aquella situación. Parecía no estar tan pendiente de los ruidos del exterior, como siempre hacía, como de provocar el que su hijo se abalanzase sobre ella.
Jaime decidió no sufrir más.
“El sofá ha quedado muy limpio, buen trabajo mamá”
“Gracias mi amor”
“He pensado que podemos intentar recuperar la rutina anterior. Deberías dormir por las noches y darme el relevo vigilante desde el amanecer hasta mediodía”.
Ella pareció decepcionada.
“Sí mi nene. Si crees que es lo mejor así se hará. Buenas noches”
Se levantó y se encaminó a las escaleras. La detuvo justo antes de empezar a subir.
“Por cierto, mamá, antes de acostarte”
“Dime vida”
Le habló sin mirarla.
“Desnúdate y siéntate en el sofá. Ponte cómoda abierta de piernas. Necesito evadirme un poco antes de enfrentarme a esta noche en soledad”
Ella sonrió y dejó escapar un errático suspiro de expiración. Fundida de nervios y excitación.
“Lo que tú ordenes, mi nene”
Se sentó en la mitad del sofá de dos plazas que se extendía desde la ventana central, en torno a la cual se encontraban los dos butacones, y la puerta de entrada. Colocó su culo justo en la separación de las dos mitades del biplaza. Se abrió de piernas, completamente desnuda. Jaime la observó, los pechos parecían más caídos en esa postura, y no guardaba relación con el majestuoso coño, el cual podría pasar por el de una mujer de veinte años menos.
Dejó la escopeta recostada contra la pared bajo el ventanal y acercó la vela desde la repisa donde solía estar hasta una mesita más próxima a donde se encontraba ella. Se levantó despacio y se arrodilló frente a ella.
No hacía falta hablar. Se acomodó y sostuvo a su madre muy abierta agarrándola por la zona inferior de los muslos, rozando las nalgas con los dedos. María era pequeña y bien manejable, extraordinariamente dócil.
Primero lo besó, dejando deslizar la lengua inocentemente, trayendo consigo olor a mujer mezclado con el jabón barato que usaban. La miró, reposaba la cabeza en la espalda del sofá, decidida a pasar un buen rato. Ahora le pasó la lengua desde el ombligo hasta el ano, y vuelta a subir deteniéndose en el botón. Jugó haciendo círculos y dando lametones de abajo arriba y viceversa. María empezó a retorcerse lentamente en el sofá. Sus manos agarraban la cabeza de su hijo, acompañándola en los movimientos y dejándole hacer, sin dirigirle.
Él la miró de nuevo, ella le sonrió acariciándole el pelo.
“¿Te gusta así mi vida?”
“Delicioso, sin pelos es exquisito, todo un coño”
“Me alegra que te guste amor, cómeselo a mamá”.
Esto último lo dijo con voz susurrante. Regresó al trabajo. Al lamer de nuevo lo encontró más abierto y húmedo, esperando de nuevo su lengua. Lo lamió y besó, mordisqueó los labios vaginales y acabó metiendo uno, dos, tres dedos. Lamió el ano mientras sus dedos no cesaban de penetrar, y ella lo acompañó de gemidos aprobatorios, que llenaban la casa del ruido caliente de hembra en celo.
Jaime se levantó y desnudó. Había bebido el suficiente jugo como para saber que el sexo de su madre necesitaba una buena polla, y él podía ofrecerla. Se desvistió por completo y se acopló a ella, la cual lo recibió sin cambiar de posición y con los brazos y piernas abiertas.
Algo agachado, sin llegar a apoyar las rodillas en el sofá, la trabajó con empujones de fuerza, intentando no parecer torpe, de menos a más hasta lograr introducirla entera. Ella le tenía abrazado en torno a la nuca y echaba un poco el cuello hacia delante para lamer sus pezones; lo cual le daba más ánimos para seguir y seguir.
Se encontraba pletórico, sintiendo que aguantaba lo que quisiese, sabiendo disfrutar del momento. Su madre era una espléndida folladora, nada que ver con la torpeza y vergüenza mostrada la primera vez. Ahora, desatada, ni se acordaba de Dios en mitad del acto; solo se centraba en ser placentera y generosa, y en disfrutar todo lo que podía.
“Cambiemos”
A su orden ella se levantó, ahora se sentó en el mismo sitio donde estaba ella y le extendió los brazos. Ella agarró su mano y se acercó. Se acopló de rodillas en torno a su cintura. Con su mano derecha se la agarró y la clavó, luego se sentó sobre él. Quedaron abrazados y moviéndose a la vez. Él le agarraba las nalgas, las cuales se movían sensualmente de arriba abajo acompañando el movimiento que desde abajo le llegaba en sentido contrario. Ella le abrazaba y miraba fijamente a los ojos. Se besaron profunda y guarramente, compartiendo salivas cada vez más espesas, en una insistencia maternal de mantener siempre la lengua muy dentro de la boca de su hijo, recorriendo sus dientes. Las babas cayeron por sus pechos, los cuales él lamió a la vez que María echaba la cabeza hacia atrás, moviendo el culo más fuerte. Justo cuando sentía que se iba su madre lo apretó más contra sí y con un profundo gimoteo orgásmico provocó el final de su hijo.
Gimieron y gritaron a la vez. Él sintió que la cueva se humedecía considerablemente justo en el momento de eyacular, sintiendo una maravillosa situación placentera, nunca antes vivida.
Esa noche María durmió feliz y Jaime no dejó de rememorar el que, probablemente, habría sido el mejor polvo de su vida. Nunca uno antes con tanta sensualidad, intensidad, compenetración y ternura.
Madre no hay más que una.
Al día siguiente durmió poco. Al amanecer un cúmulo de nubes ocultó al Sol en su nacimiento. Preocupado porque volvieran las lluvias y les pillase de nuevo desprevenido para ver venir posibles caminantes, solo dio vueltas acompañadas de pasajeros e inquietos sueños, durante un par de horas.
Al levantarse pidió a su madre, que empezaba a afanarse en la cocina, que pusiera algo fuerte para comer y le preparase una pequeña mochila. Iba a ir a la gran ciudad a buscar los focos.
Ella se abrazó llorando. Nunca llevó bien que se fuera, pero siempre lo aceptó como algo necesario y sin lo que no podrían sobrevivir. Él tampoco tenía mínimas ganas de ausentarse durante todo el día, no volvería hasta la noche y debería conducir sin los faros del coche para no llamar la atención.
Pero tenía muy asumido su roll de protector del hogar. Y su obligación ahora era hacer lo posible para evitar que una situación de tanto peligro se volviese a repetir. Y para ello tendría que mejorar el sistema de iluminación nocturno. Además buscaría nuevas bengalas. Sabía perfectamente dónde buscar.
Partió cuando el Sol casi llegaba a la zona más alta de su parábola. El coche estaba sobradamente cuidado pues piezas de coches, generadores y herramientas de taller era lo que más fácil le había sido encontrar. Lo revisaba casi a diario y siempre estaba con el depósito lleno de gasolina y un bidón guardado en el maletero; por si debían huir.
Las ordenes a su madre fueron claras. Nada de desviar la atención. Debería estar alerta todo el tiempo que estuviese sola, vigilante y con un arma siempre a mano. Quedó encerrada cuando él deslizaba lentamente su coche por el mal cuidado camino que lo llevaría, colina abajo, a un camino algo mejor preparado; el cual transcurriría unos quilómetros entre las montañas hasta llegar a una carretera comarcal tan descuidada o más que el camino.
El paisaje era delicioso, nunca se cansaba de admirarlo, conduciendo a escasos cuarenta quilómetros por hora, tratando de no dañar el coche en los baches; en cuestión de unos veinte quilómetros llegaría a la carretera nacional que tendría que conducirle a la ciudad.
Todo estaba en orden. Ni rastro de nada raro, solo paisajes y paisajes. Al pasar por un pequeño puente vio un caminante. Estaba de pie encima del riachuelo que pasaba por debajo de la carretera, cerca del lago. Estaría como a unos quince quilómetros de su hogar. Con aquel terreno montañoso era todo un mundo, pero se había propuesto no dejar vivo a ninguno que viese por aquella zona.
Detuvo el coche y bajó hasta el riachuelo. Cuando lo vio se fue directo a él con ese andar torpe, arrastrando los pies por la superficie de una cuarta de agua, chapoteando torpemente.
Hasta que estuvo a unos dos metros no se percató que era una mujer. No tenía apenas pelo, pero conservaba la figura y la mirada de lo que sin duda tuvo que ser una bella chica en su vida humana. Sintió lástima y trató de imaginarla llena de vida y sueños unos meses antes. El matarla era lo mejor que podía hacer por ella ahora. Justo cuando se lanzó con las mandíbulas muy abiertas, desesperadamente hambrienta, sacó el machete que llevaba adosado al cinturón y se lo clavó en lafrente, entre los ojos. Cayó fulminada, tiñendo de rojo el pequeño riachuelo.
La carretera nacional estaba en un muy buen estado, tal y como la recordaba de la última vez que condujo por ella un par de meses atrás. Algunos coches abandonados en las cunetas y algunos cadáveres en descomposición.
Un cartel medio derrumbado anunciaba que quedaban ochenta quilómetros para la gran ciudad. Condujo a una velocidad crucero de unos ochenta quilómetros por hora. Llegando a ella pudo ver grupos reducidos de caminantes que deambulaban por la cuneta, algunos dentro de la carretera. A todos los esquivó cuidadosamente, allí no eran su problema a no ser que amenazasen su vida.
Las casas y los edificios de entrada a la ciudad estaba derruidos, algunos ardían. Fijó la atención en busca de posible presencia humana. Ni rastro aparente.
Tomó un desvío antes de adentrarse en la solitaria ciudad, más tétrica que nunca. Daba miedo, con sus avenidas, jardines, edificios y plazas abandonadas. Llenas de caminantes, pensó en que más que probablemente habría humanos escondidos en los edificios, luchando por sobrevivir mucho más de lo que lo hacían ellos. El desvío lo llevó a un polígono industrial situado al sur, justo al otro extremo de la urbe.
La gran superficie de la jardinería y el hogar invitaba a todo menos a aproximarse. Aparcó el coche en la carretera, fuera del aparcamiento lleno de coches destrozados. Caminó entre ellos, con el machete y una de sus pistolas preparados. Con sumo cuidado accedió al interior del recinto.
Lo primero que vio al entrar fue un caminante, deambulaba por un pasillo del fondo. Vestía traje de seguridad; ¿sería el vigilante de aquel lugar?.
Intentó evitarlo. Caminó por los pasillos intentando no encontrarse con él, vigilante por si otros amigos anduvieran cerca.
Pudo ver focos en lo alto de una litera en una calle colindante. Iban a pilas y las enormes baterías descansaban justo al lado, a la misma altura. Retrocedió pero tuvo que agazaparse de forma fulminante. Tres caminantes acababan de entrar por la puerta principal. Justo por la zona hacia la que se dirigía. Se había propuesto no enfrentarse a ellos, solo quería coger lo que necesitaba y salir pitando. Los nuevos caminantes anduvieron por el pasillo donde se encontraban los focos y las pilas. Jaime se asomó a él. Justo a la altura de lo que necesitaba se cruzaron con el guardia de seguridad y empezaron a empujarse con el torso los unos a los otros, de forma torpe, emitiendo ese ruido constante tan escalofriante.
Pasó un largo rato y parecían no querer moverse de allí. Miró alrededor y se asomó fuera. Su coche seguía donde estaba y no había rastro de nueva compañía. Decidió llamarles la atención. Se dejó ver. Los cuatro fueron directamente tras su silueta, guiados por aquel insaciable apetito. Los llevó hasta la calle del fondo y corrió por una lateral hasta llegar a la de los focos de nuevo. Los caminantes le habían perdido la pista, tendría apenas un minuto hasta que dieran de nuevo con él.
Confió a la suerte el que se mantuvieran todos juntos.
Agarró los dos focos y acarreó con varias pilas. Tendría que llevarlos a peso, no había tiempo de buscar carritos y hacía tiempo que decidió no buscar nada más. Justo al salir corriendo los cuatro fantásticos lo interceptaron en la puerta de salida. De nuevo se fueron a por él. Corrió de forma más torpe por la carga, en dirección opuesta hasta dar una vuelta al establecimiento. Consiguió generarse vía libre.
Corrió hasta el coche y guardó todo en el maletero. Al girarse tenía a otro a punto de darle alcance.
Trastabilló y cayó al suelo a merced del susto. Se le echó encima con las fauces abiertas dispuestas a darse un festín. Era más grande que él, pero no más fuerte. Le sostuvo los brazos arriba, impidiendo que sus dientes impactasen. Estaba totalmente tumbado con el desgraciado fortachón casi inmovilizándole. Miró hacia atrás y pudo ver como cuatro pares de pies se arrastraban a escasos cinco metros. Ya estaban ahí sus amigos, enemigos de los focos a pilas.
Se la jugó. Soltó su mano derecha para agarrar la pistola. Rápidamente giró la cabeza hacia el lado opuesto. El otro cayó de cara sobre el asfalto. Al girarse tuvo justo el tiempo para dispararle en la frente. Un agujero limpio lo dejó en una mueca satánica, justo antes de que le convirtiera en uno de los suyos.
Disparar en mitad de aquel lugar era justo lo que no quería hacer.
Rápidamente se puso en pié y disparó cuatro balas más, a escasas cuatro cuartas, sobre las cuatro cabezas huecas restantes.
Sesos sobre el asfalto. Tranquilidad pasajera.
Al fondo unos cuantos amigos más se aproximaban atraídos por el ruido de los disparos. Al arrancar pudo ver que otros medio taponaban la salida hacia la carretera de circunvalación. Aceleró llevándose a tres por delante. Limpiaparabrisas manchado y parte delantera del coche abollada y teñida de rojo. Aceleró sin mirar atrás. Si lo hubiera hecho habría visto a más de un millar de caminantes que se agolpaban en torno a los cinco compañeros caídos.
Se había librado de milagro, y ya iban dos veces en muy poco tiempo.
La vuelta la hizo más rápida, buscando que no se le hiciera de noche. Al llegar al camino que llegaba a su casa justo empezaba a anochecer.
Cuando enfiló el camino mal cuidado que subía la colina pudo ver su hogar. Destartalado y fortificado, desde ahí abajo daba la impresión de ser una especie de casa encantada; definitivamente no invitaba a acercarse a nadie.
Algo le detuvo. Sintió que su hogar quería transmitirle algo. No tardó en darse cuenta de qué.
Se le heló la sangre y contuvo la respiración.
Detuvo el coche y lo apartó del camino, intentando dejarlo lo más fuera de la vista posible. Cargó con la pistola llena de balas y el machete preparado. Se acercó colina arriba de forma sigilosa.
Al llegar la rodeó y se aproximó al exterior de la ventana de la cocina. Allí estaba, las tablas de debajo estaban teñidas de verde. Su madre había volcado la pequeña lata preparada con pintura justo al lado de dicha ventana.
No había dudas, era la señal que tenían preestablecida de que algo fuera de lo común ocurría, para cuando uno de los dos se ausentaba. Rodeó la casa vigilante. Desde la ventana de la habitación de su madre salía un pequeño resplandor amarillento producto de alguna de las velas.
Por un momento barajó la idea de que hubiera sido un accidente. Entró en la casa con cuidado. La puerta del sótano entreabierta le quitaron las dudas. Un tarro roto en el suelo le hizo visualizar lo ocurrido: Su madre se apresuró a tirar la pintura, para alertarle cuando volviese. Luego corrió para encerrarse en el sótano, rompiendo el tarro a su paso. Pero alguien la interceptó antes de entrar.
Afinó el oído, no logró escuchar nada. Con mucho cuidado recorrió la zona inferior de la casa. No había nadie ni nada que le diera más pistas de lo ocurrido.
Se encaminó hacia la escalera. Una botella de whisky vacía en el segundo escalón. Miró. La puerta de la habitación de su madre estaba entre abierta, la luz amarillenta se reflejaba en la pared de enfrente, justo en el borde superior de la escalera.
Agudizó el oído y pudo oírla. Su madre gemía de forma pausada y constante. Al llegar arriba se asomó y entonces pudo verlo todo.
Dos hombres de aspecto desarrapado, gordos y grandes, con barbas y pelo largo. Desnudos en la cama de mi madre. Pantalones y chupas de cuero en el suelo, junto a uno de los vestidos de María. Ella estaba a cuatro patas, comiéndole la polla a uno de los dos, que estaba de rodillas a la altura de la almohada. El otro la enculaba con fuerza.
Lo que realmente le sorprendió fue ver que ella disfrutaba. Movía el culo pidiendo más embestidas, el de atrás, superado por la exigencia de la hembra, hacía lo que podía. Los gemidos constantes y medio callados eran provocados por tener la otra polla muy metida en la boca.
Jaime esperó pacientemente a que acabasen. Ambos se corrieron en la boca. Ella se mostró agradecida, tragando todo el semen de forma sonriente y generosa. Luego las lamió para dejarlas bien limpias. Ambos sentados uno al lado del otro en la cama, con sus barrigas enormes y la mujer frente a ellos de rodilla.
Cuando acabaron entró en la habitación cargando con la pistola.
Los dos barbudos lo miraron aterrados, como si se culparan por no haber tenido cuidado, visualizando una inminente muerte. Su madre disimuló un llanto y se fue tras su hijo como una perrilla a la que están maltratando y se escuda detrás de su amo.
Jaime ordenó a su madre que fuera a lavarse y no saliese del baño hasta nueva orden. Cuando se fue, cerró la puerta de la habitación y se adentró un par de metros. La visión de esos hombretones desnudos y asustados le pareció cómica y circense.
“¿Quiénes sois?. ¿De dónde venís?”
No respondieron. O al menos murmuraron algo como “jódete”.
Jaime disparó una bala en una de las rodillas de cada uno. Se retorcieron de dolor y lloraron como críos. Entonces Jaime se acercó un paso más y les apuntó al paquete.
“Creo que no me he explicado bien, o al menos no me habéis entendido como un servidor pretendía. Dejen que me presente. Soy Jaime y he tenido la humanidad de dejaros acabar de follar a mi madre. No vais a salir vivos de esta habitación, de eso puede estar vuestras mercedes seguro. Peroe ustedes dependerá el morir de lenta agonía o que un disparo en vuestras sucias cabezas acorte lo que tengo pensaros haceros si no habláis”.
Sonrió amable.
“¿Me he explicado bien?”
Asintieron como dos cobardes temerosos.
“Perfecto. Y bien, ¿Quiénes sois?. ¿De dónde venís?”.
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